Capítulo 8. P2: «Perdóname si no salto de alegría...»
Parte 2.
Salió al pasillo sintiendo que incluso le faltaba el aire. Empezó a buscar a Gabriel por las cercanías, pero parecía haber desaparecido espontáneamente.
—Quizás se ha marchado a vigilar mi habitación... —pensó en voz alta. Aunque sabía que, sus obligaciones, solo se extendían a cuando ella estaba dentro de ella o de cuando se la esperaba.
Aun así, quiso marcharse y encaminarse hacia su alcoba, pero al pasar por la parte más oscura del pasillo algo la agarró. Dagmar sintió una fuerza que la arrastraba y solo pudo reaccionar abriendo los ojos de par en par. Cuando trató de chillar, una mano se cernió sobre su boca para impedírselo.
El corazón se le disparó nuevamente y le empezaron a temblar las piernas. No podía ver a quién la tenía cautiva, pero notaba su pecho detrás de su cabeza, por lo que pudo deducir que se trataba de alguien alto, probablemente un hombre. Se sentía desesperada.
Sin que pudiese decir o hacer nada más que revolverse, Dagmar fue arrastrada nuevamente hasta lo alto de las escaleras y allí comprobó, con horror en sus ojos, que el castillo estaba siendo asaltado.
Trató de avisar al príncipe Maximiliano y al resto de asistentes, pero todo fue en vano por culpa de la música, que sonaba demasiado fuerte; un total de treinta hombres, con el rostro tapado y armados con espadas, irrumpieron en el salón de baile.
Los gritos no tardaron en llegar. Casi al mismo tiempo que entre dos capturaban al heredero y que otros dos sujetaban a la reina, amenazantes.
La orquesta dejó de tocar de inmediato y los sirvientes se escondieron debajo de las mesas. Algunas participantes trataron de huir horrorizadas, otras se quedaron heladas; Lilibeth fue una de ellas. Buscó brevemente los ojos de Maximiliano y luego se topó con los de Dagmar. En su rostro se podía ver la confusión, mas no parecía tener miedo.
—¡Que nadie se mueva! —ordenó uno de ellos. Parecía el cabecilla—, ¡Hemos venido a hacer justicia! ¡A llevarnos al heredero! —proclamó.
Dagmar trató de luchar mientras el individuo que la tenía sujeta la obligaba a bajar por las escaleras.
La princesa Dagmar era una dama de alta cuna, adinerada y alejada de los problemas mundanos. Pero jamás había oído que el pueblo estuviese descontento con la corona. Había pobreza, como en cualquier reino, pero lo cierto es que los reyes trataban de luchar contra ella a través de beneficencia y leyes dignas. Por lo que, no terminaba de entender por qué los estaban atacando.
—Por favor, si es a mí a quien buscáis, dejad que el resto se marche —pidió Maximiliano, tratando de mantener la calma.
Pero en su voz se le notaba nervioso.
—¡No vamos a aceptar! —se rehusó el cabecilla—, ¡O están con nosotros o contra nosotros!
Aquellas palabras hicieron enmudecer a todo el mundo y la confusión volvió a reinar en la sala.
—Quienes nos juren lealtad —explicó—, a nosotros y a nuestra causa, podrán vivir.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la princesa Dagmar. No podían hablar en serio... Aquella gente, se estaba preparando para una matanza.
—¿Y cuál es vuestra causa? —se aventuró a alzar la voz Lilibeth.
Dagmar casi se había olvidado de ella hasta que escuchó su voz llena de repugnancia. La bruja no iba a aceptar, estaba segura. No la conocía, pero el instinto le decía que no se dejaría doblegar.
—¡Queremos abolir la monarquía! ¡Erradicar la sangre azul! —proclamó el líder del grupo de asaltantes—. ¡Estamos hartos de que la gente menosprecie a los que tienen menos recursos!
—¿Y pensáis que esta es la mejor manera? —preguntó el príncipe Maximiliano.
Pero no hubo contesta a ello. En cambio, se ordenó, dando una última oportunidad, a que la gente se uniera a ellos.
—Si queréis uniros, subid las escaleras —pronunció—. Si preferís seguir siendo leales, quedaos a contemplar como la sangre azul baña este salón de baile.
La cabeza de Dagmar empezó a dar vueltas mientras veía como algunas participantes empezaban a dudar. No tardaron demasiado a llegar las primeras desertoras. Algunas subieron las escaleras tímidamente, mientras que otras lo hicieron corriendo. Pero a todas les llegó la mirada de odio de la princesa Dagmar, que no concebía, como podían estar traicionando a la corona y colaborando con unos terroristas.
Pero sin duda, los más sorprendidos fueron la reina Flora y su hijo. Un total de cuarenta y tres participantes se agolparon en lo alto de las escaleras.
—Y usted... ¿Qué quiere hacer? —le susurró su captor.
No fueron sus palabras, más bien la voz que escuchó, la que hizo que un escalofrío recorriese la espina dorsal de la princesa Dagmar.
¿Cómo podía haber tardado tanto en darse cuenta? El latido de su corazón, la forma de sujetarla, el tacto de sus manos... ¡Era Gabriel!
