Capítulo 6🦋: Pastel de disculpas.
La alarma de mi celular resonó molestamente al lado de mi oído.
Por suerte, la noche anterior había logrado llegar a la tienda unos minutos antes que el jefe, por lo que aún no había descubierto mis infracciones.
Aún atolondrada y con los ojos medio cerrados estiré mi brazo derecho buscando el móvil sobre la mesita.
— ¡Clack!— Cayó al suelo.
— ¡Genial!— Exclamé tan molesta que terminé incorporándome en la cama de un tirón.
Tras recogerlo y terminar con el molesto sonido, me dirigí al baño para ducharme y lavar mi cabello, cuando de repente escuché algo impactar en mi habitación.
Atemorizada corrí hasta la cama, y tal fue mi sorpresa que un cuervo tenía el cuello atascado entre las tablillas de la ventana.
Sus horribles graznidos inundaban la habitación, mientras algunas plumas caían al suelo.
— ¡Largo! ¡Chu!— Grité lanzándole tan fuerte la almohada, que terminé desatascándolo.
Fue entonces en ese momento que recordé la conversación con el Sr Brown: "Cuidado con los cuervos, a veces se cuelan por las ventanas".
¿Cuervos? El Sr Brown lo había mencionado... Es increíble, primero criaturas peludas y asquerosas merodeando por la pocilga, y ahora un ser plumífero y graznante atorado en mi ventana.
De cierta forma las cosas iban bien, tenía un apartamento, era un pocilga, pero estaba a punto de ser renovado. Me encontraba yendo a la Universidad, tenía amigos...
Pero aún así no estaba feliz, no bastaba eso.
Leonel me hacía feliz.
Sin comprender bien todo el torbellino de emociones que yacía en mi interior, me dirigí al baño para tomar la dichosa ducha.
No tenía ánimos para arreglarme, así que solo me puse unos jeans y un suéter negro, acompañado por unos converse. No toqué mi cabello, ni tampoco me importó el maquillaje.
Luego de prepararme un desayuno sin ganas agarré la mochila y abandoné el apartamento.
Tras mirar hacia el balcón noté que la anciana Petunia se encontraba allí de pie.
— Hola... ¿Cómo se encuentra?— Le saludé cordialmente.
— ¿Qué tal niña? Todo bien... Necesitaba aire fresco, allí encerrada solo me arrugo más y más.— Respondió acomodándose los lentes.
— Tenga cuidado eh...— Le advertí.
— Me recordaste a Alfred... Mi fallecido esposo. Él solía decirme esa frase cada vez que planeaba algo. Decía que estaba demasiado loca como para pertenecer a este universo. En mi juventud monté paracaídas, practiqué alpinismo, participé en carreras de motocicletas, me lancé de cuánto abismo encontré hacia el mar... Pero a pesar de que Alfred se quejaba de mi locura, siempre estaba a mi lado y cometía cada locura junto a mí.
— Es una linda historia... Me hubiera gustado conocerlo señora Petunia.— Dije mientras acomodaba la mochila en mi hombro derecho.
— Recuerdo que una vez discutimos tan fuerte que se fue de casa...
— ¿Y cómo se reconciliaron?
— Le preparé un pastel, Alfred amaba los pasteles. Aunque creo que puedes hacer las paces con cualquier hombre si le llevas un pastel, preparado por ti claramente.
— ¿Usted cree?— Pregunté mientras una idea se formulaba en mi mente.
— Por supuesto, inténtalo y verás.
— Muchas gracias señora... Nos veremos luego.— Me despedí de Petunia y bajé rápidamente las escaleras.
Mientras caminaba hacia la Universidad pensé en mi conversación con Petunia.
Quizás un pastel sea la solución... Aunque es él quien debería hornearme uno como disculpa. ¿Por qué sigues preocupándote por ese idiota?
Estuve todo el día debatiéndome entre dos ideas: Hornear el pastel o no .
Una parte de mí pensaba: No deberías, es él quien debe disculparse.
Mientras que la otra le contradecía: En realidad sí deberías. ¿Cómo volverás a acercarte a él para poder ayudarlo? Es solo una persona rota que necesita paciencia y ayuda.
Horario de almuerzo.
— ¿Qué pasa contigo Megan? Justo hoy que debes mostrarle a Sophie de qué estás hecha.— Cuestionó Hans dándome un ligero golpe en el hombro.
