16. Bloody Town
El sonido del charco contra el contacto en mis zapatos desgastados, anunciaron en el aire el mal augurio entre los animales. La noche lluviosa de ayer había cesado esta mañana, y en estos cinco días de fuga, había luchado para sobrevivir a base del fruto de los pinos y el agua de los lagos que encontraba de paso a lo desconocido.
Corría sin fuerzas, y al decir verdad, aún terriblemente adolorida. Mi tobillo, claramente, no había sanado de tan terrible suplicio al que había sido sometida por crueldad y sadismo. Y a como recordaba, no había volteado atrás desde que la vampira Marilyn me había echado por la puerta trasera de la cocina.
Así que, las noches solitarias habían sido largas, violentas y sumamente depresivas. Mi estado físico era una desgracia. Yacía desnutrida por las pocas horas de sueño y poca comida que encontraba por el camino, estaba empapada de arriba abajo y mi herida daba pulsadas de dolor con cada paso agonizante pero decidido que daba, ya que, por más extraño que lo pareciera, poseía un así una sonrisa en mi rostro. Probablemente por la lucidez de mis primeros malos actos pero satisfecha y engañada por la falsa libertad que me cegaba la vista... pues a los ojos de cualquiera, era obvio que con mi atuendo, el vestido y mi hombro descubierto, la que corría por los bosques ya tenía dueño.
Así que ignorando lo que tal vez iba a ocurrir en un futuro, seguí caminando con la frente en alto, soportando el dolor y más que nada, con la mera idea de que pronto volvería a casa... regresaría por fin a los delicados brazos de mi madre.
Me mordí los labios pensando en aquello. ¿Qué haría cuando me reencontrara con aquella mujer de pelo negro y con la piel más blanca que la propia nieve? Un escalofrió de felicidad rodeo a mi cuerpo e intentando no agitarme de emoción, sonreí débilmente entre el roció de la mañana y el comienzo de la helada brisa por la entrada época navideña.
Seguramente tocaría débilmente la puerta, los segundos se transformarían en horas y el silencio en mi peor enemigo. Escucharía los pasos deslizarse por el piso de madera y entonces las llaves destapando los candados. El corazón me saltaría y mi aliento escaparía de mis pulmones cuando la puerta se estuviera abriendo en cámara lenta.
Sonreí con melancolía, caminando más a prisa, solo por mí imaginada escena en donde mi madre decía mi nombre entre susurros y lágrimas entre mi pecho, cuando recién me acogía en la sala de estar.
¿Sería que así sucedería?
La excitación no pudo para más y cuando di otro paso, mi ser se detuvo... pensándolo de nuevo con actitud negativa.
¿Y si así no sucedían las cosas? ¿Qué haría entonces?
El posible pero casi nulo pensamiento de que mi madre volviera a entregarme, me partió el alma. Ella siempre me había remarcado este día como el destino. ¿Y si terminaba enojada? ¿Y si le causaba vergüenza? Mi mente divagó en ese segundo en darme la vuelta y regresar a aquel castillo, pero cuando los ojos rojos aparecieron en mi mente, me giré de nuevo y seguí el paso.
No... yo no volvería a ese lugar de mala muerte. Él no me quería ahí de todas formas. Siquiera me había mordido o pretendido preñarme, así que no le servía mucho que digamos. Tal vez, tan solo me había echado la soga al cuello para sentirse superior a todos aquellos que peleaban por mí en la subasta de octubre.
Sí, seguramente había sido por ello, pues a él no se le veían ni las ganas e interés en utilizarme, así que al problema le daría vuelta de hoja. Llegaría con mi madre y aunque ella no quisiera, la sacaría a empujones de Bloody Town.
—Eso es lo que haré —solté con mera inconsciencia, dando cuantos pasos me fuera posible, para tener ventaja en mi egoísta idea—. Seremos prófugas y escaparemos hacia el sur.
Mis ideales mostraron ahora optimismo, no solo porque había pasado un árbol curveado de los que abundaban a las afueras del pueblo, cerca de las épocas de invierno y primavera... sino porque con cada paso que daba, mi felicidad le ganaba al desconsuelo que sentía por dentro.
