El Loco Del Monte

El sendero norte guiaba hacia el conglomerado de coníferas. Eran necesarios recorrer al menos unos 900 metros para que un gran letrero de madera te diera la bienvenida al Bosque de Snowtel. Era escasamente habitado, habiendo en él solamente las tribus y aldeas que mantenían vivas las costumbres y tradiciones del lugar. La mágica tradición de los tótems había sido casi exterminada con aquel trágico asalto contra la tribu corazón de esta práctica: Los arreboles. Pero gracias a los trabajos del gobierno del Señor P, los sobrevivientes de aquella catástrofe lograron solventar el sagrado ritual y mantener a flote esa preciada conexión entre hombres y animales. La nueva aldea, en honor a la antigua tribu, fue nombrada como Los ocasos. La tribu se encontraba al pie de un monte, y en la cima del mismo se hallaba una pequeña cabaña de madera oscura.

Los niños de la tribu contaban mitos al respecto de aquella misteriosa choza.

- Dice mi abuela que ahí vive un loco que le habla a las estrellas.

- ¡Mi mamá me dijo que ahí vive un fantasma!

- ¡Sí! Mi tío una vez lo vio desaparecer de la nada.

Y bueno, aquellos rumores no estaban tan alejados de la realidad.

En efecto, un hombre de aspecto taciturno habitaba aquella construcción. Era cauteloso y nada amistoso. Tan solo bajaba de la copa del monte una vez a la semana a comprar alimentos, agua, suministros y siempre, sin faltar un solo día, compraba en la tienda de Lou un cascabelito dorado y volvía a subir.

- Ese señor me da miedo - comentaba una niña de pelo verdoso que se encontraba jugando con los demás pequeños de la tribu.

- Una vez que bajó, pude olerlo - contó orgulloso un niño con tótem de zorro, acaparando de inmediato la atención de todos.

- ¿En serio? ¿a qué olía?

Aquel tótem, además de otorgarle un agudo sentido del olfato, también le había dado el don de oler los sentimientos que yacen en el corazón de las personas.

- Huele a nostalgia.

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Era domingo y como cada fin de semana, apenas salieron los primeros rayos de sol, el hombre de la cabaña de madera oscura bajó con un enorme abrigo café a hacer su compra semanal. Su cabello castaño y descuidado le oscurecía la cara, sus manos no salían de la cueva de sus bolsillos, su caminar era lento y encorvado, además de unas pisadas fuertes, pero perezosas. No pasaba desapercibido un andar tan triste.

Los niños de la aldea lo observaban atentos, unos más despiertos que otros debido a la hora. Le seguían los pasos intentando esconderse y no ser descubiertos. La primer parada fue en la frutería, luego la carnicería, después el mini super y por último la tienda de Lou.

- ¿Comprará un cascabel de nuevo?

- ¿Para qué querrá tantos?

- Habrá que preguntarle.

La curiosidad de los niños es insaciable, pero su respeto hacia los mayores era más grande. Se miraron entre sí intentando buscar a un valiente que se ofreciera a realizar la peligrosa misión. Los mayores miraron a los más chicos, y los más chicos miraron a la más pequeña del grupo: Bonnie, una encantadora niña de pelo blanco y un diente faltante que se relacionaba fácilmente con los demás.

- Bonnie, ¿quieres hacer un nuevo amigo? - el brillo en sus ojos fue el sello para realizar aquella tarea.

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El señor del abrigo café ingresó al local.

- ¡Buenos días, señor! - saludó tan amable como siempre aquel risueño robot.

- Buenos días, Lou - emergió de aquella garganta una voz grande y tosca, tan imponente como una montaña y profunda como el inmenso mar azul. 

El hombre se dirigió al fondo de la tienda como era costumbre a tomar su habitual cascabel, pero no había ningún cascabel qué tomar en aquella caja. Confundido, habló en voz alta hacia el dueño del lugar.

- ¡Lou!, ¿ya no te quedan cascabeles?

- ¡Hay cascabeles! Están tras el mantel de la mesa.

El señor se hincó y levantó aquel rojo mantel, encontrándose con una caja nueva e intacta de cascabeles dorados. La tomó sonriente, la abrió y tomó el preciado objeto.

- Buenos días.

Soltó un respingo ante aquella voz. Levantó la mirada y vio a una niña de no más de siete años viéndolo fijamente con unos enormes ojos lavanda. Se quedó petrificado, miró a su al rededor buscando a alguna otra persona, pero en el lugar sólo se encontraba él y la pulguita de pelo blanco. No le quedó de otra que ser cordial con una mente inocente.

- Buenos días.

Se levantó y caminó hacia el mostrador, pero la niña lo siguió.

- ¿Qué tiene en la mano?

