X.

—¿Qué peli vamos a ver?

—La favorita de Milton.

—Oh, vaya, ¿mañana de verdad lo mandan a casa?

—Sí, mañana es tiempo de bye-bye.

Wilkie abrió los ojos cuando las voces se callaron y las primeras notas de la películas resonaron por la sala. Sin tener que ver a los alrededores, sabía que allí se encontraban los chicos del piso. Eran pocos en comparación a la cantidad de enfermeros, doctores y familiares que se encontraban en esa ala del hospital.

Sin embargo, la tragedia tiende a mover a la humanidad más que los grandes milagros. En muerte, en destrucción, se encontraba el impulso de los hombres. Los más enormes esfuerzos se llevaban a construir en el terreno derruido, las plantas más verdes crecían en los cementerios recién hechos.

—Milton, ¿qué es lo primero que harás al llegar a casa?

En el azulado reflejo del proyector, a la izquierda, el cuerpo del niño se veía más grande de lo que era. Milton se encontraba cubierto por varias capas de sábanas y de cobijas, su pecho subía y bajaba con rapidez. En la superficie de su cabeza se veía el brillo de la pantalla, el cuerpo más parecido a un esqueleto que al de un niño. Sus ojos estaban cerrados, pero se notaba su atención en los diálogos de la pantalla por los murmullos de sus labios.

—Piensa saludar a su querido gato Atanasio, por supuesto. —Una mano de color cobre sostenía los dedos delgados del niño—. Es una lástima que no dejen a las compañías más puras en este sitio. Los gatos son animales mágicos, ayudaría mucho a estas criaturas entre la muerte y a la vida. ¿No lo sabías, querida dama?

Los brillos del oro en sus brazaletes eran estrellas en la noche de su rostro de chacal.

—Buenas noches, Anubis.

—Buenas noches, Wilkie. —Los rasgos caninos tenían algo de humano. Pese al ser el dios de la momificación, en su rostro se veía nada más que la amabilidad de un can. Su voz era suave como las telas egipcias, su tranquilidad similar a las aguas del Nilo en su momento más alto—. Veo que nuestro querido amigo no nos acompaña hoy.

Milton tosió, silbidos escapaban de entre sus labios.

—Le gusta andar por allí y contarme las cosas que ve. Creo que se enamoró de una planta, también, aunque no estoy segura.

—Ah, la libertad de la juventud. —Sus dedos se deslizaron hasta el cetro junto a su silla. Con un toque, la respiración de Milton dejó de sonar como un auto a alta velocidad—. Para mí siempre hay mucho trabajo aquí. Una lástima, pero también un alivio. Pronto fluirán de vuelta al ciclo de Ra y nuevos amaneceres llenarán sus rostros.

Wilkie sonrió.

—Hablas gracioso.

—El español es un lenguaje maravilloso para expresar todo lo que deseo decir. —Repartía ahora caricias en el rostro inconsciente del pequeño. Bajó sus orejas de animal—. Tres primaveras apenas, el más joven que me ha tocado este mes. Este corazón será más ligero que la pluma de la paloma más pura.

Su voz contenía el eco de las viejas cámaras mortuorias, el llanto de los amigos y de los amantes antes de cerrar las puertas para el fallecido.

—¿De verdad necesita pasar por todo el ritual, Anubis? Es muy pequeño, podría asustarse y perderse.

—Sí, pero no has de preocuparte, querida niña. Entre mis manos encontrará el camino al descanso y al renacimiento. —Sus dedos largos y elegantes se movían sobre el rostro del niño, a cada nuevo gesto logrando que Milton luciera menos enfermo, menos muerto—. Aún debo cumplir su deseo, así que deberá sufrir un poco más. Sólo un poco más, mi pequeño Milton. En otra vida serás un rey, un príncipe o, quizás, un buen hombre, que de esos quedan muy pocos.

Wilkie volvió los ojos a la gran pantalla, confusa sobre los sentimientos dentro de ella. Iguales a un remolino, la sensación de las sombras podía ser peligrosa con semejante tristeza sobre sus hombros. Entre los niños había otros como Érebo, reyes de la muerte, listos a consolar los miedos de los más jóvenes en el puente de la desolación y la miseria.

