Capítulo 8 ✔️✔️

Hela les había informado todo lo que Ergo le había comunicado minutos antes. El humano en cuestión era el director de una de las empresas de petróleo más importantes del mundo, era considerado el Rey del Crudo. Pero como todo humano, quería más. Por eso aceptó el trato que por medio de un sueño Hela, le concedió.

Éste consistía en obtener más del producto en las zonas menos esperadas, las cuales podría obtener las tierras por bajos precios y así hacerse con la materia prima. El pago de éste acuerdo, radicaba en que cada empleado daría su alma, incluyendo la de él. Al ser el presidente de la compañía tenía a millones de personas a su cargo, y todas le debían algo, por lo mismo le entregarían su alma sin saberlo.

Hela, les explicó a los otros dioses que ya debían de partir del hotel para la mansión del magnate del petróleo para así afianzar su alianza. Todos estuvieron de acuerdo en marcharse al día siguiente.

———

Hela se encargó de la teletransportación de todos, por lo mismo, quedó algo débil. Pero a los minutos se recuperó.

— ¿Dónde nos encontramos?— pregunta Eris, después de recuperarse del viaje, pues no estaba acostumbrada a la teletransportación grupal.

— Imagino que, ésta es la mansión del sujeto— respondió Marte, quién no se encontraba afectado.

— Debo admitir que es bastante grande y llamativa— informa Anubis.

Ya recuperada la diosa de la muerte decide hablar y explicarle a los demás dónde se encontraban exactamente.

— Exacto. Estamos en una de las urbanizaciones más privadas y lujosas del país, incluso diría que del mundo mortal, es decir, lo mínimo que nos merecemos. Ésta mansión tiene cancha de tenis y de básquetbol. Dos piscinas, una de ellas climatizada y techada, la otra se encuentra en uno de los extremos. Tiene dos casas apartes, una para el personal y otro para los invitados menos íntimos. Un sector realmente amplio donde se puede apreciar un mediano bosque. La casa más cercana está a cuatro kilómetros, pero ésta se encuentra desocupada, en el otro extremo a más o menos seis kilómetros se halla la mansión con habitantes más cercano, pero por los momentos se encuentran de viaje; además de poseer un anfiteatro, que desde hace muchos años ha estado desocupado. Éste lugar es ideal para tener a nuestras criaturas y realizar nuestros entrenamientos sin ninguna intervención. Respecto a la mansión en sí, tiene una cocina con chimenea que da al patio principal; dos salas de estar, la cual una da a la piscina climatizada; diez cuartos, de los cuales, cuatro, son principales; nueve baños, cuatro incorporados a las habitaciones principales; dos salas especiales, una de cine y otra de juego; dos despachos medianamente grandes; una biblioteca con primeros ejemplares; y un gimnasio adecuado para entrenar profesionales.

— Vaya, vaya me parece perfecto. Justo lo que necesitamos.

Anubis decidió tocar el timbre, pero antes de hacerlo, Eris le detuvo la mano.

— ¿Tan insignificante te han hecho sentir, que debes tocar la puerta en tu nuevo hogar?— pregunta con sorna Eris.

— ¿Insignificante? Deberías tenerme más cuidado, bien sabes que el reino de los muertos es mi hogar y puedo hacer que tengas una visita cuando quiera— le amenaza Anubis.

— Ja, ya he estado en el infierno antes, y lo he gozado. Quizás en tu mitología seas temido, pero en la mía, todos saben que es mejor tenerme de aliada— le recuerda, Eris.

— Basta ustedes dos— interviene Marte— Ya me tienen harto. Anubis, deja de pelearte con todos. Ni siquiera yo hago eso, y soy el dios de la guerra.

— Tú lo que haces es generar caos, como acostarte con la mujer de tu hermano— dice Hela, metiéndose en la discusión— Pero eso no tiene relevancia. Ergo me informó que el humano sabe de nuestra llegada, así que, podemos entrar sin ningún problema.

Sin más, los cuatro ingresan a la propiedad, la cual mágicamente se abrió de par en par. Pasaron por un largo camino hecho de piedras en tonalidades grises. Cuando por fin avistaron la entrada de la casa, vieron a un hombre en toda la puerta.

El sujeto se veía alto e imponente, pero al compararlo con los dioses, se veía insignificante. Tenía una postura digna de un magnate, se veía intimidante, con un rostro firme y una expresión decidida.

— Ustedes deben ser, a quienes he estado esperando— habla con un tono de voz grave.

— Y tú, el humano que necesita de ayuda— dice con burla, Hela— Las presentaciones las haremos después, espero que tengas nuestras habitaciones listas.

— Obviamente, el servicio ya preparó todo para su llegada. Las habitaciones se encuentran...

— Ya sabemos dónde están— dice con prepotencia Eris.

Sin esperar, las cuatro deidades subieron hasta sus respectivos cuartos.

...

Pasaron un par de horas en donde el humano se hallaba impaciente en el despacho principal, mientras que sus invitados se tomaban tiempo para reorganizar sus ideas y pensar en sus movimientos futuros.

...

