Unspeakable things

Y pasaba un día más sin señal de Agnes. Un día más tomando el té solo, comiéndose la cabeza pensando que quizás se le había pasado la mano y la había tratado con demasiada dureza aquella tarde. Un día más preguntándose si quizás la había alejado de forma definitiva, como creía que quería hacer; pero claramente, el vacío que sentía era evidencia de que en realidad, no era eso lo que quería en absoluto.

La pequeña mesa que se había comprado solo para él ahora se sentía... mal. Como si hubiese estado siempre destinada para tener dos personas, Agnes y él. Y le pareció curioso como los objetos muchas veces parecían tener vida propia, igual que la tan distinta gran mesa de madera en la que comían todos los Veritas cuando regresaban a casa por las vacaciones

Desde que había muerto su madre, la mesa en la gigantesca casa en Sussex se sentía... extraña. Siempre se había sentado a la derecha de la cabecera, con su esposo a un lado y Cronus al otro. En el lado opuesto de su padre, se sentaba él, con Rowena a su izquierda y Zephira un asiento más allá. Siempre había sido así, o bueno así se había establecido el orden tras el nacimiento de su hermano menor, que había desplazado a Zephira del lado de su madre porque como buen niño, necesitaba ayuda para comer.

Hace años que su madre había muerto, pero aún así cuando entraron los cuatro niños Veritas y Andronicus de regreso a la casa, el calor del verano acosándolos incluso una vez que se habían refrescado con la Aparición de su padre, a Balaur le pareció muy extraño ver el lugar de su madre... ahí. Vacío, sin ella. Quizás era porque la inesperada muerte de Cedric Diggory lo había dejado sensiblón, pero tenía la impresión de que siempre se quedaba mirando la mesa cuando regresaban a casa, pasmado en el umbral. Hasta que alguno de sus hermanos le gritaba para que se adentrara en la casa y los dejara a ellos pasar también.

—¡Bal muévete joder! Tu torso ocupa toda la puerta— masculló de mala gana Zephira, que se había visto arrastrada por su padre a buscar a sus hermanos a la estación de tren, y que lo único que quería era regresar a su habitación y que la dejaran de joder.

El mayor obedeció  y terminó de entrar en la casa, pero en lugar de ir directo hacia las escaleras a su cuarto, se quedó en el primer piso, junto al comedor, mirando. Tratando de entender por qué se sentía tan extraño, y por qué no tenía ganas de subir a dejar su pesada maleta y hacer su cama para descansar al fin del estrés escolar. Quizás fue un instinto, o una premonición que se quedara allí, porque apenas los otros tres desaparecieron al final de los peldaños, Andronicus se acercó a su hijo mayor, apoyando una mano sobre el hombro del castaño.

—Tenemos que hablar— avisó con tono serio, logrando que Balaur despegara su mirada oscura de los muebles y la posara sobre el rostro triste de su padre; él sí que había cambiado tras la muerte de su madre, con su semblante marcado de líneas y los ojos vacantes.

El mayor cabeceó hacia la mesa que Balaur llevaba mirando todo ese rato, y se sentó en su puesto habitual, esperando a que su hijo se animara a hacer lo mismo. Dejando su maleta ahí, a un lado de la puerta de entrada para que nadie se fuera a accidentar, se acercó y se sentó también, juntando sus manos sobre la mesa, mirando a su padre con algo de preocupación; no era un hombre particularmente vocal, y rara vez tenían esas charlas entre los dos. Siempre eran los cinco, incluyendo a Zephira cuando se podía, y siempre era Andronicus enojado por el desorden de Balaur o algo por el estilo.

—¿Qué pasa papá?— insistió nervioso, queriendo saber de una vez por todas qué tenía el viejo para contarle, viendo como su contrario parecía dudar; pero jamás habría podido predecir de qué le iba a hablar.

—Regresó, Balaur. El que no debe ser nombrado regresó.

Ya estaba cansado de escuchar esa frase. Le había salido hasta en la sopa las últimas semanas en Hogwarts luego del trágico final del Torneo de los Tres Magos. Todo el mundo la repetía luego de que había salido de la boca de Dumbledore, pero el periódico y el Ministerio de Magia no habían dicho nada al respecto; de hecho parecían empeñados en ignorar por completo las palabras del Rector de Hogwarts. No sabía a quién creerle tampoco, si a Harry Potter, su compañero desde la infancia pero que era, al fin y al cabo, un niño más como él, o si debía creerle a las autoridades. En ese momento, solo sabía que su padre sonaba igual que Dumbledore, y quería saber de dónde había sacado esa información.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando papá? El Ministerio no ha dicho nada aún, podría todo ser solo un rumor— argumentó en voz baja, con cuidado de que sus demás hermanos no lo escucharan.

