Parte 75

Cleopatra

— ¡¿Alteza que esta haciendo aquí?! — Él golpeteo sobre su hombro la despertó de esa infinita oscuridad en la que se haya y la obligó a darse cuenta que no esta muerta — Ya es tarde y la marea podría llevársela, la hemos estado buscado durante días —

¿Buscado

Cleopatra de inmediato levantó la cara y soltó toda esa arena de mar que tenía en la boca, quizá lleva horas desmayada en medio de la playa. Se pasó las manos por el cuerpo buscando cualquier herida porqué después de pasar los hilos del tiempo no supo más de ella, mucho menos de aquella anciana hechicera que también cruzó, pero no encontró nada, esta tan bien, como si mágicamente hubiera regresado a su vida.

Porqué se siente viva de nuevo y puede escuchar el fuerte golpeteo de su corazón anunciandole qué ya no es una momia, sino una mujer llena de vida.

— ¿Dónde estoy? — Preguntó aún con los ojos entrecerrados — Yo... ¿Dices que llevo días perdida? No sé que esta pasando —

— Está en Egipto, en Alejandría — Él sirviente a su lado se arrodilló y pasó la mirada por su rostro — ¿Se encuentra bien Majestad? Luce un poco enferma, podría llamar al curandero para que le de una par de posiciones que mejoren su salud —

Cleopatra negó con la cabeza y lo alejo de ella con un manoteo, no lo quiere cerca y menos llamándola majestad, porqué hace unos minutos, o por lo menos eso fue para ella, estaba en un mundo dónde no era más que una simple mundana y no una diosa, hace minutos aún estaba con ese Inglés y si toca la blusa que lleva puesta y la acerca a su nariz, aun puede oler el masculino perfume de ese hombre y el dulce aroma de la única hija que abandonó en un tiempo diferente.

Pero es una reina y aunque se sienta muerta por dentro y con ganas de jalarse el cabello por la desesperación de ver de nuevo a Olimpia, se puso en pie tambaleándose porque es normal después de viajar por los hilos del tiempo, se cayó varías veces sobre la arena antes de que sus piernas quisieran caminar, pero lo hizo y ahora nadie podrá parar a la reina de Egipto.

Una extraña sensación recorrió todo su pecho, claro que hay tristeza en su corazón, pero en cuánto respiró el olor de la brisa del mar salió corriendo como nunca antes lo había hecho sobre la arena, se quitó aquellas pesadas botas que consiguió en Londres y cerró los ojos al sentir el agua cálida bajo sus pies, a pesar de que ese sirviente está  pisándole los talones al correr junto a ella.

— ¡Estoy bien, de hecho estoy mejor que nunca! — Grito llena de felicidad mientras juega con el agua del mar, soltó alabanzas, bailó y se carcajeo mientras el hombre piensa que esta loca — ¡Por fin deje Londres! Adiós a los malditos autos, oh alabados sean los dioses, he regresado a mi vida, vamos sirviente no te quedes ahí mirándome ¿Qué nunca has visto a una mujer feliz? Deja de juzgarme con la mirada y llévame a mi palacio —

Aquel sirviente la ayudo a subir al lomo del camello mientra es arrastrado por la orilla de la playa, no le gustan estos animales, porque una vez llevo a Olimpia al zoológico de Londres y su fuerte sonido la hizo llorar, menos porque así no viaja una reina, pero esta ansiosa por volver a la seguridad de su reino así que no lo importa viajar como sea.

Pero el sonido de tambores y de música pagana acabó con su tranquilidad, porqué lo único que quería era llegar a su palacio y quitarse esa tristeza que la embarga disfrutando de sus hijos egipcios y olvidando por completo que dejó una parte de ella en Londres, pero el griterío es muy fuerte y ella no tiene paciencia, por lo que bajó de inmediato del camello y se acercó hasta aquella fiesta de carpas en la playa con paso decidido.

Lo único que encontró fue a romanos más borrachos que una cabra, a músicos tocando los tambores al ritmo de la noche y a bailarinas paganas moviéndo sus caderas para aquellos detestables hombres, y qué uno de esos emocionados romanos qué miran las caderas de las mujeres mientras mantiene una jarra de cerveza en su romano, es Marco Antonio.

— ¡Maldito romano infiel! — Grito llena de coraje aventando a los invitados de la fiesta mientras se hace paso hasta aquel romano, primero le quitó la jarra de cerveza y luego le dio una fuerte bofetada para hacerlo entrar en razón — ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Necesitamos planear otra estrategia de guerra, preparar más barcos y contratar a más mercenarios! ¡¿Dónde está el guerrero que prometió pelear a mi lado?! —

Marco Antonio apenas puede ponerse en pie, esta tan borracho que casi cae al suelo, pero en lugar de enojarse, soltó una fuerte carcajada y la tomó de la barbilla para besarla ferozmente.

