42. Mi padre

Me acomodé la corbata, sabiendo que incluso a mis doce años tenía que lucir presentable. El bullicio y el cotilleo de los invitados pronto se escucharían a mí alrededor y por lo que había dicho mi padre una noche antes, tendría que atender cuanta peste pudiese escuchar de mí.

“Hablaran como siempre lo hacen.” 

Sonreí débilmente al recordar sus palabras, aún cuando lo tenía a mi lado y daba órdenes con su frío y tenebroso carácter. Desde que tenía memoria había sido de ese modo, así que no era nada del otro mundo. No comprendía por qué la gente se sentía tan pequeña cuando estaban frente a él o por qué temblaban cuando le veían caminar. ¿Realmente era tan importante? Suspiré levemente al observar por el rabillo del ojo a aquel hombre con sus ojos del color de la sangre, esa que nunca me había dejado probar.

¿Qué sabor tendría? ¿Por qué a mi padre nunca lo había visto comer? Mis amigos tenían ya a sus esclavas. ¿Por qué no me dejaba tener a mi una?

Suspiré dándome por vencido, sabiendo que si volvía a sugerirlo, iba a castigarme como la última vez. Acaricié mis brazos solo con recordar su voz dura y estricta que me cogía con fiereza y asombro. “Esos humanos no son más que escoria, no los necesitas.” Eso me había dicho.

¿Por qué eran escoria? ¿Por qué no los necesitaba? Mi madre era una, así que era probable que su sangre fuese muy buena. ¿Por qué no podía verla? Quería probarla, conocerla. Lo que más ansiaba, en mi más profundo de mi ser, era quitarme ese color de ojos que tenía… ese color rojo como la sangre, ese líquido que no me dejaban tener.

¿Pero por qué rojo? Aquello se lo había preguntado a mi padre una vez, pero él nunca me había respondido a ciencia cierta. Siempre ignoraba mis preguntas y a veces, se encerraba en su habitación. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no sonreía? ¿Por qué no me dejaba leer su novela? Esa que siempre le veía escribir en su estudio…

Escuché voces de mujeres y hombres entrar en la casa, cosa que me hizo despabilarme de mis berrinches que solo en mi mente podía tener. Mi padre me echó una fugaz mirada, creo que sabía lo que pensaba. Lo podía ver en sus ojos. Me reprimía, ¿estaba molesto?

—Bryant —Echó un susurro gélido al aire que me hizo paralizarme—, deja de pensar en eso.

Bajé la mirada, a él nunca se le escapaba nada.

—No te alejes de mí —acarició mi cabello un poco antes de dar un paso al frente—. Necesitaré varias cosas de ti.

—Entiendo…

Caminé al lado del hombre que me había criado desde que tenía memoria. Ese sujeto que casi nunca hablaba pero que cuando lo hacía, solo era para pedir cosas y dejarme claro una cosa: yo era su hijo y por consecuencia, yo era suyo.

Todo lo que era se lo debía a él, así que no debía tener pensamientos inmundos o arbitrarios. Su palabra era la ley pero por ser parte de él, mi padre me había soltado una vez que yo era una de las únicas personas en el mundo, en la que él realidad confiaba.

Solté una sonrisa orgullosa antes de que mi padre y yo entráramos en la sala de estar. Los ojos de los presentes se fueron primero a mi padre y luego a mí. Era la primera vez que me veían en vivo y en directo.

Los susurros no tardaron en llegar y las vampiras en dejarse venir para verme. Escuchaba algunos halagos que me hacían ver estrellas, otros eran comentarios como el de dónde me había sacado o si realmente era su hijo. No nos parecíamos al fin y al cabo. Lo único que compartíamos era el color de ojos rojizo.  

—¿Cuándo lo tuviste? —Un señor de ojos verdes y cabellera castaña habló justo cuando quería desaparecer frente el piso—. ¡Lo tenías bien escondido, canijo!

—¿Adam…? Llegaste temprano. —Mi padre lo saludó como si fuese alguien cercano. Mis ojos se fueron hacía él, memorizando su rostro para luego.

—No se parece nada a ti —soltó aquel comentario que tanto había escuchado—. ¿Se parece a su madre?

