4. La gran subasta
—Caroline, ¿qué rayos estuviste haciendo tanto tiempo? ¡Se supone que lo deberías de hacer solo un rato! No dos horas.
—Me extravíe —repliqué, sonrojada—. ¿Y? ¿Y Karen?
—Ya la subastaron —soltó un tanto triste—. Ella realmente se quería despedir de ti.
Giré mis ojos hacia el piso, triste ante mi oportunidad de poderle desearle buena suerte y abrazarla. Darle ánimos para cuando tuviera que pisar aquel escenario que estaba repleto de vampiros y de varios espectadores que ya tenían hechas sus compras.
—¿Jade?
—Esta en el escenario.
Miré hacia donde se suponía que pronto subiría. Ahí estaba Jade mordiendo su chicle, intentando no mostrar debilidad ni pánico.
—¡Tres mil quinientos!
—¿Tres mil quinientos? ¿Alguien dice más?
—¡Tres mil setescientos!
—¿Tres mil setescientos? ¿Alguien dice cuatro mil?
—¡Cuatro mil! —gritaron de repente
—¿Cuatro mil a la una, cuatro mil a las dos...? ¡Vendida!
Jade volteó a ver a Karla, pero se encontró con mis ojos primero. Me sonrío, creyendo que lo había hecho. Respiré con fuerza, avergonzada de mi cobardía y tratando de no quebrarme, mis labios mostraron un leve arqueo tímido.
La chica roquera puso unos ojos de sorna y perversión al verme y casi como si esperara mi victoria, hizo la clásica muestra de rock&roll con sus manos y sacó la lengua que tenía un piercing en ella, en señal de buena suerte. La morena le sonrío y le despidió con un gesto militar.
Yo en cambio, le miré con seriedad y levanté una de mis manos, despidiéndome de ella a lo lejos mientras mi cabello largo se balanceaba en el aire helado, seguramente señal de un ya entrante invierno.
—¡Por favor, Señor Mellers, venga a recoger su premio!
Pasé saliva cuando observaba que un vampiro de ojos oscuros iba a recoger su compra. Jade sonrío ante su comprador y me guiñó el ojo. Bajé la mirada. Parecía gustarle la idea de que su comprador fuera todo un modelo de ropa y que se caía de lo bueno que estaba.
Tragué grueso cuando escuché el nombre de Karla como la siguiente.
Me apretó la mano antes de encaminarse hacia el centro del lugar, con una mirada cabizbaja, sin atreverse a mirar a ningún vampiro.
Pude apreciar una lágrima de su rostro que se resbalaba a la hora en que pronunciaban su nombre completo, sus genes y sus actividades favoritas.
—Empezamos la subasta en trescientos ¿Alguien dice trescientos?
—¡Trescientos!
Cerré los ojos y agaché la mirada.
¿Así seria entonces siempre? Nuestros hijos, nuestros nietos. ¿Todos sufrirían de esta manera? De mi rostro, una vena saltada se dió paso entre la sien. Estaba molesta, con todo el mundo, con los malditos vampiros que parecían que jugaban con la vida humana, haciéndonos inferiores.
Miré con reproche como aquella mirada de valentía de Karla se desvanecía al escuchar al tan solo el primer interesado en su cuerpo. Su mirada se fue hacia abajo, escondiendo aquellos ojos que se rompieron en miles de gotas y descendieron con silencio sobre su rostro bronceado.
—¡Mil quinientos!
—¿Alguien dice más?
—¡Dos mil!
En vez de que mis ojos se llenaran de pánico, fue todo lo contrario. Por alguna razón, mis cejas se unieron en un gesto molesto. Los odiaba, a cada uno de ellos. ¿Repudiarlos? No, era mucho más que eso. ¿Qué es lo que había hecho esta generación para que nos humillaran de esta manera?
—¿Dos mil doscientos? ¿Alguien dice dos mil quinientos?
Apreté los puños. ¿Eso valíamos? ¿Una vida humana valía tan poco? Mis dientes parecieron aplastarse unos a otros. Mi mirada explotó en una y mil emociones de horror. Escondí mi cabeza entre mis cabellos, re ventilándome, intentando calmarme.
—Tres miil ochoscientos a la una... tres mil ochoscientos a las dos... ¡Vendida en tres mil ochoscientos!
Levanté la vista. Un chico de parecer unos veinticinco años se encontraba subiendo las escaleras. Cabello oscuro, del mismo color de piel que Karla, con unos ojos verdes casi fosforescentes. Karla no levantó su rostro. Un hombre pasó a colocarle un collarín con correa. Se lo pasaron a su dueño. Escuché aplausos y sonrisas.
Pude mirar un intento que hacia esta para observarme por última vez mientras era jalada hacia uno de asientos. Me llené de cólera esta vez.
—La siguiente y el premio de la noche: Caroline Northon, hija de la sacerdotisa, Charlotte.
Todos parecieron emocionarse con solo oír de mi antecedente.
