Capítulo 6: «La grandeza inspira envidia, la envidia engendra rencor.»
El pequeño cuerpo de la princesa Dagmar temblaba ante la atenta mirada del príncipe heredero. Aunque en muchas ocasiones se habían visto de frente, jamás había sido a solas ni en calidad de posible prometida. A Dagmar le faltaban incluso las palabras y se sintió menuda ante la imponente figura del príncipe, ataviado en un bonito traje de color azul marino; su color favorito.
Maximiliano esbozó una sonrisa, nada más descubrir el rostro de la concursante que acababa de superar el Laberinto del Sol.
En sus ojos se notaba el cariño que sentía por aquella muchacha. Durante los años, la había visto crecer hasta convertirse en una mujer y siempre la había admirado; por su inteligencia y valentía. A pesar de que la consideraba una dama de pocas palabras, la sola presencia de la princesa hacía que la atmosfera de toda una estancia cambiara.
—Enhorabuena por superar el laberinto —la felicitó emocionado—. Aunque no puedo decir que me sorprenda, pues siempre ha sido una dama muy perspicaz.
El príncipe heredero parecía alegre, incluso divertido, mientras que la princesa aún trataba de calmar su corazón desbocado.
—Gracias —acompañó de una reverencia. Su nerviosismo era notorio, pero Dagmar era consciente que, aun así, no podía perder la compostura—. ¿Qué hace usted aquí? —se aventuró a preguntar.
El heredero le tendió la mano mientras esbozaba otra sonrisa. Dagmar vaciló un segundo, después aceptó de buen gusto el gesto del príncipe, que la ayudó a cruzar la puerta al otro lado.
—He querido recibir a las participantes que lograran cruzar el laberinto —contestó, sin más—. ¿Sería tan amable de acompañarme? La llevaré con el resto.
Dagmar simplemente asintió y se dejó guiar por el príncipe Maximiliano, que, en ningún momento, le soltó la mano. Empezaron a caminar por los jardines, mientras el sol iluminaba el cabello del heredero, que resplandecía como el bronce. Dagmar observó sus manos. Aquel gesto le pareció tierno y deseó, en secreto, que no lo hubiese repetido con ninguna de las otras jóvenes.
—Ya han llegado a la meta ciento dieciséis participantes —comentó él.
—Pero lo importante son los tiempos —pensó Dagmar en voz alta.
El príncipe paró un segundo para reír, divertido.
—Veo que no se le escapa ni una, princesa Dagmar.
Las mejillas de la princesa se tiñeron automáticamente. De repente, parecía que hacía más calor y esta no pudo evitar abanicarse con la mano que le quedaba libre. Se debía mantener correcta frente al príncipe, pero tenía la sensación de estar estropeando el momento. Su madre apareció nuevamente en su mente y aquello la puso más nerviosa.
Maximiliano, que era un príncipe muy atento, captó enseguida la reacción de Dagmar y la soltó un segundo pare rebuscar en el bolsillo de su chaqueta, mientras que la princesa no dejaba de observarle en silencio.
—Tome —dijo a la vez que le extendía un pañuelo. En él, se podían ver las iniciales «M.S.» bordadas con hilo de oro.
Por unos segundos, la princesa dudó de si era correcto aceptarlo. Pero luego, se imaginó llegando con el resto de las concursantes, pañuelo en mano y sonrió para sus adentros.
—Es muy considerado, gracias —lo aceptó encantada.
Para su sorpresa, el príncipe volvió a ofrecerle la mano, pero en aquella ocasión, la princesa no vaciló.
Dejaron atrás los rosales y llegaron frente a las escaleras de piedra que accedían a la sala de bailes reales. Dagmar, notó que su tiempo se había terminado y que los guardias que franqueaban la puerta la esperaban para ocupar el sitio del heredero, como su acompañante.
Frente a frente, el príncipe Maximiliano y la princesa Dagmar se contemplaron por unos segundos en absoluto silencio. Entonces, el heredero se encorvó y se acercó a su oído.
