6. La Luna será mi aliada

Parpadeé tras la tenue luz de Luna envolverme. Ahí, bajo los azulejos blancos y negros me encontraba yo. Con un nuevo color de cabello y aún regocijada sobre el suelo, sin moverme, respirando con dificultad y observando todo a mi alrededor. Yacía en posición fetal con mis largos cabellos azulados envolviendome... como si estos mismos fueran una capa protectora que podría solamente recordarme lo que había pasado.

Ya no era la misma chica rubia que había llegado con timidez a esa casa. Las chicas vampiro y brujas descorazonadas me habían dejado ahí sola. Perdida en ese nuevo lugar que ahora me abrazaba en penumbras. Mordí mis labios, seguramente aún reían por la idolatra broma realizada, una que no olvidaría en mi vida entera.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué día era? Suspiré quedadamente antes de reincorporarme con cierta lentitud sobre mi misma, quedando sentada al fin sobre la grande y espectral cocina. Nadie había entrado desde entonces así que por lo menos estaba sola. Podía maldecirlas, tomar mi rostro con repudio y con desconsideración, gritar por el cambio innecesario y espantoso que me habían echo ese trío de arpías.

Una ventana, eso era lo único que me hacia el posible observar el grande astro que entraba para iluminarme tan solo un poco junto con las hermosas estrellas de esa noche... llenándome poco a poco de melancolía, impidiéndome el no pensar en mi madre.

Solo un día había pasado. ¿Qué habría echo ella cuando había despertado y no me había encontrado acurrucada a su lado? ¿Qué había dicho al observar mi nota? Mi mano tocó el vidrio. Fría... la noche estaba fría. Probablemente mi madre estaba destapada en su cama, aún llorando incontrolablemente. Mi mirada bajó hasta el suelo, tapándome el rostro. Mi cabello inconcientemente llegó frente a mi.

—Mi madre... —solté en un fino hilo de voz susurrado—, ella no me reconocerá cuando regrese a casa.

Mi palma recorrió el largo cabello con facilidad. Era sedoso, pero ahora tenia ese odioso color. Mis ojos se entrecerraron. ¿Por qué de ese color?

Sabia que no tenia derecho de siquiera el preguntar. Al fin y al cabo no tenía ya libertar propia, no obstante, ni el derecho para tener pensamientos inocuos. Miré a la derecha, intentando por lo menos encontrar con mis ojos el camino que probablemente me llevaría a casa, pero toparon con una piel roja y quemada, emitiendo sangre seca. Levanté mi hombro izquierdo.

Las idiotas me habían marcado con éxito.

Miré la cicatriz. "L y D". Sabia que la D era por Dagon, ¿Pero L? Con esa odiosa letra comenzaría su primer nombre. Tenía que investigar, necesitaba por lo menos saber a quién maldecir por las noches antes de dormirme y si me embarazaba, por lo menos gritarle con desesperación y odio al momento del acto sexual, ya que bueno, el sería el primero que se metería dentro de mis entrañas y que tal vez, me utilizaría para procrear a una criatura que tendría sangre vampirica. Una que no podía contrarrestar, porque la parte humana que tendría mi hijo, sería comida en el momento de gestación... quedando así ningún rastro humano en el feto.

Tragué con cierto miedo a la hora en que miraba a una de las esquinas, caminando así hacia un cajón de plata. Me detuve al llegar a el y con la luna ayudándome, llevé mi mano hacia la manija, abriéndola por fin.

Dentro habían miles de cubiertos. Cuchillos con hermosos brillos y piedras de cristal incrustadas. Tenedores de oro tal vez y cucharas de igual material luminoso. Me mantuve mirando la increíble cantidad de ellos, temerosa e indecisa. Volteé mi mirada hacia la puerta intentando que no me miraran. Estaba sola. Respiré con profundidad cerrando así mis ojos y entonces, por fin, tomando una cuchara del estante. Regresé a mi lugar donde tenía a las estrellas como espectadoras.

Tragué saliva y puse el cubierto sobre mi rostro, a una distancia cercana.

Miré con seriedad el reflejo. Mi cabello había cambiado y por ello, mi apariencia completa. Mi hermoso cabello rubio había desaparecido y ahora ese color azulado platino me había convertido en una persona que no era yo. Mi personalidad inocente aún estaba en el aire, pero no me sentía yo misma. El vestido que llevaba puesto tenía varias gotas de sangre por la herida que me habían hecho, por lo que me veía satánica, algo gótica.

Mi rostro pálido y mis ojos grises ahora se presentaban con más animo, más claros que de costumbre.

—¿No debería estar en su cuarto a estas horas del amanecer?

Me giré sobre mi propio cuerpo, bajando la cuchara por propio instinto natural, sobresaltada. Sobre la entrada se encontraba el serio Bryant, cual me miraba con aquellos ojos violetas que brillaban por propio espejo del astro de la oscuridad sobre sus orbes del color extraño y un tanto misterioso. Tragué con cierto miedo, estaban como asechándome, preguntándose casi con un ceño fruncido mi estancia en aquel lugar que debería de haber evacuado hace más de medio día.

