Capítulo único

Érase una vez en Exodus, un humano llamado Kim Jongin que había perdido el espíritu navideño desde hace muchos años. Era Nochebuena y el muchacho soltó un bufido al ver tantas luces coloridas y ridículos villancicos resonando por todo el pequeño pueblo.

—¿Sigues ensimismado en no adornar tu casa? ¿En serio no quieres ir a la fiesta del pueblo? —preguntó Baekhyun, sorprendido, como si fuese un crimen no colocar guirnaldas y bombillas por Navidad—. Santa Claus no te dejará un regalo por incrédulo, ¡apuesto a que encabezarás su lista negra por tu falta de espíritu navideño! San Suhito, protégenos de este muchacho... —y salió del establecimiento, rezándole al guardián de Exodus en voz baja.

El moreno ahogó una gran carcajada y negó con la cabeza, acomodando las últimas tazas limpias de la cafetería. Miró el reloj de la pared, notando que ya debía cerrar el local en dos minutos.

Jongin había llegado a Exodus por pura casualidad hace tres meses, para despejarse de la ciudad. Vivía solo en un pequeño departamento, trabajaba como barista en la única cafetería del lugar y no se podía quejar, la calma que tanto necesitaba la estaba disfrutando al máximo.

Pero cuando noviembre ya estaba acabando, casi había hecho maletas para regresarse directito a Busan. Y es que, en aquel pueblito que ni aparecía en el mapa, los niños, jóvenes, adultos y viejitos, todos; absolutamente todos, creían en Santa Claus.

Creía que era una broma, una de muy mal gusto; hasta que su jefe, Kim Minseok, le había explicado las cosas como eran.

—Jongin, sé qué eres nuevo en el pueblo, pero espero de todo corazón que puedas pasar las fiestas navideñas con nosotros —le había dicho, con una sonrisa amable—. Por cierto, Exodus siempre recibe con los brazos abiertos a Santa en cada Navidad, así que, ¡no te olvides de escribir tu carta de deseos!

—¿D-Disculpe?

—Oh, sí —prosiguió su jefe, agrandando más sus ojazos brillantes—. Él manda a sus pequeños duendes a que recojan las cartas del gran árbol que está en la plaza. Pero nadie los ha podido ver, así que es mejor no espiar... En fin, tengo que encontrarme con el distribuidor de café, ¡nos vemos!

—P-Pero jefe... —balbuceó Jongin, sorprendentemente pálido hasta la médula.

Preguntarles a sus amigos de trabajo sobre el asunto del gordito mágico casi lo había mandado a la locura y, tras una semana de casi quedarse calvo como Chanyeol, se había resignado y solo le quedaba reírse.

«Los adultos mantenían esa mentira sobre Santa para no romperle la esperanza ni la imaginación a los niños», se había convencido, riéndose más como si estuviera en drogas.

Claro, porque cuando se enteró que su papá le dejaba los regalos y no existían ni los renos voladores, había abandonado rápidamente su sueño de teletransportarse a donde quisiera o de ser astronauta que descansaba sobre nubes para hablar con ballenas.

Simple lógica, amigos.

La entrada de un cliente lo sacó de sus pensamientos y se giró al mostrador de la cafetería.

—Disculpe, pero ya estamos cerrand-

Las palabras murieron en su boca al ver a aquel muchachito de ojos grandes que le observaba, muy curioso. Vestía unos pantalones azules con tirantes y un polo manga larga rojizo con rayas horizontales también azules. Bueno, el chico era muy bonito, no lo podía negar.

Pero ver esas orejas puntiagudas que resaltaban a los costados de aquella gorrita roja de lana... era otra cosa.

—¡Hola, Jongin! —saludó el intento de duende con una gran sonrisa y el moreno se quedó perdido, con su mente cuadrada tratando de hallar una explicación lógica a esas ridículas orejas...

—Eh... Yo... —«¡Maquillaje! ¡Maquillaje debía ser!», pensó Jongin y recobró su compostura elegante—. Disculpe, ya no estamos atend-¡¿Cómo sabe cómo mi nombre?!

