Epílogo

Al elevar la mirada a las copas de los árboles sin flores, Serpiente cayó en cuenta que era la quinta primavera los gritos entusiasmados de su pequeña artista. Como cada año en esas fechas, se preguntaba si lo último que sus oídos escucharon fueron las discusiones entre las personas que más quería.

«¿Contribuiría a su muerte?», era el pensamiento con el que coqueteaba muchos días, cuando las sombras parecían moverse y ojos en la penumbra seguían el movimiento de su cuerpo en la cama. A diferencia de los demás, no había llegado a tiempo para decirla lo mucho que la quería. Pero el arrepentimiento, así como las oportunidades, solían desvanecerse a medida que la primavera pasaba y se transformaba en las épocas donde podía salir sin quemarse.

Sin embargo, a veces podía leer la acusación en los ojos de Ringo. O leerlo entre líneas en los correos de Amelia. Acusaciones a veces sutiles, a veces contundentes. Era difícil apartar la realidad de la fantasía cuando sus propios sentimientos movían los hilos de la realidad.

A su espalda, el crujido de las hierbas reveló la llegada de uno de sus supervisores. Suspiró, girándose con la expresión controlada de la máscara de normalidad. Cuando pensaba bien el proceso de los últimos años de su vida, no podía evitar pensar en la ironía de su nueva oportunidad de traer alegría.

—Serpiente, hola. ¿Cómo estás? —El rostro lleno de cansancio de Sassyo parecía brillar bajo la luz de los edificios. Su mano al ser estrechada era firme, músculos de trabajo cargando y empujando a pacientes en sus camillas. Sus pantalones negros, iguales a los del turno nocturno, tenían pequeños leones a medio dibujar, a juego con la camisa de enfermería llena de patas de gato.

—Estoy bien. ¿Y tú?

—Bien, bien. Hoy tengo un niño nuevo. Casi no me asignan. —Serpiente quiso comentar que su rostro con gafas parecía infantil, quizás incluso bobalicón, pero Bonnie insistía en la educación ante los miembros del servicio médico.

—Felicidades, supongo —tosió, su atención desviándose de nuevo a los árboles a punto de estallar en millones de flores nuevas—. La primavera está a punto de llegar de nuevo, así que me gustaría que los niños hicieran dibujos relacionados. Hice un ejemplo, así que me gustaría que lo apruebes antes de ir.

Sassyo rió, seguro recordando las primeras sesiones del taller de arte nocturno y las quejas múltiples de los padres por la clase de dibujos que Serpiente mostraba. Ahora, casi tres años después, lo único que quedaban eran alabanzas al esfuerzo de tres noches a la semana.

—Por cierto, quería agradecerte en nombre de todos por los talleres. —Sassyo se acercó al hombre para ayudarlo a abrir la carpeta de gran tamaño con las muestras de ese día—. También los del turno mañanero te agradecen por conseguirles profesor. Muchos no saben tratar con niños...

Serpiente captó el instante en que la voz del hombre se cortó. Suspiró, rascándose el cabello.

—Si es demasiado...

—No, no. Es perfecto.

—No lo es, pero vale.

—Es hermoso.

El artista no tenía que ver el dibujo, se conformaba por el brillo en la mirada contraria y en la suave, triste sonrisa que se formó en sus labios. Tantas horas había pasado en él, tanto tiempo imaginándolo una y otra vez cuando trabajaba en otros encargos, los colores acosándole y el deseo de pintar haciéndole cosquilleos en las manos.

—¿Crees que... A Wilkie le habría gustado? —Apartó el rostro antes de que Sassyo pudiera captar algo más que indiferencia en sus rasgos. Trabajo de media década y aún así no se encontraba cómodo en mostrarse tal cual era.

—Estoy seguro que lo habría amado. No sabía que podías hacer acuarelas tan bien.

—Es lo único que me sale bien con esta niña. —Saludó con su mano desfigurada.

Serpiente rezaba que así lo fuera. Que disfrutara la técnica al hacer los pétalos de las flores de gorse, el método para imitar el efecto del viento y del sol entre las ramas del árbol y las hierbas del piso, también los juegos de sombras en la composición general. El color rosa, por supuesto, en el vestido de la figura infantil y el castaño de sus cabellos del tono exacto a sus recuerdos.

Sassyo se apartó los anteojos para limpiarlos en su camisa, las gotas en su rostro pronto recibieron el mismo tratamiento.

