15. Presa del pánico

Mis manos atadas sentí cuando no pude moverme, y como si todo lo demás se repitiera, simplemente abrí los ojos bajo aquel color escarlata en las paredes. Mi respiración se agito en pocos segundos e inquietando mis manos, confirme mi presidio definitivo. Mi pecho subió y bajo ante mi desesperación y, junto aquellos nuevos grilletes, aquel cabello rojo intervino en ese aposento.

—¿Me extrañaste?

Intenté moverme, que de mis boca salieran palabras negativas e indecorosas, pero como si una cinta fuera la encargada en silenciarme, de mis labios no salieron más que pequeños gemidos de angustia y pesimismo a lo que se avecinaba.

—¿No vas a contestarme?

Mis ojos lo miraron, sublimes para que entendiera que por culpa de alguna extraña razón, mi garganta no quería responderle.

Sus ojos, más rojos que el propio fuego vivo, me indicaron que no tendría ni una sola pizca de misericordia y, quemándome como si fuera solo madera, aquella sonrisa malnacida termino por hacerme temblar de miedo.

¿Por qué no gritaba por clemencia?

—Así que no vas a contestarme...

Pasé saliva al yacer cerca de su moribunda mirada capaz de matarme con solo verme, y como si pudiera leer sus pensamientos con aquellos labios, no pude más que renegarme con cierta lentitud. Liam sonrió con calma y, aproximándose con paciencia y locura reflejada, pude observar de entre sus labios como sus colmillos brillaban con locura y sed trastornada.

Cerré los ojos, sintiendo un fino dolor y extrañamente, el sol pegando encima de mi rostro.


.
—¡No!

Mi grito produjo un mareo constante, justo cuando recién me sentaba de golpe sobre la cama blanca. ¿Qué había pasado? ¿Había sido un sueño? La migraña empezó a presentarse y el miedo avecino al recordar con detalle lo que había visto momentos antes en sueños.

Mi mano derecha, temblorosa como la gelatina, llego con prisa a mi cuello. Si bien sospechaba, las heridas debían estar de lado izquierdo, así que, sosteniendo mi respiración, pasé mis dedos con pavor por la supuesta herida, palpando con lentitud mi piel blanquecina en busca de cualquier cosa que pudiera acertar mi pesadilla.

Entre la oscuridad de mis ojos y lo misterioso de la ignorancia... no pude sentir nada.

Aquel afortunado contacto me hizo abrir mis orbes grises con asombro, volviendo a tocarme por si las dudas. La sorpresa fue grata, pues, aunque revise por los alrededores, ni una sola marca quedaba de mí, hasta ahora, entendida alucinación que Morfeo me había regalado esa noche.

¿Solo había me había imaginado con una mordida, verdad?

La felicidad fue visible en mi rostro y, sintiéndome aun pura e indomable, salté de la cama para correr al cuarto de baño, continuo a mi celda.

La imagen que encontré de mi misma fue desconcertable. Yacía claro en ropas, pero las manchas de sangre en estas me hicieron alzar mis ojos con admiración. ¿Cómo había sido capaz de olvidar tan horribles escenas? Recordar lo terrible que había pasado unos cuartos más abajo, en el despacho de aquel vampiro que era mi dueño.

El corazón se interpuso cuando aquellos ojos y el cabello rubio del vampiro ya muerto rodaron en el recuerdo de mis memorias. Los gritos, los cuerpos, el rio de sangre sobre mi cuerpo me hizo temblar ante mi futuro. Si bien el había asesinado a los de su raza... ¿Por qué habría de detenerse a un mueble como un ser humano?

Aquella simple razón no hizo más que sorprenderme a mí misma, y haciendo caso por primera vez a mi instinto, abrí los ojos con decisión y valentía.

Este día escaparía.

Ya no me importaría ni la moral ni lo que me habían enseñado durante tantos años de educación. Tan solo me preocupaba mi existencia. Ese vampiro, el que me había comprado, tan solo era un chupasangre desquiciado, lunático y masoquista. La razón era desconocida, pero no desea quedarme ni un minuto más en aquel castillo para averiguar el pasado, que probablemente lo estaba deformando de adentro hacía fuera.

Así que, tomando mis pocas pertenencias, dejé aquel cuarto de limpieza que me habían asignado como mi habitación especial. Teniendo siempre un terrible dolor en mi tobillo y la idea de que ya nada me importaba. Deseaba escapar y eso estaba por hacer. Bajé cuidadosamente cada escalón de las millones de escaleras que tenia frente... a pasos lentos y obteniendo valentía al estar el corredor limpio de cualquier vampiro que pudiera reprenderme y seguramente, regresarme a la torre izquierda más lejana de aquel aposento del de pelo rojo.

