Parte 73

Cleopatra

— ¿Crees que estoy enamorada? — Preguntó a esa joven inglesa detrás del mostrador — Antes creía estar enamorada de los romanos más famosos de la antigüedad, pero ese era un amor... diferente, ahora tengo un sentimiento extraño en el pecho y no se qué es lo que me pasa ¿Me habrán hechizado? —

Su amiga Grace le sirvió una taza de café calinte, con ese olor exquisito que la llenó de vida al darle el primer trago, la vio tomar asiento a su lado, quitándole de los brazos a la bebé para abrazarla ella y deleitarse con las mejillas sonrojadas de Olimpia.

— No estás hechizada Cleo, lo que  pasa es que estás enamorada de verdad y es algo que jamás habías sentido —Grace besó a la bebé en la mejilla y sonrió al respirar ese rico olor de bebé — Ya se que fuiste una mujer de varios... amantes ¿Pero dime la verdad, tú sí querías a esos romanos o sólo fue cuestión de política? —

Cleopatra soltó un suspiro y se recargó en su asiento, a pesar de que la cafetería esta llena de personas, ella solo tiene su atención puesta en aquella bebé que abre sus ojos con curiosidad, claramente le gustaría tomarla en brazos y no dejar que nadie se acercara, pero tiene que dejar sus celos a un lado y aceptar que otras personas también puedan abrazarla.

— Pues por uno me suicide y por el otro abandoné a mi país, claro que los quería, esa es una pregunta estupida Grace —

— ¿Vamos, dime que sentías por esos hombres? — replicó esa inglesa.

Cleopatra entrecerro los ojos soñadora y sonrió de lado.

— Los amaba Grace, a mi manera, exótica y pasional, pero los quería — Dijo cerrando los ojos al recordar los buenos días que pasaba en brazos de esos romanos — Aunque primero pensaba en política, en ganar oro, conquistar reinos, después pensaba en hacer el amor y disfrutar de mis riquezas, al final pensaba en el amor — Dijo en un suspiro — ¿Y si estoy enferma y por eso me siento tan diferente?

Grace soltó una carcajada mientras mece a la bebé en sus brazos y está atenta a que los clientes tengan el café caliente.

— Posiblemente si estás enfermera, estas algo muerta, pero esa enfermedad se llama amor, claro, aunque supongo que nunca antes te habías sentido así — Grace se entretuvo con la bebé un momento, guardo silencio y  perdió el brillo de sus ojos al hablar de nuevo — ¿Él primer ministro ya sabe que hoy te irás te Londres? —

— No —

Grac volvió a insistir con su voz quisquillosa.

— Podrías llamarlo si quieres — Dijo esa inglesa acercando ese raro aparato — Ya se que no sabes usar un celular pero puedo ayudarte hacer una llamada, él se merece saber que te irás —

— ¡Dije que no quiero que sepa nada de mí! — Gritó llena de coraje cómo si le gritará a una de sus criadas, su voz fue tan alta que llamó la atención de las demás personas en la cafetería,  pero se arrepintió al momento porqué hizo llorar a su bebé, esa que se retuerce en los brazos de la inglesa.

Lo último que quería era abrazar de nuevo a esa bebé, pero no puede verla llorar de esa manera, así que de forma desesperada se la quitó de los brazos a esa inglesa, acunandola en sus brazos cómo si fuera el tesoro más preciado de Egipto.

La acarició en la mejilla cómo si de la seda más fina se tratara, alejó esos mechones rubios de una diosa y se atrevió a besarla en la mejilla hasta calmar su llanto y cuándo la bebé dejó de llorar la miró a los ojos, tan azules cómo los oasis del desierto.

— No llores Olimpia — Dijo tiernamente en ese idioma egipcio que ella y esa bebé entienden — Te dejó en buenas manos, no te asustes, tu padre vendrá a buscarte en unas horas y tendrás una buena vida con él

Pero esa bebe que apenas tiene un mes de vida, aferró sus pequeñas manos a su cabello cómo si con eso la detuviera, sin embargo, sus hijos, esos que tuvo en el pasado, aquel día que los dejó en el palacio de Alejandría se aferraron tan fuerte a su vestido que lo desgarraron y aún así lo dejó, así que tomó su bolso y disfrutó de sus últimos momentos con esa niña

— De verdad no tienes que hacer esto, aquí tienes todo, dinero, una gran casa y un hombre que te quiere, se que no es Egipto y que el clima no te gusta, pero puede hacer lo que quieras, trabajar en el museo y ser una egiptóloga experta o lo que más te guste — Dijo su amiga con súplica en la mirada — Aquí no morirás —

— ¡No me gusta Londres! Lo odio, detesto el maldito clima, los  autos y a la gente que me mira cómo sino fuera una reina — Dijo con molestia haciendo llorar a la bebé — Odio no estar en mi reino, no tolero ni un minuto más aquí y me iré ahora —

Cleopatra se dio la media vuelta llena de molestia con la intención de dejar a la bebé en su portabebé, pero alejarla de ella fue imposible, claro que podría hacerlo pero esa pequeña ejerce su minúscula fuerza aferrada a sus mechones de cabello, aún así la dejó en el portabebé y salió corrido de la cafetería.

