Capítulo 6: «Es la premonición de que va a suceder algo grande.»
Lilibeth se sintió como si fuera una mera espectadora, como si su alma hubiese escapado de su cuerpo y pudiese ver lo que estaba sucediendo desde una perspectiva externa.
El príncipe Maximiliano, con sus grandes ojos de color miel, estaba apostado al otro lado de la puerta, tendiéndole una mano. Le estaba teniendo la mano a una bruja.
Ella, sonrojada al igual que él, se encontraba petrificada aún dentro del laberinto.
Todo pasó en escasos segundos, pero para el príncipe heredero fue una eternidad. Allí estaba él, con el brazo alargado, mientras Lilibeth Night lo miraba confusa y con los ojos bien abiertos. Su cabello, rizado y abundante, caía a sus lados como una cascada mientras se mantenía inmóvil y él cada vez se sentía más idiota.
—Bienvenida, señorita Night —repitió.
Pero en lugar de decirlo con decisión, su voz salió en un susurro entrecortado. Aquello lo hizo sentir aún más vergüenza.
Lilibeth, por supuesto, no había escuchado ni una palabra. En su lugar, una rocambolesca idea daba vueltas en su cabeza. «¿Y si fuera él?», se permitió soñar un poquito.
Era su oportunidad para bajar la mirada, de su rostro hasta su brazo, para confirmar que aquel príncipe, no era el muchacho que la había salvado tiempo atrás y que eran solo imaginaciones; desde la forma de su mandíbula hasta su sonrisa y sus largas pestañas. «Es mi oportunidad de ponerle fin; de acabar con esta ridiculez», repetía en su mente. Pero por alguna extraña fuerza, era incapaz de hacer que su cuerpo respondiera. La bruja, se sentía completamente atrapada en su mirada; sus articulaciones no parecían funcionar. Mandaba una y otra vez señales a su cerebro, pero su cuerpo no reaccionaba.
No fue, hasta que se escuchó el mecanismo de la pulsera antimagia y esta cayó al suelo, que Lilibeth pareció despertar de aquel letargo.
Parpadeando con fuerza, se miró la muñeca y cuando quiso centrarse nuevamente y desvió la mirada al antebrazo de Maximiliano, este ya había retirado su mano.
—Lo siento, me ha sorprendido —se excusó ella.
El príncipe jugueteó con sus manos a los costados, pero por temor de volver a sentirse rechazado, no repitió su ofrecimiento.
Lilibeth se remangó la falda un poco, enseñando sus curiosas botas negras y traspasó la puerta con cuidado de no caerse. A él, sus zapatos, le parecieron curiosos.
—Es comprensible, supongo que no me esperaba —parloteó él.
Lilibeth lo miró de reojo mientras este la invitaba a seguirle. Lo hicieron uno al lado del otro, con los corazones igual de acelerados y con un incómodo silencio entre ellos. Sus manos, mientras caminaban, amenazaban como dos imanes de tocarse, pero nunca lo lograban.
El color de su piel era distinto, aquello era innegable, pero la forma en que se sonrosaban sus mejillas era igual.
—Quería felicitarla, por su marca —comentó Maximiliano, rompiendo el silencio nuevamente.
La bruja sonrió tímidamente.
—Lo he hecho lo mejor que he podido —suspiró.
No sabía si su esfuerzo sería suficiente para clasificarla para la siguiente prueba: pero se aferraba con fuerza a ello.
—También quería pedirle disculpas.
Maximiliano frenó en seco, bajo el caluroso sol de aquella tarde. Entonces, giró sobre sí mismo y encaró a Lilibeth; lo hizo tan deprisa y por instinto, que no reparó en que la joven se había quedado, sorprendida, a escasos centímetros de él.
Entonces la examinó de cerca: su cara era divertida, entre confusa, avergonzada e incluso un poco asustada. Su rostro era redondo y sus pómulos prominentes. Sus mejillas, fuera por el calor, el ejercicio o su cercanía, estaban encendidas como dos candelas. Sus ojos casi negros se clavaban en los de él.
El príncipe no pudo, sino reparar en las pequeñas pecas que se repartían tanto por su nariz respingona como por sus mejillas. La recorrió con la mirada como quien observa una obra de arte, atento y maravillado.
Aunque Lilibeth era una joven de buena altura y el príncipe no le sacaba mucho más de quince centímetros, se sintió pequeñita e intimidada.
Por ello, avergonzada, quiso poner un poco de distancia entre ellos, pero terminó dando un traspié.
Como solía suceder en sus novelas favoritas, Lilibeth sintió el tiempo detenerse y su cuerpo empezó a caer, lentamente, hacia el suelo.
Maximiliano, que lo vivió exactamente de la misma forma, trató de cogerla en el aire mientras su nombre se escapaba con urgencia de entre sus labios.
Pero a diferencia de las historias románticas que mantenían a Lilibeth en vela toda la noche, ella, era una bruja. Condición que la llevó a chasquear los dedos, cerrar los ojos con fuerza y pronunciar un conjuro levitatorio.