—Algo…

—¿Quién es su madre? —soltó curioso aquel hombre, añadiendo una mirada hacía mi—. ¿No es la chica del cabello corto, cierto?

Mi padre rio.

—No, esa se suicido hace diez años.

Bajé la mirada, creo que yo ya había contado en mi haber unos nueve suicidios en esa torre.

—¿En serio? ¿¡Qué les haces a las pobres!? Si vieras lo lindo que es pasarlas por la cama…

—¿Nunca cambias?

Giré mi cabeza algo curioso, no sabía que mi padre tuviese amigos de la infancia.

—Me conoces amigo, las mujeres son mi delirio. No puedo dejarlas pasar así como si nada; pero hablando de mujeres, ¿no tenías tú a una esclava nueva… una de cabello rojo?

Mi padre se sonrió, yo no evité mirar hacia arriba. Sea donde fuese que estuviese esa humana, sabía que estaba llorando como todas las otras que habían estado entre sus manos. Aquella chica no me había dejado leer anoche con tanto grito que había echado. Seguramente había dicho o hecho algo que no debía, así que se lo merecía por no saber comportarse.

—No apremia una estancia completa aquí.

—¿Me la regalas? —Se sonrió el tal Adam. Sonreí curioso, me parecía misterioso—. Es una buena hembra.

—Si eso es lo que quieres… claro.

—Por eso te amo —Aquello me hizo mirarlo de una manera diferente. ¿Era homosexual?

El señor se topó con mi mirada y justo al instante, se echó a reír.

—Ya veo el parecido entre tú y tu hijo —Se limpió la lágrima—. Tú hiciste esa misma cara cuando te conocí.

Mi padre mi miró, esta vez algo abochornado ante mi llamativa mirada de asombro. ¿Si nos parecíamos entonces? Sonreí levemente obteniendo una mirada seria en su rostro, como si no quisiese decir nada más. Bajé la mirada, entendiendo el mensaje; él no quería que lo avergonzara en público.

—¡Pobre crio! —Soltó Adam de repente—. Dale un poco de cariño al niño. ¡No sé cómo te aguanta!

—Bryant —Mi padre interrumpió a su amigo, justo para echarme una de esas miradas que a veces me ponían a temblar—. Trae vino para la visita.

Sin hablar y sin mirarle, solo asentí con una reverencia. Con pasos lejanos a la realidad y una decepción en mi cuerpo, me fui haciendo hacia atrás. Separándome de todos, me dirigí a atender la petición de mi padre y señor.

La habladuría poco a poco se fue haciendo más opaca. Mis pies siguieron su camino sin voltear hacia atrás. El silencio pronto se hizo más fuerte. Un suspiro se soltó entonces de mi boca. Había sido un tonto; si mi padre no me daba cariño cuando estábamos solos, por qué había creído que lo haría en una fiesta.

Caminé lentamente hacía la cocina, más allá de donde estaban todos. Di una vuelta hacía la derecha y entonces las vi. Justo en la puerta de la entrada, había unas siete mujeres que estaban atadas por los cuellos. ¿Humanas? Sí, eso eran. Bajé las pocas escaleras que había en el cuarto, sabiendo que sus orbes estaban clavados en mi cuerpo. ¿Qué no les habían enseñado que no podían verme? Fijé mis ojos molestos en ellas, pero justo al verme palidecieron de pavor. ¿Me tenían miedo? Les miré ahora curioso. ¿Por qué temblaban? ¿Estaban tristes? Una lloraba.

No llores ya, Wendy.”

“Nos va a castigar, no quiero más golpes. ¡No quiero!”

Me quedé en medio de la sala, mirando como sus cuerpos se revolvían de terror. ¿Tanta desconfianza les daba un vampiro? Mi rostro se hizo más serio, entendiendo justo lo que mi padre decía. ¡Los humanos eran escorias! Sabía que algunos de nosotros eran vampiros muy crueles, pero ¿yo qué? Ellas no me conocían. ¿Por qué tenían que vibrar si ni las había tocado? Ardí en cólera ante tal tontería. Con razón siempre decían que los humanos eran seres inferiores. Nadie era lo suficientemente bueno como para no hacer algo estúpido. Y eso lo podría hasta jurar; si una mujer que no fuera tan tonta pisaba la casa, le ayudaría a sobrellevar su situación con mi padre. Al menos, no la dejaría suicidarse.