El placer de saber que mi madre y yo estábamos cerca, dominaba el calvario que me sometía desde hace poco más de una semana, así que seguí con mi sonrisa plasmada en mi rostro con cierta alegría y necesidad.
Si no pensaba en positivo, ¿quien lo haría por mí?
.
El tiempo pasó lentamente y el sol se puso sobre mí con fuerza. Mi piel ardía y mis piernas aludían la responsabilidad de llevarme. Mis ojos buscaban algo de agua, mi garganta gritaba por ello. Giré mi cabeza a varias direcciones, el verde era el color protagonista en todo el lugar. Respiré con fuerza, cerrando los ojos con delicadeza. El negro abundó dentro de mi entonces, siendo que hacía esto tan solo para concentrarme... enfocarme en los sonidos de la naturaleza.
Los pajarillos, los grillos, ciertas ardillas. Un sinfín de animales aparecieron en mi mente. Trate de orientarme todavía más, de eliminar los sonidos de todos los bichos que trataban de sofocarme. Intentando ser tan solo yo y nadie más. Tan solo el sonido del agua... no pedía nada más.
Tragué saliva al tanto en que mi rostro se arrugaba, obra de la densidad que utilizaba para el trabajo.
Los insectos parecieron entender mi rostro lamentable, porque todo desapareció. Mi corazón dio unos cuantos latidos y cuando un escalofrió me recorrió, no pude más que abrir los ojos con rapidez, y sin esperar de que mi corazonada fuera correcta, tan solo me dispuse medio trotar.
El dolor en mi pie se desvaneció un poco y cuando el sonido del cielo se escucho un poco más profundo, simplemente toda mi congoja desapareció.
El rio frente a mi no tardo en aparecer unos cuantos minutos después y cuando me eché para tomar desesperada aquella agua que parecía cristalina, simplemente me sentí llena.
Tarde aproximadamente unos cinco minutos para saciarme completamente, antes de soltar un suspiro de alivio al terminar. No solo porque sentía que al menos una pena se me quitaba de encima, si no porque ya mi garganta no sería mi enemigo y, como parecía, tan solo me faltaba encontrar Bloody Town, reencontrarme con mi madre, descansar un poco y escapar el siguiente día hacia lo desconocido.
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Caminé por un largo rato y esquivé troncos y arboles que intentaban arremeter contra mi paso. El dolor lentamente volvió a tomarme presa, pero, ya con una sonrisa, miré hacia al frente. Aquel árbol curveado que antes había visto, ahora se multiplicaba por el bosque.
Me dio un escalofrió al saber que realmente había llegado. ¡Vaya panorama! Las casas se asomaban como a unos diez o quince metros más, pero, más allá de los tejados antiguos y algo vinos, pude apreciar el lugar de mi meta. Aquel templo en el que había pasado dieciocho años de vida.
Las lágrimas de felicidad se asomaron por mis ojos y andando más aprisa, no faltó mucho tiempo para que pisara, por fin, suelo humano.
El aire y ambiente común simplemente me realizo de mis hechos, de que realmente había roto una de las primeras reglas entre un objeto para su amo, pero simplemente ya no le tomé importancia. Seguí andando con la mete en alto, teniendo entonces ciertos rostros de miedo clavados en mi cuerpo.
A primera me pareció extraño, pero cuando un mechón de cabello se meció en el aire, lo comprendí todo. No podía culparlos de su pavor hacia mí, yo ya no tenía apariencia humana y claro, nadie me conocía.
Fue en ese momento cuando creí que mantenerme escondida de todos, tantos años, era ciertamente triste, extraño y algo ilógico.
Si todas estaban obligatoriamente a auto fecundarse con otro macho humano ¿Por qué mi madre me había escondido de la sociedad?
Ante aquella pregunta busqué un millón de razones, pero por cada paso que daba, mas llegaba a la misma conclusión que seguramente, Charlotte, había deseado que mi vida encerrada de la verdad no me arrebatara la pureza e inocencia por comentarios de segundas personas.
Sí, seguramente había sido aquello...
—¿Caroline?
Una voz a mi espalda me llamo con cierta inseguridad. Mi mente, que aun estaba dirigida hacia mi madre, volteó confusa hacia donde aquel llamado me nombraba.
—¿Marisol?
