Capítulo 8. P1: «Te maldigo, tú me maldices...»


Parte 1.

La tensión se palpaba en el ambiente; ambas participantes, se miraban desafiantes mientras el resto de los presentes presenciaban aquel pulso. Los ojos de la princesa, azules como dos zafiros, se clavaban en los oscuros de Lilibeth. Absortas en el fuego de la discusión, no fueron conscientes de que el príncipe heredero las estaba escuchando, hasta que este carraspeó a sus espaldas para aclararse la voz y llamar su atención.

—Si son tan amables de acompañarme a tomar una copa, señoritas... —pronunció interviniendo.

El mundo cayó irremediablemente en los hombros de Lilibeth; todo su rostro, incluso las orejas, le empezaron a arder por la vergüenza.

Para Maximiliano, aquella mediación parecía necesaria; si bien invitarlas a compartir espacio no era la opción más inteligente, confiaba en que el ambiente se fuera suavizando.

Sabía que su madre no apoyaría aquel escándalo, y antes de que esta se diese cuenta, quiso ponerle remedio.

Con determinación, hizo que Dagmar y Lilibeth le acompañaran hasta su mesa a paso tranquilo. Pero por mucho que fingieran, la tensión entre los tres se palpaba en el ambiente.

Lilibeth caminó observando su ancha espalda, cabizbaja y pensativa. Se había dejado llevar por el orgullo y había caído a la misma altura que la princesa. Esta, la había provocado a sabiendas, pero ella, que se consideraba una persona templada e inteligente, había actuado como una tonta y había caído en su juego. Pero se sentía tan presionada y fuera de lugar, que le costaba controlar sus sentimientos.

La bruja caminó hasta el lugar a regañadientes, pero, sobre todo, culpándose por haber sido tan infantil.

—Hace una noche estupenda —pronunció Maximiliano para tratar de romper el hielo.

Tanto la princesa Dagmar como Lilibeth le sonrieron. La primera, ampliamente, enseñando sus dientes perfectos; en cambio, la bruja, lo hizo incómoda. «Ahora pensará que quiero aprovecharme de él y usurpar el trono», se siguió castigando esta última.

—Podríamos conocernos un poco —volvió a intentar él—. ¿Por qué no hacemos una ronda de preguntas? —propuso el príncipe ilusionado.

Su emoción pilló desprevenida a Lilibeth. «¿No está enfadado?», se preguntó asombrada. Pero Maximiliano no lo estaba en absoluto. Solamente estaba preocupado de que las dos participantes se llevaran bien.

Tras unos segundos en silencio, finalmente, la princesa Dagmar habló:

—Hagámoslo más divertido, príncipe. ¿Por qué no seguimos jugando al «¿Veo, veo»? —sugirió esta.

Al escuchar sus palabras, a Lilibeth se le disipó el enfado; era su juego favorito. Por ello, no pudo evitar desenmascarar su ilusión.

—Me encanta ese juego —contestó Lilibeth a sorpresa de ambos. Los ojos le brillaron al decirlo—. Con él, entretengo a mis hermanos menores.

Primero había empezado con Morgan; ambos jugaban con su abuela todo el tiempo. Habían dedicado largar tardes de invierno a ese juego.

Una vez esta faltó y la familia fue creciendo, Lilibeth tomó la misión de transmitirla a sus hermanos. Casi como si de una enseñanza vital o de una herencia fuera.

La más competitiva era Luna, sin duda; mientras que Blaise era el más inocente. Tanto George como Gwen disfrutaban de ello de manera amistosa, tratando de no sucumbir a los engaños de Morgan, que cada vez se esforzaba más en dar pistas enrevesadas para confundir a los otros.

—¿Tiene usted hermanos, señorita Night? —se interesó el príncipe.

Su pregunta hizo que Lilibeth se relajara nuevamente. No parecía juzgarla ni odiarla. Sonrió para sí misma.

Con ganas de contarle sobre sus hermanos, Lilibeth abrió la boca emocionada, pero rápidamente se vio obligada a cerrarla, cuando Dagmar se le volvió a adelantar:

—Voy a empezar yo —anunció nada más ver que Lilibeth iba a contestar—. Veo, veo...

Lilibeth y el príncipe se miraron confusos. La princesa, que parecía una muñeca de porcelana, batía sus largas pestañas como si fueran alas de mariposa.

—Venga, es divertido —los animó Dagmar—. Veo, veo... —repitió.