— No lo sé.— Respondí indiferente mientras pasaba la cuchara de plástico sobre la comida sin ganas.
— Podría jurar que conozco esa mirada... Es un chico, definitivamente es un chico.— Aseguró Diana prácticamente acostándose en la silla con los brazos cruzados.
— Ohhhh... Megan está enamorada.— Gimió Simon con voz infantilona.
— No, no lo estoy.— Aclaré seria, aún sin apartar la mirada de mi mosqueado almuerzo.
— Quizás no aún chica, pero de que esa persona te gusta, te gusta.— Cuestionó Diana.
— ¿Qué sucede con él?— Preguntó Arlen acomodándose los anteojos.
— Es solo que... Necesita ayuda. Es de esas personas que en cuanto cruzas palabras con ellas te percatas de que sufren traumas, de que los persiguen fantasmas del pasado y cargan grilletes invisibles. De esas personas que vagan por la vida rotas. Entonces, quiero ayudarlo, me gustaría que entendiera que no está mal recibir ayuda. Pero es una persona un tanto... Diferente. No está dispuesto a recibir ayuda de nadie, no confía en nadie, y solo me rechaza. Justo ayer terminé molesta porque me rechazó frente a un montón de personas. Dijo algo como: "No me sigas a todas partes, nadie te lo ha pedido".— Les expliqué con el ceño fruncido.— ¡¿Y por qué está tan salada la pasta?!— Me quejé tras finalmente probar el alimento.
— Está salada porque Simon dejó caer el frasco de sal. Observa.—Respondió Arlen señalando el frasco al costado de la bandeja.
Fulminé a Simon con la mirada.
— Lo siento.— Se disculpó algo nervioso.
No tienes la personalidad típica de un capitán de rugby.
— Verás Megan, sé que ahora mismo te estás debatiendo entre si continuar insistiendo para ayudarlo, o si abandonar esas ideas luego de que te avergonzara así.— Agregó Hans.
— En mi caso le ayudaría, el haberte rechazado es parte de su problema... Y hasta que no encuentre una persona que insista una y otra vez, nadie podrá entrar en su vida.— Opinó Arlen.
— Comparto el punto de vista de Arlen.— Añadió Simon.
— La verdad es que yo no, pienso que deberías alejarte y dejarlo en paz. ¿No quiere tu ayuda? Pues ese es su problema. Intentaste todo para ayudarlo y aún así te rechazó, es muy malagradecido. — Comentó Hans de brazos cruzados.
La pasta salada yacía aún sobre la bandeja plástica sobre la mesa.
— Pienso que no deberías ni alejarte por completo, ni tampoco acercarte.— Añadió Diana con el ceño fruncido.
— ¿A qué te refieres?— Preguntó Simon desconcertado.
— Deberías ser tajante con él, para que así él acuda a ti por si mismo.— Se explicó con una pícara sonrisa.
Me quedé pensativa unos minutos mientras ellos continuaban con su debate, tenía tres opciones:
1- Seguir insistiendo hasta que al fin note que me necesita.
2- Alejarme y dejarle tranquilo por haber mostrado su ingratitud.
3- Comportarme fríamente con él para que luego acuda a mí.
La primera opción me parecía sin amor propio alguno, la segunda la consideraba inhumana y la tercera muy orgullosa, no compaginaba con mi personalidad.
¿Por qué siempre eres así?
— Megan...— Me pareció que vagamente alguien menciono mi nombre.— Megan.
El pastel es la solución, eso debes hacer, dale la última oportunidad, si acepta el pastel entonces será el momento perfecto para que se vuelvan cercanos. Por el contrario, si lo rechaza te alejarás de su vida para siempre.
— ¡Megan!— Gritó Simon en mi oído.
— ¿Qué? ¿Cómo?— Pregunté desconcertada luego de reaccionar.
— ¿Estabas pensando en qué deberías hacer verdad?— Cuestionó Hans.
— Cada uno de nosotros tiene una opinión diferente... ¿Por qué mejor no haces lo que tu corazón y tu mente te están pidiendo que hagas?— Opinó Simon.
— Tienes razón Simon, ya sé lo que debo hacer.— Afirmé segura.
En la tarde.
