Capítulo 3: «¡Soy una sangre sucia y a mucha honra!»

Sin avisar, como una bruma de la cual no lograba desprenderse, volvió a recrear, en sus sueños, el encuentro que la marcó durante su infancia.

Lilibeth tenía catorce años, cuando una mañana de un sábado, se ofreció voluntaria para ir en busca de Belladona; una hierba mágica que los Night habían perdido en su última cosecha, a causa de un incendio involuntario. Casandra se negó en primera instancia, pero fue Gerald el que la animó a confiar en su primogénita.

—¿Y si le pasa algo? —le recriminó su mujer.

Gerald le recordó que Lilibeth era bruja y además poderosa. Nada había que temer.

—Además, irá acompañada de Nut.

Finalmente, se le permitió viajar hasta el mercado, como voto de confianza. Pero una vez, la pequeña brujita llegó, se encontró con que el suministro de Belladona aún no le había llegado a la señora Pock.

—Lo siento niña, hubo un problema con el envío y no llegará hasta dentro de diez días.

Aquello desanimó a Lilibeth. ¡No podía esperar tanto! Casandra necesitaba la hierba a más tardar para mañana.

Tras comprar un poco de pan para merendar y pasear por la plaza buscando alguna solución, decidió que la mejor opción era la de viajar a la aldea vecina. No tenía permiso, ni tiempo de regresar a casa para pedirlo, pero eso no iba a detenerla. Así que emprendió el camino con valentía y decisión. «Ya me enfrentaré a las consecuencias luego...», pensó ella, sin saber que era mucho más peligroso de lo que pensaba.

Sin duda, aquella decisión fue poco meditada por la brujita, que nada más llegar, supo de inmediato que se estaba metiendo en problemas.

Al acercarse al puesto de una curandera, unos niños empezaron a increparla.

—¡Mira su cabello y sus ropajes! —se mofó uno.

—¡De seguro que es una bruja! —exclamó otro. El tercero se limitó a repetir las mismas palabras de los otros dos chicos.

Lilibeth trató de hacer caso omiso, mientras le pedía a la señora una bolsita de Belladona.

Mientras rebuscaba en su bolso, no se dio cuenta de que aquellos niños se habían escondido en una esquina. Nada más doblarla, sintiéndose triunfante por haber logrado conseguir las hierbas que necesitaban su familia, se vio sorprendida por los tres niños, que la empujaron al suelo de sorpresa.

—¡Bruja! ¡Eres asquerosa! —le gritaron.

Lilibeth se asustó. El asunto empeoró cuando vio como los niños cogían palos y piedras, para golpearla y apedrearla. «No usamos la magia para dañar a otros», le había inculcado su madre.

Nut trató de salir de su escondite; en aquel entonces descansaba dentro del bolso de Lilibeth, pero esta se lo impidió. Para una bruja, lo más fácil hubiese sido hacer algún truco de magia, pero Lilibeth se quedó de piedra, mientras la voz de su madre se reproducía en su cabeza. Lo único que pudo hacer fue proteger con su cuerpo a Nut mientras la apedreaban y la golpeaban.

Entre risas y azotes, Lilibeth se sintió humillada, sola y estúpida. Solo podía llorar y tratar de encajar los golpes y arañazos lo mejor posible. «Ojalá termine pronto...», deseó.

No supo muy bien cómo o cuando pasó, pero alguien salió en su defensa. Tras escuchar unos gritos y dejar de recibir golpes, Lilibeth abrió los ojos y de entre sus largos rizos, observó como un desconocido con una capa azul marino, se interponía entre sus agresores y ella.

—¡Aparta! ¡Es una bruja! —le gritaron al misterioso individuo.

Con las manos abiertas y de espaldas a ella, se quedó inmóvil, desafiando a los abusones.

—¡Es una persona! ¡Bruja o no! —gruñó. Un escalofrío recorrió a la bruja, que se vio sorprendida por la dulce voz del muchacho.