—¿Cómo están los señores Montoya?

—El señor Montoya está bien, a veces va a la fundación de arte a ayudar a los chicos de nivel universitario. Ya sabes, para becas y trabajos. —Encogió los hombros—. Es un padre para todos ellos, así que no mencionamos su pasado ni el mío. Ya vienen de familias lo suficiente malas.

Con extremo cuidado de no ser brusco, devolvió el dibujo a la carpeta. El estómago se le revolvió al notar una sombra distinta en el tronco, junto a la figura de Wilkie. Tragó porque no recordaba esos trazos ni las líneas de una capa negra.

—Quizás visite alguna vez.

—Vale. —Serpiente no apartó los ojos de la carpeta, su corazón acelerándose al pensar que quizás no esperó a que la pintura se secara bien—. En cuanto a la señora García... Bueno, vive en Chile ahora. Da clases en una universidad de La Serena. Las flores del dibujo se inspiran en unas fotos que me envió del desierto florido.

—Ah, ellos...

—Sí, pero están mejor. Bonnie y yo seguimos en contacto con ambos. —La brisa desordenó los cabellos de ambos. En la punta más alta de la planta, el primer botón de flor se abrió en un nacimiento silencioso—. ¿Tú cómo estás?

—Ya estoy mejor. Wilkie era una niña maravillosa. Es difícil pasar cada primavera sin ella. Quería ir a playa, ¿sabes? Cuando se recuperara. A veces me gusta ir a ver el amanecer o pasear por la orilla, solo para disfrutar la felicidad que ella habría sentido.

—No entiendo que tiene la gente con la playa. —Al mismo tiempo, Serpiente miró a su interlocutor de reojo. Un escalofrío atenazó su espalda al notar un brillo naranja, igual a la lava, en sus ojos. ¿No eran marrones? Y esa cara que siempre parecía familiar, pero que nunca recordaba donde la había visto...

Se irguió en su lugar al caer en ello, el recuerdo de la última noche de Wilkie instalándose en su cerebro. Bonnie y él llegaron a la habitación, se turnaron para besar la frente de la niña y, tras un impulso, recordaba haber dejado el dibujo de ese dios de la oscuridad que no lo dejaba en paz.

La mano en su hombro lo hizo saltar en su lugar, alejándose un par de pasos de Sassyo. En los rasgos del hombre se instaló un aire de poder y de elegancia. Sus lentes yacían cerrados en el bolsillo de su camisa.

—¿Estás bien, Serpiente? —Una sonrisa de lado y los cabellos echados hacia atrás. Era y no era la misma persona. Sentía el corazón latir en sus oídos.

—Sí... Tomaré un poco más de aire y entro.

El enfermo asintió, giró sobre sus talones y se puso en camino. Sin embargo, antes de alejarse más de cinco metros, se detuvo y volvió su atención a Serpiente.

—Sé que no debería pero, ¿podría venderme la pintura de ejemplo? Es preciosa.

—Es tuya sin costo adicional si me contestas algo. —Con cuidado de no arruinar los dibujos de la carpeta, se limpió las manos sudorosas en la chaqueta—. Cuando visité a Wilkie la primera vez, una enfermera tenía un tatuaje parecido al tuyo. Así que, ¿todos los enfermeros llevan ese tatuaje en la mano?

Sassyo sonrió.

—Demuestra quienes tratamos con casos que morirán. —Puso un dedo contra sus labios—. Pero que sea nuestro secreto, ¿sí? Los niños luchan con la energía de mil adultos y, en mi experiencia, la ilusión debe mantenerse hasta el final. En especial, en el turno de la noche, donde las plegarias son sinceras y los deseos pueden volverse realidad.

—...¿Por eso quieres el dibujo?

Los pasos del enfermero se reanudaron y la respuesta llegó a los oídos del artista por la fuerza de un viento con aroma a tierras desconocidas.

—Sí, ¿qué mejor forma de demostrar nuestra labor que con un dios guiando a un alma pura a la eternidad? Después de todo, solo tras vivir la oscuridad más profunda se puede encontrar la más brillante luz.

En las ráfagas de la primavera, el dios creyó escuchar las carcajadas de Wilkie y, por primera vez en cinco años, las penumbras se pintaron con los colores de la Esperanza. 

FIN.

Lloré un poco, lo admito.

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