Capítulo 1: «No podemos escondernos por siempre, pero podemos huir.»


Como era habitual, la familia Night se reunió aquella noche a lo largo de la mesa del comedor de su casa. Esta, era rústica y alargada, lo suficientemente grande como para que sus ocho integrantes se sentaran a la luz de la hoguera y compartieran como habían sido sus días.

Gerald y Casandra, ocupaban los extremos y encabezaban la mesa. A su alrededor, sus seis hijos se repartían las sillas; a cada lado de su madre, los dos pares de mellizos; Blaise y Luna, de catorce años, y George y Gwen, de once. Haber tenido dos embarazos gemelares, fue acogido por la familia Night como si se tratara de una bendición. Flanqueando a su padre, estaban Morgan y Lilibeth, de diecisiete y dieciocho años.

En definitiva, eran una familia como cualquiera, pero grande. O eso pensaba Lilibeth. Aunque lo original, como solía repetir su padre Gerald, era que eran fruto de una relación interracial; Casandra era pálida, al igual que Gwen, George y Morgan, aunque este último tendía a broncearse fácilmente. En cambio, el padre de familia, Gerald, era de tez oscura, rasgo que habían heredado tanto Lilibeth, la primogénita, como los mellizos Luna y Blaise.

Y como cada familia, se peleaban, se abrazaban, se defendían y se divertían. A veces, convivir con los Night era como navegar en aguas calmadas. Pero muchas otras, cuando menos lo esperabas, te encontrabas en el ojo del huracán, sin siquiera haberlo visto venir.

—¡Mamá! ¡George no deja de darme patadas por debajo de la mesa! —exclamó la hija pequeña.

Gerald sonrió por lo bajo mientras su mujer, Casandra, dejaba de comer para intentar mediar entre los mellizos más jóvenes.

Aquel tipo de escena solía repetirse durante cada cena, aunque con distintos actores cada vez.

—Por favor, solo os pido una noche sin altercados... —suspiró la matriarca.

Pero los pequeños ni siquiera escuchaban a su madre. En cambio, Lilibeth, pudo ver como otra tormenta se estaba gestando en el interior de su hermana menor y se temió lo peor; Gwen, sin duda, tenía un carácter fuerte y mucha determinación.

—Va a volver a ocurrir... —le susurró su hermano Morgan, sentado frente a ella. Lo dijo casi sin emoción, pero Lilibeth sabía que se estaba divirtiendo con aquello.

—¡Para! —gritó Gwen. Y poniéndose de pie, con un chasquido de dedos, el plato de sopa de George cayó sobre su regazo.

—¡Mamá! —fue el turno de este de quejarse.

—¡Nada de magia en la hora de la cena! —los amenazó Casandra. Pero ya era demasiado tarde.

George y Gwen empezaron a hacer volar la comida de la mesa, que lejos de impactar solamente en ellos, terminó también alcanzando al otro par de mellizos, Blaise y Luna, que no podían ser más distintos; mientras Blaise observaba confuso a sus hermanos, el rostro de Luna se tornaba rojo de rabia.

Fue esta última la que se unió a la guerra, entre gritos y quejidos, y propició que Gwen y George, que no tenían tanto conocimiento sobre magia, tuvieran que dejar de ser enemigos por un segundo, para aliarse.

—Tata, pon fin a esto —suplicó Blaise a Lilibeth. Tenía sopa en el cabello.

Este, hastiado, solo quería disfrutar de la comida después de un largo día en la escuela y sabía muy bien que la única que podía parar todo aquello, era su hermana mayor.

—¡Chicos! ¡Chicos! —gritaba Casandra—. ¡Podrías hacer algo!

Gerald levantó la mirada, ante los reproches de su mujer, y se encontró con el rostro enfurecido de esta.

Entonces Lilibeth, cansada de aquella escena y tratando de evitar que sus padres terminaran en una pelea paralela, se levantó, alzó las manos y cerró los ojos.

—Immobilitat —susurró.