Por supuesto, la respuesta sorprendió a Lilibeth, pero enfureció a los chicos y uno de ellos se abalanzó contra su salvador, con una rama en mano. El joven misterioso se cubrió, con tan mala suerte, que se llevó un arañazo en la muñeca. La sangre empezó a brotar y los muchachos, asustados, echaron a correr.

Aquel jovencito no dejó escapar ningún alarido; ni siquiera se movió.

Lilibeth, que se encontraba incrédula, hizo lo mismo, hasta que este se giró, con una sonrisa y las mejillas rojas y le tendió la otra mano.

—¿Está bien, señorita? —le preguntó. Jamás nadie se había referido a ella así.

El corazón de la brujita se encogió; a pesar de que el joven se cubría la cabeza con la capucha de su capa, Lilibeth pudo saber, gracias a los mechones despeinados que se le escapaban, que tenía el cabello oscuro. Y a pesar de portar un antifaz de color negro, Lily observó que tenía los ojos marrones, aunque no acertaba a ver si eran oscuros. El joven de tez blanca tenía un semblante amable y desprendía calidez con su sonrisa. Lilibeth sospechaba que eran de edad similar, aunque él, no parecía aún haber dado el estirón.

—Le han herido por mi culpa —murmuró Lilibeth.

Nut seguía revolviéndose dentro de su bolsa, aunque ella no era consciente de ello. Su mente solo podía centrarse en la figura del jovencito que la acababa de salvar y en cómo su corazón palpitaba más rápido de lo normal.

—No es nada. La sangre es muy escandalosa —contestó ampliando su sonrisa.

Con el pulso acelerado, Lilibeth aceptó finalmente su mano y se dejó levantar por aquel muchacho. El contacto la hizo estremecer.

—¿Cuál es su nombre? —quiso saber.

Pero aquella pregunta jamás tuvo respuesta. A lo lejos, se escuchó una voz femenina que reclamaba a su hijo y el joven se disculpó con Lilibeth antes de desaparecer a toda prisa.

Cuando aquella mañana, Lilibeth se despertó, lo hizo con el pulso y el corazón acelerados. Por mucho que le agradara verle en sueños, no se acostumbraba a ello. Aunque poco a poco, su recuerdo se había ido desdibujando y cada vez le costaba más diferenciar el recuerdo de la fantasía. A veces incluso se preguntaba si había sido real.

Aun dentro de la cama, aferrada a las sábanas, intentó tranquilizarse. Era un día importante para ella. El momento había llegado, finalmente, iba a partir hacia el palacio real.

—¡Vas a llegar tarde, hermana! —exclamó Luna, irrumpiendo en su alcoba.

Lilibeth se sobresaltó, pero rápidamente sonrió; al fin su hermana le dirigía la palabra. Luna corrió a abrir las cortinas.

Era indudable que, la que más ganas tenía de que su hermana mayor se casara era ella. Por ello, era de suponer que aquel era el motivo de volver a dedicarle su atención y que por eso se había ofrecido voluntaria para desperezarla en un día tan importante. Pero a Lilibeth no le importaba cuáles fueran sus verdaderas razones; sonreía ampliamente.

La última semana había sido una preparación para la familia entera; con Lilibeth fuera, las tareas de la casa se debían volver a repartir meticulosamente. Blaise iba a encargarse de cuidar del jardín mágico y Morgan de vender las hierbas restantes a la señora Pock. George y Gwen iban a cuidar que nada faltara en la casa, haciendo el inventario periódico de la despensa. Luna se disculpó alegando que estaba muy ocupada preparando la boda. Todos se echaron a reír.

Por otro lado, Lilibeth seguía estudiando; no dudo en ir a visitar al profesor Bean para avisar de su ausencia en la academia. Finalmente, tuvo que pedir, por escrito, permiso para faltar durante un tiempo.

Luna, junto con su madre, le habían hecho las maletas con esmero. Para Lilibeth, aquello no era tan emocionante; lo único que pretendía, era ganar tiempo. Así que poco le importaba que vestidos o accesorios llevar.

