Capítulo 2🦋: Un nuevo comienzo.

Eran las tres de la tarde, y me percaté de que había pasado el resto del día en el sofá roto con mi celular.

Desgraciadamente no era de goma, era de carne y hueso y necesitaba alimentarme, así que mi estómago se tomó la libertad de rugir.

— ¿Y ahora qué?— Me pregunté internamente.

Me quedaba un poco de dinero, pero debía encontrar lo más rápido posible un empleo por turnos.

Observé mi triste billetera, y salí del apartamento en busca de algo para almorzar.

Caminé hacia el apartamento de enfrente al mío y llamé a la puerta con el puño. Mientras esperaba que alguien abriera, observé con detenimiento la fachada, la alfombra decía una frase cristiana, y en la puerta había colgado un crucifijo con Cristo en él.

Definitivamente es el hogar de un religioso.

— Buenos días jovencita... ¿Se le ofrece algo?— Me saludó cordialmente la ancianita que abrió la puerta.

— Buenos días señora. ¿Podría hacerle una pregunta?

— Por supuesto.— La señora se acomodó los lentes.

— ¿Dónde podría almorzar cerca de aquí? Recién me he mudado y no tengo idea de dónde encontraré alimento.— Le pedí ayuda.

— Me gustaría ayudarte jovencita, pero prácticamente no salgo de casa, vivo hace poco aquí y mis nietos traen todo lo que necesito... Pero si de algo te sirve, los he escuchado mencionar que justo en la esquina hay una pequeña cafetería. ¿Por qué no intentas llegarte allí?

— Muchas gracias señora, me ha sido de gran ayuda, si necesita alguna cosa no dude en llamar a mi puerta, es esta.— La señalé con el dedo.

— Gracias igualmente... ¿Cómo te llamas niña?

— Megan. ¿Y usted?

— Soy Petunia... Ve con Dios hijita.— Se despidió la anciana.

— Igualmente.

La señora cerró la puerta e inmediatamente bajé las escaleras hasta llegar a la carretera.

Mientras caminaba hacia la esquina, mis ojos exploraban los nuevos alrededores que vería cada día a partir de ese momento.

Había una pequeña arboleda frente al edificio, y al lado dos tiendas de ropa, una librería y algunas casas.

Al llegar al lugar que se me había indicado, noté rápidamente que me encontraba, en efecto, en una acogedora cafetería.

Me adentré tímidamente en ella y me senté en la mesa más cercana.

Observé la carta con detenimiento, tenían gran variedad de aperitivos.

— Buenos días. ¿En qué puedo servirle?— Se acercó un mesero.

— Una coca cola y una hamburguesa, por favor.— Ordené.

— Enseguida señorita.

El mesero se retiró y comencé a observar a través de la ventana, las personas en la ciudad eran bastante agitadas y bulliciosas.

— ¿En qué podría trabajar?— Me pregunté a mí misma.

Varias ideas aparecieron en mi cabeza en aquel entonces, pero cada que pensaba en alguna, era peor que la anterior.

¿Y qué tal si paseo mascotas? No, definitivamente no, las dejaría escapar accidentalmente. ¿Mesera o barista? No, atrasaría todo y mezclaría los pedidos. ¿Repartidora de pizzas o periódicos? No, por supuesto que no, nunca he montado una bicicleta y no sé absolutamente nada de direcciones en este lugar. ¿Florista? Me trae muy malos recuerdos...

¿Qué rayos vas a hacer Megan? Tendrás que barrer las calles de la ciudad o recoger heces de perro... O de lo contrario fingir demencia para que los demás se apiaden de ti.— Sin darme cuenta me encontraba hablando sola mientras observaba el florero de la mesa.

— Aquí tiene su pedido señorita.— Trajo el mesero mi orden.

— Muchas gracias.— Le agradecí preguntándome si me había escuchado parlotear conmigo misma.

Al mirar hacia los demás clientes, noté que en una de las mesas había un grupo de emos reunidos, todos se encontraban fumando un cigarrillo, y esto hizo surgir una gran idea en mi cabeza.