El tiempo pareció detenerse para los tres Night en guerra, que solo eran capaces de mover los ojos de un lado al otro, confusos. Los platos y los tenedores que volaban por los aires cayeron en picado, anunciando el fin de aquella revuelta.

Casandra suspiró de alivio; Gerald también, sintiendo que se había salvado de una buena. Morgan, en cambio, hizo chasquear la lengua, fastidiado, y a Blaise le brillaron los ojos negros, agradecido.

Todos y cada uno de ellos admiraba a Lilibeth de formas distintas: por su bondad, por su paciencia, por sus poderes, por su inteligencia o por su templanza.

No cabía duda de que la primogénita del aquelarre Night, debía ser la heredera. Pero como bien era sabido, un gran poder, conllevaba una gran responsabilidad. Y no es que Lilibeth rehuyese de esta, sino de lo que comportaba: tener que casarse para continuar con el linaje de brujos Night.

—Gracias, cariño —le susurró su madre. Lilibeth la miró por un segundo, contemplando su belleza.

Su madre, que era pálida como la luna, tenía las mejillas redondas y el cabello castaño liso. Tres de las cualidades, que ella envidiaba en secreto y que no había heredado, muy a su pesar. En cambio, sí lo había hecho con la nariz respingona y los labios gruesos, así como su amor por la música y el piano. De su padre, Lily, como la llamaba cariñosamente, había heredado el cabello oscuro y ondulado, indomable al peinar, así como sus largas pestañas.

—Lily, es suficiente —dijo Gerald, devolviéndola a la realidad.

Lilibeth cerró los puños y liberó a Gwen, George y Luna de su hechizo. Los tres protestaron y se acusaron los unos a los otros, hasta que Casandra los hizo callar de una vez.

—¡A la cama! ¡Los tres!

—¡Pero, mamá! —se quejó Gwen una última vez.

Casandra les dejó claro que nada podrían hacer para cenar aquella noche: o se iban directos a la cama o los ponía a dormir en el cobertizo. Lilibeth se mantuvo en silencio.

—¡Por tu culpa, se me pasará el arroz! —le reprochó Luna, con lágrimas en los ojos.

Los tres hermanos Night ascendieron las escaleras a sus dormitorios. Algunos, más dramáticos que otros, como Luna. A Lilibeth se le encogió el corazón con las palabras de su hermana y la culpabilidad la invadió una vez más.

—¿Cuándo piensas comprometerte, hermanita? —la chinchó Morgan con una sonrisa, antes de sorber la sopa. Su hermano, sin duda, era un sádico.

Lilibeth se tensó inmediatamente y lo fulminó con la mirada. Tanto Casandra como Gerald levantaron la vista, sorprendidos, y su madre, temerosa, quiso frenar aquello antes de que fuera demasiado tarde.

—No empieces otra guerra, Morgan —lo amenazó con la cuchara.

—Pero le disteis tiempo hasta cumplir los dieciocho —intentó otra vez—, y ella ya tiene dieciocho.

—Morgan.

El simple hecho de que Gerald pronunciara su nombre, fue suficientemente imponente para hacer volver el silencio a la mesa de los Night.

Por suerte, para todos, su hermano no se armó de valor ni replicó. Morgan, que disfrutaba con reírse de cada miembro de su familia, sabía que era el siguiente en la línea de sucesión. Así que a pesar de todo lo que decía para molestar a Lilibeth, no deseaba que se casara y se enorgullecía, en secreto, de la rebeldía de esta. Aunque jamás lo reconocería en voz alta, sabía que eran más parecidos que no distintos.

La cena transcurrió, finalmente, en paz y armonía. Aunque la culpabilidad reconcomía a Lilibeth, que no pudo terminar de cenar. En cambio, se disculpó educadamente y se apresuró a marcharse escaleras arriba. Cuando llegó frente al dormitorio de Luna, llamó a la puerta dos veces.

—Luna —trató de captar su atención.

Pero no hubo contestación alguna. En cambio, una vocecilla chillona la sorprendió hablándole en la oreja.

—¿No contesta? —preguntó Nut, sobre su hombro.