—Es cierto, Balaur. Ha llamado a los mortífagos, las marcas en sus brazos se han vuelto a encender; lo vi con mis propios ojos. Ha vuelto, no sé cómo, pero ha vuelto— explicó con visible desesperación, llegando incluso a ponerle una mano en el brazo a Balaur, dándole un pequeño sacudón como para acentuar lo que estaba diciéndole; la comunidad mágica en Inglaterra era bastante pequeña, todo el mundo se conocía, especialmente aquellos que tenían años de ir a Hogwarts.

Su padre no era amigo de los Malfoy, pero sí había tenido algo de conexión con los Black a a través de Orión y Andromeda Tonks. Balaur no tenía idea de cómo los había conocido, pero suponía que Andromeda había tenido algo que ver con que Andronicus se enterara del regreso del Señor Oscuro. Eso y lo que había sucedido en el Mundial de Quidditch, claro. Se quedó en silencio, mirando a su padre con ojos llenos de asombro, esperando a que se siguiera explayando.

—Si ha vuelto será invencible esta vez. Sobrevivir a la muerte es... es otro nivel de magia oscura. Y ha vuelto con más rabia y más ganas de concretar lo que empezó, Balaur. Temo por la seguridad de la familia, y de tu hermana. ¡Son todos sangresucia!— hablaba con desesperación, las líneas de su cara marcándose cada vez más, como si el solo hecho de pensar en lo que pasaría le sumara varios años más de vida.

Pero Balaur seguía sin saber qué decir. No había nada que pudiese ofrecerle a su padre de consuelo, porque tenía razón. Durante la Primera Gran Guerra, según lo que había escuchado de la boca del propio Andronicus, no habían tenido piedad con los sangresucia ni con los traidores de sangre. Era obvio que esta vez no la tendrían tampoco, y ellos estarían en peligro. Andronicus trabajaba en el Ministerio, con un puesto menor pero trabajaba, y los Veritas tenían un linaje largo de magos de Hogwarts. Balaur bajó su mirada a la madera de la mesa, frunciendo los labios.

—Si se acercan a nosotros o a Zephira los mataremos. En la Guerra no existe el perdón— opinó en voz baja, casi en un gruñido; defendería a los suyos siempre, y no escaparía del peligro.

Pudo sentir como los ojos de su padre se suavizaron sobre él ante sus palabras, como admirando la ingenuidad de su joven hijo que no había conocido jamás lo que era un conflicto bélico, mucho menos lo que eran los Magos Oscuros.

—Hijo mío, no habrá hechizo que puedas lanzar a tiempo. Los mortífagos son imparables– hablaba desde la experiencia y Balaur lo sabía, porque Andronicus sí había vivido la Primera Gran Guerra mágica y sabía a ciencia cierta contra qué se enfrentaban.

No podía creer aún que su sexto año había terminado tan rápido de manera tan trágica. Sabía que la muerte de Dumbledore era inminente, pero nunca supo cuándo ocurriría ni cómo, y el shock había sido igual para todos los alumnos. Ahora les tocaba regresar a casa, esperando que los meses lejos de la escuela pudiesen curar las heridas que había dejado la muerte del Rector en todos ellos.

Los alumnos estaban congregados en el patio principal, esperando la llegada de los carruajes para poder partir de regreso a tomar el tren. Todos los años sin falta, Balaur se había sentado en ese suelo de piedra junto con sus compañeros y amigos a charlar sobre lo que harían en las vacaciones, sobre escribirse cartas y sobre lo felices que estaban de que el año escolar hubiese terminado. Pero este año era distinto. Todo era distinto.

Estaba sentado debajo de uno de los arcos, solo, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha. Nadie se lo cuestionaba porque había muchos alumnos en luto, y suponían que él simplemente era uno más. No podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con su padre hace dos años, en la conversación que ahora significaba que una parte de Balaur ardía con culpa. Llevaba varios minutos en silencio, pensando, cuando una voz femenina lo interrumpió.

