Segunda parte XVII.

—Pin y yo arreglaremos después. —El colchón se hundió por el peso del nuevo cuerpo—. Primero, tú y yo debemos hablar.

Tras una pausa, la conversación se llenó con el silencio de las palabras que se callan para no herir a quienes odian la verdad, para evitar alejar a quienes deberían aceptar con defectos. En la penumbra que resaltaba los cabellos blancos de su pareja, como un pez de las profundidades del mar donde la vida no parecía posible. La propia oscuridad en la piel de Bonnie lo hacía sentirse más seguro. Allí no cabían las miradas, solo la sinceridad.

Sin abrir los ojos, Érebo escuchaba mejor los gritos de sus almas que aquello a reflejar en sus rostros. Y el pecho de Bonnie quería estallar en una nube de confusiones, de viejos miedos.

—Cuando empezamos a salir, ¿qué pensabas? —Entre patadas, los trapos cayeron al piso. Sin amedrentarse, una pequeña llama siguió al chasquido de un encendedor. El aroma a cigarrillo se mezcló con las toses apenas frías del aire acondicionado, así como el sudor de una persona con tres días sin lavarse a profundidad.

Ante el reflejo del cigarrillo consumiéndose, los iris de Serpiente eran más rojos. La sala pronto pareció más estrecha, los pulmones de ambos llenándose de humo a medida que pasaban los segundos.

Bonnie no tardó en agitar las manos a su alrededor, su pecho apretándose en toses difíciles de controlar.

— ¿Antes o después de que perdieras tu dedo? —Llevó uno de sus brazos a su rostro, la garganta seca. Se empezaba a marear, pero sabía bien lo que su pareja estaba haciendo—. Joder, apaga eso. Vas a prender en fuego este lugar. Ten algo de sentido de preservación.

Serpiente soltó un bufido.

—Perder...

—Sí, esos tíos te lo cortaron. Pero, ¿recuerdas que te lo advertí? —Otra tos—. Te dije que no fueras a esa cita, que el tipo ese no era gay, sino uno de ellos.

—No me iba a arriesgar, Bonnie. Ese chico me pidió ayudar para sus cosas del campus, para tener el valor de salir del closet. —Aunque no podían ver más allá del contorno de su rostro, percibía una cierta dureza en su aura—. Lo mismo hice por ti, por otros. La comunidad debe siempre mantenerse al lado de la comunidad.

Bonnie se masajeó el rostro, agradeciendo en parte estar tan cerca del aire artificial. Su estómago seguía hundiéndose y ya empezaba a ver los colores tras sus párpados.

—¿La comunidad también requiere que te comportes como un niño? Porque si es así, sería mejor que también desapareciera. —La cama se movió apenas entre los gruñidos del colchón—. Antes o después, me gustabas igual. Quizás más después, cuando empezaste a salir más de tu interior y te alejaste de los extremistas.

—No estás hablando en serio. Esos extremos fueron los que llamaron a seguridad del campus. De no ser por ellos, habría podido perder la mano o peor. —El calor de su cuerpo se alejó de su novio, sus movimientos silenciosos en medio de la penumbra y los objetos tirados en el suelo—. Si esta va a ser la conversación, preferiría que nos viéramos en unos días más. Debo dormir un poco más, tengo trabajo.

—No fueron ellos los que llamaron al campus. —Su voz era afilada como un cuchillo—. Fue Ringo.

—¿Qué? —La figura estaba agazapada en la postura de llevar una mano al escritorio, los cigarrillos en la mano.

—Ya oíste. —Una pausa, un suspiro—. Ringo llamó. Esperó que los otros se distrajeran mientras arrojaban tu dedo a la basura y llamó a la seguridad del campus. Por eso lo dejaron trasladarse a otra universidad.

—Te lo estás inventando para que me sienta mal por tu hermano.

—Si no te sientes mal porque haya tenido un accidente y su hija se está muriendo, créeme que no puedo hacer nada por ti. —Agregó—. No miento. Tu relación con mi hermano me vale poco, lo único que deseo es una mínima tolerancia alrededor de Wilkie.

—¿¡Ves!? ¡Hasta tú admites que se está muriendo!

Mientras hablaba, se alejó de la cama para dirigirse a la zona donde se encontraba la puerta. Tropezó con el bolso que había dejado caer, el contenido bien seguro, pero logró apegarse a la pared antes de terminar con el rostro de otro color. Soltó una maldición al sentir dolor en la mano derecha.

—¿Y qué quieres? ¿Un premio? —resopló, aguantando una arcada que lo hizo inclinarse sobre sus rodillas—. ¡Ayúdame aquí, joder! ¡No puedo ver nada!

Con esa exclamación, se escuchó un click en la sala y las paredes se iluminaron con un tinte naranja. Bonnie parpadeó, su cuerpo girando rápido para verificar su alrededor.

En el escritorio, la lámpara alcanzaba a apartar solo los faldones de Érebo. Sus garras se marcaban entre las cobijas de la cama, los zapatos y objetos en el piso, así como los rincones detrás de los cuadernos, los instrumentos de arte. Desde allí, podía distinguir varios hilillos de los cuales colgaban imágenes polaroid, pocas de las muchas que Serpiente debía estudiar para entender los fenómenos de una luz que podía matarlo.

El hombre albino, de pie en medio de la habitación, permanecía desnudo y la serpiente que rodeaba su cuello, que cubría todo su torso en tinta negra, parecía juzgarlo. El cigarrillo yacía apagado en un cenicero desbordante. Su mirada inquisitiva intentaba arrancarlo secretos durante años guardados. Sin embargo, en vez de preguntarlos directamente, se acercó a él para tomar el bolso a sus pies.