El pequeño chico señaló el rótulo anclado en la camisa blanca del moreno con el dedo índice, levantando las cejas al percibir el nerviosismo del más alto.

—En tu rótulo dice «Jongin» —y el barista se sintió más estúpido—. Soy Kyungsoo, mucho gusto. No vengo a comprar en la cafetería, vengo a recoger tu carta de Navidad. Eres el único que falta entregarla.

Jongin cerró los ojos para respirar hondo.

Esto ya estaba colmando su paciencia.

—¿Minseok te mandó para decirme eso? —masculló—. ¿O te envió Jongdae para seguir fastidiándome? Ya les dije a todos, no adornaré mi casa —explotó Jongin, mientras Kyungsoo solo lo miraba sorprendido—. ¡Tiré mis adornos cuando vivía en la ciudad! ¡No quiero escribir nada! ¡YO YA NO CREO EN...!

—¡CÁLLATE! —la mano de Kyungsoo tapó su boca, terriblemente asustado—. Cada vez que alguien dice no creer en la Navidad, ¡un duende muere! ¡Jura que nunca dirás eso, Jongin!

Hmffmmhh...

—Ah, lo siento —la boca de Jongin fue liberada y Kyungsoo respiró hondo, abriendo un rollo de pergamino de... ¿de dónde había sacado eso?—. A ver... Kim Jongin... —murmuró para sí mismo, buscando algo mientras leía—. Nuevo en el pueblo, ya veo...

—¿Cómo rayos sabes eso?

—Dejó de creer a los 6 años, qué lamentable...

—¡¿Quién te lo dijo?! —el moreno estaba a punto de arrancarle ese pergamino a Kyungsoo, quien solo lo ignoró, terminando de leer el expediente de Jongin, así como sus buenas y malas acciones.

—Estás en la lista naranja, ya entiendo por qué —le dijo, pensativo—. Bueno, ven conmigo. Tienes trabajo que hacer si quieres entrar a la lista dorada de mi padre.

Jongin lo miró como si tuviera dos cabezas en vez de una.

—¿Tu padre? —repitió más escéptico.

—Santa Claus, ya sabes —dijo Kyungsoo, como si no fuera la gran cosa ser hijo de un ser mágico—. Toma mi mano y no la sueltes, será una noche larga pero interesante para ambos.

El más alto frunció el ceño e iba a replicar que se fuera a la...

—Claro, a menos que quieras ser transformado en galleta de jengibre, la forma de oso no te vendría mal. Debes andar malhumorado por la falta de sueño que te traes.

Algo le dijo a Jongin que Kyungsoo no estaba bromeando.

—Acabemos con esto de una vez —siseó el moreno, tomando la mano de Kyungsoo e ignoró la sensación cálida en su pecho cuando percibió la suavidad de la piel del otro.

Dio un parpadeo y aún estaban en la cafetería.

Dio otro parpadeo y estaban en medio de la nieve.

—¡Listo, llegamos! —exclamó Kyungsoo, soltando su mano.

La cena de espaguetis de kimchi subió hasta la garganta de Jongin y corrió hacia el árbol más cercano para devolver su comida.

—Olvidé mencionar que las náuseas era un efecto adverso de teletransportarse, ups —habló el bajito, acercándose—. Bebe un poco de agua —le dio una botella que... mejor no preguntemos de donde lo había sacado.

—Estoy soñando... —musitó Jongin, aún mareado—. Sí, me quedé dormido y por tanto chocolate consumido estoy teniendo pesadillas... —se enderezó y bebió para sacarse el mal sabor de la boca.

Kyungsoo soltó una carcajada.

—Bueno, Jongin que tiene pesadillas, ¿qué deseas por Navidad? ¿Volar? ¿Ir al espacio? ¿Algún súper poder al estilo X-Men?

El más alto miró a su alrededor, notando las luces de una ciudad a lo lejos.

—¿En dónde estamos? —dijo en voz baja.