Me encontraba en la cancha con Simon, Sophie estaba buscando un uniforme de animadora para mí y unos pompones.
— Harás alguna coreografía que recuerdes, no debe ser completa, con un minuto me basta. Elegirás tu canción y me demostrarás finalmente tu forma de moverte. ¿Te parece bien?— Explicó Sophie.
— Me parece una fantástica idea, dame unos segundos.
Me dirigí al baño de la escuela para vestirme con el traje de porrista mientras intentaba recordar alguna de las coreografías, hasta que decidí que la de secundaria del tercer año sería la más adecuada.
Al regresar a la cancha habilité la bocina con la canción elegida: I wanna be your slave, de Måneskin.
— Estoy lista.— Dije a Sophie preparada.
Simon me observaba sonriente realizar esas acrobacias y volteretas en el aire, la verdad nunca fui presumida o algo por el estilo, pero era capaz de reconocer que tenía talento nato como porrista.
— ¡Me parece genial! Tus movimientos están perfectamente coordinados con la música. No son para nada sosos, te lo tomas enserio y le pones pasión. Definitivamente eres la persona que necesitamos, formarás parte a partir de este instante del equipo de animadoras.— Expresó Sophie luego de un entusiasmado aplauso.
— ¡Me parece genial!— Exclamé emocionada dando un salto.
— Espero apoyes a nuestro equipo con estos ánimos...— Dijo Simon entre risas.
Luego de formalizar mi lugar en el equipo, Sophie y Simon me presentaron a las demás chicas, algunas me parecieron buena onda, otras algo orgullosas y algunas amargadas, pero aprendería a lidiar con ellas sí o sí.
Tras abandonar la Universidad aún con el uniforme, me llegué a una panadería súper chula de la cual mis amigos me habían comentado, llevé algunos panes dulces y salados, y también unos cupcakes.
Luego de llegar al apartamento lo primero que hice fue ponerme de pie frente al refrigerador.
¿Preparo el pastel?
Tras cuestionarme por unos minutos decidí finalmente tomar los ingredientes necesarios y colocarlos sobre la meseta para hornear la tarta.
Harina, polvo para hornear, mantequilla, esencia de vainilla, leche y huevos.
Tras tener lista la masa y colocarla en un molde dentro del horno, comencé preparar el relleno del pastel con cacao en polvo y mantequilla, y luego el merengue de la cubierta con huevos y cacao.
Un tiempo después el pastel yacía listo sobre la mesa, mientras yo me encontraba sentada en una silla mirándolo.
¿Cómo vas a cuestionarte justo ahora que está recién horneado?
Luego de sobreprensar nuevamente el asunto, finalmente me puse mis guantes de cocina de unicornios y bajé al séptimo piso con la bandeja y la tarta.
Ya que mis manos se encontraban ocupadas, no me quedó otro remedio que llamarle por la ventana, la cual se encontraba abierta.
— ¡Ey! ¡Equis! ¡Hola!— Exclamé asomando mi rostro por la ventanilla.
No debí haber venido. ¿Qué rayos estoy haciendo aquí con un pastel de disculpas si él no debe perdonarme absolutamente nada? En todo caso sería al revés... No, no, estás siendo orgullosa, nunca has pensando de esa manera. Aunque no es orgullo, es amor propio, lo más probable es que te tire la tarta al suelo y cierre la puerta de un portazo, todo eso en silencio con su fría mirada sobre tu cuerpo. Será mejor que te vayas o serás nuevamente humillada.
Tras voltearme y comenzar a alejarme del apartamento de Equis para regresar al octavo piso, su voz me sorprendió.
— Megan... Espera...
Me detuve en corto. ¿Qué estaban escuchado mis oídos?
— Hola...— Susurré girándome hacia él, sin poder mirarlo a los ojos.
— ¿Qué es eso? ¿Y por qué el traje de porrista? ¿Estás en preparatoria?— Preguntó con el ceño fruncido, su rostro mostraba una expresión de confusión.
Idiota... ¿Acaso nunca habías visto un pastel?
—Estoy en la Universidad... Y esto es... Bueno... Un pastel.
— Sé que es un pastel. No soy idiota.
Sí, si lo eres.
Un silencio incómodo nos abrazó, mientras la brisa colaba hojas secas de los árboles a todo el séptimo piso.
