Capítulo 4: «Nadie inteligente juega limpio.»

Tras la presentación, Lilibeth Night se había apresurado en buscar algún soldado que pudiera orientarla a llegar hasta su habitación. Se sentía mareada, de la impresión y del pavor. No pensaba que fuera a ser tan difícil.

Lo cierto es que toda su familia creía que era una mujer fuerte, pero ella no lo sentía así. Hacía mucho tiempo que notaba el peso de la responsabilidad encima de sus hombros y los tenía doloridos. No sabía muy bien cuando había empezado, pero sentía que no podía, sino fingir valentía y decisión frente a todos. Así es como creó su nueva imagen: Lilibeth, debía parecer fuerte, controlada, casi invencible. Y de tanto pensarlo, terminó hasta creyendo en ello.

Pero más lejos de la realidad, una vez estuvo dentro de su habitación, se dejó resbalar por la puerta cerrada y suspiró pesadamente. Le temblaban las manos y las piernas; un tembleque que no podía controlar. Era en aquellos momentos, cuando la máscara de Lilibeth se caía y mostraba sus verdaderas emociones. La bruja, era igual o más sensible que cualquier chica de su edad.

Nut, que se había escondido estratégicamente entre su alborotado pelo, saltó de su escondite y empezó a blasfemar.

—¿¡Cómo se atreven!? ¿¡Es que no han visto jamás una bruja!? ¡Lilibeth, les tienes que enseñar lo que vale un peine! —repetía con la voz chillona. Estaba claro, que, a él, no le importaba buscar pelea.

Nut se sentía ofendido, por Lilibeth, por todos los brujos. A ella, le había aterrorizado sentirse juzgada y observada. En Nightforest, todos estaban relacionados con la magia. Hacía mucho tiempo, que su linaje había creado un lugar seguro para todos los que eran como ellos. Y al final, parecía que vivir dentro de aquella burbuja, había resultado algo contraproducente. Aquí, no tenía protección, no tenía seguridad. Era la vida real, el mundo exterior y debía apañárselas sola.

—No todos comprenderán lo que eres... —Lilibeth repitió las palabras que su abuela materna le decía siempre cuando era pequeña.

Necesitó un rato largo para tranquilizarse. Respiró hondo y le pidió a Nut que se calmase. La ardilla, al verla en aquel estado, pasó del enfado a la preocupación. Si por él fuese, Lilibeth jamás se habría expuesto de aquella manera. Así que se acercó a su compañera de vida y la abrazó con sus diminutas patas. Se quedaron así un largo tiempo, con el silencio presente y apoyándose sin decir ni una palabra.

Tras reflexionar y tratar de reunir todo el coraje posible, Lilibeth se puso en pie. Observó, por primera vez, consciente, la habitación donde iba a dormir por un tiempo indeterminado.

Las paredes blancas de gotelé se alzaban en un techo alto. De tamaño mediano y con una única ventana, que, para su sorpresa, daba a los jardines reales.

Lilibeth se asomó para contemplar aquel paisaje y al sacar la cabeza por la ventana, mientras observaba la luna, se sintió en paz. La bruja parecía recargar energías. Fue como si sus preocupaciones se disiparan.

—Gracias, Diosa —susurró mirando directamente la luna.

La luna estaba llena, pálida y la observaba desde el firmamento. Parecía que le devolviese la mirada con quietud y serenidad. Siempre, se había sentido conectada con ella.

Volvió la cabeza nuevamente y siguió observando el que ahora era su hogar. Acarició con la mano el pequeño tocador con espejo, de madera natural. La cama, parecía cómoda, aunque más pequeña que la que solía ocupar en su casa.

Deshizo las maletas lentamente, pues no sentía ninguna prisa por irse a dormir y empezar un nuevo día. De su bolsa, sacó sus tres únicos vestidos y los colgó en el pequeño armario.

Si bien lo normal hubiese sido llevar tanta ropa como cupiera en su maleta, Lilibeth convenció a Luna y a su madre, Casandra, de que no necesitaba más. Ella sabía, que con un simple chasquido de dedos podría alargar o recortar los vestidos, así como cambiarlos de color. «Ventajas de ser bruja», trató de animarse a sí misma. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

Sacó, también, dos pares de zapatos, los cuales había incluido en el equipaje a demanda de Luna. «Aunque no piense usarlos», reflexionó observando sus viejas botas negras. Las hizo chocar entre sí.

