XIII.

En un año se olvidan rostros y sabores, melodías de antaño y abrazos en la intimidad de la emoción. En un año, tras un año, había olvidado lo que era no sentir incomodidad ni dolor. De pie, con la bata rosa que utilizó para dormir, Wilkie miró su cuerpo en la cama como se observa un cascarón vacío en medio del mar.

Un sueño fue su primera conclusión, quizás incluso una pesadilla. Sin embargo, allí los pellizcos no hicieron más que doler y el piso era una sensación sólida, real. El frío de la superficie la hizo estremecer. La habitación era plana, blanca, como siempre lo había sido. La oscuridad seguía siendo impenetrable y las sombras de los objetos, alargados por las luces de la calle, envolvían sus orígenes como los dedos de un espectro.

Debería haber sentido alivio de su nueva situación, calma porque no perdía detalles con ambos ojos y su cuerpo ya no se sentía rígido. Sin embargo, seguía paralizada en medio del cuarto, sus manos en puños a los lados de su cuerpo, su labio inferior temblando pese a los gritos mudos de su cerebro para calmarlo.

«¿Qué sucede ahora? ¿Por qué?», pensaba mientras intentaba canalizar el yo físico en la cama y el yo que pensaba, que sentía, que se encontraba de pie sin el menor signo de enfermedad. Quería decir algo, pelear sobre su propia duda, pero se encontraba sola de verdad por primera vez en su vida en una situación en la que no tenía experiencia.

No era una adulta ni una persona experimentada, así que hizo lo único lógico: se dejó caer de rodillas y gateó bajo de la silla junto a la cama. La visión de la bolsa con sus fluidos corporales le quitó todas las ganas de refugiarse bajo la cama. Los ojos se le anegaron de lágrimas.

Allí esperó. Esperó por su madre, por su padre. Esperó por alguno de sus tíos, por algún enfermero. Aguardó a que alguien llegara, que la regañaran por ensuciarse el cabello con los chicles pegados bajo la mesa, por estar limpiando el piso con su batona. Por supuesto, nada llegó sino el miedo, nadie volvió sino la más fría de las soledades.

Ocultó el rostro contra sus brazos cruzados, lágrimas cristalinas se deslizaron por la piel al suelo y formaron un camino de dolores silenciados.

—Gorse.

El susurro de una capa siguió el abrir y cerrar de la puerta. Wilkie apenas elevó la mirada, parte de su cara todavía contra la piel. La silla cubría parte de su visión, pero bastó sólo un ojo de pupila naranja para revelarle la presencia de un aliado.

—Érebo, ¿dónde estabas? —Gateó hasta sus botas y miró hacia arriba.

El dios ignoró la pregunta, su rostro atento al nuevo fenómeno ante él. Las grandes manos de Érebo no tardaron en pasar por debajo de sus axilas y alzarla hasta su rostro. El hombre acercó la cara a la mejilla infantil, su nariz rozando apenas a medida que olfateaba la superficie.

Una mueca llena de disgustos llenó sus facciones. Volvió a colocar a Wilkie en el suelo, aunque dejó una mano colgando cerca de sus cabellos. La niña pensó que su altura era sobrehumana, apenas alcanzaba a llegar al cinto de su pantalón.

—La medicina te hizo esto, pequeña. Tu frágil cuerpo tardará mucho en absorber el medicamento y este es uno de sus efectos secundarios. —Un dedo en forma de garra limpió las lágrimas con el dorso de la piel—. No hay nada qué temer.

—¿Significa... —comenzó con una mezcla de incredulidad y alivio—...que no estoy muerta?

En lugar de responder, indicó que le siguiera en su acercamiento a la cama. La oscuridad del ser absorbió los últimos retazos de enfermedad en las facciones, mas aún así la niña no pudo evitar sentir un retortijón en la boca del estómago. Su piel era tan clara que brillaba en la penumbra, mientras que su propia mano, la del yo espectro, tenía un suave y sano color caramelo.

Érebo desenvainó la espada.

—¿Qué estás...?

—Shhhh. —Cortó sin mirarla; su rostro permanecía serio y sin la menor muestra de sus pensamientos—. Observa.

Obediente, Wilkie posó las manos en los barandales de la cama, atenta al acercamiento del filo a su rostro en la cama. La superficie se pintó de los colores de sus facciones, plata como las monedas de los museos.

—¿Cómo brilla? —En puntillas para ver mejor, Wilkie se deleitó en los reflejos puros de esa arma. Era el más bello de los espejos, el más mortal de los instrumentos. Y en silencio, si se concentraba, creía escuchar murmullos saliendo del mango. La piel del cuello se erizó

—Está hecha con las estalagmitas del más profundo del Hades y los metales de mil armas traicioneras. El residuo de los hombres traicionados brinda este color, incluso puedes escuchar sus conversaciones, sus ruegos, sus angustias. —En la zona frente a los labios de la niña, el metal se empañó—. ¿Ves? Estará todo bien. Debemos esperar a que tu cuerpo se acostumbre. Despertarás cuando suceda.

