Treason
"My basic principle is that you don't make decisions because they are easy; you don't make them because they are cheap; you don't make them because they're popular; you make them because they're right."
———Heodore Hesburgh.———
Sobre volar Teheran en ese momento se sentía diferente a todas las veces anteriores en las que lo había hecho; se sentía especial, muy por el contrario de lo que había esperado.
Mientras la desolación y el agotamiento reinaban los suelos, la esperanza y la paz eran dueños del cielo; sentir el viento acariciar la membrana de mis alas era como una caricia de apoyo, el rugido de este azuzándome a continuar con nuestra batalla. Había sol, como de costumbre en el planeta, pero en lugar de ahogarme y hacerme sudar, me aletargaba de una manera que se parecía a aquella tranquilidad que acompañaba el llegar a casa luego de un largo día de trabajo.
Las batallas que librábamos eran peores que los días interminables de trabajo. A veces duraban días, y las armas lanza fuego de los humanos eran difíciles de combatir cuando eran demasiados; habíamos llegado a la guerra entusiasmados con la idea de la victoria, de pelear por la libertad de nuestra gente y de nuestra tierra.
Pero cada día perdíamos a alguien. A un amigo, un colega, a veces incluso a un familiar; y mantener el mismo optimismo del principio era cada vez más difícil. No obstante, por lo menos ahora sabía que podía encontrar algo de consuelo entre las nubes, volando bajo para no perderme ningún llamado de ayuda.
Nunca se sabía dónde ni cuándo podía haber un Alastor herido, o un miembro de la guardia del Rey; después de todo, uno de los grandes objetivos de los humanos era acabar con nuestro líder, como quien mata a la hormiga madre para destruir a las demás y dejarlas débiles y sin orden. Esto último había culminado en varias muertes dentro de los rangos de la Guardia Real.
Esa estúpida guerra de conquista no significaba un bien para nadie; los humanos con suerte avanzaban desde que se habían encontrado con nuestro ejército, pero nosotros perdíamos y perdíamos vidas como cerdos en mataderos. Un Alastor nunca se rendía, y estábamos dándole honra a dicho mito; no existía la palabra "retirada" en nuestro vocabulario, y peleábamos sin descanso, aguantando y soportando los ataques de una raza superior a nosotros en tecnología pero inferior en todos los demás aspectos de la vida. Pero no era nuestra para detener, no aún, hasta que obligáramos a los humanos a hacer aquello que nosotros nos negábamos a ejecutar; rendirse.
La paz de mi escapada se vio interrumpida por gritos desde abajo, forzando mi rostro a bajar en búsqueda de poder ver entre las suaves nubes que me separaban de la tierra, pero sin mucho efecto; frunciendo el ceño, extrañada, agudicé mi oído, intentando distinguir palabras y no solo fluctuaciones en tono y volumen. Pero encontré silencio, algo que me extrañó; alzando mis alas a mis costados, atrapé el aire en ellas, deteniendo mi vuelo y esperando, inmóvil en el cielo, batiéndolas con extrema suavidad para no dificultarme más la tarea de escuchar produciendo más ruido.
Volví a escuchar los gritos, pero solo logré distinguir palabras sueltas por aquí y por allá, ninguna que me dejara muy tranquila exactamente.
Mátalo.
Es una rata.
¡Ayuda!
¡Hazlo!
Era difícil darle un sentido a palabras esporádicas, pero eso definitivamente no sonaba como una batalla; y sentí la necesidad de intervenir o por lo menos acercarme a ver. Quizás por curiosidad, tal vez por un espíritu de entrega y de alerta que tenía desde que las llamadas de emergencia comenzaron a volverse más frecuentes, por Alastors heridos o cosas por el estilo; pero me llamó a descender, balanceando mi peso hacia la parte superior de mi cuerpo para bajar, dejando que la gravedad me llevara y que mis alas me guiaran a un aterrizaje suave, como una pluma.
Tenían fuerza, muchísima fuerza, y podía sentirla palpitar bajo los huesos de mi espalda, bajo la membrana y la musculatura que sostenía toda mi persona con facilidad impresionante; maniobrar hasta el suelo nunca fue difícil, y esa vez no fue una excepción, atravesando las nubes y encontrando el familiar suelo rojo y anaranjado del desierto que era las afueras de Teheran.