Finalmente, encendió una vela con aroma a vainilla, su favorito, y a regañadientes, se enfundó en un sencillo pijama, se envolvió el cabello y se metió en la cama.

Su cuerpo fue fundiéndose con el colchón, que era increíblemente cómodo. Con Nut entre sus brazos, poco a poco, la bruja fue cerrando los ojos. Hasta que, al final, se transportó al reino de Morfeo.

Cuando la luz se coló por la ventana, Lilibeth se desperezó lentamente y se liberó la melena. Con el cabello alborotado, se reincorporó al tiempo que dejaba escapar un gran bostezo. Necesitó unos segundos para comprender que no se encontraba en su habitación y rememoró como había ido la presentación. El corazón se le aceleró en el mismo instante en que recordó su pequeño diálogo con el heredero. Aún le parecía increíble que aquel joven hubiese dado la cara por ella.

Nut la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué les pasa a tus mejillas, Lily? —le preguntó.

Ella se llevó las manos a la cara y las notó ardiendo. Negó con la cabeza, para quitarle importancia, y trató de cambiar de tema:

—¿Tienes hambre, Nut?

La ardilla movió la cola, emocionado. Nada le gustaba más en aquel mundo, que la comida; claro está, aparte de su dueña.

Antes de que pudiera animar a Nut para que la acompañase a recorrer el castillo en busca de algo que comer, alguien llamó a la puerta. Fueron tres golpes tímidos.

—Adelante —levantó la voz Lilibeth.

—Buenos días —balbuceó una joven sirvienta. Entró en su habitación con la cabeza gacha y dejó la bandeja sobre el tocador, aunque temblaba tanto, que el líquido de la taza se desparramó—. ¡Lo siento! —exclamó con temor.

Lilibeth se apresuró a levantarse y tratando de ayudarla, alargó la mano para volver a poner recta la taza. Pero la muchacha dejó escapar un grito.

Fue entonces cuando Lilibeth agachó la cabeza avergonzada. Claramente, aquella chica, estaba aterrorizada de adentrarse en la habitación de una bruja y ella no sabía como lidiar con todo aquello.

—No se preocupe por el té. Lo tomaré igual —murmuró en un último intento.

—¡Se lo cambiaré! —insistió.

«Lo más probable es que piense que le voy a tirar una maldición si no me trae otra taza...», comprendió Lilibeth. Con amargura, y para no poner aún más nerviosa a la sirvienta, se tragó su orgullo herido y calló.

Tras un rato, otra mujer, un poco más mayor, llegó con una nueva taza de té y le indicó a Lilibeth que pronto debería marchar para la primera prueba.

Automáticamente, y una vez se quedó a solas, Lilibeth dejó escapar sus nervios. Empezó a caminar de un lado al otro de la habitación, mientras Nut la miraba confuso.

—¿Por qué te pones tan nerviosa? —le preguntó inocentemente.

Lilibeth bufó mientras se dejaba caer en la cama.

—Me estoy mentalizando para cuando vuelvan a juzgarme.

Su voz salió casi en un hilo, entrecortada, lo que hizo saltar a la ardilla hasta la bruja. Subió a prisa por la manga de su camisón y se acercó a su mejilla para acariciarla con los bigotes.

—Déjame ir contigo —le pidió.

Pero Lilibeth negó con la cabeza.

—Ya me miran como un bicho raro —reflexionó—. Si te traigo conmigo, las asustarás.

Nut se cruzó de brazos, ofendido.

—¡Dirás que se asombrarán! ¡Soy un familiar!

Lilibeth lo recogió con las manos y acercó su nariz a la suya.

—Necesito que te quedes en la habitación. Cuida del fuerte. —Y depositó un suave beso en él.

Cuando Lilibeth llegó al salón del té, este ya estaba atestado de jóvenes, agolpadas, esperando que la primera prueba del concurso real tuviera lugar. Con decisión y tratando de pasar desapercibida, la bruja caminó entre estas hasta encontrar una silla libre donde sentarse.