—En el Polo Norte, por supuesto.

Jongin vomitó de nuevo.

* * *

Kyungsoo lo miraba con preocupación, Jongin estaba demasiado callado observando consternado a pequeños duendes caminando sin que los vieran.

—Tal vez deberíamos regresar a Exodus —musitó el bajito y el más alto lo miró fijamente—. ¿Jongin?

—Es un sueño, Kyungsoo. Tal vez con demasiada imaginación para mí, pero es solo un sueño... —le dijo—. ¿N-No?

El hijo de Santa Claus le dedicó una sonrisa comprensiva, mientras se detenían frente a una gran casa cubierta de nieve.

—Ya sé a dónde iremos, pero necesitamos conseguir un poco de polvo mágico de mi padre —respondió Kyungsoo, sacando una llave dorada del bolsillo de su pantalón y la introdujo en la cerradura de la puerta de madera, mirándolo algo nervioso—. N-No hagas ruido, ¿sí?

Los dos muchachos entraron en silencio. Kyungsoo tomó la mano de Jongin para guiarlo en medio de la oscuridad, pero una voz femenina los asustó a ambos.

—¿En dónde has estado, Kyungsoo?

Y las luces se encendieron.

—Hola, prima...

Krystal los observó boquiabierta, mirando a Jongin, a Kyungsoo. Y de nuevo a Jongin.

—¿Qué diablos se supone que estás haciendo con ese humano aquí? —boqueó como pez fuera del agua—. ¡Está prohibido! ¡Le diré a mi tío! ¡Nunca obedeces, Kyungsoo!

—¡Métete en tus asuntos, Krystal!

En eso el bajito, corrió hacia la pequeña bolsa dorada que estaba en la mesa y la chica casi lo atrapa. A Jongin casi se le salen los ojos de las cuencas cuando Kyungsoo sopló unos brillitos en la cara de su prima, haciendo que la muchacha cayera suavemente, roncando con la boca abierta mientras soñaba con cuatro paredes y choques eléctricos.

—Déjala, despertará pronto —Kyungsoo tomó de nuevo la mano de Jongin y salieron de la casa, como si nada hubiera pasado—. Rociaré un poco de polvo para poder volar, si te sientes mareado me avisas. Debes pensar en cosas felices o no funcionará.

El moreno asintió, procesando la información. Después de todo era un sueño, nada era imposible en los sueños.

—Cierra los ojos, Jongin —susurró el hijo de Santa—. No lo olvides, ten pensamientos felices.

Los segundos pasaron y el moreno temió despertar. Sus pensamientos felices, sumado al polvo mágico, estaban haciendo su trabajo sin que se diera cuenta. Una suave brisa en sus tobillos le hizo ponerse nervioso.

—Abre los ojos...

Y eso hizo.

Kyungsoo apretó la mano de Jongin con suavidad cuando este se tambaleó en el aire. ¡Estaban volando! Grandes nubes los rodeaban, las luces del Polo Norte parecían luciérnagas debajo de ellos. Y al levantar más la vista, vio ballenas nadando en el espacio; hablando entre ellas.

Jongin sintió una terrible nostalgia al recordar sus sueños perdidos.

De una forma u otra, Kyungsoo lo estaba guiando a cumplir los sueños más profundos de su corazón, aquellos que al crecer, habían muerto siendo un pequeño niño de seis años.

—Puedes hablar con ellas, Jongin —le dijo Kyungsoo, posándose sobre una nube y animándolo a volar más arriba—. Yo puedo esperar.

Al moreno le resultó sencillo volar, porque este era su sueño y todo era posible. Las ballenas lo saludaron como si fueran amigos desde pequeños y pasearon juntos, bajo la mirada enternecida de Kyungsoo. Jongin voló de nuevo hasta llegar al bajito que hacía ángeles de nubes con su cuerpo y lo abrazó con fuerza.

—¡Muchas gracias, Kyungsoo! Yo... ¡Gracias por esto! Siempre fue mi sueño, ¿cómo lo sabías...?

