36. Demetrio Rumannoff

El aire me pegaba intensamente, porque a pesar de que había empezado la marcha hacía dos horas, había recorrido medio país corriendo. El viento de la fría Rusia en temporadas de año nuevo no me prohibía el paso, ya que a pesar de estar muerto, había algo que me motivaba. Evangeline estaba esperándome.

Camine seguro e impaciente al saber que la encontraría aguardando por mí en nuestro lugar secreto. Ese sitio apartado del castillo blanco que merodeaba en medio del bosque; justo en ese árbol frondoso el cual habíamos decidido que sería nuestro punto de reunión.

«¿Le gustará la sorpresa?», pensé al tomar la caja con más fuerza.

Inclusive para mí era aún extraño que comprase obsequios a una mujer humana, pero era cierto que algo en ella me atraía y no solo era su sangre. Su personalidad era diferente a la de las demás. Eso lo había notado tras unas semanas de verla.

Sus labios suaves y su cabello rubio me habían fascinado de una manera tan grande, que inclusive me hacían soñar despierto con ella. Tal vez era necesidad o solo obsesión, pero ya anhelaba tenerla de nuevo entre mis manos para atraerla a mi cuerpo y poder tenerla únicamente para propio uso. Anhelaba su compañía más que nada. Su sonrisa, sus tonterías y sus besos.

Y por esto mismo, apresuré el paso. Tan solo me faltaban unos cuantos kilómetros para entrar a Alania, y después de eso, serian solo cuestión de un par de minutos para llegar al bosque donde nos escondíamos cada que podíamos… cada que Demetrio Rumannoff no se enteraba.

Aún me preguntaba el porqué de su miedo a ese ser tan tímido. Ese hombre no parecía una amenaza en lo absoluto. Lamía botas cada que íbamos a visitarlo. Sonreía de una manera tan déspota que me hacía incluso sentirme asqueado. ¿Sería que eso mismo sentía ella?

Camine más despacio al verme arribar al lugar esperado. Los verdes y densos arboles no confundieron mi andar más el cabello dorado, que cual al fondo me esperaba, no se hizo a desear. Tras escuchar mis pasos, aquellos ojos voltearon a verme.

Su sonrisa amplia apareció al instante y sin dudar un solo instante, llegó corriendo para abrazarme. El tiempo se detuvo como siempre lo hacía a su lado y tras una semana de no vernos, mis labios llegaron a los suyos con delicadeza y cierto júbilo.

—Pensé que no vendrías —Soltó al separarnos—, tenía miedo de irme y no encontrarte

—No pensé que me tardaría tanto —Volví a besarla—, ¿esperaste mucho?

—Solo siete días

Sonreí para mí mismo. Esta mujer tan enamoradiza, me volvería loco seguro.

—¿Acaso me esperaste en este árbol?

—No —Me sonrió de nuevo—, pero mientras limpiaba la caballeriza me transportaba a este lugar

—¿Y me esperabas justo aquí? —Pregunte mientras me sentaba justo en el lugar donde la había encontrado

—Justo… aquí —Soltó mientras se sentaba a mi lado, señalando el hoyo sobre el árbol que había atestiguado nuestro primer beso

—El agujero es muy pequeño, ahí no cabes

—Puede que no —Contesto algo socarrona—, pero en mis sueños era más grande

—¿A si? ¿Qué tan grande?

La chica que había conocido hacía ya 5 meses, se acomodo entre mi pecho mientras hablaba de la fantasía que había tenido mientras dormía. Un mundo de rosas, un hogar que teníamos dentro de aquel árbol.

—Y cuando el bosque se teñía de blanco por el invierno, el hoyo se hacía pequeño…

—Necesitas salir un poco más —Solté al escucharle—, nuestro hogar no será de este tamaño. Será mucho más grande, un castillo.

Evangeline se volteo a verme, observándome con una sonrisa enorme en su rostro.