 * * *

El silencio se fue interrumpido por un grito. ¿Era la pelirroja? Mis pasos siguieron igual de calmados, sabiendo que tal vez iba a inmolarse. No sería sorpresa si veía otro cuerpo esparcido en el césped pues a eso estaba acostumbrado desde pequeño pero, ¿la cocina? ¿Es qué intentaba cortarse con un cuchillo o algo así? Lentamente me fui haciendo a mi destino, topándome entonces con algo distinto a lo que imaginaba.

Justo allá en el fondo, un hombre le clavaba un cuchillo a la esclava que mi padre se había comprado hacía menos de un mes y medio. ¿Quién era ese sujeto? Esa cicatriz que en su ojo derecho se postraba me hizo sentir algo de miedo, más no como lo hacía mi padre. Necesitaba esa botella de vino o me regañarían peor de cómo atormentaban a esa pobre mujer.

—¿Harás lo que te digo? —El hombre no se había dado cuenta de quién había llegado—. ¿No? ¿No lo harás?

La filosa arma fue abriendo la piel de la joven. Un grito despavorido salió de la destruida garganta. Mis pasos se hicieron más lentos cuando vi sangre correr por sus heridas. ¿Por qué olía tan bien? El vampiro de la cicatriz sintió mi presencia al fin y volteó a verme, tal vez sorprendido de encontrar a un niño en vez de un adulto vampiro.

—¿Qué quieres, niño? ¿¡No ves que estoy ocupado!?

Parpadeé varias veces, avivando mi objetivo. Sin hablar ni responderle, volví a caminar. Requería esa botella y no me iría de ahí hasta conseguirla.

—¿Qué no me escuchaste? ¡Largo de aquí!

Seguí caminando hacia el lado contrario de la salida. Sus gritos eran imponentes, pero mi trabajo era este. El morapio vendría conmigo.

—Oye tú —El vampiro lanzó de repente a la chica que salió disparada hacía el suelo, tapándose el cuerpo y sus heridas entre gritos y lamentos—. ¿No me oíste? ¡Te estoy hablando!

Sin mirarle y contestarle, llegué a mi destino; la parte norte de la cocina. Abrí el vidrio con rapidez y tomando la botella más vieja que pude encontrar a simple vista, volví mis pasos atrás. Mi desgracia fue que, el señor que parecía enfurecido, estaba tras de mí.

—¿Estas sordo? ¡Te estoy hablando!

Me tomó del hombro y haciéndome encararlo, me tomó del mentón para analizarme. Mis ojos rojizos se toparon con un tipo que parecía todo un militar. Era enorme y tenía muchos músculos. Se veía más fuerte que mi padre, pero no me daba tanto miedo como él. ¿Por qué, incluso así,  se me hacía algo idiota? Tal vez era su rostro o sus facetas de enojo, pero no me parecía alguien muy inteligente.

—No estoy sordo —hablé serio y ciertamente molesto.

—¡Solo eres un muerto de hambre y un niño grosero…!

Le miré de arriba abajo. ¿A qué se refería?

—¿Quieres probar? —Soltó aquello y como si me leyera el pensamiento, lamió el cuchillo envuelto en sangre. Mi corazón dio un latido, sus ojos brillaban en éxtasis—. Se nota que te mueres por hacerlo.

—¿Yo? No… no quiero.

—Tus ojos dicen lo contrario. Te mueres por comer.

Guardé silencio, justamente pensando aquello. ¿Mis ojos lo decían? ¿A qué se refería?

—¿Cómo te llamas, niño? —preguntó con cierta sorna al verme pensativo. ¿Es que se estaba burlando de mí?

—Soy Bryant —aclaré sin dejarme vencer. No sabía quién era ese hombre, pero no me estaba cayendo del todo bien.

—¡Oh, así que tu eres Bryant! —Me soltó casi de inmediato, incluso algo complacido por verme—. Un gusto, pequeño.

