Capítulo 4🦋: El secreto de Equis. (PARTE 1)

— ¿¡Están listos para rock and rollear!? — Gritó un chico desde la pequeña tarima, el cual se encontraba sentado detrás de una batería.

La multitud de personas gritó entusiasmada. Me encontraba, al parecer, en un centro de rock clandestino.

Mientras observaba a los chicos de la banda boquiabierta, Equis subió a la tarima y tomó una guitarra eléctrica.

— ¿¡Equis!?— Exclamé asombrada dando un paso atrás.

— ¡¿Qué tal si comenzamos a rockear?!— Preguntó nuevamente el chico de la batería.

La multitud reiteró sus gritos.

Unos segundos después la banda comenzó a tocar estrepitosamente. El ruido era tan molesto y fuerte que sentí el apocalipsis en mis oídos.

El público saltaba y agitaba la cabeza locamente, parecía una total masa de drogadictos esquizofrénicos.

Las trenzas rastas y las argollas por doquier le daban un toque vagabundezco a la multitud.

¿Existe la palabra: "vagabundezco"?

De a poco fui colándome entre las personas, todas tatuadas y sudorosas. Sus brillantes y mojadas pieles rozaban la mía, lo que me provocaba nauseas. Lastimosamente una axila peluda y apestosa impactó contra mi rostro, creí que ese sería mi fin.

— ¡Oh Dios! — Grité asqueada.

Inmediatamente Equis dejó de tocar y comenzó a deslizar su mirada por el público, y cuando finalmente me encontró se bajó de la pequeña tarima.

De a poco se coló entre las personas que gritaban en sus oídos y le detenían el paso agarrando su camiseta negra.

— ¿¡Qué haces aquí!?— Exclamó agarrando mi brazo con el ceño fruncido.

— ¡Sabía que no eras un traficante de órganos, ni tenías un bar de streaptease!— Respondí emocionada al ver que había notado mi presencia.

— ¿¡Por qué estás aquí!?— El tono de su voz era fuerte y molesto, pero a la vez preocupado. Las luces de colores me iluminaron el rostro unos segundos.

— ¿Cómo supiste que estaba entre el público?— Pregunté extrañada.

— ¡Conocería tu voz chillona y molesta a kilómetros! — Noté que cada segundo que pasaba se molestaba más y más.

— ¿Sabes? Vine a hacerte una pregunta. ¿Por qué llamaste a mi puerta en la madrugada?

— ¡Te tienes que ir!— Respondió agitadamente jalándome del brazo.

— ¿Por qué?

— ¡No puedes estar aquí!

— ¿Por qué?

— ¡Porque no tienes la autorización!

— ¿Por qué?

— ¡Porque la banda no te la ha otorgado!

— ¿Por qué?

— ¡Porque no te conocemos!

— ¿Por qué?

— ¡Basta!— Gritó agarrando mis hombros.— ¡No vuelvas a decir por qué en lo que te queda de vida!

— ¿Por qué?

Equis me lanzó una mirada acribillante y amenazadora, por lo que rápidamente miré hacia el suelo y bajé la guardia, luego me miró decepcionado, suspiró y tomó mi mano, finalmente nos alejamos de la multitud.

— Listo, estás fuera de esa aglomeración, ahora puedes marcharte.— Agregó, soltándome con el ceño fruncido.

— No quiero.— Respondí agarrando su mano nuevamente.

— ¡Eres...!— Exclamó intentando insultarme, pero se quedó unos segundos en silencio mirándome a los ojos.— ¿Cómo te atreves a venir a este sitio? ¡No ves que es clandestino!— Se enojó y soltó mi mano otra vez.

— ¡Solo quería saber porqué desaparecías por la noches! Intenté hablar contigo pero solo me ignoras, también quería saber porqué llamaste a mi puerta.— Expliqué.

— Llamé porque... Porque me quedé pensando en... — Guardó silencio unos segundos.— ¡Solo lárgate!— Exclamó dándome un ligero empujón.

— ¿Por qué me odias tanto?

— Porque...— Sus ojos se cruzaron nuevamente con los míos.— Ahh.— Suspiró.— No te odio.

En ese momento fue como si hubiese florecido una flor, fue la primera vez que escuché decir algo agradable de los labios de Equis. Una tierna sonrisa se formó en mi rostro, y mis ojos, brillosos y asombrados se quedaron admirándolo.

Me resultaba imposible ocultar la atracción que sentía hacia él, era algo que me había quedado claro desde el momento en que el Sr Brown me contó sobre él. El chico representaba un enigmático misterio, el cual estaba dispuesta a explorar.

— ¡No me mires así! ¡Pequeña insoportable!— Gritó cargándome entre sus brazos, me llevaba como príncipe a su princesa.

— ¿Por qué la banda es clandestina?— Pregunté curiosa.

— Porque venimos del futuro.— Respondió con indiferencia mientras caminaba hacia algún lugar.