El hijo de Santa le dedicó una gran sonrisa en forma de corazón.

—Ya te dije, estás en la lista naranja —explicó Kyungsoo—. Es la lista de aquellas personas que realizaron muchas buenas acciones pero que dejaron de creer en la Navidad y en sus sueños por algún incidente, sin saber que el espíritu navideño aún estaba en lo profundo de sus corazones.

Jongin le sonrió, muy emocionado.

—Ven, volemos con las ballenas. ¡Vamos, Kyungsoo! —lo tomó de las manos, riendo, dejando libre a su niño interior.

Las ballenas los pasearon, llevándolos a extrañas galaxias. Jongin grababa en su memoria cada preciosa constelación creada en su mente, mientras Kyungsoo reía de las ocurrencias del moreno.

Jongin nunca se dio cuenta de cómo Kyungsoo miraba hacia abajo, temiendo que en cualquier momento su padre apareciese. El contacto con los humanos estaba terminantemente prohibido, era una regla de oro en el Polo Norte.

Cuando Kyungsoo había hallado la lista naranja de su papá, le llamó mucho la atención ver el nombre de un habitante del pueblo de Exodus, porque en ese lugar, todos estaban en la lista dorada. Así que, tomando todo el polvo mágico que le habían dado como propina, se transportó al pueblito y el resto de la historia ya lo sabemos.

Sus orejas puntiagudas se crisparon al oír el sonido de los cascabeles partiendo hacia donde estaban ellos. Su padre ya se había enterado.

—Jongin, vamos a descansar un momento... —comentó Kyungsoo, sonriendo algo agotado.

Ambos muchachos se bajaron de las ballenas y se recostaron sobre una nube, observando las estrellas. De pronto, el moreno ahogó un bostezo y Kyungsoo supo que ya era tiempo de despedirse.

—No sabía que volar fuese tan cansado... —murmuró Jongin, cerrando los ojos con una sonrisa en los labios—. Creo que estoy imaginando cascabeles voladores, demasiado espíritu navideño, ¿eh?

El bajito soltó una carcajada, ocultando su angustia.

—Entonces, ¿qué deseas para Navidad? —preguntó Kyungsoo de nuevo.

Jongin lo miró y se puso rojo de vergüenza, pero no bajó mirada.

—Puedo tener lo que quisiera, ¿no?

—Así es.

—Entonces, te quiero a ti, hijo de Santa.

Kyungsoo casi sintió cómo se le oprimía el corazón mientras miraba una vez más las facciones apuesto de aquel muchacho humano con tristeza.

Y abriendo el puño, soltó un poco de polvo mágico sobre el rostro de Jongin.

—Kyungsoo, qué... —susurró el más alto mientras sus párpados se cerraban en contra de su voluntad—. K-Kyung...

—Duerme, mi Jongin —susurró el hijo de Santa con una sonrisa suave—. Duerme...

* * *

Al día siguiente, Jongin abrió los ojos de golpe, notando que estaba en su habitación. Se incorporó de inmediato, parpadeando confundido.

¿Dónde estaban las nubes? ¿Dónde estaban las ballenas?

¿Dónde estaba Kyungsoo?

—¿T-Todo fue un sueño...? —murmuró con voz pastosa por el sueño.

La tristeza y la soledad invadieron su ser. Todo había sido un sueño, una representación de su subconsciente por su soledad y frustración a sus sueños muertos. Miró la mesita de noche para ver la hora y su corazón empezó a bombear con fuerza.

Un vaso de leche tibia y un plato de galletas lo esperaban, listas para ser devoradas.

—¿Kyungsoo? —balbuceó, pateando las sábanas con prisa y caminó hacia la sala con los pies descalzos, casi tropezando como un niño.

Cuando sintió un fresco aroma en su nariz, alzó la vista y la piel se le puso de gallina. En medio de su pequeño departamento, había un gran pino decorado con todos los adornos navideños que había desechado hace meses y, debajo, había un gran regalo empacado con un papel rojo brillante y un lazo blanco como la nieve.