—¿Estás segura de esto? —preguntó por enésima vez su padre.

Casandra le dio un codazo suave.

—Ya lo hemos hablado. Deja a la niña —masculló en voz baja. Pero no lo suficiente como para que Lilibeth o sus otros hermanos no lo escucharan.

La mesa que los reunía para el desayuno aquella mañana se llenó de risotadas. Pero conforme fue avanzando la mañana, las caras pasaron de reflejar la alegría a reflejar tristeza.

Cuando llegó el momento de partir, todos se reunieron fuera de casa de los Night, para desearle a la heredera mucha suerte.

—Esperamos que te lo pases bien, cariño —le dijo su madre.

—Y no te olvides de dónde vienes o quién eres —le recordó su padre.

—¡Vuelve con un anillo en el dedo! —la amenazó Luna. Su familiar, Estela, ronroneó apoyando sus palabras.

George y Gwen se limitaron a abrazarla. Blaise se echó a llorar en brazos de Lilibeth y ella lo abrazó con fuerza.

—No quiero que te vayas —le suplicó este.

Blaise era sensible, todo corazón.

—Seguro que vuelvo en nada —le sonrió Lilibeth—. Cuida de Draco. Y tú, de él —le susurró al camaleón de su hermano.

Cuando fue el turno de Morgan para despedirse, este lo hizo con una mueca divertida. Pero Lilibeth no sabía cuándo volvería a ver a su familia, así que tiró de él, para su sorpresa, y lo envolvió entre sus brazos.

—Te quiero, hermanito —le susurró.

Las mejillas de Morgan se tiñeron de rojo y fue incapaz de devolverle el gesto a su hermana, por la vergüenza. Pero, aun así, no la apartó.

—No vayas a enamorarte del príncipe —la pinchó por última vez.

—¿Y dejar el aquelarre en tus manos? —se burló ella.

Contra todo pronóstico, Lilibeth Night se subió al carruaje y se despidió de su familia con la mano. Con todas sus fuerzas y con el apoyo de Nut, se esperó hasta que este arrancó para echarse a llorar.

—Lilibeth... —susurró Nut. La ardilla arrimó sus bigotes al rostro de la bruja y le hizo cosquillas.

—Tú y yo... —empezó ella.

—Hasta el fin del mundo —concluyó él.

Todo parecía pronosticar que el viaje de Lilibeth no iba a ser un camino de rosas, empezando por los nubarrones oscuros que parecían acompañarla a su destino. De hecho, a medio camino, el carruaje sufrió un accidente y al tratar de pasar por encima de una roca afilada, la rueda salió disparada. Esta, por si no era suficiente mala suerte, cayó por un barranco y quedó destrozada.

—¿No es usted bruja? —le preguntó el chofer.

Lilibeth asintió con la cabeza. Pero lo cierto es que poco podía hacer si la rueda había caído de tanta altura y había desaparecido de entre la arboleda.

—Puedo hacer otra, pero necesitaré madera —le dijo al señor que conducía el carruaje.

Este, bajito y regordete, se rascó la calva mientras pensaba.

—Está bien. Desempolvaré mi hacha —aceptó.

Se retrasaron dos horas; de entre que el señor afilaba el hacha, cortaba la madera y Lilibeth conjuraba el material para convertirse en una rueda. Era un hechizo complicado, por ello quedó agotada.

Al volver al carruaje, Lilibeth se echó una cabezadita y recién entrada la tarde, el chófer la despertó para indicarle que ya habían llegado.

—Nut, despierta —fue ella la encargada de despertar a su familiar. Ella se había quedado dormida por necesidad; Nut lo hacía como una afición. La pequeña ardilla adoraba dormir.

Ambos se desperezaron y se quedaron, completamente asombrados, al ver el exterior del palacio real del Sol. El imponente edificio blanco se alzaba frente a ellos, con altas murallas y rodeado de guardias que lo custodiaban. Era impresionante.