—Hmmm....

Volvió a guardar el arma en su sitio, su atención desviándose al alma de la niña. Apretó los labios en un intento de disimular una sonrisa cálida que igual escapó.

—¿Tienes algo girando en tu pequeña mente? ¿También debo preocuparme por ello? —Wilkie parpadeó mientras él miró alrededor, asintió y la miró de nuevo. Parecía tranquilo, relajado incluso—. Debes preguntarte por qué de repente soy tan alto.

Wilkie asintió, elevando sus brazos para que Érebo la alzara. No tardó en cumplir la petición, sentándola en su hombro derecho con sumo cuidado. Una de sus manos mantuvo el agarre en su torso, muy suave pero firme.

La niña soltó una risa y besó la frente del dios.

—¡Eres como un gigante!

—Entre más cercana la hora más oscura, más poderoso me vuelvo. —Prosiguió su caminar por la habitación, la capa susurrando a su paso y Wilkie admirándose por la cercanía del techo sobre ella—. Justo antes de la salida del sol mis habilidades son capaces de realizar cualquier acto, ningún límite impidiéndome cumplir los deseos de mis protegidos.

—¿Y a dónde vas de día?

—A veces retozo con Nix o converso con algunos de nuestros múltiples hijos. Otras veces, prefiero descansar y dormir en alguna habitación o rincón con los animales. —Por un gesto de su mano, las ventanas se abrieron de par en par y el frío, de la mano de las tinieblas, penetró la habitación—. Ni siquiera en completa oscuridad deja de existir la luz, igual que Éter no es capaz de borrar mi influencia por completo.

El cabello de Wilkie se elevó por la fuerza del viento, sus brazos pronto cruzándose en un abrazo para darse calor. De reojo, observó el rostro de Érebo, mirándole con una sonrisa mal disimulada.

Dedos infantiles rozaron el techo, la textura extraña bajo una piel que no conocía cómo se sentía el yeso.

—Te vuelves cada vez más grande. —Lejana, una risa resonó por los pasillos como el eco de los caballos contra la noche. Secretas realidades parecía esconder, Wilkie no dudó en soltar un suspiro y sus ojos brillaron en curiosidad.

—Mis compañeros —respondió a la implícita pregunta—. Las horas de descanso de los niños parecen sus momentos de alegre diversión. Han de haber descubierto un nuevo juego humano, son de sus favoritos.

—Suenas como un viejo aburrido, deberíamos ir y unirnos. Nadie conoce los juegos como yo. —Érebo negó, uno de sus pies apoyados en el alféizar de la ventana. Wilkie se inclinó con él, aferrándose a su cuello cuando sintió los primeros síntomas de vértigo—. Nos vas a matar.

Una risa socarrona escapó de los labios masculinos, el sonido reverberó en su pecho e hizo temblar a Wilkie. Hasta ese momento no había comprendido el tamaño de su realidad, de la verdad que se ocultaba en sus deseos.

—Y pensé que yo era el aburrido.

Érebo se dejó caer hacia adelante. Wilkie gritó, la fuerza de la gravedad haciéndole casi salir disparada de su puesto. Sus pies daban patadas en el aire, mientras su brazos se aferraban al cuello ajeno. Contra su rostro podía sentir el suave picor del cabello negro, así como el ligero aroma a azufre, humedad y roca. Cerró los ojos, esperando el golpe del cemento mientras sus gritos se perdían en la noche.

Sin embargo, sólo sintió el impulso de un coletazo por un repentino cambio de dirección hacia arriba y el frío, cada vez más intenso, colándose por sus huesos. La sensación de algo sedoso, esponjoso, parecido a plumas, acarició sus rodillas. Los sonidos de la ciudad se apagaron.

—Vamos, no temas. Abre los ojos.

Admitió que luchó, que su estómago se sentía en su cerebro y su hígado en su boca, pero aún así se animó a separar los párpados. Su corazón se llenó de desconcierto, de pasión. Aguantó la respiración y abrió los ojos.

Los edificios se habían transformado en una infinidad de miles de tonalidades negras, la tierra y los árboles habían dado lugar a familias completas de nubes. Parpadeó y asomó la cabeza detrás de una de las alas negras, grandes, que habían salido en la espalda de Érebo.

A cientos de kilómetros bajo ellos, la ciudad brillaba en su inmensidad. Los puntos rojos, amarillos y blancos, las carreteras largas y llenas de luminosidad. Un mareo tomó posesión de sus labios y le hizo ocultar el rostro de nuevo contra las grandes plumas que cosquilleaban su nariz. Estornudó, su nariz helada y húmeda.