Lilibeth no se había dado cuenta de que su familiar se había posado encima de ella, pero no la sorprendió. La ardilla y la bruja eran inseparables desde que su padre, Gerald, lo había traído a casa cuando Lily había cumplido cuatro años.

—Está tumbada en la cama, maldiciéndote en su diario, a moco tendido —dijo con su característica voz aguda.

—¡Eso no es verdad! —gritó Luna a través de la puerta—, ¡Jamás derrocharé papel y tinta para quejarme de la egoísta de mi hermana!

Lilibeth apretó la mandíbula. A pesar de que Luna solo tenía catorce años, estaba más que segura que se iba a quedar soltera de por vida, por su culpa, ya que todos y cada uno de ellos debían casarse por orden de nacimiento. Y sin duda, a ella, le estaba costando aceptar su destino.

Lilibeth no es que no quisiera casarse nunca, pero no quería hacerlo con ninguno de los pretendientes que sus padres habían traído a casa. En su corazón, atesoraba aún a su primer amor: el misterioso joven que la había salvado, cuatro años atrás, cuál caballero de brillante armadura. Vale, quizás no llevase armadura, pero solo de pensar en él, de aquella manera, Lilibeth se sonrojaba.

El único que conocía su secreto, era Nut. Pero ni siquiera él sabía que lo llamaba así. «Qué vergüenza, si se supiera», no podía evitar pensar ella.

—¡Por favor, Luna! ¡Habla conmigo! —le suplicó a su hermana.

—¡Cuando vayas a casarte! —gruñó esta.

Tras algún intento más, Lilibeth se dio por vencida a regañadientes. Una de las cosas que más odiaba en aquel mundo era acostarse, enfadada o con un asunto pendiente.

Llegó a su habitación con el ánimo por los suelos y se tiró encima de la cama, acompañada de Nut, que se posó encima de su estómago mientras se peinaba los bigotes con esmero.

—¡No los escuches! ¡No tienes que casarte! Puedes reinar tu sola, sin necesidad de un marido, Lilibeth —parloteaba la ardilla.

—Pero no soy ninguna princesa. Solo soy una bruja; la heredera de un aquelarre —contestó.

Nut dejó de acicalarse para centrarse en Lilibeth. Se acercó decidido a su rostro y levantó una pata.

—Lilibeth Night, primogénita de los Night, heredera del aquelarre más poderoso del Reino del Sol. ¡Si eso no te convierte en una especie de princesa de la noche, que venga alguien y me tire de los bigotes! —exclamó Nut, dramatizando. Seguidamente, fingió un desmayo de la forma más teatral posible y se tumbó sobre la mejilla de Lilibeth.

Entonces, entre risas, una cabeza asomó por el marcó de la puerta de la habitación de Lilibeth; su hermano la miraba con un extraño brillo en los ojos y con una sonrisa estampada en los labios.

—¿Necesitas algo? —preguntó Lilibeth con sospecha.

Morgan le enseñó la lengua.

—¿No puedo venir a ver a mi hermana mayor favorita? —preguntó con sorna.

Lilibeth rodó los ojos.

—Solo tienes una.

Su hermano no pudo evitar carcajearse y sin que Lilibeth llegara a invitarlo, se sentó a su lado en la cama.

Aunque pudiera parecer que ambos mantenían una relación tensa, eran muy cercanos. Morgan, buscaba a su hermana mayor siempre que podía y se colaba en su habitación incluso si no tenía motivo alguno.

—Ha llegado esto, por la mañana.

Morgan abrió la mano y una carta tomó forma sobre su palma; un sobre blanco con el sello real roto.

—¿Has fisgoneado? —preguntó Lilibeth alzando una ceja.

Cuando fue a recoger el sobre blanco, Morgan apartó la mano.

—No lleva nombre, así que, ya que he sido la persona que lo ha recibido, he decidido abrirlo —se explicó—. Pero puede ser la solución a tus problemas.

—¿Qué problemas? —se unió Nut a la conversación.