Mi voz se apagó cuando el silencio reinó entre ambas. Aquella chica, que antes de mi partida yacía con un niño en su matriz, ahora aparecía frente a mí con una figura medio esbelta, algo hinchada y extrañamente, con ojos sorprendidos, cansados y un tanto rojos.
—¡Caroline!
Marisol no dudo en tirarse sobre mí al confirmar quien era. Estuvimos así por a lo mucho un minuto. Los sollozos de mi maestra de historia se escucharon en el aire, mientras el abrazo perduraba y yo me mostraba por primera vez cariñosa a ella.
—Me la arrebataron Carol... me arrebataron a mi hijita.
Ante aquello no pude más que alejarla débilmente, manteniendo un rostro neutro y algo adolorido por mi pierna y el estado de mi amiga. Ahora entendía bien el porqué de su apariencia. Sus ojos rojos y fatigados demostraban su incapacidad para dormir y los lamentos de los que había sido posesa desde el momento en que había sido separada de su hija primeriza.
—No me dejaron siquiera cargarla entre mis brazos.
—¿Por qué? —contesté confundida y entristecida— ¿No debía tomar leche materna?
—No —soltó una risa entre lagrimas—. ¡Mi Sofie! Ella... ella necesita sangre, no necesita de su mami más.
—¡Oh Sol! Ven acá.
La chica, cinco años más grande, se dejo caer sobre mía como una niña en busca de amor materno, asegurada de que podría desahogarse conmigo como no lo había hecho en mucho tiempo, aunque yo no pudiera decir nada positivo al respecto.
—¿Por qué? ¿Por qué vivimos así? ¿Por qué nos toco esta era? ¿Por qué Carol, por qué?
Me mantuve callada ante sus cuestionamientos, mientras le acariciaba el cabello como apoyo y me rompía el alma viéndola sollozando entre mis brazos extenuados por el viaje que había hecho.
—No me digas —Se despegó un poco de mi—. ¿Tu también estas embarazada?
Mis ojos se abrieron un poco por tal comentario y fue lógico que un nudo en mi garganta me impidió negarme. Marisol dejó de llorar, esperando por mi respuesta algo desconfiada.
El silencio fue notorio y, aun sintiéndome imposible de mentir, tan solo baje mi cabeza.
—Yo —Titubeé un poco con la mirada fija hacia abajo—. No, yo no estoy embarazada.
—Entonces.... —Se separo ahora si de mí y se puso frente a frente—. ¿Entonces qué haces aquí?
—Yo...
—¿Te dejaron regresar, verdad?
Su interrupción tan solo me hizo sentirme más atrapada que antes. Nunca había mentido a nadie y no sabía siquiera como. ¿Qué haría si le decía la verdad? ¿Qué pasaría si le contaba lo que había vivido y del porque me había escapado? Una mueca apareció en mis labios, negándomelo con rapidez. No... si le contaba, la podría como cómplice y, si llegarán a encontrarme, podrían quitarle la vida por encubrirme.
—Oh por Dios... ¡No puede ser! ¿Carol?
Critiqué mis balbuceos y la lentitud con que pensaba que decirle. Marisol ya sospechaba de mi llegada y, por supuesto, había puesto una mano sobre sus labios, mirándome incrédula de sus suposiciones.
—Yo —Respiré con fuerza—. Lo siento, Marisol.
Mis palabras al parecer tuvieron una fuerte reacción en ella pues, casi al instante, se giró sobre su propio eje y fue deslizándose a paso rápido hacia el fondo de las casas.
—Marisol ¡Puedo aclararlo!
—¡Aléjate de mi!
Me detuve justo en el umbral de su casa, justo cuando ella, sin despedirse de mí, entraba en su morada y cerraba la puerta con fuerza y cierta rapidez.
La sangre se me heló en menos de un segundo y la sensación de ahogo me inundó por completo. ¿Porque había reaccionado de tal manera? Tragué saliva con fuerza y por mera curiosidad, mis pasos se acercaron a la puerta de madera que me prohibía el paso por los cerrojos echados del otro lado.
—¿Sol? —Mi voz se escucho dulce pero algo cortada—. Ábreme, por favor.
—Tengo que quitarme su olor...
