Capítulo 7. P2: «Los hechos pueden ser tan engañosos...»

Parte 2.

Después de esmerarse en lucir perfecta, Dagmar decidió que ya era hora de aparecer en la esperada fiesta. Al salir al pasillo, volvió a notar la ausencia de Gabriel y momentáneamente, se le encogió el corazón. Pero pronto se olvidó de este.

Mientras caminaba, se encontró, al doblar el pasillo, a dos criadas cuchicheando de espaldas. Recordó las palabras de Lady Annabelle y decidió prestarles atención.

—¿Lo hacemos a suertes? —preguntaba una.

—¡Ni hablar! —se escandalizó la otra—. La última vez ya tuve que entrar yo en su alcoba.

—¿Y si me convierte en sapo? Por favor, no me obligues a llevarle las toallas.

Dagmar entendió que las sirvientas se disputaban quién debía entrar en la habitación de Lilibeth Night. Entonces, vio la oportunidad de hacer una pequeña maldad. Se acercó a las dos mujeres y las sorprendió por atrás.

—Disculpen, no quería asustarlas —fingió afligirse—. Soy amiga de Lilibeth Night. ¿Quieren que yo misma le lleve las toallas? Ahora iba a recogerla a su habitación —se ofreció.

Las mujeres se miraron de reojo.

—No queremos importunarla... —murmuró una.

—Ni meternos en problemas —añadió la otra.

—¡No se preocupen! —les sonrió Dagmar—. Será nuestro secreto.

Antes de que pudiesen oponerse, Dagmar cogió las dos toallas que llevaban y volvió a sonreír, a la vez que les guiñaba un ojo. Luego, las invitó a marcharse y se acercó con sigilo a la puerta, pegó su oreja a esta y escuchó atentamente.

Dentro, se oían pasos y una voz femenina entonando una canción.

—Seguro que le está cantando a los demonios de la noche —se burló la princesa.

Escondió las toallas detrás de una planta que adornaba el pasillo y se asomó por la ventana en busca del instrumento perfecto.

—Servirá —se dijo a sí misma.

La princesa alargó la mano y rompió, del árbol que se alzaba desde el patio, las ramas más pequeñas y cercanas al ventanal. Miró a ambos lados del pasillo a que nadie estuviese atento y corrió a la puerta de la bruja para atrancarla. Uno a uno metió los pequeños trozos de madera natural por el cerrojo, asegurándose que esté se volviese inservible.

Ignoraba si la bruja era capaz de mover cosas, restaurar cerraduras o derribar puertas, pero, aunque así fuera, la princesa Dagmar se contentaba con retrasarla. No pudo evitar marcharse satisfecha y tarareando una de sus melodías favoritas.

Cuando llegó al salón de baile se maravilló con la decoración; las cortinas doradas y las alfombras relucían bajo los cientos de velas que se habían ubicado estratégicamente para iluminar el sitio.

Lo que no le gustó ni un pelo fue que, la mayoría de las participantes, habían escogido el color azul para vestir aquella noche.

—Hemos pensado lo mismo que la mayoría —le susurró Lady Annabelle llegando a su lado.

Parecía que esta fuera la sombra de la princesa. Allá donde iba, terminaba por encontrarla. «Aunque todas llevemos el mismo color, no todas tenemos la misma elegancia...», pensó con sorna para sus adentros.

Pero, Dagmar, se guardó su opinión y, en cambio, sonrió educadamente. Al ver al príncipe Maximiliano mirándola fijamente le pidió a su compañera que la disculpara y se marchó de su lado. Descendió las escaleras sin apartar la mirada, saboreando el poder que sentía en aquel momento.

El príncipe Maximiliano había escogido un traje de color dorado, con las costuras azules. Había peinado su cabello perfectamente hacia atrás, como todo un caballero. Junto a su madre, la reina Flora, esperaba bajo las escaleras para saludar a las participantes. Pero no podía apartar la mirada de la princesa Dagmar, que se mostraba reluciente aquella noche.

—Princesa Dagmar —la saludó. Luego, le ofreció su brazo—. Si me permite, madre... —dijo dirigiéndose a la reina Flora.

Esta, simplemente, se limitó a asentir y siguió ocupando su sitio, recibiendo a las concursantes.

La princesa Dagmar aceptó del brazo del príncipe heredero y caminó lentamente a su lado, acompañándolo, mientras el resto de las damas se morían por intercambiarse con ella.