—Liam, ¿ya te dije que te quiero?

Me besó una vez más. Esto de decirle cosas lindas para recibir sus labios a cambio, me estaba gustando.

—Antes que nada… —Le entregue la cajita que había guardado para ella—, feliz cumpleaños

—¡Liam, no debiste…!

La fémina abrió delicadamente el obsequió, justo para encontrarse el collar dorado que había escogido para ella.

—Dios, es bellísimo… nadie me había regalado algo antes. ¡Muchas gracias!

—¿Te ayudo a ponértelo?

Evangeline sonrió de nuevo y, dándome de nuevo la cajita, me dio la espalda. Mis manos no temblaron como lo hubiesen hecho antes, pero pasando por su cuello, la cadena quedo en el punto exacto. Aseguré el collar tras aquello, mirando la reacción iluminada de la mujer frente a mí.

—Gracias —Me sonrió, algo apenada—, es precioso

—Solo es un obsequio, no es nada

—Para mí es lo mejor del mundo —Aclaró mirándome detenidamente, haciendo un silencio largo pero placentero

Tan largo como la eternidad que no sentía.

—Me gustan tus ojos, ¿te lo he dicho ya? —Escuche decir de pronto a Evangeline tras besarme una vez más— Amo tu cabello corto, pero tus ojos me vuelven loca

—¿Mis ojos? —Pregunte algo contrariado. No es que pensase que fuesen la gran cosa—. Eva, son verdes y nada más…

—No, yo… —Suspiro, mientras deslizaba un poco de mi cabello para verlos mejor—. Creo que son únicos y diferentes

—Son como los tuyos —Solté anonado

—Los míos son extraños —Sonrió—. No se decidieron a escoger un solo color y ahora tengo que tener ambos.

—Entonces son inimitables

Evangeline soltó un suspiro alegre, negando con la cabeza lo que había dicho.

—Eres imposible, Liam —Dijo antes de besarme—, pero me encantas

—¿Encantarte? —La obligue a verme— ¿Desde cuándo te pongo así?

Evangeline se acomodó de nuevo para no verme. Su rostro se había enrojecido.

—Desde… desde que te vi —Escuche de pronto—, tal vez incluso desde mucho antes

—Eres una mujer muy romántica, ¿lo sabías?

—¿Pero… así te gusto, verdad? —Preguntó de una manera tímida y cohibida— Además, no… no puedes regañarme por eso. Cualquiera podría enamorarse de tu mirada

—¿Mi mirada? —Me hice el tonto. Me gustaba hacerle enfurecer, enrojecer, hacerla templar ante mi supuesta ignorancia

—Liam —Volteo a verme—, no

—Anda —Le cargue un poco—. Dímelo

Evangeline se volteo para encararme. Aquel rostro que los primeros días había parecido cohibido e introvertido, ahora era más intrépido y blando. Inclusive, algo terco y orgulloso.

—Tus ojos son hermosos —Escupió ya roja como tomate—. Sé que suena algo enfermizo, pero me encantaría poder intercambiar nuestras miradas

—¿Los ojos? —Mi ceja se levanto al acto. Que mujer más interesante

—¿No sería formidable si tuviese la mitad tu mirada? Cuando cerrásemos nuestros ojos, podríamos compartir nuestros mundos a cada hora, a cada instante.

—No vería nada, sería oscuro todo

Evangeline me miró algo frustrada.

—Vaya forma de malograr el momento

Suspire. Aunque hacía poco que la conocía, sabía que estaba atosigada por mi poca sensibilidad en estos temas. Tanto tiempo sin tener un amorío me habían afectado considerablemente.

—¿Evangeline, estas molesta?

Ella volteo a verme, con una mueca divertida en su rostro.

—Podría ser, ¿por qué lo preguntas?

—¿Si me tatuase tu nombre, estarías contenta?

—¿Mi nombre…?