Con espíritu aventurero y tratando de dar un paso hacia la buena convivencia, Lilibeth quiso responder:

—¿Qué ve? —preguntó.

—Veo a alguien que está fuera de lugar —sonrió Dagmar.

La cara de Lilibeth se volvió roja como un tomate. No podía creer que el juego estuviese tomando aquel rumbo, incluso en presencia del príncipe heredero, que, al parecer, no entendía nada.

Se sentía tonta nuevamente, por haber pensado que las intenciones de aquella dama eran buenas. La humillación volvió a empapar a Lilibeth, como un jarrón de agua helada. Por ello, y sintiendo la mirada incrédula de Maximiliano clavársele en el rostro, no pudo contener la lengua:

—¿Es usted, princesa Dagmar? —contraatacó esta. Y sin darle tiempo a Dagmar a reaccionar, reinició el juego—. Veo, veo...

—¿Qué ve, Night? —preguntó la princesa con una mueca en el rostro.

—Una dama con muchos prejuicios —le espetó. Quiso hacerlo para pararle los pies; para ponerle freno. Pero aquello pareció avivar el fuego de la princesa.

Dagmar arrancó a reír. Parecía divertida, disfrutando de un nuevo enfrentamiento. Mientras que a la bruja se le había disparado el pulso y la incomodidad la tenía contra las cuerdas.

—¿Prejuicios? ¿O verdades como puños? —exclamó la princesa.

La ira volvió a amenazar con apoderarse de Lilibeth, mientras su rostro oscilaba del blanco al rojo. Desde luego, no estaba acostumbrada a aquellos enfrentamientos tan abiertos y cargados de veneno. Lo que vivía en casa eran riñas familiares por cosas banales.

Maximiliano Sunrise, por su lado, se sentía igual de fuera de lugar que Lilibeth; incómodo y confuso. No entendía por qué sus dos acompañantes mantenían aquella pelea y cuál era el motivo de su aparente odio.

Sin mucho éxito, trató de mediar entre ellas varias veces, pero se sentía como un fantasma; estaban tan enfrascadas en jugar tirándose pullas, que lo relegaron a un segundo plano.

—Será mejor que empecemos con el baile... —murmuró el príncipe.

Mareado, se levantó aprisa e hizo una señal a su madre para que diese el anuncio.

La reina Flora aplaudió para llamar la atención de todos los presentes, por lo que hasta la bruja y la princesa tuvieron que hacer un alto al fuego para escucharla.

—¡Atención! ¡Atención! —pidió alzando la voz la reina—. Como ya saben, señoritas, hay dos participantes que ganaron la recompensa de bailar con mi queridísimo hijo.

Aquello provocó que Maximiliano se ruborizara y que el resto lo vitoreara. La reina Flora, no pudo evitar deslumbrar a los presentes con su sonrisa, orgullosa, antes de continuar.

—Por favor, acercaos —le indicó a su hijo, a la princesa y a la bruja.

Maximiliano asintió con la cabeza, aliviado, y las invitó a caminar hasta el centro. La princesa, como ya esperaba Lilibeth, empezó desfilando a su lado hasta que la adelantó.

La bruja, no queriendo dar su brazo a torcer, la siguió al mismo ritmo y ambas empezaron un tira y afloja para ver quién llegaba antes, incluso, dejando al príncipe atrás.

Lilibeth, ante la ferocidad de la princesa y dándose cuenta de lo ridículo e infantil que era aquella competición, terminó dándose por vencida.

—Las damas primero —le espetó a la princesa.

Esta se giró levemente y le sonrió mientras la adelantaba por su derecha.

Lilibeth, que se había echado a un lado, presenció como Maximiliano llegaba hasta ella y aceptaba su mano, colocándose frente a esta.

Asombrada, volvió a toparse con los ojos de Dagmar; la miraba con orgullo y aires de superioridad. Sin duda, la princesa, se sentía ganadora.

Pero lo que hizo a continuación, sorprendió a todos. Incluso Lilibeth, parpadeó intensamente frente a la osadía de la princesa.

Dagmar, ni corta ni perezosa y aun con los ojos fijos en la bruja, se quitó los largos guantes de color azul y los dejó resbalar al suelo.

Seductora y desafiante, la princesa Dagmar pretendía declararle la guerra a su contrincante.

«No tiene ningún reparo...», se escandalizó Lilibeth.

—¡Música, por favor! —se escuchó de fondo.