— ¿A dónde me llevas? ¿Y porqué mejor no me cambias ese apodo? No me agrada mucho "pequeña insoportable". ¿Por qué no me llamas mejor "mariposa"? Es el apodo con el que me conocen en mi ciudad natal.

— Definitivamente sí, sí te odio. Mariposa insoportable...— Respondió dejándome en el suelo.

En cuanto mis ojos observaron el entorno, noté que me encontraba en la entrada.

— ¿Cómo te atreves a sacarme de...?

— ¡Bam!— Terminó cerrando la puerta en mi rostro.

— ¡Siempre hace lo mismo! ¡Debería saber que es un acto muy desagradable! ¡Es una terrible maña!— Sin darme cuenta me encontraba refunfuñando en medio del callejón.

Indignada y sin alguna otra cosa que hacer regresé a la tienda, y al llegar me encontré con la imagen del chico dormido en el mostrador.

— ¡Ey! ¡Hola! ¡Puedes marcharte!— Le desperté agitando su hombro.

—Eh... ¡Sí! ¡Me iré!— Se marchó el chico atolondrado.

El resto de la noche fue demasiado aburrida como para describirla, solo un par de clientes visitaron el lugar.

Cuando mi jefe visitó la tienda para cerrarla unas horas después, inmediatamente tomé la iniciativa de hablarle sobre la cámara de seguridad.

— Jefe... ¿Sabe que noté algo extraño con la cámara de seguridad?

— ¿Sí? ¿Qué sucedió?— Preguntó apoyando su codo en el mostrador con el ceño fruncido.

— Verá, me encontraba laborando como de costumbre y de repente cuando la observé, se encontraba con la cabeza baja. Como si se hubiese inhabilitado.— Expliqué descaradamente con las manos en los bolsillos del azul delantal.

— Qué extraño, nunca antes había sucedido algo así, la revisaré. Pero puedes irte niña, todo está bien.— Respondió amablemente mi jefe, al parecer se tragó el cuento a la perfección, o de lo contrario decidió pasarlo por alto.

Sin más tiempo que perder abandoné la tienda, sintiéndome un poco mal por la mentira que había construido.

Mientras caminaba hacia el edificio, recibí una llamada de mi madre.

— ¿Cómo estás mariposa? ¿Recibiste el dinero que tu padre y yo te enviamos?

— Hola mamá, sí, lo he recibido, pronto remodelaré el apartamento.

— No olvides enviarnos fotos cuando esté listo. ¿Está bien?

— Descuida, lo haré.

— ¿Qué tal tu primer día en la nueva Universidad? ¿Qué hay del nuevo empleo?

— Todo va de maravilla, la Universidad es genial, y me siento bastante cómoda con el empleo. De hecho, estoy regresando al apartamento, recién terminé.

— Debes estar cansada cariño... Ojalá y pudiéramos ayudarte como para que no tuvieras que trabajar en las noches... ¿Has pensando en regresar junto a nosotros?

— No te preocupes mamá, algún día debía volverme independiente. Además, no pienso regresar. Lo siento, pero es lo mejor.

— ¿No hay nada que podamos hacer para hacerte cambiar de opinión?

— La verdad no... Pero no se preocupen, todo está marchando... Bien. Debo irme, no me agrada la idea de charlar por teléfono mientras camino en la noche, podrían asaltarme.

— Tienes razón Megan. Hablaremos en otro momento, si necesitas algo no dudes en llamarnos. ¿Está bien?

— Claro mamá, adiós.

— Adiós mariposa.

Me encontraba con los párpados pesados, ansiosa por llegar lo más pronto posible y descansar, el sueño comenzó a apoderarse de mí.

Con el paso cansado y la mirada desorbitada logré regresar al edificio, y como de costumbre, al toparme con las escaleras sentí que lo mejor sería dormir en algún escalón.

Resoplando y refunfuñando terminé subiendo, cada piso vencido era un alivio y un estrés al mismo tiempo.

La noche era hermosa, soplaba una ligera brisa que me despeinaba los cabellos y hacía flotar por doquier las hojas de los árboles.

Cuando me encontraba en el tercer piso, de alguna manera aunque me encontraba en movimiento, sentí un molesto dolor en la pantorrilla: Un calambre, un insufrible y funesto calambre.

— ¡No, no, no! ¡Por dios no! ¡Ay! ¡Mamá! ¡Mamá!— Comencé a gritar sentada en uno de los escalones pateando los adoquines, el dolor era extremadamente insoportable.

Apreté una y otra vez mi pantorrilla, pero aún así el dolor permanecía.

Finalmente, tras unos minutos gritando y agonizando, suspiré de alivio tras la desaparición del calambre.

— Dios.— Suspiré abriendo surcos en mi cabello.

Mis párpados comenzaron a pesar aún más, y el ambiente comenzó a tornarse oscuro, era imposible no conciliar el sueño en ese momento.

Descansar unos minutos no me hará daño...

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