Traté de hablarle, pero se acercó a mi a paso tan rápido que simplemente solo pude cerrar los ojos y bajar la cabeza, recordando que no podía ponerles la mirada encima pues pasaría lo que me habían hecho las chicas, aquel trato brusco para conmigo.

Sentí su esmoquin estar a unos cuantos metros de mi. Me apoye mas a la pared de piedra de aquel castillo blanco.

—Acabo de... —Hicé una pausa pensando si decirle o no de lo que me habían hecho las chicas con las que me había encomendado—. Me ha entrado un tanto de hambre, lo siento —solté abriendo un poco mis ojos e intentando sonar convincente.

Si, mentiras, pero bueno... ¿Las chicas me matarían si el mayordomo del tal Dagon iba y les proponía un castigo por culpa de una humilde humana? Además, no quería volver a verlas y estaba más que seguro que si decía algo, las tendría como visitantes en no un futuro lejano, más que nada para repetir la sesión de terror que habíamos tenido.

Aguanté la respiración intentando de tranquilizarme, pues como me había informado Marisol, ellos podían saber como te sentías por el ritmo del corazón.

—¿Gusta de algo en especial?

Guardé silencio pues no me lo esperaba, es decir, realmente parecía un mayordomo, ya saben, correcto y preciso.

—Lo que usted desee servirme me parecerá bien, no se moleste en mis gustos.

—Tome asiento entonces.

Lo hice casi de inmediato, mientras este solo caminaba de un lado a otro, podía escucharlo mientras enfocaba mi vista en la mesa, siempre siendo sumisa y obediente con las reglas que me había aclarado esa chica antes de pintar mi cabello, sabiendo de antemano que si la incumplía algo malo podría ocurrirme.

—Puede mirar el plato y también a su servidor, no molesta en lo absoluto.

Tragué saliva cuando observé su mano dejar el plato frente a mi. Traté de mirarlo, pero estaba como congelada, simplemente pude agradecerle con un simple pero grácil "gracias", antes de que este mismo caminara de nuevo por el pasillo, sin quedarse conmigo.

—Estaré por aquí, llame a mi nombre si necesita un guía a su habitación.

Escuché sus pasos alejarse y suspiré con alivio. Me giré de nuevo para observar si efectivamente estaba sola. Exacto. Sola con la Luna sobre mi plato. Un cereal. Eso era. Suspiré. Bryant no sabia cocinar pero bueno... era lo mas aceptable. Era un vampiro y ellos no producían sus alimentos, lo sacaban de sus victimas. Tragué el primer bocado un tanto temerosa. ¿Cuánto tiempo me faltaba para terminar siendo perforada del pesguezo?

Llevé de nuevo la cuchara dentro de mi boca, devorando prácticamente las últimas hojuelas de maíz que quedaban en mi plato, ya húmedas de leche. Me levanté de la sillita que se encontraba ahí dentro de la cocina, probablemente para las que trabajaban dentro y se les tenía prohibido comer en el comedor. Recogí mi plato y cubierto y me dirigí al fregadero, limpiándolos por mera costumbre y no porque quisiera quitarles un peso de encima a aquellas brujas que seguramente tendrían que limpiar los platos que comería de ahora en adelante.

Recorrí el lugar con la mirada y de nuevo mi cabello. Salí de esa habitación por fin a paso lento, sintiendo miradas sobre mi cuerpo esbelto y ya molesto por aquel vestido que lastimaba mis costillas.

Me apoyé de la pared y con una mano como mero escudo de mi corazón, caminé entre la oscuridad, olvidando por completo el nombre del chico que me había dado de "desayunar" y que seguramente no se había dado cuenta aún de mi presencia alterada y perdida. Suspiré, subí unos escalones. Era lógico que mi cuarto estuviera arriba, así que me dejé llevar por las penumbras y algunos cuartos.

Lentamente llegué a las habitaciones de lo que parecían ser para visitantes, pues aunque eran gigantes y cada una tenia su propio baño, parecían nunca haber sido tocadas en años. Inhabitadas.

Cerré de nuevo una puerta incorrecta. Caminé lentamente por el pasillo largo, suspirando ya del dolor que sentía mi cuerpo torturado y mis pies cansados, buscando casi con suplica alguna escalera que me diera paso al siguiente piso.

Paré a la mitad de un pasillo, tratando de respirar pues ya era un dolor extremo. Había durado así todo el día y ya iba para el segundo. Tallé mis ojos con mis manos. Bostezando pero sin dejar de caminar.

—¿Cuánto ha de faltarme?

—Depende de a donde quieras llegar.

