Magífico

Bien había dicho Genio: "El dolor es mental".

Habían transcurrido apenas cinco días donde León estuvo sumido en un irreparable sueño. Cuando despertó después de aquella fatídica experiencia y de haber ido de visita al asteroide B-612, el regordete ser místico se dio el tiempo de explicarle la razón tras sus grotescas acciones.

- Bwahalawalala.

- Entiendo, Genio. No hay rencores - su estómago emitió un muy audible gruñido, indicando que el haber estado en coma durante cinco días significaba que no había comido absolutamente nada y que su cuerpo exigía combustible. Después de haber comprendido que aquella tortura solamente había ocurrido en su mente, aun así, se dio el tiempo de examinar meticulosamente sus dedos y el resto de su cuerpo, pasando fugazmente al sanitario para inspeccionar sus pectorales, comprobar que no había ninguna raja que le partía el pecho a la mitad y que su corazón seguía dentro de él. Suspiró con alivio y un enervante escalofrío le recorrió la médula al recordar tan espantosa experiencia. 

Era medio día y el pecoso adulto se encontraba enzarzado en la cocina para prepararse un gran banquete, pues se creía capaz de engullir una vaca completa si no comía algo pronto. Gene lo acompañaba silencioso mientras le ayudaba a cortar algunos vegetales.

- Wahalala - le cuestionó acerca de su segundo deseo.

- No he meditado nada aún - aquella no era nada más que una baratija de respuesta, pues claro que tenía contemplado un sueño por cumplir. 

Terminó de cocinar una exquisita ensalada griega, tres pedazos de bistec de res, una crema de zanahoria, una chapata de jamón y toda una jarra de agua de naranja. Se sentó a la mesa y arduamente comenzó a comer, percatándose a mitad de su comida que no había preparado nada para Genio.

- Lo lamento, ¿desea comer algo?

- Bawahalala - le consoló, dándole el buen provecho y disfrutando de verlo comer tan contento. A diferencia de León, Gene había pasado esos cinco días dándose abasto con todo el tremendo bufete que su yerno dejó a disposición.

Transcurrió una hora y el día iba avanzando. Ambos adultos se encontraban sentados en la pequeña mesa en la terraza de la casa de abeto oscuro, contemplando sin mediar palabra la eternidad del bosque y del empíreo.

Aquella conversación que había tenido con Sandman Príncipe le retumbaba en la mente una y otra vez. Repasaba cada palabra, reflexionándola y esperando haber entendido correctamente el mensaje que le había transmitido. Sabía que su tierno ojirrosa seguramente se encontraba disgustado debido a la vida tan gris que había llevado estos últimos diez años.  Miró el calendario y notó que mañana sería el décimo aniversario de su partida de la Tierra. 

Como si se tratara de un rayo impactando en su cuerpo, dio un brinco y salió corriendo escalera bajo con una idea en mente. Encendió su computadora, abrió una aplicación de procesador de textos y un teclear rápido y ágil comenzó a escucharse sin cesar por el resto del día.

Genio se mantenía curioso por aquel comportamiento tan repentido, asomándose ocasionalmente por encima del hombro del castaño para intentar leer lo que escribía, pero este siempre avanzaba tan rápido que era imposible mantener una lectura adecuada. 

El tiempo pasaba sin remedio ni pausas, dando el amanecer del día siguiente cuando Gene cayó en cuenta que había dormido más de una siesta de cinco minutos. Se levantó del sillón y observó a León observando atentamente cómo salían decenas de hojas de una impresora a una velocidad que dejaba mucho qué desear.

- ¿Walalahala?

- Es un pequeño cuento que escribí - Gene asintió con más dudas que respuestas.

- ¿Wala?

- Será parte de mi segundo deseo.

Pasó por lo menos un cuarto de hora más hasta que las hojas dejaron de salir. León las tomó entre sus manos, dándole algunos golpecitos sobre su escritorio para que se acomodaran. Gene estaba contento por al fin tener oportunidad de leer aquel texto, extendiendo sus manos con emoción al ver que el castaño se dirigía a él, sin embargo, pasó de largo, dejando a Gene con las manos vacías y el orgullo por el suelo. Piepequeño se sentó en su mesa con una lapicera en manos, haciendo ilustraciones en pequeños espacios en blanco que había entre los párrafos, o usando directamente toda una hoja para llenarla de color con un lindo dibujo. Como era bien sabido, León era malísimo dibujando, por lo que terminó en la tarde aquellas ilustraciones.

- ¿Hawalaba?

- Sí, será el primero en leerlo en cuanto termine.