— ¡¿Para qué pelear?! Mejor disfrutemos de la noche ¿Donde has estado estos días? Te hemos buscado por cada rincón de Egipto y mi cama se siente vacía sin ti — Intento besarla de nuevo, pero se alejó furiosa, lo que fue un error porqué ese romano abrió mucho los ojos lleno de admiración al ver su ropa — ¿Porqué estas vestida de esta forma? ¡Es horrible! Tienes tantos vestidos que podrías ponerte uno diferente cada día, cómo una diosa, pero esa ropa... bueno, te ves peor que una esclava —

Cleopatra bajó su mirada para ver el estado de su ropa, en Londres no se había sentido diferente, su amiga Inglésa la había acompañado a una de esas lujosas tiendas de ropa que la dejaron con la boca abierta, un par de jeans, una camisa holgada, y un par de botas para excursión, nada fuera de lo normal, sino fuera porqué está en él pasado y aquí nadie se viste de esa manera, ahora entiende porque todos la miran de forma extraña.

Cleopatra se pasó las manos por el cabello y controló su furia asesina.

— ¿No recuerdas Londres? — Le pregunto en voz baja a ese romántico romano.

— ¿Londres? ¿No se a que te refieres? — Le contesto de inmediato antes de besarla de nuevo — ¿Caso es el nombre del culo de algún germánico? Porque jamás en toda mi honorable vida lo había escuchado —

Cleopatra jamás podrá olvidar Londres, ese lugar se quedó en ella como una llaga en su corazón, no sólo porque se siente asfixiada y porque de vez en cuando mira a todos lados buscando encontrar esa mirada de diversión de aquel Inglés, sino porqué una pequeña parte de su carne, se quedó allá y eso le rompió el corazón porque jamás volverá a verla y esa niña nunca sabrá quién fue su verdadera madre.

Así que junto todo ese coraje que la está matando y le dio de nuevo otra fuerte bofetada a aquel romano, primero para que el alcohol se vaya de él y segundo porque lo necesita fuerte como un guerrero, no débil como un cobarde.

— ¡¿Porque estás haciendo esto?!   — Le gritó enojada, elevando su voz más de lo debido porque la música y las bailarinas se detuvieron con su voz — ¡Váyanse todo ahora! —

— ¡¿Qué estoy haciendo?! Estoy celebrando como mandaste a toda la ciudad a hacerlo, celebramos que perdimos la batalla — Le grito Marco Antonio tomándola de los hombros para calmar su furia — Perdimos la batalla en Accio amanda mía, los romanos destruyeron nuestros barcos y mis fieles legiones se han pasado al bando contrario, me han llegado noticias de que Octavio tomará Egipto en cualquier momento, no nos queda nada y tú te desapareciste por días, algunos dicen que lo hacen para orar a tus dioses, pero ellos nos abandonaron Cleopatra y lo mejor que podemos hacer antes de que los romanos lleguen  es festejar y bailar — Le dijo acariciando suavemente su mejilla, cómo dos amantes que saben que tienen los días contados para vivir su amor — Porqué esos romanos nos han sentenciado a muerte, al parecer esa es la suerte de los vencidos por Roma —

Cameron

— He aquí el tesoro de tu hija — Dijo su abuelo con orgullo con las manos llenas de arena y las mejillasnsonrojadas por la exposición al sol — Esa bebé es más rica que nosotros dos, es la única heredera de todo este oro y se merece saber el legado que su madre le dejó —

Cameron caminó por la carpa, ciertamente los artefactos encontrados en la tumba de Cleopatra yacen sobre las mesas, limpios e identificados, son piezas de artesanías tan delicadas que él y su abuelo no podrían cuidarlas porqué el siempre contacto con el aire puede convertirlas en polvo así que serán donadas al museo de Londres, pero paso sus mirada sobre ese resplandeciente oro, ese mismo que Cleopatra le hizo jurar que dejaría como herencia para Olimpia, cada parte cada joya, cada piedra preciosas es y será de su hija, por lo menos eso tendrá de recurso y él los cuidará por siempre.

Pero aquella bebé que está recostada sobre su pecho aún no entiende de oro o viajes al pasado, ella solo llora porque extraña mucho a su mamá.

— Las piezas se iran al museo.... — Dijo mirando a su abuelo — Pero el oro se quedará para Olimpia y si es que en algún momento regresa Cleopatra, será de ellas —

Su abuelo soltó un largo suspiro y sus ojos se llenaron de lástima.

— Ella no volverá y la entiendo, Cleopatra no podía quedarse aquí, este no era su lugar, pero escuchame Cameron, esa reina te quiso tanto que te dio una parte de ella ¿Verdad Olimpia? Estoy seguro que será igual de hermosa a su madre — Hace un mes que la reina se fue, ella no volverá, regresa a Londres, vuelve a tu trabajo como el primer ministro y disfruta de tu hija, olvídate de una mujer que nunca fue tuya, busca a una chica inglesa que sea una buena madre para Olimpia, vete Cameron, en Egipto ya no hay nada para ti — 

Pero esta vez no rechisto, su abuelo tiene razón, así que al anochecer tomó el primer vuelo de nuevo hasta su hogar, de nuevo a Londres.