A través de la puerta principal, vieron un enorme y precioso jardín, que parecía interminable. Incluso a lo lejos, Lilibeth creyó ver una fuente.

A pesar de que sus deseos eran los de investigar, maravillada, cada rincón de aquel palacio se vio sorprendida cuando unos uniformes azules la alcanzaron.

—¿Es usted Lilibeth Night? —le preguntaron.

La bruja asintió con la cabeza, nerviosa y confusa.

—Llega usted tarde —la informaron—, si aún desea participar, debe darse prisa.

Aquellas palabras la hicieron dudar. Su mirada se desvió a la de Nut, que esperaba escondido en su bolsa. «¿Y si me marcho?», pensó. Podía renunciar a participar y dedicarse a recorrer el mundo. Pero no tardó en entender que no podía hacer aquello; marcharse significaba tener que abandonar a su familia y no regresar jamás.

—¿Por dónde? —contestó Lilibeth al guarda, dado por zanjado aquel asunto.

—Sígame —le pidió este.

No le permitieron acceder a su dormitorio ni para peinarse; mucho menos para cambiarse. Iba a aparecer en escena con el sencillo vestido color beige que llevaba para viajar. Aquello hizo que sus mejillas ardieran.

Si bien era cierto que no le importaba el amor del príncipe heredero, le daba un poco de vergüenza ser, probablemente, la única chica en no haberse acicalado un poco antes de presentarse. Pero, por otro lado, pensó que iba a sentirse fuera de lugar tarde o temprano.

Lilibeth fue llevada a la ubicación de la presentación a regañadientes. Cuando asomó la cabeza, mientras un señor informaba a la reina de que una participante había llegado tarde, no pudo evitar sentirse pequeñita. Incluso minúscula.

Frente a ella, sin que nadie se diera cuenta, había ciento noventa y nueve damas ocupando sillas alrededor de mesas redondas, donde bebían, charlaban en voz baja y le echaban miraditas al príncipe. Este le quedaba muy lejos y no le veía bien.

Al regresar el señor, supo que en cualquier momento iba a tener que entrar en escena. Y sin darle tiempo a prepararse mentalmente, este alzó la voz.

—La señorita Lilibeth Night.

El anunció de su nombre, de su presencia, hizo que la sala enmudeciera. Las cabezas giraron lentamente, y ella supo que el momento había llegado. Lilibeth estaba tremendamente nerviosa; no porque quisiera realmente estar ahí, sino porque todo el mundo la estaba mirando. Bajó las escaleras a paso lento, tratando de calmar su disparado corazón y con la vista fija en el suelo.

«No te caigas... no te caigas...», se repetía una y otra vez mentalmente. Lo último que quería, era hacer el ridículo.

El camino, pasando entre las mesas de las participantes, se le hizo interminable. Pero finalmente, tras lo que pareció una eternidad, llegó frente al príncipe heredero y a la que parecía la reina.

—Me disculpo por la tardanza —su dulce voz se abrió paso—. He tenido unos inconvenientes que me han retrasado.

Fuera por nerviosismo o por sentirse observada, Lilibeth no prestó mucha atención a al futuro rey, hasta que este se dirigió a ella por primera vez y la bruja, no pudo hacer nada más que levantar la mirada por educación.

—Espero que los hayas podido solventar —pronunció el príncipe.

Sus ojos de color miel se clavaron intensamente en ella y un escalofrío la recorrió. Por un instante, creyó ver a su salvador, al misterioso muchacho que había amado en secreto tanto tiempo. «No es posible...», se convenció. Sería una locura pensar que el muchacho que atesoraba en sus recuerdos era, en realidad, el futuro rey del Reino del Sol. «Es una idea ridícula», se mofó de sí misma. Los nervios la estaban volviendo loca.