El genio decidió esperar pacientemente hasta que el pecoso le indicara que podía pasear sus ojos por aquellos renglones. Decidió pasar el tiempo para ir a comprar el cascabel que conmemoraría el décimo año desde que su querido hijo había decidido ir de vuelta a su hogar. León ni siquiera notó su ausencia ni el cerrar de la puerta al estar tan sumergido en sus garabatos. Gene salió rumbo colina abajo, donde estaba todo el pueblo aún con movimiento para las cuatro de la tarde. Observaba con alegría cómo los niños jugaban, pero un grupo de estos pequeños lo observaban en un mal intento de parecer encubiertos.

- Al fin salió... Pensé que el fantasma se lo había comido - susurró un niño de cabello blancuzco y vestimenta azul.

Notaron cómo entraba a la tienda de Lou, asumiendo que otro cascabel dorado sería comprado.

- El sujeto compra un cascabel cada semana - hacía sus anotaciones una pequeña de cabello rosado, adoptando todo el papel de un dedicado detective.

Gene salió de la tienda con un cascabel y unos cuantos bocadillos para la espera de aquel repentino cuentista.

- ¿Dónde está Bonnie?

La pequeña niña de un diente faltante fue el centro de atención cuando la vieron nuevamente como su entrevistadora oficial.

Gene había llegado a la casa de roble oscuro, tomó aquel cascabel con suma delicadeza y lo colgó junto a los demás, contando así cuatrocientas ochenta semanas. Soltó un suspiro con nostalgia, el sol comenzaba a ocultarse y aquel luto había sido más ameno de lo que se esperaba.

- Buenas tardes - una vocecilla salió a sus espaldas, tomándolo de sorpresa y volteando con rapidez a aquel saludo.

- Hawalaba.

- ¡Qué bonitos cascabeles! Parecen estrellas.

En Genio sonrió. Los niños siempre ven las cosas claras, nunca necesitan una explicación.

- Hawalala - la niña se acercó con una sonrisa en su rostro, siendo levantada por la magia del genio para pasear su mano por aquellos cascabeles, haciéndolos sonar y riendo junto a aquel tintineo. Las estrellas estaban riendo.

- ¡Genio! - un excitado León salió por la puerta, cohibiendose de inmediato al ver a la niña que lo había interceptado días atrás.

- ¡Señor León! Ya no tiene barba de león.

Gene sonrió ante el comentario de la niña, notando que el castaño tenía entre sus manos un libreto con título en espera de ser leído.

- ¿Eso es un cuento? - la niña también había notado aquello entre sus manos - ¡Hace poco aprendí a leer! ¿Puedo leerlo? -

Sabiendo que no había mejor crítico para un cuento que un mismo niño, se incó y se lo tendió en sus pequeñas manos - Aquí afuera hace frío ¿Quieres una taza de chocolate caliente? -

La niña sonrió de oreja a oreja, contenta por la calidez que mostraba aquel ermitaño de la colina.

Mientras León derretía dos barras de chocolate en una cazuela con leche caliente, Bonnie leía con ayuda de Genio aquel escrito al que había dedicado todo un día.

- ¿Qué es un borracho?

- Hawabalaba.

- ¿Es una persona triste? ¿Entonces el señor León es un borracho?

Gene rió con ternura ante las ocurrencias de la niña, amaba cómo su mente infantil ataba cabos con lo que tenía en conocimiento para entender una situación. Sandman Príncipe era igual de curioso de niño.

- ¡No! Las serpientes son malas, ellas matan ¡El Principito debe alejarse de ella! - exclamó alarmada al ver cómo aquella serpiente entablaba una conversación con un tierno niño de rubio cabello.

León recordaba como si fuera una película todo lo que el cuento relataba, recordaba tan nitidamente toda la vida que compartió con aquellos ojos rosas. Lágrimas se acumularon en sus ojos cuando el final se acercaba, cuando tenía que revivir en memorias la despedida más mortífera de su vida.

Unas cuantas lágrimas cayeron de los ojos de Bonnie - ¿Murió? - le preguntó con un nudo en la garganta a Gene.

- Wa... Habawalala - unas gruesas lágrimas corrieron por las mejillas de la peliblanca, pero con valor y empatía, asintió ante aquella explicación.

- Entiendo... Es feo estar lejos de tu casa.

León se acercó con cautela por detrás, arrodillandose frente a aquella niña que lo había regresado al pasado que tanto había querido evitar.

- ¿Te gustó el cuento?

- Es muy bonito, pero no creo que todos entiendan el final ¡Además! Los dibujos son geniales - Abrió el libro en las primeras páginas, donde había un sombrero - Este fue mi favorito, el de la boa devorando al elefante -  El pecoso soltó una risilla. Los niños lo entendían todo.