— Lo he horneado para ti.— Rompí finalmente el hielo.— Toma.— Le extendí la bandeja aún sin mirarlo a los ojos.
Sin decir una palabra intentó agarrar la bandeja.
— ¡No! ¡Espera! ¡Está caliente!— Exclamé colocándola en el suelo.— Ponte estos.— Me saqué los guantes y se los entregué.
— ¿Guantes de unicornio?— Preguntó con una mueca de asco y una ceja arqueada.
— Solo póntelos o de lo contrario tira el pastel a la basura.— Respondí con indiferencia.
— ¿Por qué hablas de esa manera? Estás siendo seria y fría, no sueles ser así.
— ¿Crees que eres el único que puede comportarse de esa manera?
— Hasta siendo indiferente logras sacarme de las casillas.— Respondió arrebatándome los guantes de las manos.
Luego de ponérselos tomó la bandeja del suelo y se adentró en su apartamento.
— Puedes entrar.
¿Cómo? ¿Puedo entrar? ¿Puedo entrar en casa de Equis?
Mientras él se encontraba en la parte trasera del apartamento me adentré de a poco en el lugar.
Había sido remodelado, completamente diferente a lo que yo tenía planeado.
Solo había tapizado las paredes y reparado los muebles y demás, pero no habían detalles hogareños y adornos algunos. Sin embargo, encima de una pequeña mesita que se encontraba en frente del sofá, había una pequeña pecera de cristal redonda, la cual tenía un poco de agua, algunas piedras y plantas pequeñas. Además, una pequeña tortuga se encontraba encima de una de las piedritas.
— Oh...— Gemí de ternura.— Es hermosa...
— Hermoso, su nombre es Tedd.— Respondió Equis regresando a la sala.
— Es extraño, le pones Tedd a tu tortuga. ¿Por qué todas las tortugas se llaman Tedd? Es muy cliché, y me resulta extraño que hayas seguido esa tradición. Es como llamarle Teddy a un oso de peluche o Stuart a un ratón. — Me expliqué.
— ¿Eso importa? La verdad no tenía tiempo ni ganas de buscarle un nombre, solo Tedd y ya está.— Dijo con indiferencia mientras se sentaba en el sofá para lanzarle unos trozos de pan.
— Es curioso... Les dijiste a los chicos que cuando cayera en depresión tendría una tortuga, pero eres tú quien la tiene... Qué ironía. ¿No?
— Prefiero a la Megan chillona, parlanchina y tonta. La que me preparó el pastel... Por cierto... No suelo hacer esto, pero supongo que debo hacerlo... Gracias por ello.— Me agradeció sin mirarme a los ojos, mientras alimentaba a la tortuga.
— ¿Me estás agradeciendo?— Pregunté abriendo los ojos como platos.
— No se te ocurra hacer un escándalo por eso... O te expulso de aquí.
Las cosas estaban comenzando a cambiar... ¿Quién sabe por qué? ¿Quién sabe por qué me invitó a pasar? ¿Quién sabe por qué decidió entablar una conversación conmigo? Pero estaba ocurriendo.
Me senté a su lado callada, pensando en cómo introducir el tema de ayer.
— ¿Sabes? No fue mi intención incomodarte. — Dije presionando los labios.
— Yo... No debí haber dicho eso anoche. Verás Megan, soy raro y lo sabes. Soy apático, desagradable e indigno de empatía. La vida me volvió así, y a veces me comporto de maneras equivocadas... Pero hay algo que me gustaría explicarte.
Me encontraba en silencio, lista para escuchar cualquier cosa que fuera a decirme.
— Me sentí mal cuando noté que mi comentario te transformó por completo. No suele preocuparme nada, sin embargo eso... Bueno... Olvídalo.— Hizo una pausa.— Pero aún así lo mejor será que continúes con tu vida y te alejes. Suelo tratar mal a las personas para que huyan y me dejen en paz, pero por más que fui desagradable contigo no te alejaste... Y eso me pareció... Ni siquiera sé explicarlo. Te pido que te alejes porque será lo más sano para ti. Sé que solo intentas ayudarme, pero créeme, ahora mismo deberías salir corriendo y jamás volver a hablarme.
—No.— Rotundamente me negué.
— ¿Acaso debo seguir tratándote mal para que lo entiendas?