—Con permiso —murmuró cabizbaja. En un primer momento, nadie reparó en su presencia, aun cuando tomaba asiento. Pero pronto todas la notaron y las miradas empezaron a volar.

Dos mesas más allá, se encontraba la joven rubia que tan duramente la había juzgado el día anterior, aunque sabía, en su interior, que no debía de haber sido la única; la diferencia residía en que ella lo había expresado.

Su mirada, se clavaba en la nuca de Lilibeth como si de cuchillos se trataran. Incómoda, esperaba que alguien dijera algo o que la reina entrara en escena. Pero el silencio no hizo nada más que empeorar el ambiente.

Sin que llegara a sorprenderla, las damas con las que estaba sentada se levantaron de la mesa y sin mediar palabra, se reubicaron en otra. Lilibeth se mordió el labio para evitar echarse a llorar. Permaneció en silencio y con la cabeza gacha durante un buen rato, haciendo acopió de su valentía, hasta que una voz se coló por sus oídos.

—¿Puedo sentarme? —preguntó alguien.

En un primer momento, la bruja ni se inmutó. No pensó ni por un segundo que se dirigían a ella, pero tras insistirle, Lilibeth levantó la vista y encontró una joven esperando una respuesta.

La chica tenía el rostro redondo, de mejillas regordetas y rosadas. El cabello castaño le enmarcaba el rostro sonriente. No era muy alta, pero sí que tenía curvas.

—¿Le importa si me siento? —volvió a preguntar.

Lilibeth parpadeó rápidamente y asintió con la cabeza, incrédula.

—Lady Blanche de Vernillard —se presentó al tomar asiento.

—Lilibeth Night —la correspondió.

«Aún no se habrá dado cuenta de quién soy; de lo que soy», pensó con el corazón en puño.

Pero más lejos de la realidad, su nueva acompañante trató de charlar con ella de forma animada; primero comentando lo bonitas que eran las flores del centro de mesa y luego expresando su disgusto con el sabor del té que le habían llevado aquella mañana.

—¿Es muy diferente de donde usted viene? ¿También los hay mágicos? —le preguntó de sopetón.

Entonces Lilibeth, con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos por la sorpresa, se dio cuenta de que Lady Blanche de Vernillard sabía que era una bruja.

—¿Le he incomodado con mi pregunta? —dijo esta, al ver que Lilibeth aguardaba callada.

Su acompañante la miraba con el ceño fruncido, denotando cierta preocupación.

—¡No! —se apresuró a contestar—. No, por supuesto.

Lilibeth carraspeó antes de seguir hablando, mientras Lady Blanche la observaba con detenimiento.

—Es que me ha sorprendido —confesó—. Usted sabe que soy bruja, y aun así se ha sentado a hablar conmigo.

La voz de la bruja se quebró al final de la frase. Aquello, no pasó desapercibido para Lady Blanche.

—Es usted una mujer, como yo... ¿No? —le susurró divertida. Al ver la sonrisa que se le dibujó a Lilibeth en el rostro, siguió hablando—: Entonces, cuénteme más de sus costumbres.

Encontrar compañía en aquella dama alegró el corazón de la bruja, que se sintió un poco menos fuera de lugar. Aunque era consciente de que no todo el mundo era como su nueva amiga, se sentía afortunada de poder compartir una pequeña charla con alguien que no la juzgara.

Lilibeth le contó animadamente la clase de té mágico que solía preparar en Nightforest; Lady Blanche la estuvo escuchando maravillada.

—¿Sabe, Lilibeth? Me agrada —dijo sonriente.

El corazón de la bruja dio un vuelco.

Antes de que pudiese agradecerle sus palabras, un sirviente se acercó con una cesta a ambas y les entregó un huevo a cada una.

—Huevo Elmaris —anunció antes de marcharse.

Continuó entregando huevos mientas ambas muchachas se miraban confusas.

—¿Y qué debemos hacer con este... huevo? —preguntó Lady Blanche examinándolo.

Lilibeth hizo lo mismo, en silencio, pero cayó en cuenta de que lo había visto dibujado en algún lado.

El huevo era del tamaño de su cabeza, completamente blanco. Miró el de su compañera y no halló diferencia. Entonces, se detuvo a pensar en el nombre; «Huevo Elmaris... lo he escuchado. Lo he leído...», trató de recordar.