—Bal, oye...— cuando alzó la cabeza se encontró con Thesaia, que se sentó a su lado, tomándolo del brazo con esa seguridad que llevaba a todos lados; le dedicó una pequeña sonrisa antes de que sus ojos, también, se perdieran en el patio, fijándose en los árboles que ya habían florecido. —El próximo año las cosas serán mejores ¿no?— dijo con optimismo, aunque hasta en su voz Balaur pudo notar la incertidumbre. —Todavía tenemos a Macgonagall...

Balaur, nuevamente, se quedó sin palabras. Se le había atascado la respiración en el cuello, mirando el perfil de su amiga, tratando de silenciar todas las voces que tenía en la cabeza; todas suyas y todas tan ajenas al mismo tiempo. Trató de buscar que quería decir él, que quería decirle como Balaur Veritas, su amigo de hace años, y no como Balaur el mortífago que sabía exactamente lo que pasaría de aquí en adelante. Sin saberlo apretó los dientes, sintiendo que algo en su interior se retorcía de tristeza.

—No creo que vuelva el próximo año, Thes. Y tú tampoco deberías— contestó en apenas un susurro, volviendo a bajar su cabeza, derrotado.

El rostro de Thesaia se deformó lentamente en una máscara de pena también, y aunque no había miedo en sus ojos, Balaur podía sentirlo en su silencio. En el silencio que ambos pasaron a compartir, él para esconder sus secretos y la agonía que le mataba el alma con cada día que pasaba, y ella porque no tenía más palabras para ofrecer. Simplemente se apoyó en el hombro de Balaur, y los dos se pusieron a esperar lo mejor.

Y efectivamente, al año siguiente, ninguno de los dos regresó.

—Ojalá los Dementores me hubiesen borrado la memoria...— masculló para sus adentros, dándole un sorbo a su té que seguía hirviendo, fijando su mirada en el sol sobre los jardines, en la única imagen que le daba paz últimamente; comenzaba a creer que irse a Francia no había resuelto nada, porque esto difícilmente era mejor y más tranquilo que trabajar en un empleo Muggle en Londres.

Era la primera y única puta vez que decidía escapar de sus problemas en lugar de enfrentarlos con valentía, y las cosas solo le estaban saliendo de mal en peor. Se había reencontrado con Thesaia, y ni siquiera había tenido el valor de mostrarle todo, de arriesgarse a que lo rechazara porque él la había rechazado primero. Había encontrado a alguien que lo quería a pesar de todo, a una niña que lo miraba con felicidad y que llenaba sus días con su luz; alguien con quién compartir su miseria también. Y en su terror de perderla, la había echo a un lado con demasiada fuerza, y ahora no sabía si la pelirroja podría perdonarlo alguna vez. Sentía que el mundo se le caía a pedazos, y que la única constancia en su vida eran esos pequeños momentos, donde solo miraba el día extenderse sobre los jardines de la Academia con una taza de té caliente, en silencio; pero ahora ni eso tenía, porque los recuerdos se le venían a la cabeza con tanta facilidad que Balaur ya no entendía que quería él de sí mismo.

Se llevó una mano al rostro, masajeando el puente de su nariz y largando un suspiro agotado. Estaba cansado de pelear con su pasado, de revivir una y otra vez los momentos que añoraba repetir para poder cambiarlos, pero que solo quería olvidar por lo equivocado que había estado. Quizás si se lanzaba un hechizo a sí mismo, o si lo hacía rebotar como había hecho el inepto de Gilderoy Lockhart, quizás...

—¿El espanta niños no me iba a contar lo que sucedió con los Swan o cómo?

El rostro de Balaur se alzó tan rápido que le llegó a doler el cuello, porque no había escuchado a nadie acercarse. Y apenas sus ojos cayeron sobre la figura de Agnes en la puerta, con una pequeña sonrisa en el rostro, todos los pensamientos que tenía se fueron. Se esfumaron en el aire como si no hubiesen sido nada más que un poco de bruma.

—Ya te estaba empezando a echar de menos.

Yo les dije que cuando pega la deprimición lo mejor es escribir *insertar shrug* asi que WITHOUT FURTHER ADUE les dejo a su favorite sad boi.

s-scema

imqerial

goldnblood

EtherealXBeing

SayHelloToTheWitch

hopewithroses


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