XV.
En la mitad de la vida de ese día, la carretera principal se encontraba casi libre. La mayoría de las personas aún tardarían un par de horas en salir a almorzar, mientras que los pocos autos se movilizaban sin prisa. Era un extraño día, lleno de expectativas en el cielo nublado y en la temperatura de diez grados que había cogido a casi todos por sorpresa. Los abrigos a mano volvían a ser colocados sobre los cuerpos ansiosos de primavera.
La mariposa debajo del asiento era, por supuesto, una de las excepciones. Encontraba el ambiente dentro del vehículo muy agradable, igual al viento de la madrugada más silenciosa. Invierno era sinónimo de perpetua fiesta para ella.
Las ventanas del transporte público estaban cubiertas por una capa de humedad tan gruesa que impedía ver hacia afuera, mas la mujer de chaqueta roja podía sacar en claro las sombras de los otros vehículos, de los carriles y alguno que otro grupo de fiscales patrullando la correcta circulación. Su mirada se perdía en las luces naranjas, rojas y amarillas, una brocha de pintura gris sobre el brillo de sus cuerpos artificiales.
Wilkie se encontraba en su mente junto a la modorra producto de la agradable temperatura, del vaivén al doblar en la entrada de la calle a los suburbios, en dirección a casa. Casa. La palabra era un extraño término en su cabeza. La noticia del coma, los acontecimientos con Serpiente y con Bonnie, la conversación su esposo...Su cabeza no podía procesar las implicaciones completas de volver a un sitio que no había pisado en casi dos meses. En la superficie de sus manos casi podía percibir el roce de la llave entre sus manos.
¿Pero podía seguir llamándola suya?
Eran minutos de desconexión, de la perdida de tiempo que significaba ir de un sitio a otro en el transporte público. Sin embargo, no podía encontrarse más cómoda en su asiento. Incluso la parada del autobús, con el susurro de las personas subiendo y bajando, era un aspecto de la cotidianidad que había extrañado.
Levantó un dedo justo a la altura del alfeizar de la ventana. Dudó lo que duraba el aviso de cerrar las puertas, antes de subir un poco más y, con todo el cuidado, posar la uña en el vidrio. Recordó la travesura de dibujar en el polvo del viejo auto familiar cuando su dedo rozó la húmeda superficie. Con una sonrisa dibujándose a la par en su rostro, dejó la memoria de su felicidad en medio de las gotas de lluvia.
Arte anónimo de una anónima, pensó a la par que se acomodaba en el asiento por la presencia de otro pasajero. Amplió la sonrisa ante la idea de ser solo un miembro más en la masa de transeúntes. Sin presente ni pasado, solo el futuro de un destino desconocido por el resto de ellos. Era una etiqueta liberadora, la de los números. Desaparecer entre ellos sería cuestión de chasquear los dedos.
La persona sin rostro se levantó, el autobús se detuvo y otro grupo de caras sin rasgos se acomodaron. Ella misma se sentía sin identidad, sin destino ni futuro; aquello que la definía se encontraba al borde de la extinción.
Lo único seguro era que no tardarían en llegar a su parada. Lograba ya reconocer las siluetas de los árboles de siempre, de las casas en una hilera tan distinguible como la ola de nostalgia que la invadió. Las energías amenazaron con abandonarla. El mundo era helado.
—¿Amelia? ¿Eres tú? —La sombra de uno de los pasajeros cubrió el asiento libre junto a ella, mientras que la palabra que la definía ante los demás resonó contra su cráneo. Parpadeó—. Anda, que no puede ser nadie más.
Elevó la mirada hasta la figura ancha, femenina, que coronaba la chaqueta azul de botones grandes. Los rasgos tardaron unos segundos en empapar su mente y activar el catálogo de personas conocidas. En medio de un silencio que transformó a la mueca contraria en incomodidad, Amelia comprendió quién era la mujer frente a ella.
La fantasía de pertenencia a la multitud se desapareció en un remolino de angustia que se posó en su estómago. La próxima vez, tomaría la ruta más larga del hospital a casa.
—¡Maritza! ¡Pero que bella estás! —Amelia elevó los brazos al recibir el abrazo de su vieja amiga y compañera de estudios desde los nueve años—. ¡Han pasado tres meses desde la última vez que nos vimos! ¡Tenemos que quedar más!