- Puedes quedartelo, Bonnie.

- ¿En serio? - las lágrimas de sus ojos se convirtieron en destellos de emoción al escuchar tal declaración - ¡Muchas gracias, señor León! - y sin dudarlo un momento, envolvió en un abrazo a aquel misterioso fantasma.

Ambos acompañaron a Bonnie de regreso a su casa, quién estaba calentita por una deliciosa taza de chocolate que había rellenado tres veces.

- Tengo mi deseo, Genio.

El regordete ser morado lo observó con disposición - Halalabla -

- Deseo que nuestra historia, la de Sandman Príncipe y yo, sea escrita en forma de cuento en todos los universos que existan. Que se modifique y adapte a las circunstancias de cada universo, pero que en todos exista un cuento llamado "El Principito".

Genio sonrió complacido al escuchar aquel deseo. Con misticismo, chasqueó sus dedos y nada ocurrió alrededor de ellos, pero sí en todos los demás cosmos. Eventualmente fueron brotando ideas en autores distintos, en épocas distintas, en culturas y contextos diferentes, pero todos con una idea esencial: contar la historia de un tierno principito que llegó a la tierra.

León notó el nuevo cascabel en su porche - Diez años... - observó la luna, luego todas las estrellas. El viento sopló y los cascabeles sonaron: Príncipe estaba riendo. Piepequeño rió con él, contento por al fin haber alcanzado una paz con aquella perdida que lo había matado en vida tantos años.

||    ||

Siempre había movimiento en el Bazaar, su gente era comerciante y siempre había trabajo que hacer. Esta misma energía se reflejaba en su alcaldesa Tara Mamluk, quién no dejaba de trabajar en beneficio de su pueblo ni un solo día. Ya algo irritada por su trabajo, dio una mirada al calendario, había transcurrido ya dos semanas desde que su esposo había ido en busca de León Piepequeño para la loca idea de concederle dos deseos y que el tercero lo usara para liberarlo nuevamente. Una gran preocupación y miedo la invadió al creer que su querido genio había sido encadenado a la lámpara nuevamente.

Una mano se posó en su hombro.

Con destreza, se giró y en un rápido movimiento había derribado al suelo aquella persona que ella consideraba una amenaza.

- ¡Wara, Wara! ¡Walala, walala!

Y como si un peso se desvaneciera de sus hombros, soltó un largo suspiro de alivio. Se quitó las vendas de su rostro, revelando aquel misterioso semblante y que solo Gene era digno de atestiguar.

- Bienvenido a casa, Gene.

Un tierno beso hizo de disculpa y bienvenida para el ser mágico, quién estaba contento de estar de vuelta.

León había pedido sus dos deseos, había deseado la libertad de Gene y ahora se dedicaba a escribir cuentos y pasar tiempo de calidad con los niños de la aldea. Los Ocasos crearon bibliotecas donde resguardaron todos los cuentos y libros de historia que había escrito León sobre la tribu anterior. Su papel en el pueblo de convirtió en uno importante con cada acción que hacía, no tardando en ser considerado como el líder de aquella tribu. Aquella noticia se esparció como la pólvora por todo el distrito P, y más adelante en toda Star Town, convirtiendo a aquel antes pequeño pueblo en un punto turístico que era visitado cada invierno.

Una mañana que León salió a dar una caminata por el bosque, notó unas extrañas pisadas sobre la nieve. Con sigilo y la guardia alta decidió investigar, llegando a un pequeño riachuelo donde se veían salmones saltando. Una rama tronó sus pies y notó entonces la mirada de un gigantesco oso grizzly que se encontraba entre las rocas. Inmóvil, no supo cómo actuar, y sin tener tiempo de reaccionar, de un momento a otro el oso había embestido contra él. Dispuesto a morir por sus garras, notó entonces que el oso comenzó a lamerlo y besuquearlo.

- ¡Leoncito!

Una ya adulta Nita lo saludó desde el lomo de Bruce, quien estaba más que contento por reencontrarse con aquel niño que también cuidó a la par de su dueña.

- ¡Nita!

La saludó con la misma alegría que emanaba la saliva del oso.

Quince años pasaban de la partida de Príncipe, pero ahora, en vez de pasarlos como luto, León los celebraba.

- Un año cada vez más cerca de volver a estar juntos, corazón.

Y brindaba a la luz de la luna con la mano donde tenía el tatuaje de estrella. Los cascabeles sonaban y las estrellas reían, y él cada día más enamorado del príncipe de su corazón.

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