—No se preocupe por su tiempo —le susurró—, creo que podremos conversar un rato esta noche.
La princesa Dagmar no comprendió sus palabras, pero notó como se le volvía a disparar el pulso. ¿Era a causa del afecto que sentía por el príncipe? ¿O por el respeto que le infundía este? No estaba segura de sus sentimientos, pero según madre, estos no importaban; no se necesitaba romanticismo para gobernar un reino.
Sus manos se separaron, así como sus cuerpos, y Maximiliano le sonrió por última vez.
—Si me disculpa —se despidió.
Dagmar hizo otra reverencia, esta vez, más confiada. Observó al príncipe, alejándose a paso firme y suspiró. Se sentía tonta por haberse puesto tan nerviosa en su presencia y colocó una mano en su pecho.
—Esto debe ser amor, ¿no? —se dijo a sí misma.
Pero lo cierto es que no tenía mucha idea de lo que significaba aquella palabra; tampoco ningún ejemplo con el que comparar. Sabía que su madre solo se había desposado por despecho y porque su propia hermana le había robado la posibilidad de casarse con el rey.
—Amor... —se repitió.
Aunque su padre se esforzaba por complacer a Rosella, ella jamás había mostrado cariño por este; sino más bien desprecio. Nunca fueron un buen ejemplo.
Pero, aun así, se había autoconvencido de que, más allá de los deseos de su madre, ella también quería conseguir el corazón del príncipe. Al fin y al cabo, el muchacho tenía buena planta, era simpático e iba a heredar un reino.
Tenía muchas habilidades increíbles y había estudiado muchas cosas diferentes, pero los sentimientos, eran algo que creía, que no estaban al alcance de su comprensión.
Mientras reflexionaba sobre cómo se había sentido, ascendió las escaleras, pañuelo en mano y sin hacer mucho caso a los guardias, se dejó guiar hasta el interior.
Al principio, tuvo que forzar la vista, pues venía del jardín, donde el sol resplandecía. El salón, en cambio, estaba más bien oscuro. Pero una vez acostumbró sus ojos al nuevo ambiente, recorrió la estancia con detenimiento.
Las participantes esperaban serenamente con una taza de té en la mano. La mayoría parecían confiadas, charlando, enfrascadas en conversaciones referentes a las pruebas del laberinto.
Sonrió al escuchar que, a la mayoría, les habían parecido difíciles; aquello solo podía significar que habían perdido mucho tiempo tratando de superarlas.
—Princesa Dagmar, por favor, tome asiento y se le ofrecerá una taza de té mientras concluyen las pruebas —se dirigió a ella el mayordomo.
La princesa Dagmar asintió con la cabeza y buscó una mesa libre; no deseaba compartir sus pensamientos con nadie.
Pronto las demás participantes notaron su presencia y mientras se sentaba, al sentirse observada, dejó caer el pañuelo del heredero a propósito; aunque fingió que se le había resbalado de entre los dedos.
El mismo mayordomo que la estaba ayudando a acomodarse lo recogió por ella.
—Aquí tiene, princesa —dijo devolviéndoselo.
Dagmar fingió gratitud mientras, inevitablemente, sonreía.
—Gracias. No quisiera perder el pañuelo que tan amablemente me ha regalado el príncipe Maximiliano —pronunció alzando suavemente la voz.
Y fueron aquellas palabras, las que lograron que el silencio se impusiera. Mientras daba un sorbo al té, trató de disimular su actitud triunfante.
Los cuchicheos se reanudaron a la vez que Dagmar daba por realizada su hazaña: ahora, todas la envidiarían.
Pero su buen humor pronto se vio nublado al percatarse, de que no muy lejos de donde estaba, sobresalía una cabellera oscura y rebelde.
—¿Cómo es posible? —susurró con desagrado.
Lilibeth Night, la bruja, había logrado superar el laberinto. Aquello no hubiese sido tan malo, si la princesa no hubiera estado convencida de que había sido eliminada.