—Déjame vestirme para que puedas abrir la puerta, pero puedes contarme.

Bonnie suspiró, apartando su rostro para observar las rendijas cubiertas de la puerta para que ni la más mínima luz penetrara en ese reino de sombras. Lo único en la tierra parecido a ese sitio era, sin lugar a dudas, un ataúd.

—Cuando nos empezamos a ver en los bares de la zona, Ringo creyó que era su deber de hermano mayor curarme de la enfermedad. —Ambos sonrieron al escuchar la lógica—. Por supuesto, pronto empezó a ser absorbido por los extremos. Encontró explicaciones a situaciones diarias, a comportarse como ellos. Fue un cambio terrible.

—¿Allí decidiste dejar tu casa? —Dándole la espalda, empezaba su ritual de vestimenta. Primero un enterizo que cubría buena parte de su piel, una camisa larga, pantalones largos, la chaqueta, guantes, protector solar y lentes de sol. La combinación de capucha y gorra se la colocaría cuando salieran.

—Sí, me mudé con Ping en cuanto salí del closet y mis padres me echaron. —Los recuerdos de esos días parecían ahora mentira, las situaciones habían cambiado mucho para todos los involucrados—. Podían aguantar que sus hijos se pelearan en las tardes o que fumaran droga en el sótano, pero la homosexualidad era un gran no.

—Luego nos conocimos fuera de las peleas tontas por el territorio de quien compraba donde o fumaba con quien...

—Sí, ¿qué fue lo que me dijiste? Fue algo...

—«Tienes un buen gancho izquierdo».

—... Ridículo, sí. Todavía no puedo creer que hayas dicho eso para ligar. La boca todavía te sangraba y balbuceaste una frase así. —Había cerrado los ojos al volver a sentarse en la cama. El mareo se había profundizado.

El suave susurro de un cierre dio por finalizada esa parte de la discusión. Los pasos de Serpiente crujieron por la basura a sus pies, antes de que el quejido de los goznes de la puerta resonaran. El fresco aire del exterior golpeó el rostro de ambos.

Con cuidado, Serpiente pasó un brazo bajo sus axilas y lo alzó. Bonnie no pudo evitar apegar la mejilla más próxima a su hombro. Entre pasos cortos, se dirigieron al pasillo.

—¿Desayunaste? —Su voz sonaba lejana tras el cuello del suéter, subido para protegerse la barbilla y labios.

—Sí, desayuné, almorcé y tomé mi merienda. Es el calor.

—Lo siento.

—No, también es mi culpa. —Aspiró con fuerzas en el mismo momento en que las luces golpearon sus párpados. Con cuidado de no perder el equilibrio, se alejó apenas unos centímetros del cuerpo de su pareja. En esa distancia, ambos podían ver los defectos del rostro de cada uno, las marcas de colores en los iris ajenos—. Ping dijo algo en lo que tenía mucha razón, ¿sabes? Tengo mucho miedo, Serpiente. De perderte a ti, de perder a Wilkie, de perder a mi familia. A veces ya no sé que...

Con cuidado de no lastimar sus labios, el hombre albino bajó la tela protectora y se inclinó a callar la voz a punto de romperse con su boca. Un toque apenas para considerarse contacto, un roce entre las únicas pieles que no le daba miedo asomar en esos momentos.

Los pulgares cubiertos de cuero no tardaron en humedecerse por las lágrimas ajenas.

—Estoy aquí, Bonifacio. Aunque a veces me vaya corriendo y necesite espacio. Estoy aquí para ti. Puedes confiar en mí. —Posó las manos en sus hombros—. Eres la única persona con la que puedo ser vulnerable, así que no temas serlo conmigo... Por favor.

Bonnie asintió, una sonrisa llena de melancolías y mares salados siendo la única respuesta que pudo formular. Su cuerpo se acercó al otro, sus brazos rodeándolo con un cuidado que a veces no sabía formular en acciones. Callado, Serpiente aceptó el temblor en la sombra que era Bonnie, en la humedad en uno de sus hombros y los ligeros gemidos llenos de dolor en su oído.

—Le dije que te amaba, ¿sabes? A Ringo. —El calor del ambiente alcanzó las mejillas de Serpiente, su agarre estrechándose de forma imperceptible—. Y si perdías tu chispa, contaría a los amigos de mi hermano sobre mi homosexualidad, que me hicieran lo que a los demás, ya que estaba tan enfermo como ellos.

Ante estas palabras, Serpiente alejó a Bonnie de un suave empujón y giró sobre tus talones para darle la espalda. Con dos dedos subió el cuello de la camisa otra vez sobre su boca, incluso sobre su nariz. El calor de sus mejillas no había desaparecido.

—No debiste ponerte en peligro por mí —masculló, sus labios apretados en una mueca—. No lo vuelvas a hacer. Me puedo cuidar.

Dio un paso adentro de su refugio, de repente sintiéndose lleno de pavor por volver a tener que entrar allí, solo. Apretó los labios para no dejar salir las palabras que deseaba.

—Serpiente. —Se apartó antes de que la mano de su novio rozara su espalda.

—Vete, Bonifacio. Ya veré si visito a Wilkie o no. —Tragó—. Déjame recoger y me llevas a casa, ¿sí?

—Sí.

Aunque no lo miraba, podía escuchar su sonrisa llena de alivio y eso, por el momento, bastaba a Serpiente.

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