Parte 71
Octavio
— Aún sigo siendo un romano y siempre seré el mejor emperador de Roma, aquel que derrotó a la última reina de Egipto — Dijo sin dejar de mirar su reflejo en esa extravagante tienda de Londres, a pesar de la nieve y los colores fuertes, logró ver el reflejo de su rostro cómo un lejano emperador que también se perdió con el paso de los años, hubo una vez donde todo un reino se postraba a sus pies, ahora ni siquiera lo miran al pasar, incluso lo confunden con un hombre cualquiera y no con un verdadero emperador de Roma — Pero he de decir, hechicera egipcia, qué está ciudad despierta en mi un sentimiento de poder que hace siglos no sentía, me gusta este lugar y pensar que Londres era un hoyo de mierda para los romanos, antes creíamos que aquí era el fin del mundo, ahora me doy cuenta de lo poco que conquistamos —
Keket, esa anciana que lo trajo de nuevo a la vida con un extraño ritual en las cloacas de Londres, soltó una fuerte carcajada qué de seguro sus dioses escucharon más allá del cielo, las líneas de sus ojos se fruncieron notando la verdadera edad de esa mujer, porqué se nota que lleva años jugando a ser mortal, cuándo la verdad es qué esa anciana es otra momia jugando a tener vida.
Él es un romano, un emperador que conquistó provincias y que lidiaba con políticos romanos que conspiraban a su espalda, es frío, calculador y sabe cuándo y cómo fingir para obtener lo que quiere, ciertamente no confía en esa ancina ya que es una egipcia, y las egipcias siempre han traído malas decisiones a su vida, si estuviera en otras circunstancias la habría matado de una puñalada, cómo a un esclavo, pero es la mujer que lo trajo a la vida de nuevo.
¿Pero quién está utilizando a quien?
Claro que esa egipcia le pide trabajos y pasa horas interrigandolo para que le dé las ubicaciones de tesoros que se olvidaron con el tiempo, pero es él quien la utiliza, es quién la tiene como una tonta viajando por todo Egipto, él es quién está disfrutando de su nueva vida, jamás le dará las ubicaciones de los tesoros de la reina egipcia porqué los tratos se hacen entre reyes, no con esclavos egipcios.
Octavio dejó de mirar su reflejo y vio a esa anciana caminado hasta la acera de la calle con su largo abrigo negro cuándo llegó ese lujoso auto.
— Emperador suba al auto de inmediato porqué tenemos cosas más importantes de qué hablar que estar mirando a esa gente simple y sin chiste, hay una importante reunión a las afueras de Londres y están esperando su presencia — Keket subió al auto esperándolo con impaciencia — Tiene que decirnos las ubicaciones de los tesoros, espero que esta vez si las recuerde porque es un trato y usted cumple su palabra emperador, nos da el oro o regresa de nuevo a su tumba, usted decida —
Octavio negó con la cabeza y cerró las puerta del auto con esa anciana dentro, sin alejar su rostro de la ventanilla, acercó su rostro inexpresivo, sus ojos sin vida y habló como un emperador, lleno de divinidad y poder.
— Matame egipcia, devuelveme a mi tumba, de todos modos ya tuve una gran vida, pero si lo haces jamás sabrás dónde están los tesoros, recuerda que una esclava como tú jamás podrá ganarle a un emperador como yo — Se alejó unos pasos y entrecerro la mirada con molestia — Vete egipcia, yo tengo cosas más importantes que hacer en la ciudad, tu me despertaste, ahora déjame disfrutar de Londres —
Keket respiró con dificultad fingiendo su furia con una fría sonrisa.
— Como guste emperador, sólo le recuerdo que encuentra a esa reina egipcia o quien estará muerto para la próxima luna llena será usted, en Londres sólo habrá una momia, usted o ella —
Octavio soltó un suspiró y se quedó ahí de pie sobre la acera de la avenida hasta que el auto desapareció de su vista, se acomodó el abrigo y comenzó a caminar en medio del gentío Inglés simplemente como si fuera cualquier hombre y no un emperador que regresó a la vida.
Le hubiera gustado despertar en Italia, su ciudad, ese dónde el olor de las flores alegra las mañanas, dónde las tardes son alegres y la ciudad blanquesina puede verse desde lo alto, esa ciudad llamada Roma bendecida por los dioses, pero las personas que lo trajeron a la vida de nuevo le han dicho que Roma ya no es como la recuerda, que aun quedan edificios en pie pero la mayor parte de su cuidad se perdió en el tiempo, aún está Coliseo, ese tan agradable lugar donde pasaba sus tardes mirando a gladiadores morir, y donde hacía feliz a la muchedumbre de Roma.
Si por el fuera, se iría de aquí y pasaría sus días en su ciudad, en su querida Roma, pero para obtener esa felicidad necesita desaparecer a otra momia como él.
Mientras sigue caminando por las grandes avenidas adaptado como un hombre moderno, puede ver lo grande que es la ciudad y la cantidad de personas que hay, Londres le recuerda a la vieja Alejandría, a una la conquistó y la hizo provincia romana, a la otra le teme por su avanzada tecnología.
Aun así, con miedo a que esos grandes autos acaben con su vida, a que esas bicicletas casi lo arrollen y qué esas personas con vida apresurada golpeen su hombro al pasar, Octavio llegó a su destino, a esa vieja cafetería en el centro de Londres.