Lo más difícil de llegar a una casa que tiene todos los recuerdos de esa egipcia fue al poner su cabeza sobre la almohada porque todo huele a ella, a ese misterioso perfume que siempre lo acercaba a ella, esa primera noche, tuvo que ir por su hija hasta su cuna porqué a partir de ahora dormirán juntos, resulta que la vida no les ha resultado fácil a ninguno de los dos.

No fue fácil, menos cuando tuvo que guardar toda la ropa de esa mujer en cajas, todas sus cosas, alguna de sus fotografías y lo peor, sus libros, cientos de libros sobre Egipto, todas esas cajas las enterró en el ático de su casa porque de nada le sirve seguir enamorado de una mujer muerta.

Pero su pobre Olimpia, su pequeña y adorada hija de rizos rubios es quien más ha resentido la pérdida de su madre, por las noches no duerme, llora sin poder parar y mueve su rostro como si buscará el seno de su madre, y a pesar de que Cameron se desvive de amor por ella, jamás podrá remplazar ese lado femenino.

Sin embargo, tuvo que aprender a ser primer ministro y padre soltero al mismo tiempo, esa bebé y él siempre estarán unido.

Para todo Londres él y su abuelo se han convertido en los mayores benefactores del museo ya que entregaron todas las piezas de la tumba. El lugar está repleto de personas, periodistas por doquier, catedráticos tratando de descubrir el idioma de las piezas encontradas, turistas chismosos y demasiada gente, para su abuelo es el mejor día de su vida, esta ahí en el estrado con un loro parlanchín hablando de todo lo que tuvo que hacer para hacer el descubrimiento del siglo después de la tumba de Tutankamón, para Olimpia y Cameron solo es un día cono otro donde se despiden del último recuerdo de Cleopatra, por eso ambos se mantiene apartados del estado principal. 

— Su hija es preciosa, creo que es la niña más hermosa que he visto  — Aquella mujer de gafas y cabello castaño sonrió avergonzada cuando Olimpia escondió su cara en su cuello refugiándose con su papá — Lo siento, no quería hacerla llorar... yo, soy la periodista que hizo la biografía de su vida, lamento esto primer ministro — 

Cameron se permitió mirarla por un momento, claro que recuerda a esa joven inglesa, la recuerda muy bien porque en su torpeza a causa de los nerviosa derramo el café sobre su traje, cuando Cameron quiso decirle que no pasaba nada, aquella mujer salió corriendo y días después vio publicada su biografía en el mejor periódico de Londres, una noche después quiso ir a su casa para agradecerle, pero esa misma noche fue cuando atropelló a Cleopatra.

Cameron aferró a su hija a su pecho y la acaricio en la espalda, es una bebé preciosa que llama la atención en cualquier lugar.

— ¿Brooks, ese es tu nombre verdad? — Le dijo a esa avergonzada chica — Siempre quise darte las gracias por el artículo en el periódico —

Los ojos de aquella chica se iluminaron de emoción.

— ¿Lo leyó? —

— Claro — Dijo de inmediato, por un momento quiso llamar que sus guardias para que le pidieran que se fuera, pero recordó las palabras de su abuelo, Olimpia y él necesitan buscar a alguien en sus vidas — También quiero decirte que no te preocupes por mi traje, no fue nada —

Olimpia levantó su cabecita mirando a todos lados, con sus manos aferradas al cuello de su camisa, esta debajo de un gran abrigo que la hace ver adorable, con unos ojos de rasgos egipcios que despertaron la curiosidad de esa joven.

— Lamento mucho haberme acercado así, pero su hija es preciosa — Dijo logrando acariciar la mejilla de su hija — Espero que la madre de la bebé no se moleste por esto —

La madre está en el pasado, es una reina y posiblemente ya esté muerta.

— Murio — Dijo de repente — Falleció hace un mes y me quedé solo con mi hija —

— Lo lamento mucho, yo... — Dijo es periodista en voz baja — Yo no lo sabía, usted es muy reservado con su vida, lo siento mucho —

Aquella periodista se puso de pie claramente avergonzada y con la intención de irse, pero tanto él como su hija se miraron, ambos saben que necesitan algo qué alegre sus vidas, que los haga olvidar más penurias que Egipto a traído a sus vidas y jura que vio en el rostro de su bebé una pequeña sonrisa.

— Brooks — Se puso en pie de inmediato con su hija en brazos y se acercó lo más posible hacia aquella bella mujer inglesa — Ha Olimpia y a mi nos encantaría invitarte a cenar, es mi agradecimiento por el articulo que publicaste en el periódico —

Aquella mujer sonrió ampliamente y asintio con la cabeza.

— Me encantaría primer ministro, solo busco mi abrigo y nos vamos, conozco un buen restaurante en el centro de Londres —

Cameron escuchó a lo lejos el nombre de Cleopatra, todo el lugar está dedicado a ella, pero la única que es la viva imagen de su madre, es esa bebé de ojos preciosos que lo mira con atención, así que la beso en la mejilla y la acercó a él.

— Creó Olimpia que ya encontramos una mamá para ti

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