— ¡Espera Cleo no te vayas! — gritó Grace pero su voz se apagó en cuánto cerró la puerta de la cafetería.

Salió corriendo como alma que lleva el diablo, sin fijarse en nada más, incluso olvidó su bolso pero no pasó ni una cuadra cuándo se detuvo en la esquina de la avenida, asustada mientras mira a todos lados.

¿Y si la orden del tiempo encuentra la cafetería y se lleva a la bebé, cómo la cuidará desde Egipto?

— ¡Demonios! —

Dijo antes de regresar rápidamente hasta la cafetería, abrió la puerta y se encontró a su amiga inglesa caminando de un lado a otro mientras mece en sus brazos a una bebé que no deja de llorar.

— ¡¿Cleo... qué haces aquí?! — Pregunto su amiga con voz tartamuda

Se pasó las manos por el cabello antes de tomar en brazos a la bebé y colgarse esa bolsa que había olvidado.

— ¡Me voy! — Dijo con rapidez — Pero con Olimpia, no dejaré a uno de mis hijos de nuevo —

— ¿Y él primer ministro? —

— Estoy segura que él nos seguirá después. Ya sabe que puedo huir cómo una serpiente, sin ser descubierta —

— Espera — Esa inglesa trato de detenerla — No es tan fácil llevarte a una bebé, creerán que la estás secuestrando —

— ¡Pero es mía! —

— Técnicamente no es tuya, en realidad para el mundo solo es hija del primer ministro, digamos... que tú no existes para el sistema —

Se fue rápidamente hasta el aeropuerto con miedo a que le quitarán de los brazos a esa bebé, pero nada malo pasó hasta que al llegar al aeropuerto un par de hombres la tomaron del brazo.

— Por aquí, por favor —

Caminó junto a ellos sin decir nada, pero tiene esa daga preparada entre las mantas de la bebé, lista para atacar, sin embargo, soltó un suspiro al ver al abuelo de Cameron sonriendo desde lo lejos de pie junto al jet privado.

— ¿Está lista majestad? —

— Más lista que nunca —

Trato de llamar a Cameron antes de que el avión despegará, pero él primer ministro no le contestó ni lo hizo hasta que el avión aterrizó en El Cairo. Llegaron cuándo era de madrugada, con la ciudad silenciosa y oscura, está cansada y Olimpia llora entre sus brazos.

— Querida descansa está noche — Le dijo el abuelo de Cameron con una sonrisa amable — Y cuida a esa bebé qué mi nieta tiene que estar bien —

Cleopatra se quedó sola afuera del aeropuerto logrando esquivar a los guardias de Cameron para alejarse por la ciudad, pero de noche es peligrosa y tuvo que caminar con cuidado por una ciudad que ya no conoce, llena de gente que la mira como una mina de oro y eso la hizo sentir terriblemente triste porqué ya no confía en la gente que ella una vez gobernó.

— Señor Abdul — Dijo al tocar la puerta de esa vieja casa en El Cairo, es una casa vieja, de mármol y tan baja que hay que bajar un par de escalones, como si fuera una boca de lobo, cuándo la puerta se abrió pudo ver a un extraño anciano — Amunet me dijo que usted podría esconderme unos días en su casa — 

Él anciano asintió pero miró el bulto entre sus brazos.

— A usted si la puedo esconder, pero no a la niña, esa bebé le traerá muchos problemas — Él anciano las hecha de su casa aventandolas con la mano — Lo siento mucho, pero si las dejo quedarse me matarán —

Les cerró la puerta en la cara dejándolas en plena oscuridad y del frío de la noche, ella no lo siente pero la bebé sí, porque busca refugio dentro de la chaqueta y por primera vez se sintió como una pobre esclava sin tener un lecho para su hijo, vago por algunas calles perdidas y alejadas de la ciudad, sin dinero y con algo de hambre.

Quizá solo trajo a su hija para morir en Egipto. 

— ¿Por fin ya vas a detenerte?  Creo querida que no puedo seguirte toda la noche — Cleopatra levantó la mirada al escuchar esa voz y casi soltó un grito de alegría al ver a ese Inglés. — ¿Creíste que no te seguiría? Pues no querida egipcia, si te llevas a mi hija, me llevas a mi —

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