Tomó el regalo entre sus manos temblorosas. Leyó la pequeña tarjeta y sonrió, fascinado.

Para: Jongin, mi idiota preferido.

De: Kyungsoo, el hijo de Santa.

Rompió la envoltura con cuidado y su corazón casi salta sobre su pecho al ver el interior de la caja. Un gran lienzo mostraba a los dos muchachos paseando por las nubes y el espacio estrellado sobre ballenas voladoras. Y al fondo del cajón, había una pequeña nota.

«Jongin, será mejor que abras esa puerta de tu casa de una buena vez o en vez de tener al hijo de Santa vivito para ti, tendrás un ex duende congelado y pasando a la otra vida. Con cariño, Kyungsoo».

Jongin fue corriendo hacia la puerta, casi sin pensarlo.

Una personita menuda con gorrita gris, envuelta en un abrigo rojo y una bufanda blanca le sonrió con dulzura y entró a la casa del moreno estupefacto, quien lo miraba casi como si quisiera llorar.

—Hola, Jongin —dijo en voz baja, mientras se quitaba la gorrita gris y fue limpiando las primeras lágrimas del más alto con ella—. Oye, ya no llores, ¿tan mal se me ve con mis nuevas orejas humanas que me regaló papá? —añadió con una sonrisita pícara y Jongin lloró más fuerte. Kyungsoo se estaba empezando a preocupar—. Mi prima Krystal dijo que me veía feo, ¿tenía razón? Oh, no...

Jongin lo besó húmedamente (por las lágrimas, no por otra cosa), interrumpiendo el monólogo de Kyungsoo, quien solo se puso de puntitas y rodeó su cuello para profundizar el contacto. Después de soltar varios suspiritos, ambos chicos se separaron, respirando agitados.

—Woah... Recuérdame hacerte llorar de nuevo —musitó Kyungsoo, muy sonrojado y con los labios hinchados.

—Eres real... —dijo Jongin, tocándolo por todas partes para cerciorarse de que el bajito estaba allí con él, que nada había sido un sueño.

—Tenemos todo el tiempo del mundo, no me metas mucho la mano que me sonrojo más —bromeó el hijo de Santa y posó ambas manos sobre el rostro del más alto—. Estoy aquí, Jongin. Estoy aquí —lo convenció una vez más.

—Estás aquí...

—Santa cumplió tu deseo —explicó Kyungsoo, sonrojándose—. Y n-no se aceptan devoluciones —advirtió el muchacho con preocupación.

Jongin lo abrazó de inmediato, sintiéndose el ser humano más afortunado de la Tierra. No solo había recuperado el espíritu navideño que creyó haber perdido, sino que la persona que le había hecho volver a creer en el amor estaba allí, a su lado.

—Feliz Navidad, Jongin —susurró el hijo de Santa.

—Feliz Navidad, Kyungsoo —respondió el moreno, besando una vez más al bajito, dejándose envolver por la cálida sensación del amor y la navidad.

* * *

Santa Claus observó a su hijo Kyungsoo paseando con aquel humano, sonriendo tontamente bajo la nevada de Navidad y ruborizado a más no poder como el color rojo de su ropa de trabajo. El hombre estaba en unas de las bancas del parque, abrigado como los humanos lo harían y con la barba afeitada, luciendo irreconocible gracias al trabajo de los polvos mágicos.

—Sé feliz, Kyungsoo —musitó—. Nos veremos el próximo año, mi niño querido.

Y canturreando unas pegajosas líneas sobre un hurón gay, caminó lentamente hasta desaparecer del pueblo Exodus.

Fin.

* * *

¡Feliz Navidad a todos ustedes! 💙

Espero que les haya gustado esta pequeña historia, la hice en... ¿dos, tres horas?

Por cierto, esta historia está participando en el Kaisoo's Christmas Wish Challenge de 100Eclipses. 😊

Pásenlo muy bonito en estas fiestas, besos a todos. 🌺

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