Capítulo 7: «No importa de qué color es tu vestido...»

El mundo, normalmente frenético, parecía girar lentamente en aquel momento. En los oídos de Lilibeth se colaban los aplausos y los vítores por haber sido las escogidas, o más bien, las ganadoras. En un empate. La cabeza le retumbaba y las manos le temblaban.

Bajo el tacto de la mano de Lady Blanche, la bruja trataba de respirar con menos urgencia y controlar sus emociones.

Por instinto, buscó la mirada de la desconocida que compartiría su mismo destino; la princesa Dagmar Arrowflare, como así la habían llamado, se la devolvía atónita.

En absoluto silencio, ambas se analizaron el rostro. Lo único que compartían, aparte de un resultado, era la confusión que les bañaba la cara y el alma.

—Lilibeth —le susurró Lady Blanche.

Su voz dulce la devolvió a la tierra. La bruja tragó saliva y el mundo recuperó su ritmo habitual.

—Respire, Lilibeth —le recordó su amiga.

Sus ojos brillaban de emoción, mientras los de ella reflejaban el pánico que sentía. Las razones eran obvias: quería pasar desapercibida y ahora estaba en el ojo del huracán. Su plan de suavizar su presencia, para así poder seguir en el concurso sin incidentes, se había ido al traste. Y la princesa Dagmar parecía habérselo tomado demasiado personal como para dejarlo pasar.

Además, estaba el otro asunto... Era cierto, que sentía curiosidad por el príncipe heredero, pero le ponía nerviosa tener que bailar con él.

«¿Cómo será su tacto? ¿Cálido? ¿Delicado? ¿Serán sus manos suaves? ¿Fuertes?», pensaba agitadamente. Se maldecía a sí misma por no haber aceptado su mano, un rato antes, al recibirla en el laberinto. Para entonces, ya tendría la respuesta y su pulso no estaría tan disparado.

Su mirada se cruzó con la del monarca, que sonreía abiertamente, con las mejillas coloradas.

«Si lo hubiera hecho, ahora no estaría tan nerviosa. Todo sería más natural», se convenció a sí misma. Pero de poco servía lo que intentara creer a esas alturas: era demasiado tarde.

Tras terminar de despedir a las participantes que abandonaban el concurso y entablar conversación un poco más, la reina Flora y Maximiliano se retiraron educadamente. Las damas empezaron a desfilar hasta sus habitaciones; todas y cada una de ellas deseaban verse hermosas por la noche.

—Lilibeth —la llamó Lady Blanche. La bruja puso sus pensamientos en pausa para centrar la atención en su amiga—. No sé si es muy atrevido de mi parte, pero... ¿Le gustaría que nos arregláramos juntas para esta noche? —le preguntó nerviosa.

Lilibeth se quedó atónita con dicho ofrecimiento. Casi igualando su sorpresa por haber resultado ser una de las vencedoras del reto.

—¿Arreglarnos juntas? —preguntó incrédula.

Lady Blanche sonrió tímida y asintió con la cabeza.

—Me gustaría poder conocerla un poco más y charlar con usted... Eso es lo que hacen las amigas, ¿no? —añadió.

Los ojos de la bruja brillaron de emoción. ¡Amiga! ¡La había llamado amiga! No se lo podía creer... Pero su acompañante hablaba completamente en serio, y así se lo hizo saber.

Rápidamente, aceptó su ofrecimiento y ambas muchachas decidieron usar la habitación de Lilibeth para alistarse.

Primero, pasaron por el cuarto de Lady Blanche, el cual no distaba mucho del suyo. Sorprendentemente, ambas estaban ubicadas muy cerca la una de la otra.

Lady Blanche recogió un par de vestidos y accesorios, así como zapatos y bártulos para arreglarse el cabello. Luego, emprendieron camino hasta la alcoba de la bruja.

Una vez frente a su puerta y justo antes de girar el pomo, Lilibeth miró a su amiga y se mordió el labio. Había olvidado por completo contarle sobre Nut.

—Lady Blanche —susurró nerviosa—. He olvidado mencionar un asunto.

—¿Un asunto? —preguntó ella, con mucha curiosidad.

Lilibeth se tomó un instante para pensar en cómo formular su frase. No quería espantar a la única amiga que tenía en el palacio.

—¿Ha oído hablar de los familiares?