Dagmar se sorprendió y se disgustó por partes iguales. ¿Había formado parte de un plan todo aquel tiempo? Trató de recordar cada minuto pasado con su escolta y no halló sentido. Las imágenes de Gabriel sonriendo, sonrojándose y ofreciéndole su ayuda, llegaron a su mente como un rayo. No podía ser cierto.
Volvió a revolverse nerviosa y Gabriel la sujetó un poco más fuerte; no haciéndole daño, pero sí lo suficiente como para mantenerla entre sus brazos.
Fue eso lo que hizo pensar a la princesa Dagmar y comprender que él jamás le haría daño. Era una corazonada, podía equivocarse y terminar muerta, pero si no hacía nada, terminaría de la misma forma.
Dagmar respiró hondo y trató de tranquilizarse. Con los ojos cerrados, inhaló y exhaló trazando mentalmente un plan. Y fue, al relajarse el cuerpo de la princesa Dagmar, que el agarre de Gabriel, instintivamente, hizo lo mismo.
Entonces, la princesa no lo dudó; dio un mordisco en la mano que le cubría la boca y seguidamente, una coz que impactó en los genitales de su escolta.
Aquello le dio tiempo suficiente a Dagmar a girar sobre sí misma y arrebatarle a Gabriel la espada, que aún guardaba enfundada. A pesar de que Gabriel llevaba el rostro cubierto, Dagmar pudo ver como sus ojos se abrían por la sorpresa y se entrecerraban por el dolor.
Sin dejarle tiempo a reaccionar, lo empujó hacia las escaleras y corrió lejos de él, en un intento de llegar hasta Maximiliano. Pero entre lo menuda que era y lo pesada que era la espada, no logró su cometido. En cambio, un asaltante se cruzó en su camino para impedírselo, obligando a la princesa a recular. Y lo hizo hacia su derecha, donde estaba su mayor oponente.
—¡Maldita sea! ¡Actúa como la bruja que eres! —le gritó a Lilibeth, chocando su espalda con la suya.
En aquel momento, Dagmar se permitió incluir a Lilibeth en su equipo; todo fuera por la supervivencia. Y esta, pareció entenderlo rápidamente; le guardó las espaldas a la princesa mientras empezaban a rodearlas.
—¡Quitadle el arma! —ordenó el líder.
La princesa sujetaba la espada con ambas manos mientras amenazaba con atravesar a cualquiera que se le acercara. Con los enemigos formando un corrillo, la princesa llegó a pensar que no saldrían con vida.
—¡Haz algo, maldita sea! —le insistió a la bruja.
Un instante después, una luz cegadora iluminó el salón; Lilibeth Night invocaba el poder de la luz con las manos, formando una gran esfera dorada que emanaba de estas, e iba creciendo momentáneamente.
—Soltad a los rehenes —amenazó entre dientes.
Fue extraño, pero Dagmar experimentó incluso orgullo; la bruja iba a servir de algo finalmente.
Night estaba claramente haciendo un gran esfuerzo para no tratar de liberar su magia. Pero los asaltantes parecían haberse quedado sin habla.
La magia de luz era, sin duda, la más poderosa de todas las magias. Viendo la magnitud de su poder, Dagmar no podía discutir que, aquella muchacha, fuera a ser la heredera del mayor aquelarre del reino Sunrise.
—No puedo aguantarlo más. O lo libero o lo suprimo. Pero haga lo que haga, estoy agotando mi poder —le informó a la princesa.
Nadie parecía hacer nada al respecto, así que no había otra solución.
—Fríelos a todos y salva a la reina y al heredero —le respondió Dagmar.
Cuando parecía que Lilibeth estaba a punto de dejar escapar toda la energía, una voz se alzó, tomando a todos por sorpresa:
—¡Basta! —gritó la reina Flora—. ¡Es suficiente!
Contra todo pronóstico, los asaltantes dejaron las armas en el suelo, se descubrieron el rostro y liberaron al príncipe Maximiliano.
Las manos de Lilibeth volvieron a tragar la energía e intercambió un par de miradas, confusa, con Dagmar, que se sentía de la misma manera.
La princesa, sin poder evitarlo, buscó a Gabriel con la mirada y lo encontró allá donde lo había empujado; sentado en las escaleras, con el rostro acalorado y una sonrisa de satisfacción en los labios.
—A las participantes que han subido las escaleras, estáis descalificadas —sentenció la reina Flora—. Al resto, felicidades. Acabáis de superar la tercera prueba.
Todos enmudecieron. ¿Se trataba de una prueba? ¿Era todo aquello una farsa? Los rostros relajados del príncipe Maximiliano y de la reina Flora respondieron aquellas dudas.
—La reina debe ser capaz de tomar las riendas, mostrándose como una líder fuerte y defender sus convicciones —explicó.
¡Holi!
Soy, malvada, lo sé... ❤
¿Os habéis asustado? ¿Habéis dudado de Gabriel?
¿O habéis notado enseguida que se trataba de una prueba?
Lo cierto es que ha sido tenso y divertido, a partes iguales, escribir la segunda parte del capítulo.
¿Y qué pensáis de como ha actuado Dagmar? ¿Qué habríais hecho vosotros en su lugar?
¡Os leo! ❤
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top