Todos se encontraron en la sala, decidieron que decir y quién empezaría a hablar. Cómo de costumbre, Hela, era quien llevaría el inicio de la conversación. Tocaron la puerta, por mera educación, escucharon como se escuchaba desde dentro, un leve "Pase". Cuando las cuatro deidades se encontraron frente a frente con el humano, éste se cuestionó. Pues a diferencia de la mañana, ahora se veían más intimidantes, más poderosos.

— Creo que ya has tenido tiempo suficiente para pensar muy bien las cosas, y como ya estamos aquí, no hay vuelta atrás— informa Hela, adivinando el pensamiento del humano.

— No es eso. Mi señora— expresa el humano, mientras le hace una reverencia— Es un honor poder tenerles en mi hogar y a mi disposición.

Todos emitieron una risa burlona, incluyendo a Hela, pero ésta recuperó la compostura rápidamente.

— ¿Estás consciente que una vez hecho el pacto, no podrás retroceder. O tan siquiera pensarlo?— pregunta con seguridad, Hela.

— Estoy consciente de las consecuencias de mis actos. Sé lo que voy a perder. Pero también sé lo que voy a ganar— contesta firmemente el humano.

— Creo que deberías presentarte, si tan seguro estás de lo que harás— dice con sorna Eris.

— Tiene razón, madame. Mi nombre es Maximus Regalus— dice con seguridad y autoridad— Ahora es su turno de presentarse.

Cada Dios se posiciona al lado del otro, y con un paso hacia delante inician con su respectiva presentación.

— Yo soy Eris, gobernante del Tártaro; Diosa del Caos y la Discordia; hija del Caos y hermana de la Oscuridad, exiliada por el mismo Zeus en persona; amante del señor del Inframundo, Hades; dueña y señora de la cizaña que hay en el mundo mortal, manipuladora de miles de criaturas, que solo has podido ver en tus peores pesadillas— dice con soberbia y prepotencia.

— A mí me conocen como Marte, señor del Caos, la Sangre y la Guerra; amante de las diosas más hermosas de la antigua Roma; causante de todas las guerras en todos los tiempos— se presenta con una reverencia.

— Yo soy Anubis, protector de los muertos del antiguo Egipto; cuidador de los secretos del mundo de los muertos; hijo de Seth, Dios del Caos. Por mis manos pasa todo aquel que haya vivido en cualquier momento de la historia— expresa con un tono lúgubre.

— Por mi parte, yo soy Hela, Diosa de la Muerte; regente de Helheim, lugar a dónde van todas las almas pérdidas; poseedora de múltiples dones; al igual que Anubis, por mis manos pasan las almas de todo ser vivo que merezca ir al infierno— finaliza con voz macabra.

— Para iniciar con el pacto— interviene Eris— Deberás realizar un corte en tu palma izquierda y darnos de beber voluntariamente tu sangre.

— Por nuestra parte, cada uno de nosotros haremos lo mismo, y tú beberás de nuestra sangre para así sellar el pacto— finaliza Anubis.

Maximus acepta y manda a buscar unos recipientes y un cuchillo. Cuando por fin llegan, hace lo que los Dioses le ordenaron, cada uno bebé de la copa de cristal. Al llegar el momento de cortarse su palma, Maximus le entrega el cuchillo a Eris para que inicie.

Ella lanza una carcajada infernal, y con su uña, larga y afilada, procede a hacer un corte y de allí brotó sangre en el cuenco que apareció mágicamente en sus manos. Por su parte, Anubis, con una de sus garras, la enterró en su piel dejando escapar sangre tan oscura como la noche. También la depositó en el cuenco de oro. Marte, sacó de su vestimenta una daga de plata con diamantes incrustados, y sin esperar dejo que el filo se deslizara por su piel bañando su mano y parte del suelo, de su sangre, color escarlata. Mientras tanto, Hela, con sus dientes, mordió tan fuerte su mano que sangre tan espesa y oscura como una noche sin estrellas, se deslizó por su boca hasta el cuenco. Con uno de sus dedos revolvió los cuatro tipos de sangre, creando un líquido espeso de color negro. Hela, empezó a decir unas plegarias a sus muertos; al igual que los demás Dioses.

El cuenco con la sangre empezó burbujear y calentar a tal punto que un humano no podría sostenerla sin ayuda. Al cabo de unos segundos, la sangre se volvió de un color normal, y de una temperatura soportable.

— Ahora te toca a ti, debes beber hasta la última gota para que así se pueda hacer efectivo el hechizo— informa Anubis.

— Gracias a éste conjuro, tu alma nos pertenecerá. Pero nosotros también te perteneceremos. Sí algo te llega a pasar, a nosotros igual— informa de muy mala gana, Marte, sin embargo, ocultaba información a conveniencia de los dioses.

— Por ello, te mantendremos a salvo y con muy buena salud— dice Eris, con algo de burla, pues sabía la mentira en las palabras de su compañero.

— Tómalo o déjalo— le ofrece Hela a Maximus.

Él agarra el cuenco y lo sostiene por un par de minutos. Por fin, todo lo que quería estaba a punto de suceder. Más poder del que pudiera imaginar, con tan sólo probar ese líquido. Después de pensar lo suficiente, se tomó todo el contenido, sin pensar en lo oculto de las palabras mencionadas, sin pensar en las consecuencias. Los cuatro dioses, ansiaban que se consumiera hasta la última gota, pues así, el trato estaba sellado y nada podría romperlo.

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