—Ah, perdóname, pequeña Gorse. —Con un chasquido de dedos, la capa se separó de sus hombros y envolvió a Wilkie con su infinidad. Más que un trozo de tela, la niña percibió la vida en cada centímetro de superficie igual al de los latidos de un corazón sano.

Volaron durante horas, de eso estaba segura, aunque no abrió los ojos ni se movió un instante. La tela le brindaba calor, pero no el suficiente valor para enfrentarse a lo que fuera estuviera sucediendo. Érebo tampoco le forzó, como era tan amable y dispuesto a que ella explorara en su soledad.

La respiración se le cortó cuando empezó a moverse sobre su piel, la capa ajustándose a cada uno de sus esquinas y dimensiones, un cinto de cuero ajustó su cintura. Un trozo se separó para sujetar la larga cabellera en una trenza, mientras que las estrellas se adhirieron a la tela. Escorpio, en su inmensidad, se estampó a su espalda.

Justo al acabar, antes de empezar a acostumbrarse a la belleza del cielo, el descenso vino en la forma de una rápida caída. Su grito volvió a llenar el espacio, mas la capa la mantuvo en su sitio y, desde que inició, de verdad sintió seguridad.

La caída contra el suelo fue suave, controlada, los pies de Érebo tocaron la tierra sin problemas y las manos de la niña, agarrotadas por el frío, lograron liberarse de la cota de malla. Con extrema precaución, la dejó en medio del campo sin flores ni árboles. La luna era más grande de lo que nunca había visto, ni siquiera su brillo podía ocultarse por el poder de los dioses.

—¿Dónde nos encontramos? —Preguntó cuando su lengua logró despegarse del paladar y sus piernas, temblorosas, lograron sostenerla de manera erguida.

—Un campo. Igual a todos los otros campos. —Apartó la mirada antes de iniciar su camino.

Dudó al principio, pero Wilkie decidió también seguirle. Pronto, el aire fresco y el ejercicio empezaron a aliviar sus dudas. Sus ojos, acostumbrados a los paisajes del estacionamiento, detallaban las diferencias entre cada espiga, la textura negra del barro que pisaban sus pies y el ruido, casi canto, de los animales de la noche.

No le importaba donde fueran, sólo quería caminar y hacer ejercicio, respirar aire verdadero. Se daba cuenta de que lo había extrañado, el mirar de las colinas y la tranquilidad de un paisaje sin la mínima presencia de seres vivos.

Una serpiente atravesó la zona de su forma, siseando, pero sin mostrarse aterrada por el repentino salto que la niña dio.

—No entiendo por qué te asustas. No puedes interactuar con ningún ser vivo de esa forma. —Pese a su regaño, Érebo se inclinó sobre el cuerpo y alzó la pequeña forma—. No llegaremos a tiempo con tantas interrupciones.

—Pues debimos aterrizar más cerca del destino. —Refunfuñó, agotada para comentar la inmensidad de tamaño que había adquirido el dios. Cada paso suyo era de gigante, cada centímetro nuevo parecía colocar la luna más y más cerca a ella, único en medio de la belleza de la noche.

Sin decir nada más el resto del camino, se reanudó la marcha hasta que el paisaje cambió en una enorme colina coronada por una cabaña de cuento, destruida y con una chimenea de la que sólo salían los restos de recuerdos apagados.

Entre su pulgar e índice derecho, la niña fue depositada en el sitio más alto del lugar. Miró hacia arriba, los ojos de Érebo como dos planetas ardientes mientras se inclinaba sobre la colina para sentarse sin destruir o causar catástrofes. La capa ahora era el mismísimo cielo, mientras que la cota de malla y los pantalones negros habían sido sustituidos por una toga de medio lado, también negra. Sus botas eran sandalias contra su piel gris como el mármol.

Un escalofrío llenó a Wilkie cuando alcanzó los últimos centímetros de gigante y, así como creció, apareció el primer rayo de luz en el horizonte.

Una explosión silenciosa siguió el transformar de Érebo. La estatua se destruyó sobre sí misma en oleadas de mariposas negras, de manchas y patrones marrones con tonalidades más oscuras en los bordes de las alas. Millones, cientos, que se precipitaron en todas direcciones por la llamada del nuevo día.

Sólo una, deslizándose en el aire como si fuera un aeroplano, fue hasta Wilkie. En medio de los colores naranjas del amanecer, fue ella, pequeña e insignificante, quien se posó en uno de los hombros infantiles.

—Así que esto te vuelves a la luz —dijo con una risa llena de dulzuras, antes de tomar a la mariposa entre sus manos y llevarla a la zona oscura debajo de su capa.

Ante sus ojos, el campo se volvió un derrame de acuarelas con un mensaje de esperanza al alma perdida.

No puedo creer que ya sea el capítulo trece. ¡Muchas gracias por el constante apoyo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top