Capítulo Cinco: Jaula

Tomará varios días revisar cada una de las puertas, por lo que lo único que nos queda es esperar. Los túneles que Alí usaba eran enormes, con kilómetros de largo. Dentro de la base podía recorrerlos caminando para llegar de un punto a otro, pero cuando se trataba de salir sin dejar rastro del paradero del refugio, era necesario moverse mediante vehículos a motor. En su momento, las puertas eran custodiadas por aliados; escondidas a plena luz y a la vez en donde nadie pudiera sospechar de ellas. Estaban dentro de supermercados, de teatros e incluso de aeropuertos. El propósito era que, al usarlas, él pudiera mezclarse entre la gente apenas pusiera un pie fuera de ellas.

Me alegra haber insistido en alargar mi siesta, pues durante la noche no consigo pegar el ojo por un solo segundo. Frustrada por no poder descansar a pesar de las comodidades, decido ponerme de pie. Elijo del armario ropa cómoda, algo con lo cual poder entrenar. Dudo que los Silentes deseen que practique a su lado, por lo que la madrugada tendrá que volver a ser mi aliada.

Ante la duda, debo recuperar un poco de mi condición si quiero ser capaz de defenderme. Si resulta ser verdad que ese hombre está vivo, mi cabeza será la primera en rodar. Soy escéptica, pero mierda, Paula tiene razón al decir que, aunque la posibilidad de que esté vivo es baja, no es imposible. Tampoco ayuda el hecho de que los últimos meses me sintiera más asechada que de costumbre, tal vez que haya usado estos años para tomar fuerza tenga algo de sentido después de todo.

Mi habitación fue cerrada con llave nuevamente apenas puse un pie adentro, pero si no he abierto la puerta es por mera cortesía. La cerradura es buena, pero nada que consiga mantenerme encerrada si así lo decido. Después de unos minutos buscando en la habitación el accesorio adecuado, consigo forzarla para escabullirme con la mayor cautela posible. No conozco el lugar, y no quiero activar las alarmas, sin embargo, estoy segura de que vi un gimnasio de camino a la sala de juntas.

Por fin lo encuentro y también debo forzar la cerradura para conseguir entrar; aún no hay nadie entrenando. Palpo la pared hasta dar con el interruptor, haciendo que las luces se enciendan como un dominó a lo largo del lugar. Mi condición para correr es buena, tanto que apenas han conseguido atraparme un par de veces... lo cual implica que ha pasado bastante tiempo desde mi última pelea cuerpo a cuerpo significativa. Un costal no es lo mismo que un agente, pero tendrá que ser suficiente por ahora.

Después de calentar me acerco al saco de boxeo que cuelga en una esquina, silencioso y poco desafiante. Me preparo para dar un primer golpe, pero en cuanto lo lanzo un dolor recorre mi brazo. El impacto resuena con una fuerza inesperada y el objeto regresa a mí solo para golpearme en la nariz. La falta de control es evidente, mi técnica es torpe y mis reflejos están oxidados. Suspiro con frustración mientras el saco oscila delante de mí, burlándose.

Golpeó otra vez. Esta vez más suave, pero con mejor precisión. Aprieto los dientes de manera inconsciente cuando no consigo hacer las cosas con la facilidad de antes, aun poniendo toda mi atención en mis movimientos. Esto era para mí una rutina y ahora resulta un desafío. Apenas pasan unos minutos el sudor comienza a correr por mi frente, mi respiración se vuelve irregular.

Sigo exigiéndole a mi cuerpo tanto como me es posible, pero contrario a que eso me ayude a mejorar, mis golpes parecen cada vez menos atinados. Freno, apoyando ambas manos en mis rodillas, jadeando. No solo es el agotamiento físico, sino también el mental. Trato de regular mi respiración, pero me pongo alerta cuando escucho pisadas detrás de mí. El reloj en la pared marca apenas las 4:45am. No conozco los horarios de los silentes, pero creí tener algo más de tiempo para estar a solas.

—¿Hola? —pregunto al no ver a nadie, pero no obtengo respuesta—. No estoy armada, solo quería entrenar.

Silencio.

Supongo que lo mejor será regresar a mi habitación para tomar otro baño antes de que vayan a buscarme. Comienzo a acomodar el material que usé en su lugar, pero no me deshago de la sensación de que alguien está observándome. Deben ser las alucinaciones, no he comido bien y tampoco pude tomar la medicina. Aquí adentro no hay nadie persiguiéndome, deben tener gran seguridad a las afueras de la base.

