Capítulo 11: «Y recuerda: será nuestro secreto.»

Gracias a Gabriel, la princesa Dagmar fue una de las participantes que superaron la prueba. A pesar de que, esta no pintaba de ser muy difícil, hubo doce jóvenes que no lograron superarla. ¿A qué se debía? No todas tenían paciencia, ni mano para los niños, simplemente. Y lo cierto es que era muy probable que ella misma lo hubiese tenido difícil con la pequeña Ciri, de no haber sido por su escolta.

La princesa hizo un repaso para cerciorarse de quienes seguían en el concurso; Lilibeth Night y su amiga, Lady Blanche de Vernillard. También había superado la prueba Lady Annabelle. Entre las siguientes cuarenta y una jóvenes se hallaban las confidentes de esta última, aunque seguía sin relacionarse con nadie más que con Dagmar en público. El resto, le parecían de lo más irrelevantes.

A pesar de su victoria, la gloria le duró poco. A la mañana siguiente, le llegó una carta con un sello particular; la letra «A» adornada con dos rosas con espinas. Era imposible no reconocerlo; el corazón se le aceleró y las manos le empezaron a sudar.

—El sello Arrowflare... —Un escalofrío recorrió el cuerpo de Dagmar.

Se mordió el labio, nerviosa. No cabía duda de que aquella carta la había mandado su madre y eso, solo podía significar una cosa.

Necesitó un par de minutos para armarme de valor. Finalmente, y con los dedos temblorosos, abrió la carta y empezó a leer.

«A mi hija Dagmar,

Los rumores ya son muchos y se escuchan por doquier. La bruja, llamada Lilibeth Night ha captado la atención del príncipe heredero Maximiliano Sunrise. Todo el mundo habla de ello; desde nobles hasta los panaderos.

Me hallo gravemente disgustada con tu falta de compromiso. Tenías una única misión en esta vida; conseguir el corazón del príncipe y con ello la corona.

En lugar de hacer sentir orgullosa a tu madre, me has decepcionado. Supongo que no hará falta que te recuerde las consecuencias si fallas en esto y cuál será tu destino.

Pon remedio antes de que sea demasiado tarde.

Tu agraviada madre,

Rosella Arrowflare.»

Cuando dejó de leer se sentía mareada, casi al borde de un ataque de nervios. Su madre se había enterado de que no se había esforzado lo suficiente; la ansiedad la invadió una vez más. Entonces Dagmar sintió terror.

—Necesito revertir la situación —se dijo a sí misma, con un hilo de voz.

No tenía ni idea por dónde empezar, pues las preocupaciones la tenían atacada. Con el pulso disparado, empezó a caminar de un lado al otro de la habitación; aquello parecía ayudarla la mayoría de las veces, así que repitió el patrón. Necesitó hacer acopió de toda su imaginación para hallar la solución a sus problemas, y entonces cayó en cuenta:

—Su habitación... —murmuró. Si bien tenía mucho que planear aún, era algo con lo que poder empezar.

Hacía pocos días había logrado ubicar los aposentos de la bruja, justo antes del baile y de la prueba sorpresa a la que las sometieron.

Pero el problema era que la bruja ya sospechaba de ella gracias a su travesura. Incluso le había preguntado si había sido ella la que había atrancado su puerta.

Aunque, Dagmar, estaba segura de que la duda que había sembrado con su negativa había sido suficiente para que no la tuviera en el punto de mira. Además, no era la única que no estaba contenta con su participación en el concurso.

Necesitaba mover ficha, idear un plan para colarse en sus aposentos. Como desconocía el trato que le pudiesen dar a las otras participantes, terminó por llamar a Gabriel, quien esperaba, tuviese todas las respuestas.

—Siéntese, por favor —le ofreció a su escolta.

Gabriel se sentó confuso y de forma monótona, en la pequeña mesa que la princesa solía destinar para desayunar; en aquel momento, iba a convertirse en una mesa para planear la guerra.

—¿Puedo preguntar que se le ofrece? —dijo Gabriel confuso.

No era la primera vez que entraba en los aposentos de la princesa Dagmar, así que se mostró más seguro. Entre ellos, todo parecía desenvolverse de forma natural, tanto para la princesa, que no tenía reparo en hablar abiertamente con su escolta, como para Gabriel.

—Necesito saber si las demás participantes tienen escolta, como yo.

De primeras, Gabriel se preguntó para qué podría querer la princesa aquella información. Luego, entendió que era mejor que él solo se limitara a responder preguntas, no a hacerlas. Entonces, se paró a pensar unos momentos.