Mis manos dejaron de tocar el portón de la pequeña vivienda de leño. El susurro de Marisol se había escuchado a lo lejos, pero fue lo suficiente alto para que entrara en mi pecho como cuchillos afilados. Mis manos blancas y estiladas ahora partieron justo a la altura de mi corazón, donde sentía la presión del no querer ser consolada.
No la culpaba, pero no me había preparado mentalmente para esto. Mi escena imaginada había sido que Marisol entendiera mi situaciones, se me uniera y junto a mi madre, partiéramos hacia algún otro país... pero no esto.
Y con la mentalidad de que apestaría su entrada con mi perfume, bajé las pocas escaleras que se encontraban en el porche. Siendo entonces que el atardecer apareció tras la montaña, tocando finamente mis mejillas, secando los pocos lamentos que no deseaba dejar escapar de mis ojos, pero que sin permiso, habían comenzado a salir disparados a mi blusa.
—No me importa —solté entre susurros—. Lo que piense ella no me importa.
Intenté enojarme, pero mi mirada únicamente mostraba un gesto de pesadumbre... como una infinita amargura que quemaba mi remordimiento de escape.
¿Debería regresar para hacer felices a todos?
Subí con tanto dolor y tristeza todas esas escaleras que me atormentaban para escalar la loma más alta de Bloody Town. Tan confundida, desdichada e insegura.
¿Qué tal si mi madre reaccionaba de igual forma que Marisol? Respiré profundamente. No, ella no me traicionaría. No lo haría. No debía. Ella me amaba.
Mis manos temblaron como gelatinas recién sacadas del refrigerador cuando mis nudillos golpearon la puerta de madera deslizable. El silencio, como en mi intuición, se transformó en mi adversario más despreciado... pero no pensé que realmente fuera a pelearse tanto conmigo.
Los minutos transcurrieron y realmente se desfiguraron en horas. Si estaba en casa, por educación, teníamos que esperar a que nos abrieran la puerta y si había salido, tan solo tenía que esperar a que llegase por la puerta.
La espera trajo a la Luna y la Luna a la oscuridad. La brisa, la que me había acompañado en todo mi viaje de camino a casa, volvió a tocarme. El tiriteo en mis dientes fue sonoro y la piel erizada su concomitancia.
¿Me regañaría si la esperaba dentro?
Mi yo interior acredito a mis pensamientos y, encontrando la llave baje el tapete de "Bienvenido", abrí los cerrojos que me impedían meterme.
El eco de mi respiración sorprendida y mis zapatos sobre la entrada hicieron notar que nada estaba como antes de partir. Pude observar vidrios rotos en el suelo, vestidos de mi madre rasgados y mi arpa sin cuerdas a un lado de todo.
La sensación de que algo malo había ocurrido no pudo evitar aparecerse ¿Alguien la había atacado? Mi respiración se hizo nula y, mis zapatos, casi inaudibles. Mis ojos eran reguiletes, veían como todo estaba volteado al revés.
¿Qué había sucedido en mi hogar?
Mi cuerpo tembló cuando pude divisar, justo en la sala de estar, como el cabello de mi madre sobresalía en el piso. Mis piernas, aunque con dolor, se movieron al instante. Su rostro pálido y sus ojos cerrados tan solo me hicieron alterarme.
—¿Madre? —Toqué su mejilla ya estando a un lado suyo—. ¿Mamá? ¡Levántate mamá!
—¿Hija?
—Estoy aquí mamá, estoy aquí.
Pude sentir como, en segundos, alguien se me trepaba en el cuello. Por la fuerza, me fui hacia atrás. Mi madre me abrazaba, lloraba, me besaba con ternura, titubeaba como niña.
La sensación de su helada piel tan solo me hizo soltar lagrimas... tantas que realmente empape su vestido morado.
—Estoy aquí, mamá... ¡No te preocupes! Estoy aquí.
El silencio tras mis palabras se hizo largo y asesino, pero realmente eso no mato nuestro ambiente. Las dos nos abrazábamos y llorábamos juntas, era como estuviéramos fuera del tiempo, como si nada ni nadie pudiera separarnos... o eso yo creía.
—Sí, estas aquí y nadie te dejó marcharte, inútil
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