Lady Blanche se emocionó.

—¿Tiene usted un familiar, Night?

Lilibeth tragó saliva antes de afirmar con la cabeza. La reacción de su compañía la tomó desprevenida: Lady Blanche recogió las manos de la bruja, envolviéndolas con las suyas, y le pidió, maravillada, que se lo presentara. Aquello alegró y relajó el corazón de Lily, que disfrutó al ver a su nueva amiga tan ilusionada.

—Se llama Nut, es un familiar ardilla. Tiene mucho carácter... —la puso en preaviso mientras abría la puerta.

Al entrar a la estancia, Nut esperaba tumbado en la cama, completamente relajado mientras se acicalaba la cola.

—Estoy aburrido, Lily. Me tienes abandonado —dijo aquello con la voz chillona y con cierto dramatismo. Aunque sin desviar la mirada de su pelaje.

Antes de que la bruja o su familiar pudieran añadir algo, Lady Blanche se adelantó con mucho entusiasmo y se presentó a orillas de la cama, acercando su rostro a Nut. La dama dejó escapar un chillido de emoción y cuando la ardilla se topó con su rostro, gritó de la misma forma, pero de terror.

El corazón del familiar se disparó y no pudo hacer nada más que saltar aterrorizado y echar a correr. Con su velocidad, logró trepar a lo alto del armario en menos de dos segundos.

—¡Nut! ¡Tranquilo! —trató de serenarlo Lilibeth desde abajo—. ¡Es una amiga!

Nut nunca había escuchado a Lilibeth pronunciar aquella palabra. En Nightforest, se llevaba bien con otros brujos, mas no tenía amigos verdaderos. La brujita, desde corta edad, se había volcado en su propia familia y en el cuidado de sus hermanos. Mantenía relaciones cordiales con sus compañeros de clase y sus vecinos, pero ninguna había evolucionado a una amistad cómplice como la que estaba experimentando gracias a este concurso.

En su hogar, todos sabían quién era ella, que podía hacer y quién terminaría siendo: la líder del aquelarre. Aunque ella tratase de evitarlo, la trataban de forma distinta que a sus hermanos.

—¿Amiga? —preguntó chillón.

—Esta es Lady Blanche —la presentó.

Ella, sintiéndose mal por haber asustado al familiar de Lilibeth, mantuvo las distancias y habló suavemente:

—Siento que mi entusiasmo le haya asustado —se disculpó.

Pero el familiar no parecía convencido; la observaba en silencio, juzgando cada una de sus respiraciones y movimientos.

Finalmente, Nut bajó del armario y trepó por el cuerpo de Lilibeth. Se posó en su hombro y miró directamente a Lady Blanche. Los tres se mantuvieron en silencio un rato, mientras se observaban.

—Espero que sus intenciones sean sinceras, Lady Blanche. De lo contrario, le roeré todos los zapatos —pronunció al fin.

A Lilibeth se le subieron los colores por la vergüenza y rápidamente riñó a su familiar. Lady Blanche, en cambio, estalló a carcajadas.

—¡Creo que vamos a ser muy buenos amigos los tres! —proclamó divertida.

Después de que la situación incómoda se normalizara, las muchachas se divirtieron charlando animadamente sobre como habían terminado en aquel concurso. Lilibeth, pero, no fue capaz de confesar su verdadero motivo, así que, mientras se vestía, le contó una verdad a medias.

—Mis padres me instan a que me case, así que pensé en ganar algo de tiempo.

—¡Muy astuto de su parte, Night! —la felicitó Lady Blanche, mientras se rizaba las pestañas con un bártulo extraño. Luego, se lo ofreció a Lilibeth, pero ella lo desestimó.

Lo que sí que aceptó la bruja fue dejar que su amiga le pintara los labios de un color suave. Mientras lo hacía, a escasos centímetros de su rostro, le confesó su secreto:

—En mi caso, concurso por compromiso —sonrió—. Mi familia mantiene relaciones mercantiles con el reino y los provee de alimentos distintos de nuestros huertos. Así que cuando llegó la invitación, acordamos que concursaría como muestra de buena fe.

—¿Entonces no está interesada en el príncipe? —se asombró Lilibeth.

Era bastante despistada, la bruja, pero saltaba a la vista que todas las damas suspiraban por el guapo de Maximiliano.