Morgan miró al familiar de su hermana con los ojos entrecerrados. Nunca se habían llevado particularmente bien, pues encontraba a la ardilla un tanto metomentodo, pero con el tiempo, habían aprendido a soportarse; o por lo menos, podían estar en la misma habitación sin que ninguno de los dos tuviera que temer por su vida. No podía decir lo mismo de la relación que compartía su familiar, Gray, con la ardilla. Era mejor, incluso, evitar que se cruzaran por los pasillos.

—Una forma de ganar tiempo y de sortear la presión familiar para que te desposes —sonrió. Finalmente, Morgan le extendió el sobre a su hermana.

Lilibeth lo cogió con curiosidad y miedo, todo a partes iguales; era bien sabido que su hermano era famoso por tener ideas un poco rocambolescas. Con cuidado, sacó el papel de su interior y lo extendió para leerlo mentalmente.

«El príncipe Maximiliano Sunrise, de la casa real Sunrise, hijo primogénito de la Reina Flora y el Rey Jacobo y heredero al trono del reino del Sol, invita a todas las jóvenes del territorio, de entre dieciséis y diecinueve años, a participar en el concurso real donde se escogerá a su prometida y futura reina consorte.»

—Tienes que estar de broma... —murmuró Lilibeth cuando terminó de leer.

Levantó la vista para encarar a su hermano, esperando que estuviera escondiendo una sonrisa, pero Morgan, en cambio, estaba completamente serio.

—¿Esta es tu idea? ¿Participar en un tonto concurso donde pasearme con vestidos y tacones, presumiendo de saber preparar tartas de manzana? —se ofendió la bruja.

Morgan hizo una mueca ante las palabras de su hermana y rodó los ojos.

—No sabes hacer tarta de manzana.

—¡Loco! ¡Estás loco! —le gritó Nut.

—Venga, hermanita —trató de calmarlos—. ¡Piénsalo! Ese príncipe no va a querer casarse con una bruja, quizás ni superes las entrevistas iniciales... Pero si lo haces, será la excusa perfecta para retrasar lo inevitable. Además, siempre has querido viajar. Pues hazlo derechita al palacio del Sol.

Lilibeth se levantó de la cama; necesitaba procesar la locura que le estaba proponiendo su hermano.

Era cierto que acababa de cumplir dieciocho años y sus padres no dejaban de presionarla para que se comprometiera, a preferencia, con otro brujo. Pero cada uno de los pretendientes que acudían por sorpresa a su puerta, bajo acuerdo con sus padres, le parecían de lo más aborrecibles.

Jamás le contaría la verdad a su familia, pues se temía que todos se rieran de ella. Pero su corazón, aunque fuera una auténtica locura, ya pertenecía a alguien. Lilibeth no podía sacar de su mente a aquel muchacho misterioso. Y aunque no supiera ni su nombre, la conexión que había sentido cuando sus manos se habían tocado, la había hecho estremecer.

Sabía que su alma gemela estaba fuera, en algún lugar. Por ello se había pasado los siguientes cuatro años buscándole, sin éxito alguno.

Muchas veces se había planteado abandonar sus deseos y abrazar los de sus padres. Pero su instinto le susurraba que aguardara.

—Se te está agotando el tiempo, Lilibeth —le recordó Morgan.

Ella asintió con la cabeza, sabiendo que lo que su hermano acababa de decir era cierto. Necesitaba un poco más de tiempo.

—No puedo creer que esté planteándome hacerte caso, Morgan —sonrió angustiada.

Nut chilló de sorpresa y su hermano dejó escapar una carcajada.

—Al final, tendrás que reconocer que mis planes no son tan descabellados.

Lilibeth volvió a mirar aquella invitación escrita a tinta y pensó en su misterioso salvador.

Presentía que pronto le encontraría; si iba al palacio del Sol lo encontraría.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. 




¡Holis!

¡Estamos de regreso!

¡Y que ilusión, de verdad!

Explorar la mente de Lilibeth me está encantando. 

¿Qué os ha parecido la familia Night?

¿Cuál es vuestro Night favorito?

¿Y qué os parece el plan de Morgan?

¡Os leo!


Nos vemos este viernes, con otro capítulo.

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