Capítulo 15: «Entonces puedes culparme o amarme.»
Su discusión con Morgan la había dejado más tocada de lo pensado. Cierto era que cuando, antes de la llegada de sus otros hermanos, solo estaban ellos dos, su relación solía ser así de salvaje; las peleas eran constantes, desde bien pequeños. Se querían con locura, de ello no había duda. Pero competían en todo y por todo.
Tanto Lilibeth como Morgan traían de cabeza a sus padres, que de ninguna manera habrían podido imaginar que los dos hermanos tendrían tan mala relación. Pero todo cambió cuando llegaron el primer par de mellizos, Blaise y Luna.
Por su parte, la bruja, había crecido un poco y, con ello, había madurado; no había tardado mucho en darse cuenta de que las peleas con el segundogénito iban a ser un mal ejemplo para los más pequeños. Para Morgan, había sido más bien una pérdida de interés progresiva, al darse cuenta de que su hermana ya no respondía a sus provocaciones. Las discusiones seguían presentes, pero cada vez eran más raras. Y, finalmente, la paz se había impuesto. Al menos, para estos dos hermanos.
Aun con la sexta prueba en el horizonte, Lilibeth no pudo evitar desconectarse mientras la reina les explicaba, por primera vez y con antelación, sobre el propósito de esta.
Las veinte participantes que quedaban iban a quedar reducidas a solamente cinco. Y esta vez, la decisión la iba a tomar el mismísimo príncipe heredero de Sunrise, Maximiliano Sunrise.
—La reina debe mostrarse de forma natural, desenvuelta y lucir con orgullo su carisma —les reveló Flora.
Aunque sus palabras no dejaban mucho a la imaginación, Lilibeth sintió que no iba a ser una prueba muy justa. El príncipe iba a decidir, a dedo, quién seguía y quién abandonaba el concurso.
Un concurso, que estaba llegando a su fin. Cada día que pasaba, Lilibeth se sentía más nerviosa. Ya no tenía fuerzas para ignorar sus sentimientos por el maravilloso heredero; le había robado el corazón. Pero en su interior, dudaba si sería correspondido. O peor aún... sí, a pesar de conseguir despertar sentimientos en Maximiliano, este estaría dispuesto a casarse con ella. A veces parecía captar señales o miradas; otras, pensaba que era imposible que se interesara por ella.
«El drama me persigue», se decía a sí misma. Toda su vida era un torbellino complicado de decisiones que no podía controlar. «Ojalá no sintiera nada por él», deseó en alguna ocasión.
Lilibeth no podía mandar en su corazón ni en el del príncipe. Quererle, significaba exponerse, volverse más vulnerable que nunca. Y aquello era algo que le costaba de aceptar. Siempre había tendido a mostrarse como la fuerte. Porque así se le había educado. Se esperaba de ella que fuera la líder del aquelarre. Pero ese futuro empezaba a peligrar.
Tal y como le había dicho su hermano, si se casaba con el príncipe heredero, debería abandonar sus obligaciones y estas pasarían al siguiente en la línea de sucesión: Morgan.
«Pero... ¿Quién querría casarse con una bruja?», se repetía una y otra vez.
Para ese mismo día, diez de las participantes se reunieron a solas con el príncipe heredero; todas hablaban maravillas sobre las citas que el mismísimo Maximiliano había preparado para ellas. El resto, debía aguardar a mañana.
Lilibeth no fue una de las afortunadas, así que tuvo que esperar a que su turno llegara; pero saber que iba a suceder a partir de la mañana siguiente, aún la ponía peor. Para calmar su nervioso corazón, decidió salir a tomar el aire fresco, acompañada de su fiel familiar.
La bruja se tomó su tiempo y paseó con lentitud por los preciosos jardines reales; cuando terminara esta aventura, iba a echar de menos la belleza de aquel lugar.
Mientras paraba frente a sus flores favoritas, cerró los ojos con fuerza y trató de empezar a hacerse a la idea de que pronto tendría que decir adiós. Inspiró en silencio su aroma y disfrutó de la soledad de aquel momento. Pero pronto notó una presencia; a través del oído supo que alguien conocido se había acercado hasta ella. A esas alturas, ya podía reconocer su forma de andar y de moverse.
Lilibeth abrió los ojos y volvió a enfocarse en las flores, mientras Dagmar aparecía en su campo de visión.
—¿Paseando, princesa? —la saludó mientras mantenía la mirada perdida en los rosales azules. Tenía la extraña sensación de estar constantemente rodeada de una belleza extraordinaria y de perfección; por ello, se sentía fuera de lugar.
—Matando el tiempo, bruja. Al menos hasta que Maximiliano por fin entre en razón y se decante por mí —Dagmar pareció decir aquello con burla, pero Lilibeth no podía estar segura. Seguía convencida de su amor por Gabriel, pero no sabía si los sentimientos serían suficientes para la princesa. Esta, parecía tener altas expectativas en cuanto al matrimonio. Claro era que un soldado no podía ofrecerle la misma vida que un príncipe heredero.
«¿Qué vas a hacer, princesa Dagmar?», pensó para sus adentros. No quisiera estar en su tesitura; aunque ella, lo habría tenido claro.
