5. Cambio por monedas

—¿Diez mil rupias a la una? —una voz temblorosa se hizo prepotente en la sala—. ¿Diez mil rupias a las d-dos?

Nadie se atrevió a balbucear desde que el que había dado un nuevo precio a mi cabeza, había hablado. Todos parecían silenciosos ante su mirada desafiante, hasta el hombre de la tercera edad se había dado por vencido, ese que estaba dando varias cantidades altas por mi cuerpo. Miré fijamente al que estaba a segundos de ser mi comprador. Ese hombre que tenía un semblante despreocupado pero que al mismo tiempo daba una sensación de terror y autoridad.

¡Vendida!

Pasé saliva.

—Lord Dagon, por favor, venga a recoger su premio —el del microfono tartamudeó.

Abrí los ojos cuando aquel vampiro había dicho su apellido. ¿Para que el lord? ¿En donde me estaba metiendo? ¿Quién era y qué quería? ¿Por qué había decidido que yo sería su juguete? Pasé saliva con cierto nervio escondido mientras observaba como este daba el primer paso hacia las escaleras y cerraba aquel librito de mano en donde parecía que escribía mucho.

—Por favor, tome.

El anfitrión temblaba, pero de sus manos una correa se enseñaba. Mis ojos lo miraron con sospecha y cierto odio. El vampiro delante mío y con los cabellos de fuego pareció molesto ante mi actitud y sin miramientos, tomó la cuerda entre sus manos y me la paso con brusquedad por el cuello, haciendo un nudo que me quemó por encima de la piel.

Me estiró con furia y por fuerza de la gravedad, simplemente me eché hacia delante, comenzando con arqueadas y un sentimiento de asfixia.

—Así concluimos con las subastas, los esperamos el próximo año.

Los vampiros que habían conseguido su juguetito, simplemente estiraron las cuerdas y tanto Jade como Karla partieron. A Karen simplemente no la vi, porque ya se había partido antes de que mi subasta comenzara. Bufé con odio por ese hecho.

Dentro de poco sentí como el mismo destino llegaba a mi, pero mi comprador ya no era el que trataba de matarme, si no que era como otro chico que le hacia de mayordomo o esclavo... simplemente no lo sabia. No hablaba.

No puse mucha lucha y me dejé hacer, pues este mismo vampiro no me estiraba violentamente, y de hecho, ni siquiera parecía que hiciera fuerza.

Pronto salimos de esa mansión. El tal Dagon estaba frente a mi, sin mirarme, masticando una goma de mascar, dando ordenes y esperando por el coche que nos enviaría, a él y a mi, a mi nuevo hogar, uno del que estaba casi segura del que no saldría sin agujeros en mi garganta.

—Mi lord, ¿Algún cambio?

Me giré en cierta confusión al que tenía mi correa en manos, no más grande que el chico que me había comprado pero algo más que yo. Seguramente guardaespaldas. Pelo oscuro y ojos violetas. Serio, sumiso y obediente. Una actitud muy parecida a la mía. Tragué saliva ante su semblante un tanto menos curioso que el tal Lord Dagon.

Sus ojos extraños se giraron hacia mi y entonces sin poder remediarlo, bajé la mirada. Cierto, no podía observarlos sin su permiso. Me giré de nuevo hacia el frente, intentando que me aclararan de lo que estaban hablando.

Pero, como era de suponerse, no lo hicieron. Y al contrario, sentí unos pasos acercarse.

Baje aún mas la mirada, cerrando los ojos con cierto miedo. Una mano suave y pálida se poso en mi barbilla sutilmente, antes de que un dedo musculoso me hiciera levantar mi rostro de nuevo, pero esta vez obligatoriamente, provocándome dolor. Era el chico de los cabellos rojizos y de mirada de fuego que parecía analizarme. Tragué difícilmente saliva.

Giré mis ojos poco a poco hacia lo alto, entreabriendo un poco mis labios, pues mi necesidad de un poco de agua, los había cerrado. Le miré con la clásica mirada de perrito, prácticamente.

El chico me miró y entonces pude analizar una mirada de sorpresa a pocos segundos, antes de que se escondiera de nuevo por una de un odio increíble. El dedo que descansaba en mi barbilla y que hacia algo de presión, se enterró a un mas en el hueco de mi mandíbula. No pude evitar soltar una mirada de dolor y entrecerrar un poco los ojos. El chupasangre me regaló por primera vez esa sonrisa cínica. Mis ojos se llenaron de pavor. No seria nada bueno, de eso estaba segura.