Contempló su interior, la sonrisa de Milton de los últimos días agregándose a los detalles a dibujar para solo quedarse con lo mejor. Ningún recuerdo malo, ningún momento de tristeza extra para ella.

—Wilkie, Wilkie.

Parpadeó, la pantalla llena de colores y una canción demasiado alegre para como se sentía. Con gran dificultad, giró la cabeza a la silla de ruedas junto a su cama. La cabellera tan rubia que parecía blanca en esa oscuridad le dio una idea de quien era.

—Aldous, ¿qué sucede? Estoy viendo la película. —No hizo el mínimo esfuerzo por ocultar el fastidio de sus pensamientos interrumpidos. Menos cuando era el niño que siempre le había quitado sus juguetes cuando aún iba a la sala común. La idea de que había entrado en remisión le enfurecía.

—¿Por qué luces como una pirata? ¿Juegas a los disfraces? —Wilkie chasqueó la lengua, tocándose de forma automática el parche en su ojo izquierdo—. ¿Puedo jugar también?

—No es un juego. Tengo un trozo de luna sobre mi ojo y no puedo ver. El parche es para obligar a mi ojo a buscar la luz del sol.

—Ooooh. —Su boca abierta le dio la idea a Wilkie de dibujarlo comiendo una mosca—. Que envidia, Wilkie. Debe ser cool ver la luna.

—Lo es, ahora silencio. —Volvió a sentarse en su asiento, su lado izquierdo impidiéndole acomodarse de la manera ideal. Además, ya no veía a Anubis por ningún lado.

Aburrimiento fue la siguiente fase, su mirada viajando de la pantalla a la cama de Milton. La habitación ya no tenía ese ambiente de presión, la ligereza aterrándole más que cualquiera de los trucos de Érebo. Sin embargo, hablar con alguno de los otros estaba por completo fuera de cualquier consideración.

Lo único que faltaba es que alguien más le calificara de loca. Un par de medicinas más a su eterna lista. Suspiró. 

Las luces despertaron a Wilkie, así como el silencio de las conversaciones y los pasos de las enfermeras. La película llevaba tiempo finalizada.

—Vaya, vaya. La Bella Durmiente despertó de su encantamiento.

—¡Sassyo! —De inmediato, todo el sueño escapó del cuerpo de Wilkie y una sonrisa iluminó la amargura de los presentes.

Su enfermero favorito, Sassyo, se inclinaba sobre su cama. Aunque no había nada especial en sus rasgos, la bonita forma de sus ojos era aumentada por las gafas. Su cuerpo era delgado, fuerte y cubierto con el pulcro blanco uniforme. Su piel centrina poseía algunas marcas de belleza en su cuello.

—Es hora de chequear los signos vitales, pequeña. Además, tengo algunas cosas qué contarte.

Igual que un secreto, poco a poco fue soltando los datos de una chica que había conocido cerca de allí, a la salida de su turno. Por supuesto, no podía pedirle mayores detalles antes de poder llegar a su habitación, no quería que se le olvidara nada. Y, sin Érebo allí, no tenía sentido contar una historia para su colección.

—Debo pintarlo, Sassyo, así que me cuentas luego, cuando lleguemos a la habitación.

El hombre asintió sin dejar de empujar la camilla en dirección a la habitación de exámenes. A veces prefería llevarlos allí, en especial cuando las cuestiones con la familia podían afectar a la estabilidad mental de los pacientes. Sacarlos de su zona de confort era lo mejor para ellos.

—Creo que la amo. —Confesó.

El eco de la historia movió algunos engranajes en la cabeza de Wilkie. Sus ojos brillaron, sus labios se estiraron en una sonrisa que imitaba la cordialidad. Parecía algo más contenta, con una ligera animosidad de una mezcla entre esperanza y tranquilidad.

—Me gusta escuchar las historias de las demás personas, Sassyo. Me relaja. —Su voz era más como un silbido mientras la aguja de la jeringa penetraba su piel.

