Capítulo 3: «Espejito, espejito, ¿Quién es la más bella del reino?»
Con Marian Grimar fuera de juego, a la princesa Dagmar solo le quedaba derrotar a otras ciento noventa y nueve participantes. ¡Y qué manera de hacerlo! Tal y como aquella princesa de la isla Grimar se había presentado y parloteado abiertamente de sus intenciones, Dagmar había comprendido que, aunque se aliasen para hacer el mal y eso la beneficiase durante un tiempo, en algún momento esta se volvería en su contra y la traicionaría. Vamos, ella hubiese hecho exactamente lo mismo.
Era posible que sus mentes funcionasen de forma parecida, pero lo que más le molestaba a Dagmar era la manera tan abierta y con tan poco disimulo con la que le había contado sus malévolos planes. ¿Es que la corona no se merecía, al menos, un poco de endulzamiento? Y la forma en la que había perdido los papeles... Creía firmemente que haberla sacado de en medio había sido hacerle un favor tanto al reino como al príncipe Maximiliano. «Ya me lo agradecerá con una bonita joya, una vez casados...», pensó divertida, Dagmar.
Cuando se llevaron a la violenta princesa, rápidamente algunas de sus compañeras se acercaron a ella para cerciorarse de que estuviera a salvo. Gabriel volvió a las sombras para observarla disimuladamente, desde el lugar al que había sido relegado. Aunque se moría de ganas por saber cómo se encontraba.
Dagmar tuvo que fingir estar agradecida con aquella amabilidad y aprovechó para pedir perdón públicamente por haber retrasado la presentación.
La preocupación que mostró su tía, la reina, fue otro de sus triunfos; todas las participantes se quedaron estupefactas al ver el cariño que esta le mostraba. Ya no hacía falta que se presentara; todos habían averiguado quién era.
—No has tenido nada que ver, querida —respondió la reina—, no tienes que disculparte de nada. Aquí has sido una víctima.
Los ojos de Maximiliano se posaron en ella con notoria preocupación y eso aumentó el ego de la princesa.
Aquella, sin duda, había sido una jugada beneficiosa para Dagmar y tras el revuelo, volvió a sentarse, esperando que llegase su turno, mientras, de tanto en tanto y en notar que el príncipe la miraba, se hacía la agraviada.
Pasaron algo más de cuarenta minutos; una a una, las participantes se presentaban ante Maximiliano y volvían a ocupar su lugar. Fueron tantas, que había perdido la cuenta. No parecía existir una competencia real y eso puso a la princesa de buen humor.
—La princesa Dagmar Arrowflare —se anunció finalmente.
Su momento había llegado. Entonces recordó las palabras de su madre: «Te presentarás, en último lugar, para causar la máxima impresión». Dagmar supo que nadie más se levantaría tras ella.
La princesa pocas veces coincidía con los pensamientos de su madre, pero esa fue una de las veces en las que no tuvo objeción alguna.
—Lo bueno, se hace esperar —murmuró al ponerse en pie, pero nadie la escuchó.
Recorrió el pasillo con la cabeza alta y con los ojos clavados en su objetivo: Maximiliano Sunrise; cosa que consiguió sacarle los colores a este. Con gracia y elegancia, contoneando sus caderas suavemente y cerciorándose que el vuelo de su vestido se moviera delicadamente, se puso frente a la reina flora y al príncipe e hizo una reverencia.
—Soy la princesa Dagmar Arrowflare, hija de la princesa Rosella y el duque Alfred Arrowflare —dijo por puro protocolo; todos sabían quién era, o al menos, lo que aparentaba—. Cumplí dieciséis años el pasado invierno. Hablo cinco idiomas. Educada en matemáticas, política y modales. Toco el piano y el violín, además de pintar y haber estudiado baile desde los tres años.
A la princesa le hubiese gustado añadir que también había sido adiestrada en artes marciales, estudiado historia e ingeniería. Además, le fascinaba la astrología. Pero a su madre le había parecido demasiado feroz para una presentación. Con suerte, le había dejado mencionar las matemáticas.
Sus palabras salieron de su boca con calma y orgullo. Cuando terminó de pronunciarlas, volvió a hacer una reverencia y tras ver a la reina Flora asentir con la cabeza, supo que había confirmado con éxito ser la mejor participante. Dagmar ya se sentía ganadora, aunque el concurso acababa de empezar.
Volvió a su sitio contoneándose y por el rabillo del ojo pudo ver a Gabriel, el joven soldado, recorrerla con la mirada con cara de asombro. ¿Es que acaso le había impresionado? Aquellos pensamientos hicieron que Dagmar se sintiese en una nube, pero pronto los desechó. Al fin y al cabo, la única opinión que contaba era la de Maximiliano.