Los músicos empezaron a interpretar la primera pieza; una canción ni muy rápida ni muy lenta, a piano, violín, flauta travesera y clarinete.

Lentamente, empezaron a moverse al son de la música; mirándose a los ojos y pegándose un poco más en cada giro.

Lilibeth observaba como Dagmar y el príncipe se estudiaban con detenimiento; ella no dejó escapar el momento y batió sus pestañas.

«Ambos hacen una pareja perfecta», opinó la bruja. No cabía duda de que ambos eran guapos, adinerados y bien posicionados. Aunque a Lilibeth no le gustaba la actitud de la princesa, no podía negar que parecía haber nacido para Maximiliano.

Aquellos pensamientos, mientras los veía girar y girar, la controlaron por completo. No podía dejar de pensar en ello y mientras lo hacía, se sorprendió al notar como se le encogía el corazón. ¿Envidiaba su posible historia de amor?

«¿Por qué me siento así?», se preguntaba a sí misma.

Pero algo cambió de repente; los ojos de la princesa Dagmar ya no se dirigían al príncipe heredero. Esta, parecía observar algo o a alguien oculto entre el público.

La dama rubia, parecía absorta, confusa y muy lejos de aquel lugar.

Incluso cuando la música cesó y dejaron de moverse, Dagmar parecía no ser consciente de lo que sucedía a su alrededor.

Fueron los aplausos, los que arrancaron a la princesa de aquel extraño trance en el que se encontraba. Volviendo a la realidad, hizo una pequeña reverencia al príncipe y ambos se sonrieron.

«¿Qué es lo que ha captado su atención?», se sintió curiosa Lily. Pero por mucho que miraba a su alrededor, no parecía haber nada fuera de lugar. «No parece haber visto a su doppelgänger...», opinó.

Aquellos pensamientos intrusivos se desvanecieron con la llegada de su turno; la bruja pasó a ocupar el lugar de la princesa y con las manos temblorosas y el corazón agitado, aceptó la invitación del príncipe para bailar.

Su tacto, como lo había sopesado, era cálido y suave. Aunque sus manos, fuertes y grandes, la sujetaban con firmeza.

Tocarlo, por primera, fue casi eléctrico. Al entrar en contacto, un hormigueo empezó en los dedos de Lilibeth y fluyó por todo su cuerpo, como un escalofrío.

La música empezó a sonar y la bruja se tensó por la situación. Se sentía observada nuevamente; en medio de un huracán. El príncipe clavaba su mirada en la suya y la bruja se empequeñecía, incluso le empezaron a sudar las manos por los nervios.

Lilibeth no era muy diestra en el arte del baile, por ello el príncipe, al notarlo, bajó un poco el ritmo.

—No me gusta que las mujeres se peleen por mí —dijo Maximiliano para su sorpresa.

Sus palabras se escaparon de entre sus labios en un susurro, pero las acompañó de una sonrisa. ¿Le estaba gastando una broma? ¿O lo decía en serio?

Las mejillas de la bruja se tiñeron irremediablemente; no quería darle aquella impresión al príncipe. La tensión entre ambos fue en aumento.

—No peleábamos por usted, príncipe. Peleábamos por nuestro orgullo —respondió ella avergonzada.

Y fue exactamente por esa vergüenza, que a Lilibeth se le escapó la primera risotada. Aquello, era algo que solía hacer cuando se ponía muy nerviosa.

Pero en lugar de parecerle algo extraño o desagradable, al príncipe Maximiliano, le pareció adorable. Y sin poderlo evitar, se unió a ella con otra carcajada.

«Si no supiese quién es, podría pensar que se trata de un joven normal y corriente», apreció, divertida, la bruja.

A sus ojos, el príncipe Maximiliano era natural y sorprendentemente familiar. Aquello hizo que Lilibeth se relajará al fin. Por cada giro, cada susurro y cada sonrisa, sus corazones se aceleraron peligrosamente.

Mientras el mundo desaparecía para ambos, ninguno de los dos notó que la princesa Dagmar se retiraba aparentemente disgustada. 



¡Holis!

Es viernes, y Wattpad lo sabe...

¡Aquí llega la primera parte del capítulo 8!

Tengo que decir, muy orgullosa, además, que llevo exactamente: 20.345 palabras.

¡Bien por Lilibeth!

¿Qué os ha parecido la interacción y competición con Dagmar?

¿Conociais el término doppelgänger?

¡Os leo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top