—Tus iniciales, para ser más exactos

La mirada de Evangeline se deformó al escucharme, haciéndola temblar al no entenderme. Me dio algo de gracia el verla de aquella manera, por lo que sonriéndole, tome de su mano con sutileza.

—Así, en vez de darte mi mirada, te daría mi mente. El dolor de recordarte se quedaría grabado en mi pecho y, así, inclusive antes de irme a dormir, recordaría tu nombre e imagen.

La de los cabellos plateados miro mis ojos decididos. Esto era algo que me había dispuesto hacer desde hacía unas semanas atrás.

—¿Lo harías? ¿En serio lo harías?

—Todo, lo haría todo por ti

                                                        * * *

Su nombre estaba en mi pecho y aunque no me había dolido, ya me había declarado como posesión de ella. Había pasado un mes desde que nos habíamos visto. El trabajo en el Congreso y las constantes visitas con otros países me habían mantenido ocupado, pero no mentalmente. Dentro de mí, también me transportaba a ese lugar donde nos veíamos a diario, en donde me sonreía y se alegraba por mí.

—¿Todo listo, Liam? —Volker palmeo mi espalda— Estos últimos días te he visto más desubicado que de costumbre

—No es nada —Acomode mi saco—. Quiero terminar con esto y partir a Rusia

—¿Algún problema con Rusia?

Mire a mi mejor amigo, ese de ojos verdes y cabello despoblado.

—¿No íbamos a cerrar el trato con los Rumannoff, Volker?

—¡Oh cierto! Los Rumannoff… lo había olvidado

Suspire de cierta manera aliviado. Había estado pensando tanto en Evangeline que el deseo de partir a Rusia no había sido precisamente por el trato que aún no cerrábamos, sino más bien por la sorpresa que le daría a la mujer de mis sueños. Aunque no me importase que pensase mi mejor amigo de esto, iría a reclamar su libertad. La llevaría con nosotros y le contaría sobre mi naturaleza, todo antes del anochecer.

—Bien, nos vamos

—Entendido…

Subimos al avión que nos llevaría a aquel país frio y, tras varias horas de vuelo, llegamos al otro lado del mundo. El lugar era tal como lo recordaba, pero un tanto menos helado. Los arboles se habían descongelado un poco, pero la brisa seguía siendo constante.

¿Evangeline estaría esperándome? Le había contado sobre mi partida antes de irme, pero no le había contado él cuando regresaba. ¿Qué expresión tendría en su rostro cuando me viese a las entradas de la caballeriza?

Sonreí para mi mismo al imaginarme la escena, esa en donde dejaba caer la paja de los animales y venía a mí como siempre lo hacía.

—¿Me cuentas el chiste? Estoy aburrido también

—Yo… —Pensé que mentira dejarle—, recordé al afeminado de Adam en mi mente

—¿Adam? ¿Qué tiene que ver Adam acá?

—Recuerdas la apuesta que hicimos hace 200 años

—¡Ah! ¡Esa apuesta! Como olvidarla —Comentó débilmente mientras soltaba una sonrisa como la mía—, Adam te odió unos 2 años seguidos

—Fue divertido —Deje de sonreír, ya no había porque seguir con esto. Me había arruinado el momento

—Si… claro

Volker volteo a verme, pero sin decir nada más, pidió otra copa de vino. Sabía que presentía que algo estaba mal, pero no podía decirle. No quería hacerlo.

                                                        * * *

El avión aterrizo pronto y el coche que nos llevaría a ese castillo blanco nos recogió en seguida. El camino fue silencioso ya que ni Volker ni yo teníamos tema de conversación. El vuelo había sido cansado y yo no tenía cabeza para pensar en nada más que no fuese en esa mirada que ya anhelaba poseer.