—No que yo sepa —le respondió decidido.

Sus palabras sonaron como melodía para sus oídos. «Esto va viento en popa», pensó complacida.

—Bien —sonrió la princesa. Aquello suponía un obstáculo menos.

—¿Para qué quiere saberlo, princesa? —se aventuró él a preguntar. No pudo evitarlo, aunque sabía, que era arriesgarse demasiado.

Dagmar se sonrojó. No estaba segura de querer compartir lo que pasaba por su retorcida mente con Gabriel. Por alguna razón, la princesa no quería que la viese con malos ojos.

—Quiero darle una sorpresa a una compañera —mintió. Aunque lo hizo con naturalidad, como de costumbre, las palabras se le encallaron en la garganta, casi como si no quisieran salir por su boca.

Gabriel sabía que aquello era poco probable, pero decidió no decir nada, y guardar el secreto de Dagmar. Lo último que quería era meterla en un apuro, enfadarla o perder su confianza. Sentía que poco a poco se habían acercado y no quería poner en riesgo su relación, obligándola a levantar, nuevamente, aquellos muros impenetrables con los que se había topado al conocerla.

—¿Puedo ayudarla? —se ofreció. La sorpresa apareció en el rostro de la princesa—. Si necesita entrar en alguna habitación... para dar esa sorpresa, puedo serle útil. Sé abrir cerraduras y puedo vigilar que nadie venga.

No sabía qué clase de jugada iba a llevar a cabo su querida princesa, pero en lo único que pensaba Gabriel, era en que no se metiese en problemas. Lo poco que la conocía, sabía que iba a llevar a cabo su plan, fuese como fuese. Nadie, en su sano juicio, se atrevería a frenarla.

La princesa reflexionó largo y tendido. Sus posibilidades de éxito eran mayores si se dejaba acompañar por su escolta. Pero no quería que este terminase siendo un daño colateral si la pillaban con las manos en la masa.

O al menos eso es lo que se decía a sí misma; Dagmar jamás había aceptado la ayuda de nadie, siempre actuaba sola. Pero lo cierto es que su compañía le agradaba.

—No quiero involucrarle —murmuró ella desviando la mirada.

Se avergonzaba de lo que quería hacer. Pero estaba desesperada y no tenía otra opción.

—Es una sorpresa para una compañera, ha dicho —rebatió Gabriel—, si es algo legal y de buena fe, no veo porque no quiere que la acompañe.

Dagmar se sintió acorralada. ¿Cómo iba a decirle que no a Gabriel? Lo que iba a hacer era un allanamiento para buscar trapos sucios, robar el huevo de Lilibeth o inculparla de algún modo. Aquello era de todo menos legal y de buena fe.

—Insisto —dijo decido Gabriel.

Sin poder refutar sus argumentos sin destaparse, a la princesa Dagmar no le quedó otro remedio que aceptar a regañadientes, pero sin oponer mucha resistencia.

—Será nuestro secreto —le susurró Gabriel, sin perder la sonrisa, para infundirle valor.

Juntos se encaminaron a los aposentos de Lilibeth, aunque Dagmar no quiso revelar el nombre de la supuesta compañera a la que iba a darle la sorpresa. Al llegar, Gabriel le hizo un gesto a Dagmar para que esperase.

Se acercó a la puerta y llamó, golpeándola suavemente con los nudillos; lo primero era comprobar si había alguien.

—Servicio de toallas —alzó la voz Gabriel.

Nadie respondió.

La princesa Dagmar lo miró con una ceja alzada, y en silencio, le inquirió, confusa, que estaba haciendo. Gabriel respondió escogiéndose de hombros.

—No parece haber nadie —comentó en un susurro.

Ambos se sentían como un par de criminales y, a pesar de estar solos, no podían evitar hablar en voz baja.

—Abre la cerradura —pidió Dagmar.

Aunque sonó como una orden. Pero la dureza en que lo dijo no pareció importarle a su escolta, que sacando una horquilla azul la introdujo en la cerradura y empezó a moverla.

—¿Esa es mi horquilla? —espetó la princesa sorprendida.

Gabriel simplemente sonrió como respuesta; la había cogido antes de salir a la aventura, consciente de que no tenía tiempo de ir a buscar una ganzúa. Él también tenía sus propios trucos.

Tras unos segundos, en los que él se concentró en hacer su trabajo y la princesa en desesperarse, la cerradura produjo un extraño sonido y Gabriel anunció que estaba abierta.