—Sí, bueno, ya sabes... —Una sonrisa que iluminó sus ojos azules, esquivos tras su cabello negro—. Festividades, cenas, familia, demás... Raúl está ocupadísimo arreglando las clases para los chicos. No tiene ninguna gana de empezar en enero.
—Sí, sí. Lo entiendo. Yo también he estado ocupada...
—¡Ah, sí! ¿Cómo está ella, Wilkie? —Interrumpió con un tono cortante, sus manos ocupadas en el bolso de mano en su regazo—. Raúl se muere porque vuelva a la clase. Marco también extraña jugar con ella.
—Podrías, si quieres, llevarlo al hospital. —Aquella que había compartido tantos secretos con ella, su vecina, frunció el ceño sin que el resto de su expresión cambiara. Un pinchazo en su corazón la recomendó muy tarde a callarse—. Wilkie se animaría mucho si pudiera pasar algo de tiempo con sus amigos. Ya sabes como es, con sus historias y dibujos. Ha hecho montones para mostrarlos en clases cuando se recupere.
—¿Al hospital? —susurró, casi juntando sus rostros—. ¿Con todos esos niños enfermos?
Amelia parpadeó. Entrar a ese conocido nicho era como retroceder al tiempo donde los pequeños errores siempre se perdonaban. El perfume de la salud, de la alegría, así como sensación de su enorme vientre junto ella, brindó a la mujer unos instantes para reflexionar sobre sus siguientes pasos.
En el techo, la mariposa negra aleteó.
—Es un hospital, pero cada niño tiene su propio espacio. Está muy limpio. Y el ambiente es muy alegre dentro de la situación individual de cada uno. —Los dedos pálidos, sin pintura en las uñas y algo resecos, se aferraron a la tela del jean. Maritza la miraba como una estatua—. Te aseguro que Marco estará muy bien. También Antonia, tú y el mismo Raúl. A Wilkie le haría bien ver a su profesor preferido.
—Lo pensaré, te lo prometo. Marco tiene exámenes de los cursos de idiomas, Antonia algunos conciertos de música, tendrías que verla toda una Mozart, y bueno, también tendremos al bebé pronto, así que...
—Entiendo, sí.
—... Queda muy poco tiempo para algo más. —Con una sonrisa de carmines brillantes, asintió ante Amelia como si hubieran compartido un gran secreto. Abrió la boca en forma de O—. Ah, eso me recuerda. ¿Cuándo puede llevarte los libros Raúl?
La mujer junto a la ventana arrugó el rostro, ladeando la cabeza unos grados.
—¿Disculpa?
—Oh... ¿Él no ha hablado contigo? Vaya, incómodoooo. —Maritza soltó una risa nerviosa, sus dedos acariciando la tira de su cartera más para sacarle brillo que tomarla—. Bueno, hay que ser frontales en la vida, ¿no? Con lo de Wilkie y lo de tu esposo ya tenías suficiente, así que le sugerí a Raúl...
—Ajá. —El autobús se detuvo en una nueva parada. En su subconsciente anotó que la siguiente era la suya.
—...Que como había dejado tanto la familia de lado para ayudarte con tu trabajo de investigación...
—Tesis doctoral.
—Eso —carraspeó—. Que era la oportunidad perfecta para darnos cuentas de las cosas importantes de la vida. Se la pasaba mensajeándote día y noche, casi histérico. A veces bromeaba con él, diciéndole que él parecía más el alumno de la tesis que sólo un fiel compañero a la hora de dar información. Siempre pensando en los demás, ese Raúl.
—No, no me ha hablado de ello. Casi no reviso mi teléfono, me distrae demasiado. Sin embargo, seguro que puede dejarlos en casa. Ringo va cada par de días a trabajar.
Luchó contra la falta de aliento en sus pulmones, el calor en forma de sonrojo que subía por su cuello. ¿Maritza habría leído todos los correos, los mensajes llenos de segundas intenciones, las grabaciones que descansaban sin abrir en el chat? ¿Habría sido sólo una mención por parte de Raúl, sobre lo preocupado que se encontraba de ella, de Wilkie? Con su mejor expresión de tranquilidad escrutó el rostro ajeno por el menor indicativo de una mentira, de una trampa.
La ausencia de mentira no la alivió.
—Querida, pasaste de estar blanca a estar rojísima. ¿Estás acalorada? —Estiró una mano al cuello de la chaqueta ajena—. Sería mejor si te abrieras el cierre...