Si la bruja estaba en aquella sala, solo podía significar que había completado todas las pruebas en un tiempo muy corto. Y eso hacía peligrar su esperado primer puesto. Porque algo le decía que debía estar entre las mejores.
Nerviosa, la princesa Dagmar apretó la taza tan fuerte que una de las sirvientas hasta temió que la hiciese añicos. Tuvo que hacer acopió de su fuerza de voluntad para no levantarse, coger a la bruja del brazo y arrastrarla ella misma fuera del castillo. Nada deseaba más que desterrarla de por vida.
Lilibeth Night sonreía mientras charlaba, ajena al odio que le dirigía la princesa, con otra participante, bajita y regordeta, con la tez rosada y las mejillas redondas. Su cabello castaño estaba peinado con dos trenzas que se unían en lo alto de su cabeza, como si fueran una corona. La princesa no pudo evitar pensar que se veía ridícula.
Mientras el tiempo avanzaba lentamente, a la espera de que terminaran la prueba del laberinto, Dagmar se enfocó en trazar una venganza. Imaginó acusando a la bruja de ladrona, pues sabía dónde guardaban alguno de los tesoros del reino. Lo fácil, ciertamente, era aplastar el huevo de Lilibeth Night, pero parecía que lo había escondido en algún lugar. Probablemente, en su habitación, como había pensado Dagmar en un principio. Por ello, debía averiguar donde dormía aquella sabandija.
Siguió recreando los cientos de formas que se le ocurrieron de hacer caer a Lilibeth Night hasta que Lady Annabelle de Roche hizo acto de presencia. Su nueva amiga, por así decirlo, no tardó en localizar a la princesa y se acercó hasta ella sonriente; se movía bamboleándose como una serpiente.
—¡Qué calor que he sufrido! —se quejó tomando asiento junto a la princesa. Tenía el cabello pelirrojo un poco despeinado y consciente de ello, se lo arregló rápidamente. Dagmar, sonrió por protocolo—. ¿Ha encontrado difíciles las pruebas, querida?
—No demasiado. Más bien ingeniosas —se limitó a contestar.
—Yo he odiado la de las notas musicales —le susurró a la princesa. Esta la observó con una ceja alzada—. No se me da muy bien la música.
—Hay tantas cosas que odiar —contestó Dagmar, chasqueando la lengua.
Podría haberse referido a cualquier persona, pero obviamente su mal humor tenía una responsable directa. Aquello no pasó desapercibido para Lady Annabelle, que, como muy buena cotilla, quiso indagar:
—Parece que alguien no está de buen humor... —se burló— ¿Por algo en especial?
—Por alguien en especial.
Dagmar desvió la mirada hasta la bruja y Annabelle siguió los ojos de la princesa hasta dar con el foco de su sufrimiento.
—¿La bruja ha cruzado el laberinto? —se indignó.
Dagmar simplemente asintió con la cabeza.
—Por supuesto, habrá hecho trampas —añadió Lady Annabelle—. No puede ser tan inteligente como nosotras.
La princesa quiso pasar por alto que acababa de compararse con ella.
—Parece que sí —le espetó Dagmar.
Lady Annabelle meneó la cabeza incrédula.
—No puede haber recibido una educación más allá de hechizos y pócimas —se burló.
Aquello hizo reír a Dagmar. Su acompañante no parecía tan mala como había creído en un primer momento y hasta disfrutó de su esfuerzo por cambiarle el humor. Pero se tuvo que recordar a sí misma, que, llegado el momento, no dudaría en arrojarla a los leones.
—Espera... —dijo de repente su acompañante, maravillada—, ¿Ese pañuelo es del príncipe?
Dagmar no dudó en compartir con su compañera lo atento y amable que había sido el heredero con ella. Y así confirmó sus dudas: al menos, a Lady Annabelle de Roche no le había ofrecido su mano.
No tuvieron que esperar mucho más hasta que, tanto la reina Flora, como el príncipe Maximiliano, hicieron acto de presencia. Todas las participantes se pusieron en pie para recibirles y tras aceptar una taza de té, Flora arrancó la conversación que tanto esperaban.