Entonces, a su memoria, acudió un recuerdo. «¡El grimorio de la abuela Babeth!», se emocionó.

—Es un huevo mágico —le contó a su acompañante. Esta la escuchó con brillo en los ojos, mientras Lilibeth, le contaba con emoción todo lo que sabía sobre él—. Absorbe la energía del alma de su dueño; pero este se determina como la primera persona en incubarlo.

—¿Incubarlo? —pregunto Lady Blanche con cara de confusión.

—No tiene que sentarse encima de él —contestó divertida la bruja—, basta con mantenerlo cerca y darle calor.

—¡Vaya! ¡Menuda ventaja la nuestra! —sonrió divertida Lady Blanche—. ¿Lo mantenemos en secreto?

La sugerencia de esta hizo reír a Lilibeth. Al fin y al cabo, era como tomar una pequeña venganza por las miradas indiscretas y los comentarios ofensivos.

—Creo que es justo —le susurró Lilibeth.

—¿Y para qué sirve, exactamente? —preguntó su compañera en voz alta.

—Refleja el alma de las personas: si quien lo incuba es bueno, un conejo mágico eclosionará. En cambio, si quien lo incuba es mala persona... Bueno, digamos que no saldrá muy simpático.

Lilibeth jugueteó con sus rizos al pronunciar aquellas últimas palabras. La sola idea de toparse con un Elmaris malvado le ponía los pelos de punta; aunque jamás hubiera visto, ni siquiera, uno bueno.

Sin que ambas chicas pudiesen seguir hablando sobre ello, la reina Flora hizo su aparición y captó todas las miradas. Expectantes, todas las participantes, ansiaban conocer más sobre los huevos y la prueba en cuestión. Pero la reina, se negó a complacerlas, y, en cambio, les explicó lo que debían hacer con ellos.

—Las reglas son sencillas —anunció la reina—. Cada una de vosotras es responsable de su propio huevo y de sus cuidados. No recibiréis ayuda alguna.

Las participantes se quedaron de piedra. La confusión de estas divirtió inocentemente a Lady Blanche.

—Si un huevo se pierde, quedáis descalificadas. —Lilibeth asintió inconscientemente—. Sí, se rompe, descalificadas.

«Tendré que buscar la forma de ponerlo a buen recaudo... aunque seguro que Nut no cuenta como ayuda adicional», reflexionó Lilibeth.

—No se permite el uso de magia para llevar a cabo la tarea.

La reina Flora dijo aquellas palabras mirando directamente a Lilibeth Night, que asintió, avergonzada. Lady Blanche le tomó la mano por debajo de la mesa, infundiéndole valor. Aquello tomó por sorpresa a la bruja, pero le correspondió con una sonrisa.

—Esta primera prueba coincidirá con las siguientes —siguió Flora—. Lo que significa que durará todo el concurso, según lo programado. Serán responsables del cuidado del huevo y de su supervivencia hasta el final.

Tanto Lilibeth como Lady Blache se mantuvieron en silencio, cada una pensando en la estrategia a seguir para cumplir con aquella prueba.

Pronto la reina Flora las despachó prometiéndoles un poco de tiempo libre y descanso. Hasta, al menos, mañana, cuando iba a tener lugar la segunda prueba misteriosa.

—Hasta mañana —se despidió Lady Blanche.

Lilibeth le correspondió con una pequeña reverencia. Aquello hizo sonreír a su nueva conocida.

Con el huevo en brazos y caminando rápidamente, Lilibeth abandonó la sala del té, que parecía haberse convertido en un nido de serpientes.

«No confíes en nadie», se recordó a sí misma. Estaba deseando llegar a su habitación y contarle todo lo ocurrido a Nut. Su corazón se aceleró al recordar que acababa de hacer una amiga. «¿Puedo llamarla amiga?», se preguntó mentalmente.

Aunque desconocía la respuesta, su rostro reflejó inevitablemente una sonrisa de oreja a oreja.



¡Holis!

¿Qué os parece la nueva amistad de Lilibeth?

¿Cómo os sentiriais vosotros al estar constantemente juzgados?

¿Y sobre el Huevo Elmaris?

Aquí se desvela un gran misterio del libro de Dagmar... jiji

¡Os leo! 

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