—Ni en el príncipe ni en ningún otro hombre —le susurró divertida—. Yo ya estoy enamorada.

Cuando dijo aquello, sus mejillas se tiñeron y el calor empañó su rostro. Lilibeth, sentía curiosidad, mas no quiso preguntarle para no parecer descortés. Pero afortunadamente, Lady Blanche sentía que podía hablar abiertamente con su nueva amistad.

—Estoy enamorada de una muchacha, Carlota —le confesó, aliviada.

Aquello tomó por sorpresa a Lilibeth. Sabía que en el mundo existían personas tan distintas como colores había en él, pero jamás había conocido a una directamente. En el reino del Sol, no podías casarte con alguien de tu mismo género, mas si tu familia te lo permitía, podías compartir tu vida igualmente con esa persona.

—¿Y sus padres no quieren que se case? —le preguntó.

Lady Blanche negó con la cabeza.

—Me aceptan tal y como soy y me dan su bendición. Mi hermano mayor ya se casó el año pasado, y en menos de tres meses su mujer les dará a su primer nieto.

—Felicidades —le sonrió Lily.

Lady Blanche le devolvió el gesto.

—Tengo ganas de poder desempeñar el papel de la tía divertida —se carcajeó—. Aunque tengo que confesar que me encantaría ver a Carlota vestida de blanco y caminando hacia el altar. Y formar una familia el día de mañana —se permitió soñar—. Pero para eso hay leyes que cambiar.

«Ojalá algún día Lady Blanche se pueda casar con su querida Carlota», pensó con ternura.

Ambas terminaron por vestirse mientras Lady Blanche le contaba detalles sobre su amada: era una muchacha alta, esbelta y de cabellos negros. Su piel estaba bronceada, por el trabajo en el campo y además era muy inteligente. Según le contó su amiga, Carlota había inventado un artefacto capaz de canalizar el agua del río y de regar automáticamente todos los cultivos.

A Lilibeth le parecía algo maravilloso y revolucionario. En Nightforest, su familia, se encarga de hacerlo cada mañana, con la salida del sol.

—¿Entonces puedes cambiar el color de tu vestido con magia? ¡Menuda ventaja! —exclamó Lady Blanche, después de que Lilibeth se lo contara.

Ella asintió con la cabeza.

—Es gracias al material con el que está hecho —le explicó pasando los dedos por la tela—. Algodón mágico.

—Jamás había escuchado hablar de él —se interesó su amiga.

Lilibeth sonrió. Le gustaba poder hablar sobre magia abiertamente.

—Es como el algodón normal, pero duro. Durante la noche, es completamente transparente, pero en contacto con el sol, sus rayos penetran en él y parece que contenga el arcoíris.

—Eso es fascinante... —se maravilló Lady Blanche.

Tras mostrarle a su nueva amiga como podía cambiarle el color a su vestido, Lady Blanche la instó a volverlo rojo.

—¡Ese es su color, Lilibeth! Combina completamente con su tez y con sus ojos.

Lilibeth se sonrojó y aunque no estaba completamente segura de querer arriesgarse a llamar la atención, decidió ser valiente y hacer caso a la recomendación de esta.

Cuando las muchachas estuvieron listas, Lady Blanche insistió en compartir su frasco de perfume favorito. Empezó a rebuscar en una de sus bolsas, pero a cada giro de muñeca, se ponía más nerviosa; se lo había regalado Carlota.

—Estaba completamente segura de haberlo metido en esta bolsa.

Siguió revisando sus pertenencias hasta que se dio por vencida.

—Lo habré olvidado en mi habitación —pensó en voz alta—. ¿Le parece si voy a por él, Lilibeth?

La bruja asintió. Iba a decirle que no hacía falta, pero al ver el entusiasmo y empeño de su amiga, decidió aceptar sin más.

—¡Vuelvo en un santiamén! —le prometió cerrando la puerta tras de sí.

Una vez se quedó a solas, Lilibeth se contempló en el espejo: el vestido que había escogido era sencillo de por sí. Con las manos tiró de la falda hacia arriba y dejó al descubierto sus botas negras.

«¿Debería rendirme y usar unos zapatos de tacón?», pensó insegura.

Nut, que parecía adivinar sus pensamientos, trepó por ella y se posó en lo alto de su cabeza, para mirarla, también, a través de su reflejo en el espejo.