La paciencia del hombre que vivía en la cabaña de madera oscura era realmente amplia, pero no le gustaba sentirse acosado.

- Un cascabel.

- ¿Cómo los de los renos de Santa Claus?

- Sí.

Comenzó a caminar más rápido y aquellos pequeños pasos tras él también aumentaron. Ese hombre era un niño en un cuerpo de adulto. Comenzó a caminar zigzagueante buscando despistar a la ojilavanda, pero ella le seguía el paso arduamente. Giró de pronto en el pasillo de farmacia, donde Bonnie al intentar seguirle, terminó derrapando y estrellándose contra un estante de cajas de pastillas. El llanto de un infante inundó el local.

Lou acomodaba el estante mientras el señor del abrigo café le curaba los raspones de su rodilla.

- ¡ Ay! Es muy bruto - Aunque no mostrara emoción, intentó ser más gentil con el algodón limpiando su raspón- ¡Ay!, ¿qué usted no siente dolor? -

La honestidad de un niño es tan pura que llega a ser dolorosa. Suspiró con tristeza, tomó la gasa y la colocó en su rodilla izquierda.

- ¿Cómo te llamas?

- Bonnie, señor. ¿Y usted?

- León.

- Señor León, lo perdono por hacer que me estrellara en el estante.

El mencionado sonrió con mofa ante el comentario de la albina.

- Y yo te perdono por seguirme como pato.

- ¡Yo quería hablar con usted! Camina como si estuviera cargando una piedra - vio una caja con el dibujo de una columna vertebral, interpretando entonces que aquellos fármacos trataban algo relacionado a la espalda. Tomó el cubo de cartón y se lo mostró al adulto - Las medicinas curan todo -

- ¿Eso crees, Bonnie?

- Claro que sí, ¡es ciencia! La ciencia tiene una respuesta a todo.

- ¿De verdad? Y si me duele la espalda ¿Qué medicina debo tomar?

- Pues una para el dolor de espalda.

- ¿A ti te duele la rodilla?

- Sí, pero no hace falta que tome medicina, eso sana solo.

León terminó de poner las gasas en las rodillas de la niña, la ayudó a levantarse y fueron a caja a pagar el cascabel.

- En realidad, sí hay medicina para el dolor de rodilla.

- ¿En serio? ¿Cuál es?

- Las paletas de caramelo.

León volvió a sonreír.

Salieron del local un hombre de abrigo café y una niña comiendo un caramelo de cereza.

- Señor ¿sólo le duele la espalda?

- Sí, ¿por qué lo preguntas?

- Sus ojos se ven tristes.

Su respiración se detuvo, oscureció su mirada. Había descuidado el ocultar sus ojos, los niños solían asustarse al verlos.

- Son algo escalofriantes.

- No, son tristes.

León miró a la niña con detenimiento. Aquella mirada de ojos lavanda lo veían tan fijamente que sentía que no podía mentirle en nada.

- Sí, estoy triste.

- Hay medicina para el corazón.

Por tercera vez, León volvió a reír.

- ¿En serio?, ¿Y cuál es esa?

- Sólo vaya con Lou y busque un frasco de medicina con el dibujo de un corazón.

El adulto sonrió ante la inocencia de aquella niña. Se despidieron amablemente y cada uno tomó su rumbo.

Los niños recibieron ansiosos a Bonnie, quien venía muy contenta degustando su caramelo.

- ¡¿Qué fue lo que te dijo?!

Le preguntaban insistentemente, pero ella solo fingía que pensaba para disfrutar un poco más de aquella atención.

- Se llama señor León, compra cascabeles y le duele la espalda y el corazón.

El grupo de infantes se miró entre sí.

- ¡Pero debías preguntarle para qué compraba los cascabeles!

- Eso es lo de menos. Está triste y le duele la espalda y el corazón - mencionó nuevamente como si fuera aquello un gran hallazgo.

- Pero eso no importa, solo queríamos saber para qué compraba los cascabeles.

- ¡Claro que importa! Por eso es interesante - los niños observaron a la ojilavanda con intriga y confusión - Si fuera una persona feliz comprando un cascabel dorado feliz, sería muy normal. Pero es una persona triste comprando algo feliz, eso es mucho más interesante -

Los niños simpatizaron con su reflexión, apoyándola y estando de acuerdo.

Y nuevamente, con Bonnie como la amiga del señor León, iniciaron un nuevo plan para el domingo siguiente.

||   ||

El hombre del abrigo café subía tranquilamente aquel monte. Esa niña le había alterado su rutina sin previo aviso, pero le dio rienda suelta a volver a sumergirse en aquellos pensamientos que había querido olvidar desde hace diez años.