Lilibeth, como siempre, se había limitado a sonreír y a evitar entrar en su juego; mejor era no agitar las aguas que ahora parecían calmadas. Pero no se podía decir lo mismo de Nut, que no perdía ocasión de enfrentarse a la rubia.
—¡Más quisieras! ¡Creída! —le había chillado la ardilla, saliendo de su escondite: el cabello de la bruja.
«Ya estamos otra vez...», se temió Lilibeth.
Tras eso, tanto Nut como la princesa, se habían enfocado en mantener una pequeña discusión en la que existían más ofensas que palabras amables, pero que, al menos, parecía divertir a esta última. Dagmar parecía disfrutar de aquello; era como si se lo tomara como un deporte. Mantenía la calma en todo momento, haciendo uso de su imaginación para ridiculizar a Nut. Al menos, siempre y cuando a este no se le ocurriera saltar sobre ella. Cosa que Nut parecía haber detectado rápidamente y que aprovechaba.
—¡Ni se te ocurra acercarte! —lo había amenazado, la princesa, tras observar cómo preparaba su postura.
—Nut... no la hagas desmayarse nuevamente. —Lilibeth trataba de mediar entre ellos.
—¡No es mi culpa que sea tan floja!
Lilibeth atesoró aquellos pequeños momentos y los guardó en el fondo de su corazón. La mañana pasó deprisa, a diferencia de la tarde, que se le hizo interminable.
La bruja se retiró a sus aposentos, esperando a ser llamada para estar un rato a solas con el príncipe; aunque eso también la pusiera nerviosa. Pero el sol cada vez estaba más bajo hasta que terminó por ocultarse; nadie había ido en su busca.
Ya llegada la noche, alguien llamó a su puerta. Primero, el pulso de la bruja se aceleró, pero al abrirla, sintió que sus ánimos volvían a decaer; un soldado esperaba frente a esta.
—Nos disculpamos en nombre del príncipe. No podrá verla hoy —le informó el joven.
«Ni mañana», pensó para sus adentros. Se habían estipulado dos días para que Maximiliano tuviera citas con todas las participantes. El veredicto iba a ser lanzado mañana temprano.
El corazón de Lilibeth se resquebrajó, pero decidió no comentar nada al respecto. Aguantando las ganas de llorar, agradeció la información y cerró la puerta de nuevo. Dentro de aquellas cuatro paredes, la bruja se sintió más pequeñita que nunca. «Ilusa...», se dijo a sí misma.
—Quizás el príncipe no se siente bien... ¡Imagina tener diecinueve citas! ¡Con gente que no te gusta! —trató de animarla Nut. Un rato antes, la ardilla, había recorrido el palacio para averiguar cuántas citas había completado el heredero.
Lilibeth no dudó en negar con la cabeza. «No se debe ni acordar de mí», pensó para sus adentros.
—¡Siempre se deja lo mejor para el final! ¡Como el postre!
—Dudo que yo sea un postre apetecible —le susurró la bruja. Estaba desanimada.
Con tristeza e inseguridades, Lilibeth trató de distraerse a toda costa. No quería darse por vencida, pero tampoco quería hacerse falsas ilusiones. «Si no ha querido una cita conmigo es porque me ha descartado directamente», pensaba una y otra vez.
Incluso se vio tentada de empezar a recoger sus pertenencias, pero se dio cuenta de que poco tenía que guardar. «Si me comunican que debo marcharme, estaré lista en tres minutos», se dijo a sí misma.
«Lista físicamente... emocionalmente es otra cosa», apuntilló mentalmente.
Perfectamente, podría haber mantenido aquella conversación en voz alta, pues Nut hacía un par de horas que ya estaba en brazos de Morfeo. Pero la bruja se sentía más segura y cómoda, encerrando sus emociones en su propia mente.
A pesar de que trató de conciliar el sueño más de cuatro veces, solo hacía que dar vueltas y vueltas en la cama; se levantaba, estiraba las piernas, caminaba por la habitación y volvía a tratar de dormirse.
Pero cada vez que miraba al techo, este parecía más y más bajito; Lilibeth se sentía aterrada.
Y así pasó gran parte de la madrugada: sin pegar ojo y en guerra con sus sentimientos. Con la ansiedad y sus temores, dominándola, no fue capaz de escuchar cómo, en medio de la callada noche, alguien se acercaba a toda prisa a sus aposentos.
No hasta que ese alguien golpeó tres veces con fuerza su puerta y el corazón se le aceleró.
Lilibeth se levantó con el pulso acelerado y se acercó a la puerta, tratando de recuperarse del sobresalto.
—¿Quién es? —preguntó, antes que nada.
Tras un breve silencio, una voz masculina se alzó.
—Maximiliano —respondió brevemente. El príncipe no añadió nada más hasta que la bruja le abrió la puerta, confusa y con las manos temblorosas de la emoción.
—¿Puedo ayudarle? —le preguntó en un murmullo. Incluso la voz le temblaba.
—¿Puedo pasar? —quiso saber él.