¡Puedo trabajar en una pequeña tienda de cigarrillos como en las películas!

¿Quién no conoce a la chica rubia, con gorra, delantal azul y tenis, que trabaja en una pequeña tienda de productos sencillos y básicos como salsa de tomate, aceites y por supuesto, el enorme y resaltante estante con un montón de marcas diferentes de cigarrillos?

Gracias grupo de emos, me han salvado del hambre y la miseria.

Cuando terminé mi aperitivo, llamé al mesero para pedir la cuenta y preguntarle sobre una tienda como la que surgió en mi imaginación.

Por suerte había una tienda como esa a unas manzanas, justo al lado de la estación del metro, así que abandoné la cafetería y me dirigí allí sin pensarlo dos veces.

Al llegar allí, encontré a un chico dormido en el mostrador.

— Disculpa... Hola...— Intenté despertarlo.

— ¡Oh! Disculpa... ¿Qué vas a llevar?— Se despertó asustado el chico.

— No he venido a comprar... Verás, necesito encontrar un trabajo de medio tiempo para poder sustentarme. ¿Cómo podría comunicarme con tu jefe?

— Por suerte se encuentra en el almacén en estos momentos, camina hasta el final y abre la puerta amarilla.— Me indicó.

— Gracias.— Le agradecí acomodando mi cabello detrás de mi oreja.

El techo de la tienda era blanco al igual que el suelo, los estantes eran azules y todo brillaba... Era exactamente como en una película.

— Señor... El chico del mostrador me ha dicho que lo encontraría aquí... Verá, necesito encontrar un trabajo de medio tiempo, y me preguntaba si...

— ¡Te necesito niña! Definitivamente, el chico del mostrador solo causa problemas, duerme demasiado. Pero... ¿Tienes experiencia laboral?— Me interrumpió el señor entusiasmado.

— La verdad es que no, pero prometo hacer mi mayor esfuerzo, de verdad necesito el empleo señor.— Comencé a expresarme lo más convincente posible mientras acomodaba las manos dentro de los bolsillos de mi suéter.

— Bien... Trabajarás esta noche de prueba, si los resultados son positivos, te daré el empleo. ¿Estás de acuerdo?

— ¡Por supuesto!— Exclamé entusiasmada.— No se arrepentirá de darme la oportunidad.— Agarré su mano y la estreché.

— Regresa al mostrador y dile al chico que te explique cómo trabajar con la caja registradora.

Media hora después, me encontraba regresando a casa emocionada, las cosas no habían ido nada mal, dejando de lado que vivía en una posilga...

Por lo menos tengo un lugar para dormir...

Por el momento todo iba sobre la marcha, al día siguiente comenzaría en la nueva Universidad, tenía un apartamento donde vivir (terrible, pero tenía) y prácticamente un empleo. Las personas del edificio parecían agradables, exceptuando Equis.

¿Enserio sería tan malo intentar hablar con él? ¿No se siente solo?

Al llegar al edificio, una ola de enojo y pereza me invadió al toparme con las largas y molestas escaleras.

¿De verdad debo soportar esto? Quizás sí me convierta en una persona depresiva y necesite una pecera o una tortuga.

Sin otro remedio que subir las tediosas escaleras, me dirigí al octavo piso, y luego a mi apartamento.

Me encontraba estresada, y eso que solo llevaba unas horas viviendo allí, pero definitivamente necesitaban reparar el ascensor.

En ese momento me tendí en el sofá y recordé que el Sr Brown me había aconsejado tomar té, supuse que había alguna caja en la cocina, así que comencé a revisar en las alacenas y efectivamente, había una caja de té.

¿Se supone que los inquilinos deban vivir a base de esto?

Encontré una taza de aluminio, calenté un poco de agua y me preparé un té para bajar un poco la tensión que recorría por mi cuerpo.

Mientras bebía el té recostada en el sofá un flashback apareció en mi mente, cuando Leonel y yo veíamos una película de terror y le lancé una taza de café caliente asustada.