¿Afortunada?

No lo sé, pero cuando me di cuenta, ya estaba bajando los últimos escalones que deban indirectamente hacia la salida, hacia el camino de piedras y árboles frondosos que me habían recibido con un fuerte apretón unos cuantos días más atrás.

Mis ojos se hicieron pequeños y mi corazón volvió a latir ahora confundid. Si me alejaba, si por alguna razón no era descubierta, ¿Cómo encontraría el regreso a casa? Pasé saliva con cierto miedo al tanto en que tocaba las paredes y asomaba mi cabeza para ver si no había moros en la costa.

Si llegase a escapar de nuevo, visitaría tan frondosos árboles. ¿Esta vez podría ser capaz de sobrevivir? Algo tenía que recordar. Yo no era más que un ser humano y allá afuera, había muchos que gustaban de la sangre. Además, no podía jugarme la vida si es que encontraba o no alimento, así que partir sin algo dentro del estomago, me pareció imprudente.

Respiré con algo de fuerza y, consciente de mis egoístas razones, mis pasos redirigieron su camino. Lucida de que si me veían, seria yo la que tomaría el lugar, de aquel fallecido rubio vampiro.

Controlé el aire pasando con fuerza en mi boca, a medida en que me acercaba a aquel lugar lleno, inconscientemente, de comida innecesaria. Sonriente por no haberme topado con siquiera un ser viviente que me reprendiera.

¿Pero que no eso era extraño? No me había topado con nadie, literalmente.

Mis pensamientos me retaron, y como si mis preguntas se hicieran realidad, un murmuro se escuchó a lo lejos. El miedo a ser descubierta se alzo entre cada célula atormentada y, pegando mi espalda a la pared, tapé mi boca con mi manos.

—Le golpeó fuerte la semana pasada.

—¿En serio?

—¡Si, las marcas de cigarros aun están en su cuerpo!

—¿Qué? ¿Por qué? Debería de habérsele quitado ya.

—Me llegó el chisme, de que nuestro señor se encarga de reaparecerselas cada día.

Los chillidos de dos mujeres se iban acercando a cada segundo. Si mi memoria no me engañaba, podría jurar que eran dos de las tres vampiras que habían marcado mi cuerpo cuando recién había pisado el castillo blanco de mis pesadillas.

Mi mano tembló, pero mi cuerpo reacciono tan solo para dar pasos en reversa, siendo aun así, que mi rostro estaba paralizado al frente. ¿Por qué no me giraba y corría despavorida hacia algún corredor que esfumara mi aroma?

—¡Ay Janeth, eres tan tonta!

—Es que Marilyn también no piensa y tiene una boca muy suelta ¡¿No te desespera a veces?!

Mi cuerpo y alma yacieron como piedra. Si daban unos cuantos pasos más y daban la vuelta, mirarían en pleno acto... con las manos en la masa.

—Lo sé —chillo una—. Es tan rara a veces... ¡Viste lo que se puso ayer! Tan patética.

Un par de carcajadas alumbraron mis oídos. Si no me movía, realmente iban a encontrarme. Mis pasos hacia atrás se hicieron más firmes, y aun teniendo mi mirar pendiente de todo, sentí una respiración detrás de mi pelaje.

Mi corazón dejo de latir y entonces, por fin mi cuerpo rotó.

—¡Es que Marilyn es una idiota!

—¡Idiota le queda corto!

Se escuchó esto, a la par en que nuestros ojos se topaban unos con otros. La pelinegra que me había tatuado, la que tenía cicatrices de cigarro por todo el cuerpo, me miro con una mirada reprobatoria al mismo tiempo que analizaba mis andanzas y mis propiedades en mi espalda para variar.

Todo mi ser tembló ante el pavor de saber que mi plan estaba por llegar a su fin. No había durado ni medio día y ya estaban por apresarme de nuevo. Mis manos temblaron como si les hubieran pasado terremotos y, pasando saliva, sentí un escalofrió pasar por mi espina dorsal, probablemente por imaginarse el castigo que se avecinaba por la mirada tan lasciva que tenía la mujer frente mía.

—¡Marilyn! —Las dos chicas llegaron justo en la peor parte— ¿Desde cuando estás...?

—¿De qué hablas Janeth?

Mi mirada no pudo evitar mirarla de reojo. ¿Estaba mintiendo?

—¡Ah! Nada nada... esto, iremos a limpiar aquel cuarto, ¿Te encargas de nuestra perrita?