—Quítale lo rubio Bryant, detesto ese color.

Abrí mis ojos con conmoción. ¿Lo rubio?

—¿Qué color desea?

Ensanchó su sonrisa una vez más.

—Pintale el cabello gris, alguna tonalidad azul.

Mi cuerpo tembló en siquiera pensar que mi melena seria pintada de ese color tan... para vampiros. El chico que me había comprado lo percibió y su ego creció aún más. Volvió su mirada hacia el frente y siguió caminando. El coche había llegado.

Tomé mi largo cabello entre mis manos, como si así fuera a protegerlo. ¿Quitarme el hermoso cabello que me había regalado mi madre por nacimiento? No, no quería hacer aquello. Me quede parada, antes de que Bryant jalara de mi y me hiciera caminar por inercia hacia el auto, claro, con lentitud y oponiéndome un poco.

Terminando, al final, por subiéndome ya obediente. Había pagado por mi... la libertad ya la había perdido ¿Humana? ¡Ya no mas! Seguro solo un juguete. Aún se me hacia extraño que no me mordiera, seguramente después de transformarme de apariencia, seguía la mordida. Tragué saliva ante aquello y aunque no debía, observé al chico que tenia frente a mi y del que estaba más que segura, que recibiría de él los colmillos.

¿Y qué hizo? No me miró en todo el viaje, de hecho, permaneció serio, como si nunca me hubiera comprado o como si no se diera cuenta de mi mirada fija y penetrante. Esa mirada cargada de odio pues ni él sabia que me había alejado de mi madre por su culpa.



.

Fue un paseo largo, y aún más para mi, porque me repetía inconcientemente que al abordar a ese lugar, me esperaba una vida amarga y llena de sufrimiento. Al menos así yo me veía en el futuro.

—Mi lord, pronto llegamos —dijo Bryant, el chico de los ojos violetas y que parecía el esclavo personal del de los ojos carmesí.

Mis ojos giraron hacia la ventana paulatinamente.

Estábamos un tanto lejos, pero aun así sobre la montaña, yacía un hermoso castillo albino con puntas algo azules, muy oscuras, que se podía observar en todo su esplendor. Se veía algo medieval, así como en los cuentos de hadas me los imaginaba o como Charlotte me los hacia pintar a veces. Como los de los príncipes y doncellas. Con muchísimos ladrillos blanquecinos.

Se veían establos a lo lejos y aunque parecía viejo el lugar, el edificio estaba perfecto, como en sus tiempos de gloria. Tragué saliva, claro al verlo. ¿Ahí viviría de ahora en adelante? ¿Ahí perdería la esencia de los humanos junto a millones de vampiros que seguro trabajaban para él que me había comprado?

Llegamos como rayo hacia las puertas, que se abrían con tan solo ver el coche del pelirrojo acercarse. ¿Seria él el dueño o tendría padres que seguro querrían verme? Cerré los ojos esperando a que no fuera la segunda opción.

Pronto sentí que el coche paraba y que otra persona abría la puerta. Me quedé estática en mi asiento. No quería bajar...

—Mi señor, bienvenido de nuevo a casa.

El chico bajó como si de la realeza se tratase. Con paso seguro y leyendo su librito de mano, sin importarle que lo que acababa de comprar, aún permanecía en el coche con sus rodillas pegadas y con miedo a salir... deseando realmente estar en casa y esperar a que llegaran por ella para que la asesinaran por desobediente.

—¿Gusta bajar?

Una voz se hizo presente en la limosina. Abrí mis ojos temerosa pero con rapidez. Otro vampiro ahora hablaba. Castaño era su cabello y sus ojos amarillos pegaban a ser dorados. Un escalofrío me pegó fuertemente y pude sentir por primera vez como mi mano temblaba y se aferraba a la tela de mi pantalón. Tragué con fuerza y bajé la cabeza, apretando mis labios uno al otro.

No miré hacia el frente y solo con un movimiento en la cabeza accedí a desplazarme entre el asiento del automóvil. El vampiro que había hablado, me había ofrecido su mano, pero la misma escena de cuando me llevaban a la mansión de subastas se repitió. Preferí bajarme por mis propios meritos pero esta vez mirando el suelo disciplinada.

Sentí entonces un estirón en mi correa, haciéndome mirar hacia el frente. Los ojos violetas de Bryant me miraban.