Llegó a su cabaña, sacó aquel pequeño cascabel de la bolsa, tomó un hilo que colgaba del techo de su porche y amarró ahí el dorado objeto, uniéndose a las filas de sus 570 cascabeles. Cada cascabel significaba una semana desde que el amor de su vida se había ido, y con él, se había llevado su vida y su amor.

Suspiró, le dio un beso al nuevo cascabel y entró a su choza. Limpió sus compras, las acomodó cautelosamente en su hogar y una vez terminó, se recostó en su sofá y durmió. Su horario de sueño estaba terriblemente patas arriba: dormía de día y vivía de noche, así le parecía más ameno el tener que vivir una vida solitaria y aburrida.

Hacía diez años, casi once, había conocido el amor. Amó como nunca lo había hecho y jamás pudo volver a depositar un aprecio tan grande nuevamente el algo o alguien más. Su vida se basaba en ver con tristeza un tatuaje de estrella que estaba en su muñeca derecha, en apapachar con dolor un collar que tenía una frase incompleta y llorar amargamente cuando la soledad se lo comía.

Era mayo catorce. En el tercer lunes del mes se habrían cumplido ya once años desde que un tierno Sandman Príncipe se había ido a su asteroide B-612.

Eran las 5:00 de la tarde cuando unos heterocromáticos ojos despertaron de su pesado sueño debido a que su estómago exigía alimentos. Con pereza se levantó de su sillón, talló sus ojos y bostezó. Se levantó y a paso lento fue a la cocina a prepararse algo de comer. Cocinar era lo único que podía entretenerlo e incluso emocionarlo en su patética vida. Encendió la radio y una agradable orquesta clásica inundó su cocina. Se colocó un delantal rosa, arremangó las mangas de su camisa negra, se recogió el cabello que le tapaba la vista en una coleta y puso manos a la obra. El menú del día sería una pasta a los cuatro quesos, nuggets de pollo, una infusión de frutos del bosque y ya que se sentía entusiasmado, hornearía un pastel de calabaza.

El resto de su día fue dedicado a sus habilidades culinarias y para la una de la mañana se encontraba comiendo en la pequeña terraza que tenía su cabaña en la parte de arriba. Puso mesa para dos, encendió una vela aromática de pétalos de rosa y se sentó a comer mientras charlaba animadamente con las estrellas.

- ¿Cómo estuvo tu día, cielo?

Si fueras una persona completamente ajena a él y lo escucharas hablando solo, seguramente creerías que cada día estaba más esquizofrénico.

León rió con ternura - Ese cordero resultó ser igual de latoso que tú -

El viento sopló. Las cascadas que cascabeles que adornaban su hogar titilaron, resonando en el grandioso eco del cielo nocturno con la risa de las estrellas. El principito había reído. León lo había hecho reír.

- Hoy una niña conversó conmigo. Bonnie, parecía ser que su tótem era el de la liebre - comía con naturalidad sus nuggets y probó la pasta - Mierda, qué sabroso me quedó -

Los cascabeles volvieron a sonar y León también sonrió.

- Perdona la palabra. Deberías probarlo, está buenísimo.

Él sólo se había entristecido.

Levantó la mirada hacia el eterno firmamento nocturno. El cielo era negro con un espléndido matiz entre azules y morados, con la vía láctea atravesada.

Sus ojos bicolor acumularon lágrimas. Un nudo se formó en su garganta y su respiración comenzó a agitarse.

- En dos semanas son once años - la voz le tembló, su curtido corazón no soportaba tanta soledad - No puedo creer que te hayas ido. No puedo creer que dejé que otra persona a la que amaba se me soltara de la mano - los ojos le dolían por tanto esfuerzo que hacía en no llorar, pero su mente dejó de tener juicio y sus sentimientos salieron a flote - 570 cascabeles, principito. 570 semanas sin poder verte. 570 cascabeles que acompañan la risa de las estrellas. Tu risa, joder. Cómo amo tu felicidad. Eres tan bello: tienes el cabello morado, los ojos rosas, la piel canela, una nariz respingada, unos labios tersos y una sonrisa se robaba todos mis suspiros. Te amé con toda mi vida en solo dos meses... Me faltó amarte más - entonces su voz se quebró y partió en llanto - Te extraño -

La luna fue testigo de un corazón que seguía roto después de una década. En algún momento creyó ser capaz de superarlo y seguir con su vida, pero ya no apreciaba nada: Nunca pudo volver a enamorarse, no pudo volver al Bazaar, a Superciudad, al Distrito Veraniego, ni a ningún otro barrio de Star Town. Había recorrido todos tomado de la mano con el amor de su vida. Habían sido tan enamorados que dejaron recuerdos en cada esquina y cada lugar. Vivía en el pasado, atado y aferrado a él.

Vivía solo.

Se había vuelto loco por amor.

Era el loco del monte.

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