— Quien no entiende eres tú, no voy a irme. Dime... ¿Quién se ha quedado cerca de ti?
Equis permaneció en silencio.
— Entonces lo haré. No importa lo que me digas ni todas las humillaciones que reciba de tu parte... Ahora más que nunca estoy segura de que no puedo dejarte solo.
— ¿Por qué te importa? ¿Por qué te importa mi vida?
— "Los humanos son seres despreciables" "Incluso yo, que mato moscas por azar". Eso fue lo que dijiste anoche. ¿No es así? Pues a partir de hoy, Megan Sanders te demostrará que no todos los humanos son esos monstruos que piensas.— Aseguré mirándole a los ojos.
— Si un día lo necesitas, me aplastarás al igual que...— Se detuvo y miró hacia abajo.
— ¿Igual que quién? ¿Quién te hizo tanto daño para que te convirtieras en esto?
— Eso no importa. Sucedió hace mucho... Supongo que no podré evitar que me sigas persiguiendo. ¿Verdad?— Al parecer había asumido mi decisión.
— Has entendido a la perfección.
— Me da igual mariposa insoportable, dentro de poco te darás cuenta que soy un mamarracho inigualable y me dejarás en paz.
— Como sea.— Respondí con indiferencia.— Ahora debo irme, iré con Stefany a shopinngs para comprar tapices y objetos para remodelar el apartamento.
— No me interesa.— Contestó lanzándole el último trozo de pan a Tedd.
Sin otra palabra que decir me dirigí hacia la puerta.
— ¿No te vas a despedi...?
— ¡Bam!— Cerró la puerta dejándome fuera.
Algunas cosas nunca cambiarán. Pero todo mejorará... De hecho, ya está mejorando, empiezo a sentirme mejor.
Con una sonrisa en los labios me dirigí al apartamento de Stefany, su madre estaba allí, por lo que se encargó de Lucas y ambas pudimos finalmente ir de shopping.
La primera tienda que visitamos era de productos para las paredes.
— ¿Prefieres los tapices o la pintura?— Preguntó ella apuntando hacia dos estantes distintos.
— Definitivamente los empapelados.— Respondí tras notar todos los diseños hermosos que yacían en los tapices.
— Pues... Manos a la obra.
Aquel rato fue como ese momento de la película donde dos amigas van de market para desestresarse y una canción de Taylor Swift se escucha de fondo.
Tras comprar todo un rollo de empapelado rosa con pequeños caracoles plateados de diseño, nos dirigimos a otra shopping que quedaba bastante cerca, en la cual vendían adornos.
Terminé llevándome un reloj despertador súper tierno de Patricio Estrella, ya que el de Piglet se había descompuesto y estaba utilizando el celular. También un pequeño florero morado, una lámpara de noche y unas pinturas abstractas.
Siempre he amado estas pinturas que no se entiende un pepino lo que expresan.
Stefany eligió también unos adornos que le parecieron hogareños, como alfombras, cubrecamas, etc.
Luego visitamos una tienda de utensilios de cocina y compramos una sartén, un juego de copas y vasos, algunas cucharas, cuchillos, tenedores, entre otras.
En el apartamento habían algunos utensilios, pero la verdad es que me moría por desecharlos y comenzar a utilizar unos propios.
Caminamos un poco más hacia un centro de limpieza y llevamos algunos productos, finalmente Stefany llamó a Gabe, Roland, y otros hombres del edificio para ayudarnos con los muebles recién comprados.
Un sofá acompañado por dos sillones, todo de color rojo. Además de una mesa de centro pequeña y un gavetero.
Tras tener todo en casa Stefany me ayudó a cubrir las desteñidas paredes con los tapices. Los hombres acomodaron los muebles, y cuando me quedé sola en casa comencé a colocar los adornos a mi gusto.
No había mirado el reloj ni por un segundo, eran prácticamente las 8:00 de la noche.
Inmediatamente freí unos trozos de pescado y los comí con algo de lechuga, bebí un vaso de leche y me duché tan rápido que mi cuerpo no adquirió la fragancia del jabón.
Me vestí con el uniforme de trabajo y corrí lo más rápido que pude por las escaleras, sin siquiera observar si Equis estaba allí.
Debo llegar a tiempo, o de lo contrario estaré en serios problemas...
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