Aquella voz. ¿Podría ser? Me detuvé en seco sobre el corredor oscuro pero alumbrado por la hermosa luz de Luna, poniéndome a la defensiva sobre la ventana gigante que dejaba entrar aquella luz plateada que me alumbraba el camino. Frente a mi y saliendo de la oscuridad, caminaba el chico de los cabellos largos y rojos, sin siquiera mirarme, sosteniendo entre su rostro un librito pequeño que lo cubría de mi mirada sorprendida y algo paralizada por el recién llegado.

—¿A donde?

Me encogí de hombros asustada ante la repentina pregunta, desinteresada pero autoritaria. Bajé la mirada, sintiéndome regañada o que por lo menos había cometido alguna falta, pues había sonado un tanto alterado. Tragué saliva y con la cola entre las piernas, me mordí los labios. Con él si que no cometería aquel error tonto.

—Repito, ¿a donde? —soltó, ya fastidiado a mi presencia cobarde y sumisa.

Guardé silencio. ¿Podía responderle o no? ¿Qué podía decir?

—¿No me responderás?

Giré mi cabeza hacia arriba, chocando con sus ojos ya a centímetros de mi cuerpo. Sentí su mirada asesina, pero por pocos segundos sorprendida. Volvió a observarse enfadado por alguna extraña razón, y entonces volvió a posar sobre aquellos labios, aquella sonrisa cínica... una que no parecía de este mundo. Una que asustaría a los ángeles y que haría doblegar de sus pecados al mismísimo diablo.

—¿Quién te dio permiso a mirar, eh?

Abrí mis ojos como platos. Había caído de nuevo en su trampa. Mirándolo de nuevo. Bajé la mirada.

—Lo lamento, no era mi intención —tartamudeé como loca.

—Tus disculpas no me bastan —soltó, interrumpiéndome con despreocupación pero malicia.

¿Qué debía hacer ahora? ¿No podía mirarlo pero debía hablarle? ¿Cómo? Era irracional. Miré mis tacones que ya dudaban y comenzaban con el tic que tenía de nervios. Apreté mis puños.

—¿A dónde ibas? —Volvió a repetir autoritario.

—Yo —Tragué saliva—, iba de camino a mi habitación.

—Que mal ubicada eres... —soltó, dejándome atrás de él, siguiendo su camino—. Tu cuarto esta del otro lado del castillo. Date vuelta y llama a Bryant... que te quedan muy pocas horas para dormir y hay una sorpresa que te espera al medio día

No pude evitar no voltear a verlo, sorprendida y un tanto confundida. El chico del cabello largo me dio la espalda y sin siquiera importarle lo que fuera de mi o mi paradero, se largo sin despedirse y voltear a verme. Me quedé hecha piedra en ese corredor. ¿De qué sorpresa hablaba? Tragué saliva aterrada, probablemente estaba ya planeando cuándo metería sus colmillos en mi cuello para probarme al fin. No parpadeé y toda mi garganta sufrió de una cequia importante y extrema. Mis labios se tornaron casi blancos, temiendo por lo que ocurriría en pocas horas.

—Dije que debía llamar a mi nombre...

Una voz se escuchó atrás de mí, tomándome del brazo y metiéndome un escalofrío que el propio chico pudo sentir en su cuerpo.

—Lo siento... yo —solté aun dándole la espalda—. Yo...

—Bryant —Hizo una pausa—. Ese es mi nombre y el que debe mencionar en un simple susurro.

Accedí con un leve movimiento mientras este me soltaba y se posaba frente a mi cuerpo, indicando que le siguiera con la simple mirada seria que este mismo ser tenía como propietario. Le seguí en silencio, sin mirar siquiera los pasillos para aprender el camino de regreso a mi habitación.

—Su sección es esta área. Por ningún motivo debe regresar a la torre norte, que es donde se encontraba anteriormente —soltó ya después de varios minutos de recorrido.

—No volverá a verme por esos rumbos.

—Reafirmo. No está prohibido, pero será mejor para usted que no se acercara a esa torre.

Acepté en silencio mientras le seguía, pero ya en mi mente me preguntaba del por qué de ello. Si no estaba prohibido... ¿Por qué era mejor no acercarse a ese lugar? Es decir, yo, que ya había paseado por ahí, no lo encontraba tan malo. Tenía lindas ventanas y se podían ver hermosos paisajes de ellas. Era lindo para perder el tiempo ¿Por qué debía mantenerme alejada? Le resté importancia al final, pues claramente, no deseaba estar mucho tiempo en ese castillo. Lo que quería era que me dejaran marchar de nuevo con mi madre, aunque me mordieran para conseguir ese anhelo.

—Esta es su habitación.

Bryant ya había girado la perilla al momento en el que abrí mis ojos y salí de mis pensamientos. Entré por cortesía del vampiro y entonces, después de despedirse de mi con un serio rostro, cerró la puerta, dejándome por fin a solas y con la felicidad de que por fin podía quitarme aquel vestido estúpido y los malditos tacones que casi acababan matándome.

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