Algún día podré olvidarme de ti.

Sin percatarme del paso del tiempo me quedé dormida en el sofá, y desperté unas horas después al escuchar que alguien llamaba a la puerta.

— Hola... Megan.— Llamó Gabe por el agujero de cristal.

Me incorporé confundida en el sofá.

¿Gabe?

Hola...— Le abrí somnolienta.

— Disculpa que te lo diga pero... Tienes una mancha enorme en el suéter.— Dijo él observando mi ropa con detenimiento.

— ¡Oh, rayos!— Exclamé molesta al notar la mancha. — Seguramente me vertí el té encima al quedarme dormida... No entiendo cómo no desperté al sentir el líquido caliente.— Hice una pausa para sacarme el suéter.— ¿Podrías decirme el porqué de tu visita?

— Recuerda que acordamos que vendría al salir del supermercado.

Confundida fruncí el ceño.

— ¿Reparar tus ollas?— Preguntó Gabe sonriente.

— ¡Cierto!— Recordé.— Entra por favor.— Le invité a pasar.

Ambos nos dirigimos a la cocina y le pedí un momento para sumergir el suéter en agua y jabón.

Perfecto, no hay ni siquiera una miserable barra de jabón barato o un maldito frasco de detergente líquido.

— Disculpa que te esté causando tantos problemas pero... ¿Podrías prestarme una barra de jabón? Necesito sumergir el suéter antes de que la mancha quede permanente.— Le pedí avergonzada.

— Por supuesto... Mi apartamento queda en el sexto piso, es el número 3, llama a la puerta y pídele ayuda a mi novia.— Respondió mientras revisaba la parte baja de una de las ollas.

¿Novia? No lo imaginé...

— Muchas gracias.— Le agradecí abandonando el apartamento y dirigiéndome al sexto piso.

La chica fue algo grosera, respondía a mis palabras con indiferencia. Terminó regalándome una barra, pero noté que de muy mala gana.

— Lamento haber molestado a tu novia.— Me disculpé nuevamente con Gabe tras regresar a mi apartamento.

— Imagino lo que sucedió, te trató fríamente. ¿Verdad?— Supuso él.

— Pues...— Titubeé con las manos en los bolsillos de mis jeans.— Algo así.

— Tranquila, no lo tomes personal, Abby es así, pero en el fondo es una buena persona.

No me pareció...

¿Qué tal con eso? ¿Te está resultando difícil?— Pregunté evitando el comentario sobre su novia.

— Para nada, de hecho... He terminado. ¡Listo!— Exclamó guardando sus herramientas dentro de la maleta de plástico.

— ¿Enserio? ¡Qué hábil y rápido!— Quedé asombrada.

— ¿Hay alguna otra cosa averiada?

— La nevera... — Le recordé.

— Cierto... Pero ahora mismo no cuento con las condiciones necesarias para repararla, mañana traeré a un amigo que resolverá tu problema. No debes preocuparte por el pago...

— ¡No! No lo permitiré, me has ayudado bastante.

— Descuida, no te preocupes por eso...

— Pero Gabe...

Debo irme, nos veremos.— Me interrumpió despidiéndose y guiñándome un ojo.

— Te lo agradezco nuevamente.

Gabe abandonó el apartamento y quedé nuevamente sola, luego me dirigí al baño y dejé en reposo el suéter enjabonado en el lavabo.

Ese día en la noche, 9:00 p.m

Buenas noches.— Saludé cordialmente asomando mi rostro por la puerta de cristal de la tienda.

— Hola niña.— Me saludó el anciano. — ¿Estás lista para tu noche de prueba?

— ¡Por supuesto!— Exclamé adentrándome en el lugar.

— Bien, en el baño se encuentra colgada tu gorra y delantal.

Justo como la imaginé, seguramente son de color azul. Aunque siempre me pregunté el porqué llevar el delantal y la gorra.

En unos minutos me encontraba de pie detrás del mostrador, completamente sola en la tienda, con mi uniforme azul.