Fruncí aun más el ceño. El hombre que estaba al mando de dirigir la subasta me miró con amenaza y junto con su micrófono en mano, dirigió una de sus manos hacia mi persona, invitándome con sorna a subir al escenario. El que me esclavizaría para siempre.
Tomé un fuerte respiro y sin esconder el enojo que tenía dentro de mi cuerpo, subí el primer escalón. El segundo lo hice con unos ojos enfurecidos. Y el último, pero no menos importante, lo subí, lanzando una mirada de menosprecio, tirria y abominación. Esperando a ver si se atrevían a ponerle precio a mi cuerpo.
—Tiene conocimientos de latín, sanación y rituales. Tuvo todas las clases básicas. Etiqueta y buenos modales. ¿Actividades? Interpretación del arpa y canto. Le gusta la lluvia y el invierno.
Arqueé una ceja al escucharle. ¿Cómo sabían ellos todo eso?
—Nunca tuvo contacto con humanos y provee de buenos genes. Además y más importante, es la única del grupo de este año que permanece aún virgen. Nunca ha sido tocada por algún humano masculino.
Mis ojos no mostraron algún sentimiento más que el asco que le tenía a aquella raza que se mostraba frente a mis ojos.
—Empezamos la subasta en cinco mil ¿Alguien dice cinco mil?
Pasé saliva y en vez de bajar la mirada y mantenerme con una cara de dolor o angustia, alcé mis ojos hacia todos los espectadores de esa raza asquerosa, tramposa y odiosa. Esperando a que alguno hiciera su primera movida, así empezando mis últimos momentos de libertad.
—Cinco mil —gritaron casi de inmediato.
Mis ojos se entrecerraron. ¿Quién había dado la primera cantidad para comprarme a tan poco precio?
Me impresionó observar y aclarar, que el primer hombre que se había atrevido a comprarme, era nada más y nada menos que el chofer, ese que me había traído hasta acá. Me sonrío con lujuria al tiempo en que mis ojos se encontraron con los suyos.
No le quité la mirada de encima y él tampoco de la mía.
—Cinco mil ¿Alguien dice más?
—Seis mil quinientos.
Mis ojos se posaron hacia la derecha, casi en el fondo. Allá en lo más oscuro, una figura serena se encontraba mirándome. El viejo de la tercera edad, él que me había recibido en esa mansión para organizar mi cuerpo en la fila, me tenía en la mira y quería comprarme. Mi mirada se transformó en una de desagrado. ¿Por qué un hombre como aquel me prefería a mí para tenerme como a su juguete sexual?
—Seis mil quinientos ¿Alguien dice Siete mil?
—¡Siete mil!
Mis pupilas parecieron reguiletes a los minutos. De repente gritaban a la izquierda o de repente a la derecha. Había muchos que deseaban tenerme, seguramente para desvirgarme. Me arrepentí mil veces por la tontería que había hecho hace minutos, ¿Por qué no le había hecho caso a Jade? ¡Ah no Caroline, tenías que ser pura como tu madre! Deseé tener de nuevo aquel palo sobre mis manos y arremeterlo dentro mío una y otra vez frente la audiencia. Sonreír con descaro.
Pero no, yo era tímida y siempre sumisa. Un defecto mío.
—¡Siete mil novecientos cincuenta!
—¡Ocho mil!
Estrangulé mi pantalón con el puño, intentando sacar toda la ira que contenía dentro. Imaginándome que me descargaba en cada cuello que osaba a colocarle valor a mí persona.
—Ocho mil quinientos a la una... ¿Ocho mil quinientos a las dos...?
No cerré los ojos y esperé mi fin con los ojos puestos en el ocaso, manteniendo mi orgullo firme y respirando con profundidad. Aguardando por el nombre de mi comprador y posiblemente, futuro vampiro que tendría mi patria potestad, teniendo derecho a cualquier cosa que tuviera que ver con mi cuerpo ahora.
—¡¿Tan poco?! —Se escuchó de repente en el fondo del salón, interrumpiéndolo todo.
Esa voz...
Tanto como mi mirada como la del mismísimo anfitrión se giraron hacia el frente con asombro, luego casi todos nos siguieron, como si copearan nuestros movimientos.
Mi rostro no podía creer lo que estaba ocurriendo.
Ahí estaba el chico de los cabellos vinos, el de los ojos carmesí, mirándome serio pero a la vez, desinteresado... como si aquella cantidad fuera como el comprarle una paleta a un niño. ¿Por qué lo había dicho? Entrecerré aun más mi mirada, sin saber realmente a que se refería. ¿Estaba provocándome? ¿Quería pelearse conmigo? Los vampiros que se encontraban en la sala parecieron extrañados de la estadía y participación en el evento del recién llegado.
Ese pelirrojo de piel blanca y de los ojos de sangre.
—¿Qué quiere decir? —solté, entornando mis ojos aun mas enfurecidos hacia su persona y dando por hecho que escupía mis palabras con recelo y poco agrado.
—Que ofrezco diez mil rupias por ti...
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