Ese lugar no tendría nada de especial, está en una casa vieja, como cualquier típico café Inglés, oscuro y misterioso, sino fuera porqué ahí, a través de los ventanales puede ver a la misma mujer que él dejó en un sarcófago para morir, a esa que golpeó y envolvió en vendas para que tuviera una muerte larga y angustiante, ahora puede ver a esa egipcia libre y con una cosa monstruosa entre los brazos.
Así que se esperó en esa caseta telefónica de color rojo y cuando vio el momento perfecto se apresuró a la cafetería logrando confundirse entre la cantidad de clientes, porqué cuando eres del pasado, puedes confundirte cómo un fantasma.
Esa egipcia no lo vio esta demasiado ocupada haciendo apuntes sobre un mapa, además, Cleopatra jamás se ha caracterizado por ser una madre ejemplar, por lo qué tuvo la distracción perfecta para tomar a esa bebé de su portabebé y salir rápidamente con ella en brazos.
No lo tomen a mal, es un romano con reglas y consciente de la moral, pero la bebé que lleva en brazos es una cosa abominable, no habla de su físico, porqué podría pasar por ser una niña romana de cabellos dorados, sino por la manera en que se engendró, su nacimiento es una abominación. Un padre vivo, y una madre medio muerta, nadie puede tener cómo es que Cleopatra dio vida en su vientre, nadie entiende porqué esa niña creció en el cuerpo de esa mujer y a pesar de que todos creían que moriría al nacer, aquí está, llorando desconsoladamente como si entendiera que fue alejada de su madre, pero Octavio una vez fue el emperador Augusto, y eso le sirvió para darse cuenta que algunas veces se deben hacer cosas horribles para ganar.
Cómo por ejemplo acabar con tribus y matar bebés.
Ni siquiera se dio cuenta de lo mucho que caminó, solo escuchó el rugido del río Támesis y ese olor salado del aire por el agua que pasa debajo del puente. Llenó de valor y sin remordimientos, tiró la manta que cubría a la niña y la elevó en sus brazos dispuesto a tirarla al vacío como un sacrificio a sus dioses.
— No lo hagas Octavio — Dijo esa voz femenina mientras lo sujeta del brazo con fuerza — Deja a mi hija y te juro que regresaré contigo y está vez mostraré a un Egipto vencido, te doy mi palabra de reina —
Octavio sonrió con malicia pero sin hacerle caso a esa egipcia, acercó a la bebé más a la orilla del puente despertando el horror en los ojos de Cleopatra.
— ¿De verdad te interesa está niña? Tú ya en el pasado tienes hijos, además, creía que los egipcios nacían sin corazón, si mal no recuerdo tu misma hiciste que matarán a tus hermanos y abandonaste a tus hijos. — Dijo con burla a pesar de los llantos de la bebé — No veo la diferencia de simplemente soltar a este niña y dejarla morir, es un monstruo Cleopatra, es algo antinatural, es un error que debemos borrar —
Cleopatra negó con la cabeza y sus ojos se abrieron con horror al tratar de tomar a la bebé, pero como una reina vencida se rindió ante un romano.
— Dejala y yo te daré lo que quieras, te hablare de todo lo mal que cometimos en el pasado, esta noche no estamos en guerra, pero siempre serás mi enemigo — Dijo Cleopatra con valentía en sus ojos — La única condición es que me des a mi hija, ella no es un monstruo, es hija de una reina —
Octavio negó con la cabeza.
— Lo siento, pero tú maldita egipcia siempre serás mi enemiga
Lo único que necesito fue soltar a la bebé que se rompe la garganta en llantos, la dejó caer al vacío pensando que ese pequeño cuerpo se ahorraría entre las agua negras del río, pero esa reina, esa mujer que siempre le trae problema, alcanzó a tomar a la bebé del talón de aquiles y como una experta la tomó en brazos a punto de correr, sino fuera porqué miró algo detrás de el y sus ojos se iluminaron con malicia.
Sólo fueron unos momentos de distracción mientras veía como esa bebé calmaba sus llantos al estar en los brazos de Cleopatra, es como si no conociera a esa reina fría y calculadora que hechizado a los hombres, es tan diferente que arropó a la niña en sus brazos y la besó en la frente, sin embargo, sabe que meterse con la reina de Egipto siempre trae consecuencias.
— Quiero dejarle claro emperador — Dijo una voz masculina, esa voz del primer ministro, de ese otro hombre que se dejó influenciar bajó el hechizo de Cleopatra, ese Inglés lo tomó por los hombros con una fuerza de padre furioso que nunca antes había conocido — Qué jamás se meta con la hija del primer ministro —
Pero eso no fue lo peor, sino la traición, el dolor del puñal que se enterró en su corazón desde su espalda, cómo si un político lo atacará a escondidas. Él puñal se retorcío en su interior acabando con su vida poco a poco, convirtiendo su piel en arena que el viento se está llevando poco a poco, no sintió dolor, pero si el vacío de volver a la eterna oscuridad de los muertos.
Sin embargo, esa egipcia se puso delante de él, volviendo a clavarle el puñal con fuerza, con los negros llenos de odio, pero con una sonrisa maligna mientras mata a su enemigo.
— Te dije que un día de matarla Octavio, me quitaste todo en el pasado, pero la vida me dio una segunda oportunidad para hacerlo y esto es por matar a mis hijos, por quitarme a Egipto y por acabar con la vida de Marco Antonio — Le clavó el puñal en el pecho con rencor, con furia y odio — Pero esto es por intentar matar a Olimpia, dulces sueños eternos, maldito emperador romano —
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