Repentinamente mi estómago sonó, había cenado una pizza.

Oh no...

— Buenas noches.— Saludé tras sentir abrirse la puerta.

— Unos cigarrillos Marlboro.— Respondió secamente ignorando mi saludo.

— Espera un segundo... Tú eres el chico del séptimo piso, me ignoraste esta mañana... ¿Equis verdad?— Pregunté al notar que se trataba del chico de los tatuajes y los piercings, al cual todos me aconsejaban evitar.

— Ah... — Se quedó pensativo.— No lo recuerdo. ¿Vas a venderme los malditos cigarrillos?— Preguntó fríamente.

— ¿Por qué no le hablas a nadie?— Le pregunté ignorando su comentario desagradable.

— No es de tu incumbencia. ¿Vas a venderme o no?— Contestó arrogantemente soplando un mechón de cabello que descansaba sobre su ojo derecho.

— ¿No te sientes solo?— Le ignoré nuevamente.

Equis suspiró molesto y se alejó hacia la salida desistiendo de entablar una conversación conmigo.

— ¡Está bien!— Exclamé tratando de impedir que se marchara, era mi noche de prueba, no podía perder a mi primer cliente.— ¿Podría ver tu identificación?

El chico lanzó bruscamente y callado su identificación al mostrador.

— Tienes 24 años, tienes la autorización para comprarlos.— Agregué mientras revisaba su identidad.

— Uh...— Gimió indiferente, y luego me observó con ojos de: "Estoy harto de ti".

— Aquí tienes, son 10 dólares.— Le entregué la caja.

Este me la arrebató maleducadamente de las manos y se dirigió a la puerta con un paso cansado.

Colocó la mano en la perilla y me observó indiferente una última vez.

— Eres un fastidio.— Susurró con los ojos medio cerrados.

¿Disculpa?

Equis cerró fuerte la puerta de la tienda y se marchó, dejándome desconcertada.

¿Qué pasa con este chico? Es un idiota... Pero juro que lograré sacarle las palabras. ¿Qué podría salir mal si ignoro los consejos de mis vecinos?

El resto de la noche pasó tranquila, la tienda no era frecuentada por muchas personas. A las 12:00 en punto, mi jefe regresó al establecimiento y revisó las camaras de seguridad.

— Todo marchó a la perfección, excepto por ese primer cliente... Pero no te preocupes, ese chico es raro, deberías limitarte a venderle sus cigarrillos y ya está. Viene todas las noches.— Explicó el señor.

Miré al suelo harta de escuchar el mismo comentario, pero debía ser gentil si deseaba ganarme el empleo.

— Estás contratada, tus turnos serán los lunes, miércoles y viernes de 9:00 a 12:00 . ¿Estás de acuerdo?

— ¡Claro! ¡No se arrepentirá de haberme contratado señor!— Exclamé entusiasmada estrechando su mano.

Al salir de la tienda caminé despacio hasta el edificio para contemplar la iluminada ciudad en la noche.

De repente, sentí el llanto de un niño, y al encontrarlo noté que su paleta había caído al suelo.

Es terrible, a todos se nos ha caído un helado o paleta al suelo en nuestra infancia.

Unos segundos después un chico apareció y se acercó al pequeño.

Es Equis...

— Toma, ve a comprar otra.— Le extendió un billete.

El niño lo observó en silencio y unos segundos después tomó el billete y le agradeció.

— ¡Algún lado tierno debías tener!— Exclamé sorprendiéndolo por detrás.

Él se volteó y me lanzó su casual mirada helada.

— Lo hice para que dejara de llorar, no soporto el llanto de los niños.— Me respondió, para luego continuar su camino chocando mi hombro.

— ¿Por qué no hablamos? ¿A dónde vas?— Pregunté con voz cantarina intentando agradarle.

— Al Inframundo.— Respondió sin mirar atrás o detener el paso.

Terminé dándome por vencida debido al cansancio, pero de algo estaba segura, no dejaría de intentar conocer a Equis.

Tu indiferencia no será más fuerte que mi intensidad.

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