Trato de respirar profundamente, convenciéndome de hacer caso a la lógica y no a mis nervios, pero apenas doy la vuelta para dejar el lugar un fuerte golpe impacta contra mi mejilla sin que lo advierta. Caigo al suelo con la sensación punzante al costado de mi cara, notando cómo caen sobre el suelo un par de gotas de sangre. Los agentes salen de su escondite, hay cinco pares de zapatos rodeándome.

—Les dije que no se quedaría encerrada mucho tiempo —comenta el tipo que me ha reventado el pómulo. No consigo levantar la vista para ver sus caras.

Otra de ellos me patea el estómago con fuerza, tumbándome de nuevo cuando intento levantarme. Pierdo el aire, pero ese solo fue el inicio. Impactan contra mi cuerpo repetidamente mientras yo hago mi mejor esfuerzo por cubrir mis órganos vitales. Hace tiempo hubiera podido darles batalla, habría conseguido volver a ponerme de pie para alcanzar un arma y hacerles frente, pero ahora mi mirada se nubla y mi cuerpo amenaza con perder el conocimiento ante la fuerza de los golpes. La fatiga por el entrenamiento previo no ayuda. Carajo, no sobreviví durante ocho años allá afuera para que un grupo de cobardes venga a emboscarme aquí.

Cuando creen que he tenido suficiente, toman mi cabello con rudeza para obligarme a alzar la vista. Me encuentro con tres hombres y dos mujeres que me miran con desprecio. El que dio el primer golpe se acerca a mi para agarrar mi cara, lastimándome al enterrar las uñas de sus dejos en mis mejillas.

—¿Me reconoces? —pregunta con furia, pero no recuerdo haberlo visto en mi vida—. No, claro que no lo haces. Siempre creíste ser superior a nosotros.

—Alí te dejaba a cargo, te pedía elegir los castigos y, ¿qué hacías? —Habla una joven con una cicatriz en el cuello, quien decide propiciarme otro puñetazo que provoca que mi nariz comience a sangrar.

A ella sí la recuerdo, y entiendo por qué está tan enojada conmigo.

—No tenía opción —pronuncio con dificultad, consciente de que eso no es del todo cierto.

—Claro que la tenías, todos la teníamos —habla otro con resentimiento—. Muchos de nosotros preferíamos los castigos de Ortega antes que lastimar a nuestros compañeros.

—Y luego de ser cómplice de nuestra tortura, te creíste con el derecho de exponernos al mundo —reclama otro—. Mis padres me creen un monstruo, no quisieron recibir a alguien como yo bajo su techo.

Vuelvo a recibir un golpe en el estómago. Aunque el aire se me escapa de nuevo y mi cuerpo amenaza con caer al suelo, se aseguran de mantenerme en pie para seguir golpeándome mientras me echan en cara todo el dolor que alguna vez les provoqué. Lo resisto, sé que lo merezco. Ser la agente favorita de Alí venía con lo que en ese momento consideraba privilegios. Estaba a cargo de la formación de los nuevos, me aseguraba de entrenarlos con tanta o incluso más dureza que la que usaron conmigo. No lo hacía por querer verlos progresar, les causaba sufrimiento simplemente porque podía hacerlo y, siendo sincera, incluso lo disfrutaba. Mis castigos, inspirados en lo que mis superiores consideraban apropiado, no tenían límite. Liberaba contra ellos toda mi furia y si alguno de ellos perdía la vida, entonces significaba que de cualquier modo no era lo suficientemente fuerte para ser un agente sombra.

La cicatriz que esa joven tiene en el cuello es mi obra. La recuerdo como una niña aterrada de cualquier cosa que tuviera filo. Ella tenía unos nueve años y yo ya había cumplido los diecisiete. Se negaba a sostener un cuchillo en el entrenamiento, lo cual era inaceptable en mi turno. La sometí, consciente de mi ventaja sobre ella, y decidí tomar el arma que se negaba a empuñar para rasgar su piel. No quería matarla, quería causarle terror... y vaya que lo logré. Sus gritos eran desgarradores y sus ojos amenazaban con salirse de sus cuentas, estoy segura de que pensó que no volvería a ver otro amanecer al notar la cantidad de sangre que la rodeaba. Claro que me merezco que ahora esté a punto de romperme las costillas.

—¡Agentes! —interrumpe la voz de un hombre y ellos por fin se detienen.

No consigo inhalar aire, sostener mi cuerpo me resulta imposible. Mi cabeza golpea el suelo, mi mirada se torna borrosa y las voces se escuchan lejanas. No tardo en perder el conocimiento.