No veía nada, solo suelo, tierra, arena, árboles pequeños y delgados pero con raíces tan fuertes que ni las tormentas de arena los arrancaban de sus cimientos; hasta que mis ojos azules encontraron la escena que buscaba, de donde salían los gritos y las llamadas de ayuda que había logrado captar.
Distinguí tres Alastor, con las alas afuera y permitiéndome ver los tatuajes en sus coracoides y húmeros, símbolos negros que yo también portaba, cada uno significando algo diferente pero usualmente cercano a las líneas de suerte para la batalla; bajo ellos había un humano, uno diferente a los demás que habíamos combatido.
Para empezar, no llevaba esa extraña armadura negra que todos los demás portaban; no tenía un arma, ni siquiera tenía zapatos, y parecía genuinamente asustado mientras uno de los Alastor, a quien identifiqué como un compañero de escuadrón, lo sujetaba del cuello.
¿Qué estaban haciendo?
Supongo que mi aterrizaje no fue lo suficientemente liviano, porque ambos se dieron la vuelta para verme, esbozando sonrisas entusiasmadas que antes me habrían agradado pero ahora solo me produjeron escalofríos.
—¡Nuala! Ven, mira lo que encontramos— exclamó uno, Vonn, para ser exactos, haciendo señas con las manos para que me acercara mientras el otro, Kerah, alzaba al humano por el cuello.
Pude ver desde mi distancia, como el rostro del hombre se tornaba azul, como sus uñas buscaban herir la mano del Alastor para liberarse.
—¡Suétalo! No está armado, Kerah, déjalo en paz— pedí, mi voz comandante como solía ser en aquella época de dificultad y violencia, acercándome pero definitivamente no para ver lo que estaban haciendo; mi petición, en lugar de ser tomada con seriedad, recibió risas en respuesta, de ambos, pero no me detuve, decidida a liberar al pobre humano que no había atacado a nadie.
Daba igual si era un soldado o no, lo único relevante era lo que estaba haciendo en ese momento; y eso era un ataque sin provocación y sin propósito más allá del morboso placer que ambos Alastor parecían estar obteniendo de esto.
Pero el brazo de Vonn me atajó por la cintura, tirándome hacia atrás y lejos del humano entre risas.
—Vamos Nuala, no seas así, le estamos haciendo una ayuda a nuestro lado de la pelea— comenzó, a lo que yo no pude hacer más que alejarme para mirarlo al rostro, incrédula.
Las facciones de Vonn siempre tuvieron algo extravagante sobre ellas; una nariz muy respingona para ser considerada masculina, una quijada tremendamente angosta en comparación con el resto de su rostro. Ojos rasgados de un brillante amarillo.
Pero el semblante que antes me parecía adorable, casi femenino, ahora me inspiró terror e ira, sus facciones angulares adquiriendo una apariencia diabólica, casi.
—¡No les ha hecho nada!
El humano soltó un sonido entonces que parecía como el croar de una rana, y regresé mi atención a él, descubriendo que sus ojos comenzaban a introducirse hacia atrás en su cráneo, dejando solo la sclera a la vista.
—¡Porfavor! Pero si Annae está haciendo lo mismo al Sur con todos los humanos que encuentra. ¡Da igual qué son, Nuala, hombres, mujeres, niños, todos por igual, deben morir!— volvió a responder Kerah, que me miraba sobre su hombro fornido con furor en sus ojos azules.
No podía creer lo que estaba escuchando. La guerra era un guerra de defensa, porque estábamos defendiendo nuestra libertad y a nuestra gente; no era una batalla de exterminio.
Si lo fuera, yo no habría participado jamás.
Tenía miedo. Miedo de las personas que estaban peleando a mi lado, de los Alastor con los que crecí pero que parecía no conocer en absoluto; si pensaban así, si eran capaces de asesinar personas inocentes a sangre fría, entonces ¿qué los detenía de matarnos a nosotros también? ¿de matarme a mi por quién sabía qué razón, la próxima vez que se enojaran conmigo?
