Parte Única
—¿Puedo besarte? —la voz de Yuto rompió con el silencio de la habitación.
Normalmente, eso diría en el momento en el que se hubiera declarado a Yuya (porque no podría amar a nadie más)y este le hubiera correspondido. Le diría en los segundos siguientes a los que se quedarán en silencio y sin hablar. Le haría esa simple pregunta, solo para romper el ambiente y casi se abalanzaría sobre los labios del otro. La abrazaría y le tocaría suavemente para sentirse más a gusto. Podía imaginar a las manos de Yuya aferrándose a su cuerpo, buscando fuerzas. Se besarían más de una vez y no haría falta preguntar más de una sola vez.
Pero en esta ocasión, ni siquiera estaba seguro que Yuya lo estaba mirando, o siquiera era el que amaba.
—¿Besarme? —dijo en un tono bajo. Tenía la cabeza girada hacia Yuto, los ojos no le eran visibles. No sabía si lo veía a él o a otra persona. O algo más allá de él.
—No —suspira suavemente, se levantó de su sitio aún mirándolo. Sería una buena idea cuando supiera que y porque estaban pasando esas cosas—. Ahora no es un buen momento. ¿Quieres agua? Voy a la cocina—anunció apenas y se puso a caminar hacia allí. O al menos dio el primera paso porque lo agarraron de la manga haciendo que se detuviera.
—¿Cómo besarme? —le pregunto. Había alzado un poco el rostro y le apretaba fuertemente la ropa. Se iba a arrugar.
—Yo... no, olvídalo —suspiró—. Ahora no es un buen momento. De hecho, deberías descansar un poco más. No estoy seguro de que estes aún bien.
—Sí me besaras, ¿sería como mama? —preguntó. Yuto trató no mostrarse sorprendido. Ya era una de las múltiples veces que le hacía una pregunta así. Sabía que eran de sus lagunas mentales, que Yuya estaba algo aturdido por lo ocurrido y que simplemente estaba atontado. Se suponía que eran efectos por el trauma, que preguntar por su madre, aún si está había muerto hace varios años, era un acto que hacía para protegerse y recordar bonitos tiempos.
—No, no —dijo. Era extraño que se comportara así. Incluso después de todo lo que ha ocurrido. Parecía muy perdido, muy pensativo. Demasiado alejado de todo. Casi hasta parecía no pertenecer allí—. No sería como te lo daría Yoko —se agachó a su estatura—. Yuya, desde hace mucho yo... he querido preguntarte —se aclaró un poco la garganta—. Tú, tú me recuerdas, ¿no? Todo lo que hemos vivido.
—Claro, ¿como no lo recordaría?—dijo algo extrañado. Yuto lo abrazó fuertemente. Realmente fue más por impulso que cualquier otra cosa. Hacía ya casi 2 semanas que no lo abrazaba. Desde que se había despertado de ese extraño incidente. Había desaparecido por largos 3 meses. Y cuando por fin apareció, cuando por fin pudo volver a sentir el lazo de su alma gemela cerca y bien, noto que era distinto. Muy distinto.
Todos los médicos le dijeron que él había sido atacado por saqueadores, le había borrado sus marcas y le habían hecho daño a nivel cerebral. Ahora el chico estaba casi irreconocible para Yuto, pero sabía que era la misma alma, y que realmente el chico estaba en proceso de recuperación. Esas cosas terribles sólo le habían ocurrido una vez en la vida a Yuya y por ello, el que ocurrirá otra vez, al de ojos grises le hacía sentir que él debería tomar ese lugar. Sufrir tanto dos veces así no era agradable para él, no lo debería ser para nadie. Pero al menos esta vez tendría a alguien más aparte de su padre para apoyarle.
Sintió que otras manos trataron de abrazarlo torpemente. No podía culpar a la confusión más. No después de esto. Era un abrazo demasiado torpe. De alguien que no sabía cómo abrazar en lo absoluto. Yuya no era así. Sabía que el chico era especialmente cariñoso con los más allegado a él, y que antes que apretón de manos prefería un abrazo. No podía aceptar que estuviera así, que no supiera ni cómo abrazar. ¿Que tanto tendrían que haberle hecho a s pareja como para hacerle olvidar? ¿Cómo para que no pueda abrazar correctamente? Apretó un poco más a su novio y casi esposo.
—Te pediré una semana más —le dijo separándose. Yuya asintió—. No estás bien del todo, no te preocupes, puedo intentar encubrirte. Hacer alguna de tus labores —le sonrío—. Hablaré con Yusho, estoy segura de que él... podría ayudarme.
—Yusho... padre —murmuró tenuemente. Ido.
—¿Quieres agua? —preguntó de nuevo—Ya casi es hora de Roa pastillas.
—Sí —sonrió el otro. Mirándole a los ojos del otro. Yuto se acercó a besarle la mejilla. Se resistió de tocar con sus labios los ajenos. No quería asustarlo. Por alguna razón sentía que podía hacerlo si se apresuraba demasiado. Su conexión con el otro se lo decía.
—Amor —le murmuró suave—. ¿Te parece bien si te reemplazo en el trabajo? —le tomó de las manos y las apretó suavemente. Quería sentir al menos un poco los sentimientos de Yuya. Sentir un poco su culpa por dejarlo así, de simplemente hacer algo como eso. O quizá sentir su ligera duda al pensar que quizá así conseguiría algún puesto en la famosa empresa de su familia. Pero no había nada. Solo el eterno amor que siempre sentía de una forma diferente.
—Está bien, Yuto —le dijo casi en un murmuro. El de ojos grises lo observó un poco más antes de levantarse por el dichoso vaso de agua. Traería dos igualmente, siempre iba a hacerlo. Por él, por su pareja. Siempre iban a ser uno ellos dos. Siempre iba a estar juntos ambos. Independientemente de lo que ocurriera. Después de todo lo que les había costado estarlo. Tantos enredos, tantos años pensando que estaba en un error y que Yuya solo era su amigo. Tantos años convenciéndose de no amarlo. Lo único que podía hacer por el destino en esos días era agradecerle por darle a alguien tan paciente y compresivo como su pareja. Él no podía ser menos.
Cuando volvió, le importaron poco sus pensamientos, y lo beso en los labios. No deberían importarle los ojos sin iris que tenía en frente, porque nadie más lo veía así. No deberían importarle tampoco el que quizá sea asustara, era Yuya. Era su pareja, llevaban conociéndose desde sus 15 años y llevaban al menos 1 año como novios oficialmente. Solo toco sus labios. Como solía tocarle, suavemente, con delicadeza y casi temeroso a partirlo en dos. Después se encargaría de marcarlo nuevamente, de decirle que lo amaba más que nada. Estaba dispuesto a esperar, a ser paciente. Porque era Yuya y si algo había aprendido durante tanto tiempo, era que por él valía la pena esperar.
—Yuto —lo llamó. No aparecían las Iris rojas del chico aún, pero al menos los labios del otro seguían estando allí. Para él, o eso pensaba—, ¿desde cuando te han crecido cuernos? —el de ojos grises arrugó el rostro de inmediato—¿Por qué son tan parecidos a los míos, Yuto? ¿Acaso te han olvidado como a mi, Yuto?
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