—Hemos llegado —Anunció el chofer

Las puertas fueron abiertas y, sin decir nada más, salimos ambos del automóvil. Caminamos en silencio hacia las grandes puertas que antes habían estado abiertas al público en las fiestas de agosto. El joven que antes nos había recibido con cierto miedo, ahora nos daba la bienvenida con una gran sonrisa. Sabía que el acuerdo terminaría en un veredicto positivo para su compañía gubernamental y eso, simplemente a mi no me importaba mucho. Quería terminar, sobornarlo y salir a verla. Quería darle la noticia.

—Aquí están los papeles —Rumannoff soltó tan pronto como nos sentamos en la grande sala—. Mis abogados y yo hemos puesto nuestras demandas en los puntos bajo el acuerdo; entenderán que son gustos y peticiones aceptables

Siquiera lo mire y pase directamente a firmarlo, porque inclusive si pensaban esos humanos que recibirían lo que anhelaban, las vueltas se darían en unos cuantos años. Nosotros gobernaríamos y ellos no podrían cantar siquiera por gusto propio.

—Listo —Volker firmo de igual manera—, queda entonces el acuerdo. Nos tenemos que retirar

—¿Listo? ¿Así solamente?

—¿Tiene algún problema con eso…? —Pregunte con una seria mirada. Su voz me enfurecía

—No yo… pensé que tardaríamos más, pero esto fue más rápido de lo que esperaba

—Tenemos cosas que hacer y el día solo tiene veinticuatro horas, Demetrio —Soltó rabioso Volker—. ¿Tiene alguna otra duda?

—No, es todo

—Bien… Liam, nos vamos

Mire a Demetrio mirarme de una manera peculiar. Mis ojos se fueron hacia Volker y el entendió mis intenciones. Aunque le había mandado un mensaje erróneo, él pensaba que tenía hambre.

—Te espero afuera

Sonreí. Volker tomo su saco y sin importarle que haría, me dejo a solas con aquel hombre que me miraba de una manera confundida.

—¿Tiene algún problema, Dagon?

—Quiero hacerle una propuesta, señor Rumannoff. Es una proposición sin valor, seguramente será fácil para usted aceptar lo que le propongo

—¿Una proposición? —El hombre al ver que sacaba un maletín, tomo asiento frente a mi— ¿Qué tiene en mente?

Sonreí con cierta soberbia. Los seres humanos estaban llenos de pecados y el primero de todos ellos, me haría ganar a mí.

—Quiero a uno de sus criados

—¿¡Uno de mis criados!? ¿Para qué quisiera usted a uno de mis criados?

—Creo que para que la quiero, no es de su incumbencia —Solté seriamente—. Lo que debería interesarle a usted es el precio que le pondrá a su cabeza

—¿Y de quién estamos hablando, específicamente? —Demetrio se acomodo mejor en su asiento

—La criada que limpia la caballeriza, Evangeline Northon

Pude verle quitarse los anteojos, masajeando el tabique que unía sus ojos.

—Con todo respeto, no puedo aceptar su dinero

—¿Disculpe usted? —Mi mirada se fue hacia la suya. ¿Aquel hombre había rehusado mi propuesta?

—Puede comprar a quien sea, pero no a mi futura esposa

Tense la mandíbula intentando no deformarme y echármele encima. Si le mataba, las cosas se complicarían y el congreso perdería contactos que eran vitales para la dominación.

Respire con cierta fuerza mientras le retenía la mirada. Aunque no quería aceptarlo, sabía que él había visto lo mismo que yo había visto en ella. Inocencia.

—¿Esta seguro? ¿Inclusive si esto termina lo que antes ya se ha firmado?

Intente hacerme sonar fuerte y despiadado en mi pregunta, pero aquel hombre no sucumbió ante mis amenazas. Demetrio Rumannoff me rechazo de nuevo y, tras mirarme de una manera tajante, se despidió de la sala pidiéndome que me marchase. Pero incluso y aunque aquel humano tenía más testículos de los que creía, yo no me quedaría satisfecho con esta respuesta. Me llevaría a Evangeline lo quisiese o no. 

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