—Eres hermosa tal como eres —le susurró.

El corazón de Lilibeth se encogió por la ternura.

—¿No es eso una canción, Nut? —le preguntó divertida.

Y mientras esperaba a que Lady Night regresara, Lilibeth entonó dicha melodía con su dulce voz. 

—¿¡Lilibeth!? —escuchó gritar.

La bruja se había quedado traspuesta mientras esperaba a que Lady Blanche regresara con su perfume. Tardó unos segundos en volver a ubicarse dentro de su recámara y de entender, que era esta última, la que gritaba su nombre.

—¿Lady Blanche? —preguntó ella confusa.

La puerta estaba cerrada, así que su amiga debía de estar al otro lado. Lilibeth se acercó para abrírsela, pero el pomo ni siquiera giró.

—¡Alguien ha saboteado la cerradura! —le informó ella.

La bruja frunció el cejo. ¿Por qué alguien iba a tratar de impedir que saliera? Sabía que no caía bien, pero desde luego, no pensaba que alguien la pudiera ver como competencia.

—Lady Blanche, aléjese de la puerta, voy a abrir con magia —la previno.

No le dio tiempo a prepararse que su amiga habló nuevamente:

—¡No hará falta!

Y tras un golpe seco y un sonoro estruendo, la puerta se abrió de par en par. La bruja tuvo que apartarse con urgencia para evitar que esta le golpeara directamente.

Una vez abierta, al otro lado encontró a Lady Blanche, mordiéndose el labio y con el pomo en la mano.

—¡Lo arreglaré! —le prometió avergonzada.

Ninguna de las dos quiso perder más tiempo. Entre risas y complicidad, y tras que Lilibeth arreglara la puerta con magia, se fueron directas hacia el esperado baile.

Cuando ambas llegaron a lo alto de las escaleras que descendían hasta el salón, Lady Blanche paró en seco. La música sonaba suave y en el ambiente distendido se podía escuchar alguna risilla tímida de alguna dama. Las luces eran tenues, ambientaban el salón para darle un aspecto más íntimo, relajado. Las cortinas azules destacaban entre los ornamentos dorados. Pero sin duda, lo que iba a llamar más la atención iba a ser su vestido.

Lilibeth se dio cuenta de que iba a destacar irremediablemente; desde su posición, el resto de las damas, parecían un mar azul.

—Todas van de azul... —pensó ella en voz alta.

A su lado, Lady Blanche, que también había escogido ese color para su vestido, dejó escapar una risotada.

—Era obvio que iba a suceder —se burló—, por ello la he instado en vestir de rojo, Lilibeth.

La bruja se sorprendió ante las palabras de su amiga.

—Y como yo quería ser discreta... —dejó entrever, mientras giraba dando vueltas para mostrar su vestido.

Aquello puso nerviosa a Lilibeth. Volvió a desviar la mirada a la marabunta. No era su plan, el de llamar aún más la atención.

Lady Blanche trató de tranquilizarla.

—Todo va a ir bien —le susurró con cariño—. No tenga miedo de brillar, Night.

—Creo que debería cambiar el color de mi vestido —se mordió el labio.

Su acompañante negó a su lado.

—Déjese de tonterías —la riñó—. Y ahora, haga su gran entrada —la instó—. Si me necesita, estaré entre el gentío.

Lady Blanche le dio un pequeño empujón a Lilibeth, para que esta pisara el primer escalón. Al hacerlo, pudo ver al príncipe Maximiliano a lo lejos, al lado de la otra ganadora: la princesa Dagmar. Parecía animado, manteniendo una conversación divertida, ajeno al resto del mundo. No sabía muy bien cómo comportarse o a donde dirigirse, pero decidió bajar primero las escaleras y quizás, armarse de valor para saludarle.

Pero nada de eso hizo falta. El príncipe heredero desvió la mirada de la princesa Dagmar y pasándola por encima de los invitados, algo llamó su atención.

Lilibeth Night descendía las escaleras, enfundada en un vestido color carmesí, con los rizos salvajes ondeando a su lado y con su tez oscura reflejando las llamas de las velas. Aquello creaba la ilusión de la bruja estuviese envuelta en un brillo dorado.

Maximiliano sintió que se quedaba sin aliento. Poco le importó parecer maleducado con Dagmar. Maravillado por la imagen de la bruja y sin ser realmente consciente de ello, empezó a avanzar en su dirección.