El joven, frente a ella, le sonreía con las mejillas sonrosadas; llevaba el cabello oscuro peinado hacia atrás y tenía la mandíbula recta. Aunque sentado, a Lilibeth le pareció que era alto, y ataviado en un traje de color azul marino, pudo observar como el heredero estaba en forma. No era bajito, ni desagradable a la vista, como había sugerido su hermana Gwen, con terror en sus ojos. Lo cierto, es que era todo lo contrario: atractivo, dulce y de buena presencia. Tampoco parecía ser un tirano. Sin saber muy bien por qué, se sintió mareada y acalorada.

—Por favor, preséntate, querida —intervino la reina, tratando de aligerar las cosas.

Lilibeth, con las mejillas encendidas, agradeció que aquella mujer rubia rompiese el incómodo momento. Asintió con la cabeza, tragó saliva, y se dispuso a recitar las palabras que ya tenía preparadas desde casa.

—Mi nombre es Lilibeth Night —se presentó—. Heredera del aquelarre Night.

Tan pronto como aquellas palabras salieron por su boca, todos los presentes ahogaron un grito. Incluida la reina Flora, que parecía espantada. Lilibeth había recreado aquel momento en su memoria, pero, aun así, le dolió sentir el rechazo. Aquello era real, no una simulación. Estaba completamente expuesta.

—¿Una bruja?

La voz de una joven participante se coló por los oídos de Lilibeth, qué, avergonzada, bajó la cabeza. «Debes ser fuerte... No importa de donde vengas», trató de recordarse a sí misma.

—Dije que cualquier joven iba a ser bienvenida a participar —dijo el príncipe Maximiliano poniéndose en pie, ante la sorpresa de todos, incluida su madre—. Gracias por tu valentía, bella Lilibeth.

El mundo de Lilibeth empezó a girar vertiginosamente. El príncipe heredero, había salido en su defensa. Aquello provocó en la bruja, un pequeño alivio.

Lilibeth levantó la vista y se lo agradeció con una sonrisa tímida. Cuanto más lo miraba, más se le aceleraba el corazón. Pero seguía tratando de negar, en su corazón y en su mente, que el príncipe Maximiliano fuera el misterioso joven que había conocido años atrás. «Se la parece... Pero es imposible», se repetía incrédula. Nerviosa, le miraba las manos, pero las mangas de su chaqueta eran demasiado largas; la cicatriz que debería ser visible en su muñeca derecha era imposible de ver con aquella ropa.

Mientras caminaba en busca de un sitio libre, trató de desechar aquella ridícula idea de su mente. Pero fue al pasar por el lado de una dama de cabellos dorados, que la realidad la golpeó nuevamente.

—Qué desfachatez —le susurró aquella desconocida, clavándole la mirada azul.

Lilibeth sintió el peso de todas las opiniones sobre sus hombros. Pero una vez más, se armó de valor, se tragó las lágrimas y siguió su camino.

Una vez tomó asiento, alejada de la familia real y con las compañeras de mesa un tanto descontentas, la reina Flora volvió a tomar el control y la palabra. Se levantó, con la cabellera rubia perfectamente peinada en un recogido y alzó la voz para explicar a las participantes, que el concurso se iba a dividir en diferentes etapas y que debían pasar una serie de pruebas con tal de demostrar que cumplían con los requisitos necesarios para ser la futura reina Solariana.

—Dichos requisitos no serán revelados hasta cumplirlos —sonrió la reina Flora.

Todas se escandalizaron por tener que concursar a ciegas, pero lo cierto es que poco le importó a Lilibeth. Ella, estaba aquí con el único propósito de ganar tiempo.

—Os agradezco, a todas, vuestra asistencia. Pero por ahora, descansad —les comunicó—. Mañana empezará la primera prueba.

Algo se activó en Lilibeth, que, de repente, sintió como el estómago le daba un vuelco; le gustaban los desafíos. Y aquel, iba a ser el mayor de su vida. Aunque ella, aún no fuera conocedora.


¡Holis!

¡Lilibeth ha llegado finalmente al castillo!

Parece que no va a tener muchas amigas, entre las otras pretendientas... 

¿Qué os ha parecido la intervención de Maximiliano?

¡Os leo!

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