—Caminé y no hablé —Sonó serio y sin preocupaciones, casi al igual que el del pelo rojo que ya estaba entrando solo en el castillo, a unos cuantos metros más adelante.

Parpadeé dada por vencida.

—Como guste —soné obediente y sumisa, pero correcta y con una voz triste y sin sentimientos.

El vampiro que se había ofrecido a bajarme se sorprendido a lo bajo. El chico pelinegro mantenía una sonrisa de satisfacción a mi comportamiento, a mi simplemente no me importó. Caminé al lado del anciano pero puberto joven que aprisionaba la soga y raspaba mi cuello, siempre mirando hacia el frente, intentando parecer orgullosa y de alta calidad. De "pedigree".

Poco a poco nos fuimos acercando a la puerta que no me dejaría salir de nuevo en no se cuanto tiempo y entonces unas vampiresas se miraron cerca de las escaleras, esperando a mi cuerpo.

—Pintadle el cabello grisáceo, un tono azulado claro —soltó Bryant a un lado mío—. Cambia su ropa de humana también y márquenla.

Las chicas tomaron la correa entre sus manos y me sonrieron con dulzura. Traté de sonreír igualmente, pero recordé lo que eran, seguramente querían probarme y que además, me tomarían sin mi consentimiento algo muy mío, mi personalidad... mi color de cabello.

No me estiraron en todo el camino y rápidamente llegamos a como un spa. Un cuarto bastante grande, llenó de aparatos estéticos y piedras hermosas.

—Quítate la ropa humana —soltó una ya sin ningún compromiso de verse contenta ante mi presencia—. Janeth, prepara el horno.

Bajé la mirada. ¿Horno? Me tomé de brazos, mirándome tímida. Nunca me había desvestido frente a chicas, siempre lo hacia sola. Me teñí de vergüenza rápidamente.

—¿Qué no me oíste? —soltó la que había ordenado a quitarme las ropas.

No pude evitarlo, mis ojos grises se posaron en la bien resaltada presencia de la chica de cabello negro y de linda figura, pero con un rostro transformado, me veía con cierta rabia.

Al ver el atrevimiento, su mano chocó contra mi mejilla fuertemente. Caí sobre el piso de esa habitación, en estado de shock.

—¿Qué te da el derecho de observarme? —gritó, tomándome de los cabellos y elevándome sin piedad del suelo—. ¿Te enseñaron las reglas o no nenita? Aquí no miras a nadie sin permiso ¿Capisci?

Tragué saliva y bajé la mirada asustada. Accedí en un frío y corto movimiento.

Durante las siguientes dos horas estuve bajo la tutela de aquellas chicas vampiro. Me habían maltratado mucho y habían reído bastante a la hora en que tiñeron mi cabello con la base blanca. Había escuchado cosas como "joder, ya te has mirado, te pareces a un fantasma" o "la nenita esta perdiendo color."

Cerré los ojos claro en todo momento. No quería observar sus rostros, ni siquiera el verme al espejo.

—Listo, por fin te ves presentable, niñita —soltó la tal Janeth ajustando de mas el corsé que hacia que mi busto se inflamara.

—Chicas, se han olvidado de algo —comentó la del pelo negro y que me había golpeado al llegar.

—Marilyn, tenéis razón —habló una tercera.

—Abré los ojos escoria, te doy permiso para mirar un poco —soltó la tal Janeth, frente a mi cuerpo.

Con inseguridad, hice lo que me pidieron y fue entonces cuando observé un metal con una "L Y D" al rojo vivo. La tercera chica lo mantenía cargado entre sus manos con una sonrisa cínica en su rostro.

—¿Lista? —preguntaron al unísono.

El miedo me invadió. Las vampiras ahora reían como brujas y ya me habían sostenido con fuerza. Tragué inevitablemente al sentir el calor pasar por mi cara. ¿De esto hablaba Bryant con marcarme? Me moví una vez mas, intentando evitarlo.

—Bajale la manga del brazo.

Miré con horror como aquella cosa se acercaba poco a poco a mi y entonces, sentí el contacto del fuego quemar mi piel. Las chicas me sostenían y no podía ya forcejear. Me habían sacado un grito y varias lágrimas quizás. No lo sé. El color oscuro de un desmayo me invadió. No pude soportar el dolor y como si fuera aún peor, pude sentir el frío y doloroso piso del cuarto. Si no me equivocaba, me habían dejado tirada en medio de la habitación, inconsciente.

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