Me encuentro con una luz blanca muy brillante cuando abro los ojos nuevamente, y gritos... hay personas gritando, pero no consigo darles sentido a sus palabras. Toco mi cara con cautela, encontrando varias vendas y un par de puntos. Quiero enderezarme, pero mi cuerpo me pide un par de minutos más para recobrar la fuerza. Mi vista se acostumbra a la luz poco a poco, parece que estoy en un consultorio. Uno de sus doctores debió atenderme, el suero en mi brazo parece administrar algo que alivia el dolor. Las voces comienzan a ser familiares a medida que los segundos pasan. Creo que es Jack, y no está para nada feliz.

—¡Dijiste que la vigilarías! —reclama molesto.

—Dije que me aseguraría de que no causara ningún daño —excusa John, escondiendo su alegría tras una fachada de furia—, pero jamás prometí mantenerla a salvo.

—Si Reginald no hubiera llegado a tiempo entonces... —trata de argumentar Paula, pero Bush la interrumpe.

—Entonces estaría muerta y eso es lo mejor que nos podría haber pasado.

—Esta es tu segunda advertencia, John —advierte Mathews—. Una más y estarás fuera de esta misión. Yo más que nadie desearía que Smith no estuviese cerca, pero para desgracia de ambos, nos es útil.

—Lo que pasará con ella al terminar esta misión no va a cambiar.

—Hasta entonces, limítese a acatar órdenes, agente Bush —ordena Prescott—. Y lleva a los cinco agentes a que reciban el castigo adecuado, seis semanas en confinamiento deberán ser suficientes.

—No —interrumpo con dificultad al escuchar esas palabras. Los tres hombres guardan silencio y voltean a mirarme, no se habían percatado de que estoy despierta. Paula es única que se acerca para ayudarme a sentarme sobre la camilla—. Estoy bien, solo... díganles que estamos a mano.

—Por poco te revientan por dentro, es un milagro que no tengas fracturas —explica ella, pero niego para restarle importancia.

—¿Qué carajo hacías fuera de tu habitación? —pregunta Mathews, pero no me da tiempo a responder—. Si una puerta está cerrada, no la abres. ¿Crees poder seguir esa puta instrucción?

—Lo que creo es haber dejado claro cuando decidí acompañarte que no eres mi jefe y que ya no sigo ordenes de nadie. —Jack me mira furioso.

—Haznos el favor de no complicar más las cosas por una vez en tu vida —acusa señalándome y acto seguido deja el cuarto. Prescott y John no tardan en hacer lo mismo, dejándome únicamente con Paula.

Suelto un suspiro. Si soy totalmente sincera, me duele hasta respirar y una lágrima corre por mi mejilla cuando un nuevo sentimiento de culpa se apila sobre la penitencia que ya cargaba. No solo causé daño fuera de la base, si no también dentro de ella. Tal vez no soy mejor que Alí después de todo, y los sombra que están aquí probablemente me ven como un reflejo exacto de él.

—¿Podrías llevarle algo de comer a Tobby, por favor? —pido y Paula me mira.

—Lo haré, pero qué tal si también te traigo algo a ti —sugiere—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo decente?

—Ayer comí una manzana, es suficiente.

—Eres igual que el necio de Mathews —reclama rodeando los ojos—. Voy a traerte una hamburguesa, una bastante grande. Con queso y papas fritas a un lado.

—No tienes que... —comienzo a hablar, pero mi estómago gruñe antes de que pueda negarme, delatándome. Suspiro rendida—. La verdad es que eso suena increíble.

Paula asiente, pero apenas toca la perilla de la puerta, se detiene.

—Estabas siguiendo órdenes, April —afirma y yo la miro—. Todos hicimos cosas aborrecibles, nadie en este lugar tiene las manos limpias.

—Tú no sabes....

—Sí, sí lo sé. Leí tu expediente y crecí en el mismo lugar que tú —interrumpe—. Oye, a ninguno de nosotros nos querían cuando llegamos. Solo... tienen que acostumbrarse.

—Ninguno de ustedes era considerada la hija de Alí. Ni siquiera Anderson creía que podía reformarme.

—Pues se equivocó, y de cualquier forma él ya está retirado. Puede meterse su opinión por donde mejor le parezca —escupe, restándole importancia a mi argumento.

Tiene la intención de seguir hablando, pero un hombre de piel morena entra en la habitación. Se acomoda una de las rastas que caen sobre su frente y se queda parado delante de la puerta, con los brazos cruzados delante de su pecho y sin decir una sola palabra.

—Roland va a vigilarte mientras yo voy por tu hamburguesa, él es parte de la misión —explica Paula—. Va a agradarte, apenas produce sonido.

Hola, hola.

Espero que hayan disfrutado el capítulo. ¿Les gusta más que narre April o Jack? En esta segunda parte tengo más posibilidad de alternar entre ambos.

Nos leemos pronto.

—Nefelibata

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top