Las mejillas de Lilibeth se encendieron; el príncipe caminaba a su encuentro y a ella se le aceleraba el corazón con fuerza.

Pero ninguno de ellos reparó en que, la tercera en discordia, había adelantado al príncipe. La princesa Dagmar Arrowflare había llegado antes, posicionándose frente a la bruja. Y lo había hecho con cara de pocos amigos.

—¿No le avergüenza el color que ha escogido para su vestido? —la acusó la princesa, sin pelos en la lengua.

Lilibeth palideció. Para nada esperaba un ataque tan directo y sincero. Parpadeando con fuerza y tragando saliva, trató de recomponerse.

—No sabía que este color creaba tanta controversia —murmuró ella, tratando de relajar el ambiente.

No hacía falta mencionar que las demás damas habían dejado de charlar para escuchar cómo se gestaba aquella tormenta.

—Mire a su alrededor —le sugirió—. ¿No ve la marabunta de vestidos en todas las tonalidades posibles de azul? Incluso podrá ver alguna dama vestida de rosa, naranja suave e incluso verde agua.

«No creo que el color de un vestido importe tanto», pensó la bruja. Y cuando abrió la boca para decirle justamente esto, Dagmar la interrumpió furiosa:

—Pero, ciertamente, usted no es una dama —le escupió—. Le sugiero que vuelva a las sombras, allá donde pertenecen los de su clase. Al fin y al cabo —añadió—, todos saben que las brujas son malvadas y las princesas amables y bondadosas

Sus palabras hicieron que a Lilibeth se le nublara la vista; no conocía de nada a aquella princesa, pero su lengua estaba cargada de odio y veneno.

Los prejuicios que había tenido que aguantar hasta el momento eran dolorosos, pero lo había hecho con honor y la cabeza alta. Pero aquello era humillante.

La bruja apretó los puños a los costados mientras veía a la rubia girar y disponerse para irse.

«Basta de humillaciones», pensó con la mandíbula prieta. Fue como si su propio demonio le susurrara que debía pararle los pies.

—Tiene usted una lengua viperina, princesa Dagmar —Lilibeth alzó la voz como protesta.

«Basta de agachar la cabeza», se prometió a sí misma.

La princesa Dagmar se congeló; los presentes se mantuvieron en silencio, centrándose completamente en ellas dos.

Lilibeth empezó a avanzar hacia ella, aunque esta aún se encontraba de espaldas.

Cuando al fin giró, lo hizo con los ojos abiertos como platos y la mandíbula prieta. Lilibeth terminó por acercarse a ella, se agachó para quedar a su altura y dejó su rostro a centímetros del suyo.

—No voy a permitir que me humille —le susurró Lilibeth—. Tengo el mismo derecho de estar aquí que usted, aunque nuestras diferencias le incomoden.

Vio muchas emociones pasar por el rostro de la princesa Dagmar; de palidecer terminó por volverse rojo como un tomate.

—Tiene que saber que quiero más a mi orgullo que a una posible corona —añadió la bruja.

—¿Y qué quiere decir con eso? —habló por fin la rubia.

Lilibeth Night se apartó el cabello de los hombros y la retó con la mirada.

—Que no pienso arrastrarme ni arrodillarme por nada ni por nadie. —Sintió el calor abrasar su interior—. Ni en el hipotético caso que llegue el día de mi coronación sea como heredera del aquelarre Night o como reina de Sunrise.

Dijo aquellas palabras como provocación. No le interesaba ser reina de Sunrise, pero deseaba darle una lección a aquella princesa intolerante.

Mas, para cuando ya fue demasiado tarde, Lilibeth se dio cuenta de que el príncipe Maximiliano se encontraba a sus espaldas: la acababa de escuchar mentir, diciendo que tenía intención de ser coronada.    


*Algodón mágico


¡Holis!

Es viernes y vengo con un 'supercapítulo'.

Súper porque tiene 3081 palabras. ¡Wow! jiji

Lilibeth y Lady Blanche se hacen cada vez más amigas...

Aunque parece que nuestra brujita ha ganado una enemiga acérrima: Dagmar.

¿Qué os parecen sus interacciones?

¿Os ha gustado saber sobre el algodón mágico?

¡Os leo!


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