Pero su felicidad duró más bien poco. Nada más tomar asiento pudo detectar que algo no iba bien; un emisario se acercó a la reina Flora y le susurró al oído. Ella parecía sorprendida y tras unos segundos pensativa, alzó la voz nuevamente.
—Parece que tenemos una última participante —se explicó la reina.
Aquello chafó los planes de Rosella y Dagmar. Más aún cuando la susodicha apareció en escena, descendiendo las empinadas escaleras del salón y todos enmudecieron.
—La señorita Lilibeth Night.
La joven, de tez oscura e interminables piernas, caminó directa hacia el centro. Parecía nerviosa, mas no perdió el ritmo en ningún momento, enfundada en un sencillo vestido de color beige que le llegaba un poco más debajo de las rodillas.
Sus rizos morenos, que parecían indomables, se movían en el aire mientras avanzaba con la vista clavada en el suelo. Cuando finalmente, tras lo que para Dagmar pareció una eternidad, llegó hasta el príncipe y la reina, levantó la mirada y batió sus largas pestañas, revelando sus ojos casi negros, tan penetrantes, que parecían poder ver a través del alma de las personas.
—Me disculpo por la tardanza —su dulce voz se abrió paso—. He tenido unos inconvenientes que me han retrasado.
La reina Flora se limitó a asentir, mientras que el príncipe heredero, que parecía haber quedado prendado de aquella joven, habló por primera vez en mucho rato:
—Espero que los haya podido solventar —pronunció sin dejar de observarla.
Las mejillas de ambos se tiñeron, al igual que las de Dagmar, que se encendieron por celos, rabia y pura envidia. «¿Amor a primera vista? ¡Y un cuerno!», maldijo mentalmente. La princesa no iba a dejar que una cualquiera le arrebatase aquello que le pertenecía.
—Por favor, preséntate, querida —intervino la reina, tratando de aligerar las cosas.
La recién llegada asintió con la cabeza y tragó saliva.
—Mi nombre es Lilibeth Night —se presentó—. Heredera del aquelarre Night.
Tan pronto como aquellas palabras salieron disparadas por su boca, todos los presentes ahogaron un grito. Incluida la reina Flora, que parecía espantada. Nadie entendía nada. ¿Cómo era aquello posible? ¿Cómo había llegado a convertirse en participante después de haber pasado tres entrevistas?
—¿Una bruja? —preguntó incrédula Dagmar, sin darse cuenta de que lo estaba haciendo en voz alta.
Aquello fue captado por Lilibeth, que bajó la cabeza avergonzada. Fue un momento incómodo para todos, pues nadie había previsto que una bruja apareciera en escena como una posible prometida. «Espero que su condición sea suficiente para que el príncipe la vea con otros ojos», deseó la princesa. Pero pronto pudo comprobar que no podía estar más equivocada.
—Dije que cualquier joven iba a ser bienvenida a participar —dijo el príncipe Maximiliano poniéndose en pie, ante la sorpresa de todos, incluida su madre—. Gracias por su valentía, bella Lilibeth.
La joven volvió a levantar la mirada y esbozó una tímida sonrisa.
Aquello estaba mal. ¡Una bruja no podía reinar en Sunrise! Nadie, en su sano juicio, habría imaginado tal cosa.
—Qué desfachatez —susurró Dagmar cuando la joven pasó por su lado, después de que le indicaran que debía tomar asiento; no parecía tener nada más que añadir a su discurso.
Lo hizo en silencio y con todos los ojos clavados en ella. La bruja podía sentir el peso de todas las opiniones sobre sus hombros.
Tras aquella desagradable sorpresa, la reina Flora volvió a tomar el control y la palabra. Explicó a las participantes que el concurso se iba a dividir en diferentes etapas y que debían pasar una serie de pruebas con tal de demostrar que cumplían con los requisitos necesarios para ser la futura reina Solariana.
—Dichos requisitos no serán revelados hasta ser cumplidos —sonrió la reina Flora.
Es decir, que iban a concursar a ciegas. No se sabía qué especificaciones debían cumplir; de manera, que nunca sabrían si estaban actuando de la forma adecuada.
Todo lo sucedido hizo que a Dagmar le doliese la cabeza. Según la tradición, los requisitos iban desde ser capaz de relacionarse, ser buena esposa, diestra en música o baile, hasta ser capaz de organizar fiestas. O eso es lo que le había contado su madre, Rosella, y por ello, se había pasado toda su vida preparándose para ello. Pero no quería adelantarse a los acontecimientos; se sentía preparada para afrontar lo fuera con tal de ganar la corona.