El tiempo pareció detenerse realmente en aquel momento; el cuerpo de Lilibeth flotaba en el aire tan ligero como una pluma, en forma horizontal y con su falda y cabello ondeando con la gravedad.
Maximiliano se quedó maravillado. Otra persona, quizás se hubiera horrorizado, pues era bien sabido que los brujos no habían logrado aún integrarse en la sociedad todo lo esperado y que los prejuicios marcaban el tempo de la historia. Pero Maximiliano se sentía entusiasmado con aquel espectáculo privado.
Lilibeth abrió los ojos con temor, pero el brillo que encontró en los de su acompañante, la tranquilizaron.
Girando la muñeca, su cuerpo imitó el movimiento hasta tocar nuevamente el suelo con sus pies. En ese momento, el hechizo se rompió y el cuerpo de la bruja volvió a su peso habitual.
—Ha sido increíble —se emocionó Maximiliano.
Lilibeth lo miró con sorpresa y timidez. Volviendo la vista atrás, jamás se le hubiese ocurrido hacer magia en presencia del futuro rey. Pero, en cambio, escondiendo una sonrisa, se alegró por ello en silencio.
—Ha sido por instinto —le dijo ella en un susurro.
Era gratificante descubrir que podía mostrarse tal y como era, con naturalidad, en compañía del heredero. Lilibeth pensó en ello, sorprendida y empezó a aceptar unos sorprendentes sentimientos que se gestaban en su interior; quería saber más de él, se sentía a gusto y le agradaba como persona. Había sido una grata sorpresa.
Con esto en mente, quiso hablar un poco más con él, sin ser consciente de que llevaban mucho tiempo tratando de recorrer una corta distancia hasta el lugar donde se reunían las otras participantes que habían completado el laberinto.
No fue hasta que dos guardias se acercaron, que ambos salieron de la extraña burbuja en la que se encontraban.
—Alteza —saludó uno de ellos. Luego, se acercó a su oído con disimulo—. Debe ir a dar la bienvenida a la siguiente dama —escuchó como le susurraba.
Maximiliano asintió apenado y luego se giró para dirigirse a la bruja.
—Espero poder verla esta noche. —El rostro de Maximiliano se iluminó al pronunciar aquellas palabras.
Tras intercambiar un par de reverencias, Lilibeth siguió a los dos guardias que la guiaron hasta debajo de unas escaleras. Antes de ascender por ellas, la bruja se giró y pudo ver, a lo lejos, al príncipe despidiéndose con una sonrisa. Esta se le contagió. Pero, además, sintió un extraño hormigueo en el corazón.
Lilibeth entró al salón tratando de pasar desapercibida. Las damas esperaban aliviadas por haber completado el laberinto con una taza de té en las manos, charlando suavemente y respirando un poco más tranquilas. Pero como era de esperar, la calma duró poco.
En cuanto la primera dama vio a la bruja llegar victoriosa, la voz se corrió como la pólvora. En pocos segundos, Lilibeth se volvió a sentir en el ojo del huracán y desgraciadamente, no contaba con la compañía de Lady Blanche. No sabía donde estaba, pero empezó a ponerse nerviosa pensando que quizás no hubiera superado el laberinto. Lilibeth se entristeció al instante.
Cabizbaja, decidió sentarse en una mesa alejada. Ni siquiera trató de mezclarse con las otras participantes, pues por sus miradas, cabía esperar que no la aceptarían o le harían otro feo desplante.
Antes de sentarse, una sirvienta se acercó para ofrecerle un té.
—¿No tendrá café, por casualidad? —pidió ella educadamente.
La muchacha, joven, negó con la cabeza.
—Entonces, estoy bien, gracias —rechazó Lilibeth con una sonrisa.
Su gesto pareció trastocar a la sirvienta, que hizo una mueca y empezó a temblar.
—¿Qué le ha hecho, señorita Night? —escuchó decir.
Al girar la cabeza vio a Lady Blanche acercarse a ella con decisión y muy divertida. El pulso de la bruja se disparó por la alegría.
—¡Lady Blanche! —la saludó Lilibeth.
Incluso se levantó a hacerle una reverencia, pero esta, la envolvió con sus brazos y le dio un abrazo. Aquello descolocó a la pobre bruja, pero enseguida le devolvió el gesto con ternura.
—Le he pedido café —sonrió cuando se separaron.
La risa de Lady Blanche inundó el silencio de la sala.
—¡Qué peligrosa es usted, Night! —se burló—, ¡Pedir café y rechazar el té!
La broma de su amiga fue bien recibida por Lilibeth. Y tras sentarse a su lado, se acercó a ella nuevamente para susurrarle.
—Qué bruja que es —se burló Lady Blanche.
Ambas estallaron a carcajadas. Las dos amigas charlaron con naturalidad y diversión, mientras esperaban que el resto de las participantes fueran llegando.
Comentaron las pruebas que habían superado y como lo habían logrado. Ambas concluyeron que eran bastante fáciles y lógicas.
Resulto que su acompañante se había excusado un momento para acicalarse. Por eso no la había encontrado nada más entrar en el salón.