El ligero escozor alrededor de la herida, así como el pinchazo, eran viejos amigos de su día a día. La niña disfrutaba ver la manera en la que la piel se levantaba por la presencia del metal; la presión de la sangre al ser extraída llenándole más de curiosidad que de miedo. Ya no tenía ese instinto de intentar arrancar la aguja. Había tanto aún por saber, tanto por lo cual preguntar y para darles respuestas. Suspiró, dejándose caer en la almohada.

La herida fue cubierta con la mezcla de un trozo de algodón y una curita de Bob Esponja. Wilkie era resistente a la sensación de escozor que le daba la idea de quitar cualquier impedimento para rascarse la piel.

—¿En qué piensas, pequeña exploradora? —Los mililitros de sangre ocupaban uno de los tubos, junto a las tantas muestras del día. Con el marcador, el enfermero señaló algunas marcas adicionales en una letra tan diminuta y pulcra que la niña no pudo evitar preguntarse qué dirían.

—En la sangre que me sacaste.

—Ay, ya sabes cómo es Coke. —Profesional, envolvió los restos del instrumental utilizado en restos de gasa y los guardó junto a los guantes en una bolsa de material tóxico, pronto arrojados en uno de los envases para ello—. Tiene que ver el conteo de tus linfocitos de manera casi diaria. Además, el hierro está muy bajo, así que quizás también vuelvan a cambiar la dieta.

—¿Coke? —Siguió el recorrido del hombre al lavadero, así como su ritual de limpieza. Se echó agua en el rostro, secándose después con unas toallas para desechar. El blanco de su uniforme seguía igual de impoluto cuando volvió junto a Wilkie para verificar signos vitales.

—El interno, el doctor Kellerman. —Corazón, presión arterial, visión, todos esos detalles pronto fueron anotados en una de las hojas extras a la gran historia de la niña—, cuando llegó el primer día para el tour hospitalario tenía una camisa roja y pantalones plateados, además había empezado con su moda de pasarse una raya por el cabello.

Wilkie contuvo la risa mientras la paleta en su boca permitía a Sassyo verificar sus papilas gustativas. A su edad se sentía orgullosa de tener sus amígdalas. A la mayoría de sus amigos se las habían retirado.

—Bueno, entonces llega a la zona con todos esos nuevos y, aparte, es un hombre bajito con un vozarrón. En cuanto el jefe de pediatría lo vio, dijo que le provocaba una Coca cola y si era tan buen médico como escogiendo ropa, quizás tuviera más futuro en la industria de la publicidad que en la medicina.

—Auch.

—Sí, pero ya se quedó así. —Los ojos miel de Sassyo la miraron un instante, antes de encoger los hombros y suspirar—. Será un gran especialista cuando se decida en su carrera. Le encantan los niños, pero no es sencillo tratar con ustedes todo el día.

—¿Somos malos? —Wilkie se acomodó los cabellos atrapados tras el parche—. Me gusta el doctor Kellerman.

—No es eso. Ustedes son geniales. —El enfermero rascó su barbilla con el borrador de su lápiz. Tamborileó en la tablilla y miró a Wilkie de nuevo, antes de negar—. Es un hombre muy sensible, es todo.

Si se acordaba, quizás le preguntaría mañana por la sombra de algo oscuro en su rostro. No era tampoco muy sano preguntar sin control, luego podrían arruinarse algunas de las sorpresas de la vida. Aparte, algo en su pecho le decía que estaba ante una de esas «situaciones adultas» que no lograba entender nunca por completo.

—¿Cómo decidiste ser un enfermero?

Sassyo sonrió, dejando la historia a un lado mientras se ponía en pie.

—Quería ayudar a las personas, igual que todos los enfermeros aquí. Esa era nuestra máxima aspiración y nos sentimos felices todos los días. —Volvió a caminar alrededor de ella, la camisa siendo empujada sin problemas afuera, al pasillo, en dirección a su habitación.