—¡Estoy bien! —El grito hizo girar varias cabezas, algunos murmullos naciendo y muriendo a la misma velocidad. Maritza bajó sus manos en una expresión de bochorno y de sorpresa. Amelia suspiró al subir el cuello de la chaqueta para ocultar su barbilla—. Lo lamento, Maritza. Estoy cansada, es todo.
Su vecina de asiento rió a los segundos, restándole importancia con un movimiento de mano.
—No sabré yo de eso. Sin ir más lejos, el otro día Antonio tomó un envase de chocolate y...
Amelia agradeció el ruido blanco que era la cháchara incesante de problemas triviales. El encuentro era una pesadilla pospuesta en su futuro cercano. Ahora que al fin había sucedido, que se sabía inocente de cualquier crimen a sus ojos, podría estar respirando más tranquila. Sin embargo, el peso seguía sobre sus hombros y tocar a Maritza, incluso rozarla en el poco espacio del asiento, era retroceder a la tarde de vino y de velas candentes.
No estaba orgullosa del beso sobre las hojas de los libros, las sombras de las manos masculinas sobre ella, grandes y rasposas, atraían los sentimientos contrarios a la sensualidad. Las palabras de deseo susurradas en sus oídos la volvían despreciable, así como el rubor que sus toques marcaron en la suavidad de su piel. Orgullo era un término desconocido, lujuria una debilidad de los sentidos.
En medio del camino se había encontrado con la piedra de la satisfacción momentánea y no había sabido cómo esquivarla. La animadversión que Ringo tenia contra ella no se podía comparar con el propio desprecio que ella misma se inspiraba. No se trataba del daño a su familia, del daño a su amiga, del daño a lo que había conseguido tras años de esfuerzo y de dedicación.
Era la decepción de saberse débil, de comprenderse humana, de haber perdido el control por completo cuando más se necesitaba de una mano firme para guiar.
—Amelia, oye, ¿no te quedas pronto? —La mujer apenas levantó la cabeza a la parada que se aproximaba a lo lejos, nítida en medio de una ventana en la que quedaban rastros de humedad. El frío que entraba por su chaqueta se mezcló con la nostalgia de ver el techo naranja y el banco de espera; fantasmas de ella y Wilkie acechando entre las paredes de concreto.
—Ah, sí, sí. Lo siento. —Tomó su bolsa, ¿desde cuando la tenía?, antes de ponerse en pie y pasar sobre las piernas de la mujer embarazada, quien apenas se apartó lo suficiente para dejar el espacio necesario para no lastimarse—. Necesito dormir unos años seguidos para recuperarme.
—¿Y los libros? Raúl los puedes llevar a tu casa, pero creo que sería mejor que los busques... —Fue difícil mantener el equilibrio entre el vaivén del vehículo y las formas anónimas de las personas, aunque moverse en el transporte público es una habilidad que se recuperaba en unos pasos—... Ya sabes que tiene...
—Sus clases, los conciertos y el bebé, lo sé, lo sé. —Con su mejor sonrisa volteó a ver a la mujer que había considerado su amiga tanto tiempo, preguntándose por qué exactamente seguía llamándola como tal cuando nunca estaba para apoyarla en sus desgracias—. Maritza, ¿te sientes bien con tu vida? ¿Con todas las elecciones que has tomado?
Los ojos azules de Maritza brillaron en confusión, sus labios abriéndose apenas en una mueca pensativa y sus manos otra vez acariciando la tira de la cartera. No era la clase de pregunta que esperas en medio del autobús a casa.
—¿Estás siendo psicóloga de nuevo? Tuvimos la misma charla cuando me embaracé la primera vez y te dije que dejaría de trabajar. —Los nervios escaparon del sonido que imitaba a una risa—. Estoy contenta. Tengo un bonito hogar con hermosos hijos, un esposo dulce y considerado, amigos que se preocupan por mí. Mi vida es buena.
Amelia escuchó las palabras, mas su rostro solo mostró una sonrisa llena de misterios. La puerta se abrió frente a ella, el frío apartó los cabellos de su rostro.
—Nos vemos, Maritza. Te avisaré cuando Wilkie se recupere.
La mariposa se dejó caer, sus alas dieron un aleteo final antes de que las puertas se cerraran.
Lamento no haber podido actualizar dos capítulos. De verdad se me dificulta.
Espero les haya gustado 💞
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