—Hoy está muy bella, princesa Dagmar —le susurró el príncipe.

Dagmar sonrió triunfante y aleteó las pestañas.

—Usted también, príncipe —contestó, fingiendo timidez.

El príncipe la invitó a sentarse con él, a esperar al resto de las participantes, mientras se les servía una copa. Alejados brevemente del resto, la princesa Dagmar se puso de repente nerviosa.

No es que estuviesen a solas, pero obviamente, la mesa reservada para el príncipe heredero estaba alejada de la muchedumbre. Los sirvientes, solamente se acercaban si les llamabas. Para la princesa, aquel momento se volvió un tanto incómodo, aunque en el fondo sabía que era una oportunidad.

—Es curioso, princesa, que a pesar de que nos hemos visto crecer el uno al otro, no sepamos mucho de nosotros —opinó él, de repente.

La princesa Dagmar se encogió de hombros. Estaba en lo cierto. Su madre le había enseñado a ver al príncipe Maximiliano casi como un dios todopoderoso; alguien intocable, fuera de su alcance. Pero lo cierto, es que él también era un joven muchacho tratando de encauzar su destino.

—Ciertamente, príncipe. Aunque espero que esta aventura nos sirva para ello —le contestó ella.

Maximiliano ladeó la cabeza. Algo no iba bien, o eso presentía la princesa.

—¿Qué opina de este concurso? —le preguntó de repente.

Dagmar meditó una respuesta y dudó en lanzarla. El príncipe parecía demasiado atento a la opinión de esta, casi como si fuera una pregunta de examen o una de las pruebas de la reina Flora, y la puso nerviosa.

—Como ya he dicho, me lo tomo como una aventura —sonrió incómoda.

El príncipe Maximiliano dio un largo sorbo a su copa.

—Para mí es una imposición. Si le soy sincero... me parece una ridiculez. Y una muy anticuada, la verdad —murmuró con absoluta sinceridad. Sus ojos parecían tristes mientras confesaba sus sentimientos.

Dagmar jamás se planteó, lo que podía llegar a significar para el príncipe heredero, seguir con la tradición de organizar un concurso para buscar esposa. Como jamás se le había permitido cuestionar lo que significaba para ella prepararse toda la vida para aquel momento.

—Pero estamos destinados a ello —sonrió ella amargamente. Aquel detalle no pasó desapercibido para el príncipe—. El protocolo envuelve nuestras vidas, príncipe Maximiliano. Como títeres incapaces de elegir su destino, mas solo podemos endulzarlo.

Las palabras de la princesa le salieron directamente del alma. Para el príncipe, aquello, era crudamente cierto. Se alegró de la compañía de la princesa y tratando de animar otra vez la conversación, cambió de tema.

—¿Ha jugado nunca al «¿Veo, veo»? —preguntó el heredero.

La princesa Dagmar jamás había escuchado hablar de nada parecido, así que negó con la cabeza. Mientras el príncipe Maximiliano le explicaba en qué consistía el juego, Dagmar pensó en lo natural que se había vuelto su conversación. Si bien era cierto que al principio había estado tensa y hasta incómoda, hablar con el príncipe había sido más fácil de lo que esperaba.

—¿Le apetece jugar? —le sugirió a Maximiliano.

Ella aceptó con una sonrisa en los labios. Y así fue como empezaron a jugar.

—Veo, veo —anunció el príncipe.

—¿Qué ve? —respondió la princesa, tal y como le había enseñado.

—Veo... una cosa de color azul —sonrió.

La princesa miró a su alrededor y entendió, entonces, a lo que se refería. No pudo evitar estallar en risas; aunque se cubrió la boca, con educación.

—Todos nuestros vestidos —contestó divertida.

Parecía ser la respuesta correcta, pues el príncipe se unió a carcajadas.

—¿Se han puesto de acuerdo o ha sido coincidencia? —se burló.

—Para complacer a una única persona —sonrió ella.

Eso hizo que se le subieran los colores y rápidamente quiso desviar el tema.

—Veo, veo —volvió a anunciar Maximiliano.

La princesa Dagmar, que estaba pasando una buena velada, no tardó en contestar canturreando, pero de repente, el rostro del príncipe heredero cambió drásticamente; dejó de sonreír y sus mejillas se tiñeron más aún.

—¿Qué ve? —insistió la princesa. Quizás no la había escuchado.