—Enhorabuena a todas las presentes —empezó a hablar la reina Flora. Cada una de las participantes aplaudió a la que, deseaban, que fuera su futura suegra—. Ciento veintiuna concursantes han logrado cruzar el temido Laberinto del Sol, pero solo cien seguirán en la competición.
La sala se volvió un revoltijo de nervios mientras se esperaba a que Flora anunciase quién se había clasificado.
—Para no hacerlo demasiado largo, en lugar de nombrar a las damas que siguen con nosotros, vamos a nombrar a las que, lamentablemente, deben abandonar el concurso.
La reina Flora no quiso alargar la agonía, así que se puso a nombrar a las veintiún participantes que, aquella misma tarde, se iban a casa sin corona. Por supuesto, el nombre de la princesa no estaba entre las eliminadas. Tampoco el de Lilibeth Night y ni, aparentemente, el de su nueva amiga, a la que Dagmar ya odiaba firmemente.
Cada una de las participantes anunciadas se vieron obligadas a abandonar el palacio, con las cabezas gachas y las lágrimas recorriendo sus mejillas. No sin antes, recibir los agradecimientos del príncipe Maximiliano, que no perdía oportunidad en demostrar su buen carácter.
—Al resto, las que quedan entre nosotros, os damos la enhorabuena —dijo una vez estas hubieron desaparecido de la sala—. Han conseguido cumplir con el segundo requisito para ser una buena reina: La reina debe ser capaz de usar la lógica y de demostrar su inteligencia.
Todas las presentes aplaudieron al descubrir el propósito de la prueba, aunque, para la princesa Dagmar, era bastante obvio.
—Y para hacer más jugoso este concurso, quienes logren destacar de entre el resto, recibirán una recompensa —intervino nuevamente la reina Flora, consiguiendo nuevamente la atención de las concursantes.
Dagmar apretó la falda de su vestido con disimulo.
—El Laberinto ha sido completado, en su menor tiempo, en veintidós minutos —sonrió—. Esta noche, tendrá lugar un baile en el palacio, donde todas están invitadas. Pero solamente quien haya logrado ese tiempo, podrá bailar con el príncipe.
—Esto se pone interesante —susurró su acompañante.
El corazón de Dagmar se disparó por segundos y todo pareció ralentizarse. Quería ser la ganadora; lo deseaba con firmeza. Las concursantes enloquecieron, incluso, perdieron la compostura para gusto de la princesa.
Pero solo podía haber una ganadora. La princesa tuvo que respirar hondo, tratando de controlar los nervios.
—La princesa Dagmar Arrowflare —anunció la reina Flora, después de lo que pareció una eternidad.
Gracias a que la reina empezó a aplaudir, arrancaron el resto de las participantes y a la princesa se le subieron los colores, mientras saboreaba el triunfo. Se sentía extasiada. Finalmente, lo había logrado.
—Aunque hay un empate —intervino Maximiliano.
Aquello sentó a Dagmar como un jarrón de agua fría. Abrió los ojos, sorprendida, mientras buscaba respuestas en los ojos del príncipe heredero. Pero no los encontró. El príncipe Maximiliano no estaba dirigiendo su atención a ella, sino a la bruja.
—La señorita Lilibeth Night ha cruzado el laberinto con veintidós minutos, también—pronunció para su sorpresa.
Las mejillas de Dagmar se volvieron a encender, pero aquella vez, por unos sentimientos completamente distintos; el odio, la vergüenza y la envidia.
—Nos vemos esta noche, señoritas —sonrió Maximiliano a ambas.
¡Holis!
¿Qué os ha parecido el resultado?
¿Os lo pensabais?
Lo cierto es que ha sentado fatal a Dagmar...
Si ya tenía a Lilibeth en su mira,
ahora la ha puesto en el centro del huracán.
¿Qué creéis que planeará para ella?
¡Os leo!
❤
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