Mientras Lilibeth y Lady Blanche se encontraban enfrascadas en la conversación, no se dieron cuenta de que dos pares de ojos se fijaban con intensidad en ellas. No muy lejos de allí, una muchacha rubia tenía la mirada clavada en la nuca de la bruja.
Cuando menos lo esperaron, la reina Flora y el príncipe Maximiliano hicieron acto de presencia y la sala enmudeció. De pie para recibirles y tras esperar a que la reina se tomara su taza de té, el anunció comenzó.
—Enhorabuena a todas las presentes —empezó a hablar la reina Flora. Todas aplaudieron—. Ciento veintiuna concursantes han logrado cruzar el temido Laberinto del Sol, pero solo cien de vosotras seguirán la competición.
Los nervios volvieron a gobernar los sentimientos de las damas, que, al escuchar aquellas palabras, fueron conscientes de que habría varias eliminadas.
—Para no hacerlo demasiado largo, en lugar de nombrar a las que siguen con nosotros, vamos a nombrar a las que, lamentablemente, deben abandonar el concurso.
Lady Blanche tomó la mano de Lilibeth y le sonrió para infundirle valor. Ninguna de las dos deseaba abandonar el concurso, y aunque no lo habían expresado en voz alta, no era por amor; sino para no tener que renunciar a su amistad.
La reina Flora fue nombrando, una a una, a las veintiún participantes que, aquella misma tarde, quedaban eliminadas del concurso. Estas fueron desfilando con caras largas y algún llanto.
Maximiliano se mantuvo callado y cabizbajo durante todo momento, menos cuando se acercaba a alguna participante eliminada para darle las gracias por haber concursado.
Lilibeth lo veía sonreír, pero sus ojos no lo hacían; supo entonces que aquella situación no le agradaba.
—Al resto, a las que quedáis entre nosotros, os damos la enhorabuena —dijo una vez estas hubieron desaparecido de la sala—. Habéis conseguido cumplir con el segundo requisito para ser una buena reina: La reina debe ser capaz de usar la lógica y de demostrar su inteligencia.
Las damas la aplaudieron y la vitorearon.
Para Lilibeth, aquel requisito era del todo comprensible.
—Y para hacer más jugoso este concurso, quienes logren destacar de entre el resto, recibirán una recompensa —intervino la reina Flora, consiguiendo nuevamente la atención de las concursantes.
Si las participantes ya estaban de por sí emocionadas y muy atentas a la reina, ahora, ni siquiera podían desviar su atención al príncipe. Este, había quedado en segundo plano, siendo su madre, la reina, el centro de todas las miradas. Al menos, de todas, menos de un par de ojos.
—El Laberinto ha sido completado, en su menor tiempo, en veintidós minutos —sonrió—. Esta noche, tendrá lugar un baile en el palacio, donde todas estáis invitadas. Pero solamente quien haya logrado ese tiempo, podrá bailar con el príncipe.
—Tengo una corazonada de que será usted, Lilibeth —le susurró Lady Blanche.
Las mejillas de ella se encendieron por la vergüenza.
—Por suerte, yo soy la bruja —le contestó.
Ambas se miraron cómplices y esbozaron una sonrisa.
—La princesa Dagmar Arrowflare —anunció la reina Flora.
Las participantes aplaudieron a desgana; Lilibeth y Lady Blanche, lo hicieron sin saber de quién se trataba.
Girando la cabeza, Night divisó a una joven rubia de lo más contenta. Parecía no caber en el orgullo y felicidad que sentía por haber logrado proclamarse vencedora.
—Es muy guapa —pensó Lilibeth en voz alta.
Indudablemente, parecía tallada en porcelana: de cabellos dorados y ojos claros. Desde aquella distancia no podía ver si eran azules o verdes, pero desde luego, eran impactantes.
—Aunque hay un empate —intervino Maximiliano.
Cuando las palabras del príncipe revolotearon por el aire, el rostro de la primera ganadora cambió drásticamente. Este se encendió y su mandíbula se tensó. La felicidad quedó borrada de su rostro.
—Lilibeth Night —declaró.
La bruja giró la cabeza incrédula y parpadeó con fuerza; el príncipe la observaba con una sonrisa que le llegaba hasta los ojos. El mundo pareció lejano, mientras seguía escuchando a la gente aplaudir.
—Se ha equivocado... —susurró Lilibeth.
La mano de Lady Blanche le llegó al hombro, para tranquilizarla.
—Ni el príncipe se ha equivocado ni lo he hecho yo —le dijo esta—. Acepte este regalo, se lo merece.
Ambas se miraron a los ojos; Lilibeth atónita, Lady Blanche con ternura.
—Nos vemos esta noche, señoritas —sonrió Maximiliano.
¡Holis!
¿Qué os ha parecido?
La interacción de Maximiliano y Lilibeth ha sido un poco intensa.
¿Qué pensais que sucederá?
Y la pregunta bonus...
¿Cómo usariais vosotros el hechizo levitatorio?
¡Os leo!
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