Pero nada parecía captar la atención del príncipe, que ya estaba ocupado observando como una figura descendía las escaleras a lo lejos. Se puso de pie, de repente, olvidando que ya se encontraba en compañía de la princesa Dagmar y no fue hasta que esta se giró, que no divisó lo que tanto había llamado la atención del príncipe.

Lilibeth Night descendía las escaleras, enfundada en un vestido color carmesí, con los rizos salvajes ondeando a su lado y con su tez oscura reflejando las llamas de las velas. Aquello, creaba la ilusión de la bruja estaba envuelta en un brillo dorado.

La princesa Dagmar, que no salía de su asombro, quiso adelantarse al príncipe, al que ya veía con la intención de ir a recibir a la bruja.

—Voy a buscar a mi querida compañera —dijo entre dientes y forzando una sonrisa.

La princesa Dagmar, llena de envidia y rabia, decidió hablar directamente con Lilibeth Night. Era la tercera vez que le quitaba el protagonismo una donnadie y no podía seguir mirando a otro lado.

Rápida y veloz llegó hasta las escaleras, esquivando al resto de participantes y se dirigió directamente a ella.

—¿No le avergüenza el color que ha escogido para su vestido? —le preguntó sin pelos en la lengua.

Lilibeth palideció. No se esperaba aquel ataque tan directo y trató de recomponerse como pudo. Pero el rojo se había extendido a sus mejillas.

—No sabía que este color creaba tanta controversia —murmuró.

Dagmar soltó una risotada. ¿Cómo podía ser tan estúpida para no darse cuenta?

—Mire a su alrededor —le sugirió—. ¿No ve la marabunta de vestidos en todas las tonalidades posibles de azul? Incluso podrá ver alguna dama vestida de rosa, naranja suave e incluso verde agua. Pero ninguna con un color tan provocador.

Lilibeth abrió la boca para responder, pero la princesa se le adelantó y la interrumpió de nuevo.

—Pero ciertamente usted no es una dama —le escupió—. Le sugiero que vuelva a las sombras, allá donde pertenecen los de su clase. Al fin y al cabo —añadió—, todos saben que las brujas son malvadas y las princesas amables y bondadosas

Aquel golpe bajo dejó a la bruja fuera de juego, incrédula, con los ojos abiertos como platos, y a la princesa, con un aura triunfante. Sin creer que mereciese la pena añadir nada más, Dagmar giró sobre sus talones y se dispuso a alejarse de Lilibeth Night. Pero jamás pensó que escucharía, una vez de espaldas, una réplica de esta:

—Tiene usted una lengua viperina, princesa Dagmar —dijo la bruja alzando la voz.

Aquello hizo que la propia Dagmar se congelase y que todos los presentes quedaran en silencio, prestando atención a la trifulca que se estaba desenvolviendo entre ambas participantes. Lo único que hizo la princesa, fue girar el cuello para ver como Lilibeth Night avanzaba hasta ella decidida.

Su cercanía le cortó la respiración. No se lo esperaba.

—No voy a permitir que me humille —la desafió, esta vez en un susurro—. Tengo el mismo derecho de estar aquí que usted, aunque nuestras diferencias le incomoden.

Aquello incendió a Dagmar, que hizo acopio de todo su autocontrol para no montar una escena. Debía seguir en su papel.

—Tiene que saber que quiero más a mi orgullo que a una posible corona —añadió Lilibeth.

—¿Y qué quiere decir con eso? —le espetó Dagmar, con la mandíbula prieta.

Lilibeth Night se apartó el cabello de los hombros y flexionó suavemente sus rodillas, para ponerse a la altura de la princesa.

—Que no pienso arrastrarme ni arrodillarme por nada ni por nadie —respondió con fuego en los ojos—. Ni siquiera para lograr coronarme; sea como heredera del aquelarre Night o como reina de Sunrise.

Sus palabras sonaron como una promesa; para sí misma, para la princesa Dagmar, a la que había desafiado, y para Maximiliano, que acababa de llegar donde ellas sin que estas se dieran cuenta.



¡Holis!

Tengo tantas preguntas que lanzar... ❤

¿Qué os ha parecido la confesión de Maximiliano? ¿Y la opinión de Dagmar?

¿Vosotros esperabais que Lilibeth le plantase cara?

¿Dónde diablos estará Gabriel?

Celebro que llevo un total de 16.652 palabras hasta el momento. 

¡Os leo! 

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