—Os agradezco, a todas, vuestra asistencia. Pero por ahora, descansad —les comunicó—. Mañana empezará la primera prueba.
Y así fue como todas las participantes empezaron a desfilar escaleras arriba. Dagmar, en cambio, se quedó un rato allí sentada, en silencio y pensativa, hasta que se hartó de la soledad que desprendía aquella sala vacía.
Cuando se encaminó, aún furiosa, hasta su dormitorio, no pudo evitar pensar las mil y una formas en las que podría destruir a aquella bruja. Lo que estaba claro, es que debía acabar con ella. Maximiliano parecía haberse encaprichado de aquella malnacida, que le había robado el protagonismo, y que, sin duda alguna, también iba en busca de la corona. ¿Pretendía su familia tomar el control del reino? ¿Habría hechizado al príncipe y por eso se comportaba tan extraño? «Seguro que tiene un plan oscuro», reflexionó ella.
Mientras caminaba a gran velocidad, sin prestar atención donde pisaba, no fue consciente de que ya había llegado a su destino, hasta que fue demasiado tarde.
La princesa Dagmar chocó con el pecho duro de un joven y tras maldecir ampliamente, se escuchó una risotada despreocupada.
Gabriel la observaba divertido, tratando en vano de mantener la compostura. Pero es que, aunque hubiese visto la princesa avanzar el largo pasillo, jamás hubiese imaginado que no se daría cuenta de que él descansaba frente a su puerta.
—¿Le parece gracioso? —preguntó furiosa Dagmar.
—Lo siento —se disculpó este. Pero ya era demasiado tarde, pues la princesa tenía las mejillas rojas y el ceño fruncido.
Aunque Dagmar se había percatado de su error, era demasiado orgullosa como para reconocerlo. En cambio, decidió atacarlo abiertamente, sintiendo como la vergüenza por no haberle visto la invadía.
—¿Se puede saber qué hace aquí plantado? ¿No tiene otro trabajo? —le espetó.
Gabriel ladeó la cabeza. Aquella princesa tenía carácter y eso era extraño en las damas que conocía. Siempre se mostraban educadas, calmadas y amables; tan comedidas que hasta era espeluznante.
—Se me ha designado como su escolta personal.
La princesa Dagmar levantó una ceja. ¿Era cosa de su madre? ¿O existía alguna clase de protocolo? Que los soldados hiciesen rondas en el castillo era algo normal, pero que tuviese uno apostado frente a su puerta, era extraño.
Gabriel, que notó la confusión de la princesa, decidió clarificar el asunto:
—Tras lo sucedido, a petición de la reina Flora, se me ha asignado este trabajo —se explicó—. Dado que fui yo quien la salvó de aquella princesa con temperamento, la reina pensó que era el más adecuado para protegerla.
Entonces era cosa de su tía. Aquello hizo que Dagmar se relajase y se sintiese bien con la atención recibida.
—Está bien, pero haga el favor de apartarse de mi camino —le ordenó—. Actúe como una sombra y por favor, no me dirija la palabra si no es inevitable.
Decir aquellas palabras le había costado más de lo esperado, pero las consideraba necesarias.
—Y grábese una cosa en la mente: no necesito ser salvada.
Gabriel se mostró sorprendido al principio, pero pronto se recuperó, tras una rápida y breve disculpa. Es más, parecía tener algo importante que decirle a la princesa. Y aunque ella lo notó, trató de evadirlo. Dio un paso hacia delante, esperando que este se moviese a un lado, para adentrarse en sus aposentos. Pero el joven no se movió ni un centímetro.
Entonces, Dagmar clavó su mirada en la de Gabriel y ambos parecieron entrar en una especie de trance durante unos segundos.
—¿Puedo decirle una última cosa, princesa? —se atrevió él a hablar.
Aunque sabía que no debía amedrentarse, simplemente asintió con la cabeza, incapaz de hacerlo con su voz.
—No debe preocuparse por ninguna de las otras jóvenes —susurró sin apartar sus ojos de los de Dagmar—. Es usted la más hermosa de todo el reino.
Por primera vez en mucho tiempo, Dagmar no tuvo ninguna respuesta preparada.
¡Holis!
Aquí va el capítulo número tres.
Tengo que decir, que al empezar este proyecto, pensé que me iba a costar más meterme en la piel de la princesa malvada, pero lo estoy disfrutando muchísimo.
Y sin duda alguna, ya empiezo a encariñarme con ella.
Por cierto, estoy montando una playlist en spotify, con canciones que Dagmar cantaría a pleno pulmón. ¿Me dejas alguna recomendación para incluir?
❤
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