Tragué con fuerza, sintiendo como la pelinegra accedía y las otras, no tan secuaces, corrían con la cola entre sus piernas de nosotras.

No pude evitar pasar saliva y sentirme la peor chica del mundo. No solo me habían encontrado, si no que, tras lo que había escuchado, era más que probable que la llamada Marilyn, estaba echando humos tras sus oídos. ¡La había cogido de mal humor!

—Ni se te ocurra mirarme de esa manera.

Bajé la mirada de nuevo, consciente de que sabía que sus amigas hablaban mal a sus espaldas y que, con forme a ello, podría malinterpretarse como si le mirara con pena.

—No creas que eso me afecta —soltó como entre enojada y arrogante—. Ellas tan solo son peones, ¿capisci? Peones para resaltar ante los ojos del amo.

—Si me permite decir —solté acongojada—, me parece que no debería jugar al ajedrez con otras personas.

Sentí un dedo enterrarse con cierta furia en mi barbilla y una fuerza empezando a alzarme.

—¿Tengo cara de que realmente me interese las opiniones de una sucia basura como tú? —soltó, añadiendo un desprecio a mi subnombre

—No... lo siento.

Bajé de nuevo al cabeza, cerrando los ojos, esperando un golpe de su parte.

—¡Espera! ¿A dónde crees que vas Azulina? —Su pregunta me atravesó como un filoso cuchillo a punto de desgarrarme.

¡Mala idea! Esto de que te atrapen cuando estás haciendo lo impensable, realmente no era lo mío.

—Yo... yo estaba —vacilé un poco, mirando hacia mi derecha, buscando alguna mentira buena que darle—. Deseaba mendingar por mi desayuno.

Dejé de respirar al terminar la oración, sintiendo como su mirada se achicaba y como me analizaba de pies a cabeza.

—¿Sabes? Los seres humanos tienen múltiples debilidades —Empezó por hablar con suma burla en su tono de voz—. Además de inútiles en el deporte y escasos en la belleza; sus sentimientos los apuñalan por la espalda... así que, si vas a mentir, intenta que tu corazón no se te altere tanto, chiquilla estúpida.

Todo mi ser se detuvo y mis pies se hicieron piedra. ¿Cómo se me había olvidado eso? Aquello era fundamentalmente básico, todos lo sabían. ¿Cómo es que se me había pasado tan importante pero pequeño detalle? Mis labios se entreabrieron intentando decir cualquier cosa, pero cada que ella sonreía ante mi estupidez, el nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande.

—¡Basta ya! Me das jaqueca —Murmuró, tocándose la sien—. Dime de una maldita vez que planeabas hacer, que no tengo tanto tiempo de charlar contigo.

—No... No planeaba nada.

—¡Espera! —Sonrió al entenderlo— ¡No me digas que planeabas largarte!

Su carcajada en mis oídos me hizo sentirme miserable.

—¿Realmente aun no lo captas? No deberías siquiera moverte sin que te lo pidan.

—Yo lo sé, pero yo...

—Te ayudaré —Me interrumpió de repente.

—¿Ah?

Aprecié un nuevo agarre, uno nada amable que me jalaba como si estuviera a punto de llevarme a la cocina para lastimarme. No evité sus empujones, ya que mis ojos estaban algo confundidos por las últimas palabras que me había regalado la pelinegra. ¿Ayudarme? ¿De qué hablaba?

Las paredes y ciertos retratos se fueron dando paso por nosotras. Las dos en silencio, pero ella con una cara malhumorada y a la vez de sonriente. ¿En serio iba a ayudarme o simplemente me estaba arrastrando hacia Liam? Mis ojos grises se abrieron con miedo y por primera vez en mi vida, sentí el pavor más inhumano que podría sentir cualquiera de mi raza... el terror multiplicado del miedo a la muerte.

¿Realmente moriría esta vez? ¡¿Realmente lo haría?! Cerré los ojos cuando una perilla se escucho girarse. Por Dios, ¿realmente me iba a mandar con él, o no? Mi respiración se hizo más pesada y cuando sentí el empellón en la espalda, me derretí de cobardía.

—Anda... corre.

Abrí primero un ojo, observando frente a mí un árbol verde y un sendero extraño. Mis orbes grises se abrieron con confianza, pero aun confundida de todo, me giré con fuerza sobre mi propio eje, encontrándome entonces con el ademán de aquella silueta hermosa que me retiraba como a un perro de la calle.

—¿Qué es esto?

—¿Qué no te querías ir? —Bufó molesta—. ¡Largo!

—¿Por qué estás...?

—Digamos que tu rostro no es nada agradable de ver.

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