Lilibeth observó su rostro en busca de alguna pista que la ayudase a averiguar el motivo que lo había llevado a presentarse a altas horas de la noche en su dormitorio. Pero no encontró ningún indicio revelador; Maximiliano mantenía el semblante serio. Así que, finalmente, no tuvo más remedio que dejarle pasar.
Cuando este se adentró, ni siquiera se paró en observar los aposentos. «Se lo conocerá todo como la palma de su mano», cayó ella en cuenta.
En cambio, el príncipe no quiso perder el tiempo y se giró rápidamente para encararla. Pero cuando lo hizo, su semblante cambió radicalmente: Maximiliano tenía la cara enrojecida, y aun con la poca luz que entraba en la alcoba, Lilibeth se dio cuenta de que sus mejillas estaban encendidas. Luego, se cubrió el rostro con ambas manos y suspiró pesadamente.
Ella, que no entendía qué es lo que estaba ocurriendo, no supo reaccionar; se quedó allí pasmada, viendo al príncipe y esperando que este añadiera alguna cosa.
—Perdóneme —pronunció él al fin—. No puedo expresar la vergüenza que siento en estos momentos.
La joven bruja no entendía nada; quiso acercarse para animarlo con un toquecito en el hombro, pero decidió que era mejor no hacerlo.
—Siento haberla plantado. Aunque no lo crea... sentí que era lo mejor y lo más justo. También siento haberme presentado así en sus aposentos.
Maximiliano se mostró afligido, mientras compartía sus emociones. La bruja, al verlo tan cabizbajo, quiso quitarle hierro al asunto.
—Siente usted muchas cosas —contestó ella sin pensar en que sus palabras se podrían malinterpretar.
No pasó ni una milésima de segundo que se arrepintió. Pero el rostro de Maximiliano ni se inmutó, en cambio, se puso aún más serio.
—Usted me hace sentir muchas cosas.
Maximiliano la contempló con sus grandes ojos de color miel y dio un paso hacia ella. Al ver que Lilibeth no se retiraba, dio dos más.
Fuera por la sorprendente cercanía del príncipe o porque no quería apartarse, la bruja se quedó inmóvil.
Entonces, sintiendo que esta le otorgaba permiso, las manos de Maximiliano rozaron las suyas y ambos se permitieron, en silencio, disfrutar de ese contacto. Pero el príncipe ansiaba más, así que las levantó y ascendió lentamente, recorriendo los brazos y los hombros de la dama que, curiosa, lo observaba sin decir palabra alguna. Al llegar a su rostro, se detuvo en sus mejillas y las acarició; le fascinaba el color y la suavidad de su piel.
Sus ojos siguieron conectados durante todo el recorrido y no fue hasta llegar a aquel último destino, que sus miradas empezaron a vacilar, viajando entre alturas hasta sus labios.
Con la respiración entrecortada y con un hambre que desconocían, ambos jóvenes se olvidaron del mundo entero. Poco a poco sus rostros empezaron a juntarse, como si irremediablemente no pudieran refrenarse. Pero había algo invisible entre ellos.
—No voy a besarla —le susurró Maximiliano. Aunque sus palabras sonaron más bien como un pensamiento—. No porque no lo desee... porque usted se merece algo mejor.
La distancia entre ambos continuaba siendo mínima; Lilibeth podía notar cómo su aliento le acariciaba los labios. Con las mejillas encendidas, se mantuvo inmóvil; no deseaba que se apartara. A la bruja le gustaba su calidez, el tacto de su piel sobre la suya y el aroma que desprendía el heredero.
En lugar de impactar sus labios con los suyos, los posó en su mejilla, peligrosamente cerca de sus comisuras. Lilibeth siempre se había imaginado aquellas escenas románticas con la protagonista de la novela experimentando un escalofrío: este le recorría toda la espalda, terminaba y empezaba en su nuca. Pero en lugar de aquello, lo que la bruja sintió fue un calor abrasador; ascendía de debajo de su ombligo hasta sus orejas, provocándole la sensación de encontrarse en el mismísimo infierno. Dándose cuenta, a su vez, que lo prefería al cielo.
—Espéreme, Lilibeth —le pidió con la voz grave, muy cerca de su oído.
Antes de que esta pudiera reaccionar, el príncipe Maximiliano se separó de ella y abandonó sus aposentos a toda prisa, dejándola confusa, acalorada y sedienta. Lilibeth se quedó de piedra, casi como si la hubiera mirado una gorgona.
(*) Nótese que la gorgona de Érase una vez está inspirada en la gorgona de la mitología griega, pero realizando algunos pequeños cambios, como el hecho de que pueda adoptar forma femenina o masculina.
¡Holis!
❤
¿Qué tal?
Finalmente traigo una nueva entrega de la historia de Lilibeth...
¿Qué os ha parecido la irrumpción del príncipe?
¿Qué creeis que ha podido pasar para que esté tan avergonzado?
(Aquí las lectoras de la versión Daggy ya tienen respuestas... jiji)
Espero poder terminar pronto con todas las entregas, pero por ahora, os pido paciencia.
Últimamente mi vida está un poco patas arriba, pero haré mi mayor esfuerzo.
¡Os leo!
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