—¿Quién es usted? —Traté de conseguir su nombre. No dejaría pasar su atrevimiento, había osado a tocar sus cosas sin su permiso.

El señor carcajeó de una manera fastidiosa. ¿Qué le veía de gracioso esto?

—¿Qué dice tu padre, Liam? —ignoró mi pregunta, haciendo otra para contrarrestarla.

Cargando el vino que me habían encargado, miré sin miedo alguno a aquel hombre de cicatriz, ese que se puso a jugar con el cuchillo que antes yacía ensangrentado por la mujer envuelta en llanto en el suelo.

—¿Sigue siendo el imbécil de siempre?

Mis manos se aferraron a la botella con cierto desprecio. Era cierto que mi padre no me quería en lo absoluto y que ciertamente era insensible incluso con su propia sangre; pero yo sabía que tenía sus razones… lo había visto llorar múltiples veces en las sombras, cerca del jardín una vez cada año.

—¿Ha terminado? —Traté de cerrar la conversación tan rápido como me fuera posible. La forma en cómo me veía aquel vampiro, no era para nada agradable.

—Ya veo que Liam cría mal a sus hijos.

Miré con desagrado al vampiro de cabello oscuro, cual me observaba con una ancha sonrisa de superioridad marcada en su rostro. Esos ojos llenos de un secreto y poderoso odio.

—¿Qué? ¿Tienes algún problema, niño?

—Lo siento —No sonreí pero tampoco mostré mi enojo—. Mi padre me ha dicho que no debo de hablar con personas deficientes de intelecto.

La sonrisa se le borró de su rostro, haciendo que por dentro, yo me sonriera por haberle ganado. ¿Ya no era tan chistoso burlarse de mí, no?

—Mira mocoso —Ignoró a la mujer que aún chillaba justo para tomarme de la camisa y elevarme del suelo con altivez y repulsión—. Lo que tu padre haga o diga me tiene sin cuidado, porque incluso aunque lo intente, yo le jodí la vida primero.

Sin dejar de mirarme, me estribó contra la pared. El vino cual cargaba se estrelló entre mis manos y el líquido manchó mi ropa. Los vidrios se encajaron en mi piel, pero no mostré lágrimas de dolor. Aquel hombre se reía, y no le daría el gusto de verme derrotado.

—Esta será la primera y la última vez que me hables a mí… así —Escupió furioso antes de dejarme caer al piso para darme la espalda con cierta prepotencia—. Personas como yo, a quienes tú dices idiotas, tienen más poder aquí que tu padre.

—¡Oh… creo que ya sé quién eres! —Susurré para mí al reconocer su idiotez según la historia que incluso mi padre, una vez antes de dormirme, me había contado para que creciera en perspicacia—. ¿Eres el que perdió contra él, no?

Escuché sus pasos detenerse, adaptando una respiración profunda para intentar controlarse.

—Un reverendo pito… —Masculló sin importancia—. ¡Tu querido papi te contó mal la historia! Yo fui quien ganó al final del día, ¿quieres saber por qué?

La manera en cómo había dicho eso me llenó de muchas preguntas. Era cierto que quería saber el pasado mi padre, pero a por como gargajeaba sus palabras, podía sugerir que eran solo eso, palabras.

—¡Le quité todo lo que quería! —Se sonrió antes de darme de nuevo su rostro, ese que se había deformado de estar encolerizado a uno excitado y radiante—. ¿Perder? ¡No, niño! Yo gané.

—¿Lo que… quería? —Dejé de sonar antipático. Esto era sumamente importante.

—¿Qué más puedo pedir? Qué tu estés aquí significa que ella me hizo caso. Esto me regocija cada vez que lo pienso. ¿Puedes creerlo? Esa maldita perra realmente se acostó con ese desgraciado príncipe.  

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¡Hola a todos! Primero que nada, muchas gracias por los comentarios en el capitulo anterior. Segundo, yo sé que este capitulo es muy chiquito, pero se los quería dejar antes de irme de vacaciones. Estaré una semana fuera de casa, así que tendré mucho tiempo para pensar en las cosas que se vienen. Si Dios quiere, en una semana y media, el siguiente estará con ustedes y en sus manos. Los amo <3 -Nancy A. Cantú

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