—Esperaré aquí —le indicó—, si alguien se acerca, la avisaré.

La princesa Dagmar lo miró fijamente a los ojos, con tanta intensidad y seriedad, que Gabriel se puso nervioso.

—¿Necesitamos una palabra clave? —preguntó de repente.

Aquello hizo que Gabriel explotara a carcajadas y que Dagmar lo golpease en el hombro.

—Baje la voz —le recriminó—, tómeselo en serio, por favor.

El joven soldado tuvo que hacer un sobreesfuerzo para recomponerse. Sabía que poco le hacía falta a la princesa para estropear su buen humor.

—Fuego —le respondió a la princesa—, gritaré fuego.

Ella estuvo de acuerdo y sin más dilación, hizo girar el pomo de la puerta y se adentró en los aposentos de la bruja.

Al entrar un olor a vainilla se le coló por la nariz. Dentro, aquella habitación no distaba mucho de la suya; quizás un poco más pequeña y sin balcón. El armario, entreabierto, dejaba al descubierto tres vestidos, todos del mismo color: blanco.

Dagmar se acercó por curiosidad y se dio cuenta de que, además de estos, solo contaba con unos pantalones, un jersey y las botas que solía llevar.

Dio otra vuelta por la habitación y se fijó en que la cama no estaba bien hecha; quedaban arrugas en las sábanas.

—Ni en eso es una dama —pensó en voz alta.

De repente, se dio cuenta de que la almohada estaba abultada y los ojos le brillaron. ¡Tenía que ser el huevo Elmaris!

Con cuidado, levantó la almohada y dio gracias por llevar guantes; no pudo evitar hacer una mueca mientras lo pensaba.

Debajo del cojín encontró nada más ni nada menos que el huevo Elmaris de la bruja Lilibeth Night. La felicidad la embriagó.

—Bingo —sonrió satisfecha.

Fue a recogerlo con cuidado, pues aún no había decidido si chantajear a la bruja o directamente deshacerse de su huevo para asegurarse de que era descalificada. Como fuera, debía tener cuidado con el huevo por el momento, mientras decidía su futuro.

Justo cuando sus dedos estaban cerca de rozarlo y hacerse con él, la princesa vio una pequeña sombra saltar. Dagmar dio un respingo de inmediato y apartó la mano asustada.

Se quedó petrificada y miró a su alrededor. Quizás había sido una imaginación o algo tan banal como una polilla volando por la alcoba. Por lo que volvió a intentar coger el huevo.

Lo que ocurrió luego le disparó el pulso y la llenó de terror: frente a ella saltó una pequeña ardilla, que blandía una chincheta como si fuera una daga. Era surrealista. Amenazante, le enseñaba el arma a la vez que los dientes.

—¡Aléjese del huevo, ladronzuela! —amenazó la ardilla.

«¡La ardilla! ¡La ardilla habla! ¡Grita! ¡Blande una chincheta!», pensó para sus adentros mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para discernir si estaba alucinando o lo que veía era real.

Dagmar se quedó paralizada, el sudor empezó a recorrerle la espalda y sintió que iba a desmayarse. Lo único que pudo hacer, fue gritar aterrorizada:

—¡Fuego! ¡Incendio! ¡Fuego!

Y gritó tan fuerte que Gabriel no tuvo más remedio que irrumpir en aquella habitación, sintiendo el corazón en la garganta.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba la princesa— ¡Gabriel! —lloriqueó al verlo entrar.

Sin pensárselo dos veces saltó a sus brazos, tal y como había hecho Ciri el día anterior, y se aferró al cuello de su salvador.

—¿¡Que sucede, princesa!? —Gabriel se mostró asustado. Jamás había visto a la princesa Dagmar perder el control de aquella manera.

—¡El animalejo! ¡El animalejo habla! —chilló señalando a la ardilla.

Entonces Gabriel posó sus ojos y vio aquella extraña criatura blandiendo la chincheta de forma amenazante y no supo muy bien cómo reaccionar.

—¡Ladrones! —volvió a gritar la ardilla.

Y en los brazos de su escolta, la princesa Dagmar se desmayó por la impresión.


¡Holis!

Capítulo cortito, pero necesario para introducir un nuevo personaje. 


¿Quién pensáis que es más malvada? ¿La madre de Dagmar o la princesa?

¿Qué os ha parecido que Gabriel se haya ofrecido a ayudar a la princesa?

¿Y la ardilla parlanchina en la habitación de la bruja? 

¡Os leo! 

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