El recorrido era lento, como siempre. Wilkie se sentía muy feliz afuera de las cuatro paredes, le daba una ilusión de mejoría a la que no dudaba en aferrarse de cuando en cuando. La compañía del enfermero también era un extra. A veces eran canciones, otras vídeos de YouTube, algún cuento con animales, la fotografía de un meme gracioso, detalles para recordar que era una niña con un modo simple de ver la vida, con ilusiones y alegría dentro de ella.

La medicina no era lo único que necesitaba un enfermo, sino la perpetua sensación de que su sufrimiento es pasajero y, mientras se acerca ese cierre a los padecimientos, la cálida mano de alguien más conocedor de él. Alguien como Sassyo, una llama de fuego en medio de las noches más frías.

Sassyo nunca le miraba como alguien enfermo, sino que sabía acariciar el alma llena de vida que se encontraba en una carcasa a reparar.

—Yo quiero ser una investigadora.

—¡Ah, pero creí que querías ser una artista!

Wilkie frunció el ceño.

—¿¡Qué no lo sabes, Sassyo!? ¡Los investigadores son artistas! ¡Y viceversa! —Elevó la mano sana, los dedos flexionándose por cada enumeración—. Leonardo Da Vinci, HeidyLamar, AlexanderHumboldt, Anna Manzolinni...Y...No me acuerdo de más. Mi papi me los dijo con otros más. ¡Bueno, el punto es que puedes ser los dos! Mami está de acuerdo también, dice que la ciencia y el arte son hermanas, al igual que la medicina es hermana de la antropología. «No puedes entender al hombre sin aquello que lo hace funcionar, pero si sólo entiendes lo que le hace funcionar estás estudiando a un robot y no a una persona». Eso dice y mi mamá es sabia, aunque no sé qué significa.

Sassyo cubrió su boca con una mano, su sonrisa habría ofendido demasiado a la niña apasionada en su discurso como el más habilidoso de los oradores. Sus manos se habían movido, sus palabras y tonos cambiando. Se veía más sana de lo que había estado en semanas.

—Así que...—El ojo visible de Wilkie era serio—...Una artista científica o una científica artista.

—Y una valquiria.

—Suena bien. Una chica lista, creativa y que patea traseros. —Los rechinidos de las ruedas les indicaban que ya habían pasado la zona más nueva del hospital y alcanzaban las habitaciones—. Le diré a tu madre que eres una futura premio Nobel, pero no sabemos de qué aún.

La niña asintió.

—Ella no estará allí, tendrás que esperar a mañana en la noche. —Bajó la cabeza y agregó tras una pausa—. Está fumando abajo.

—No parece gustarte mucho. —La niña negó con energía—. Pensé que estaba terminando su tesis en las noches, en alguno de los café cercanos. Su fecha de entrega es en dos meses, ¿no?

—No...Hace como un mes que no escribe nada en su laptop. Y el señor Coetze ya no visita. —Leyó la duda en la cara de Sassyo—. Mi profesor en el colegio, tiene una carrera en algo de educación especial o algo. Mamá dice que era su consultor y ya no se hablan, aunque sé que llama. A veces reviso su teléfono y veo sus llamadas perdidas.

Sassyo suspiró.

—No deberías hacer eso, Wilkie. Son las cosas de tu madre. —La niña infló las mejillas—. Además, tu madre es una mujer super lista, eh. ¡Un doctorado! Seguro sólo necesitaba una pausa, ya sabes que no es fácil para ella.

—Lo sé...

Se detuvieron justo frente a la habitación, la sombra de Bonnie y de Ringo estaba definida en el vidrio.

—Oh, tu tío Bonnie se quedó hasta tarde hoy. ¿Está su novio por allí?

—Eres un chismoso, Sassyo. —El enfermero rio.

—Perdona a un hombre por querer mantenerse entretenido. Es una lenta noche.

Sin embargo, Wilkie sonrió ya que incluso Érebo, siempre junto a ella, parecía risueño por los próximos acontecimientos.

Coke: Nombre común de la Coca cola en inglés. 

Este país es una mezcla de muchísimas culturas, así que utilizarán a veces expresiones así. Todos hablan español, ok?

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