Pero no tenía el derecho de tomarme el lujo de ser cobarde; ser cobarde era un lujo, porque tener miedo era inevitable. Pero estaba en mi deber tener coraje y valentía, el saber que había algo más grande y más importante que mi miedo.
No pasaron ni cinco segundos desde que Kerah había hablado, y soltó al humano de golpe en un movimiento hacia abajo, azotándolo contra el suelo; pero este parecía tan aliviado de poder respirar una vez más, que no sentí dolor por su cuerpo si no por su alma.
Estaba aterrorizado, y daba igual lo que su especie nos estaba haciendo; él no era culpable de un supuesto pensamiento colectivo que llevaba a la guerra.
—M-me perdí ¡eso es todo! ¡No deseo hacer daño!— chilló, y su mirada encontró la mía, y en ese iris oscuro pude ver la sinceridad de sus palabras, y el completo opuesto de lo que acababa de encontrar en los rostros de mis compañeros.
Sentí el peso de mi espada en mi cadera más que nunca entonces, mi mano derecha encontrando la empuñadura y desenvainando mi arma con facilidad, sin arrepentimiento de lo que estaba a punto de declarar.
—Aléjense de él. Regresen a casa. Ahora— ordené, mis pómulos alzados y mis ojos achinados en una mirada amenazante, sintiendo un nudo en mi garganta que logré esconder; no se sentía correcto hablarle así a mis camaradas, pero tampoco se sentía correcto dejar que torturaran y mataran a humanos desarmados como estaban haciendo ellos, y aparentemente, Anaea y sus amigos también.
Pensé que funcionaría. Que sería suficiente para que me tomaran en serio.
Pero me encontré con una mirada furiosa de ambos, y con dos espadas parecidas a las mías, empuñadas por dos guerreros magníficos.
—No quiero hacerles daño.
—Ojalá pudiésemos decir lo mismo.
El sonido de metal contra metal cortó el aire denso que nos rodeaba, sintiendo la vibración del impacto moverse por todo mi brazo mientras mi atención se clavaba en el que tenía más cerca y cuya espada encontró la mía primero; Vonn.
Pero Kerah venía por atrás, podía escucharlo, sentir el peso de sus pasos contra el suelo acercarse cada vez más hasta que sentí el peligro inminente; ejerciendo fuerza con mi cuerpo, mis pies clavados en el suelo un poco más atrás, empujé la espada del hombre hacia atrás, lo suficiente como para darme el espacio para girar sobre mis talones y alzar mi arma para bloquear el ataque del otro.
Más rápido esta vez, volví a darme la vuelta, anticipando el movimiento de mi oponente a tiempo para salir de en medio y evitar que la hoja me partiera la cabeza.
La cabeza.
Se estaban lanzando a matar, no a herir o a alejar, y eso cambiaba las cosas radicalmente; un dolor intenso me invadió, porque mi intención nunca fue aquella, porque los quería y los apreciaba, porque años de entrenar juntos no significaba nada para ellos apenas me interpuse en el camino de la diversión.
Mi brazo se movió solo entonces, hacia arriba, impulsándome con rodillas flectadas desde mi nueva posición bajo la espada de Vonn, en un movimiento diagonal que me permitió encontrar mi nuevo y desconocido objetivo; sentí la hoja cortar carne, hueso, y la sangre saltó frente a mi en una línea perfecta y armónica, dándome a conocer entonces que había dado justo en el clavo.
La cabeza rubia del Alastor no tardó en caer al suelo, y un segundo después, su espada.
El calor de la sangre ajena se propagó desde la punta de mis dedos hasta mi codo, manchas del líquido carmesí adornando mis pómulos y mi frente; no me di el tiempo de estudiar lo que acababa de hacer, porque podía terminar así o peor gracias a la culpa y a la presencia de Kerah detrás de mi.
—Vete cuando aún puedes— sugerí, una advertencia sincera que él supo identificar porque seguramente vio la culpa y el dolor en mi mirada, volviendo a girar para golpear mi espada con la de él; Kerah era más fuerte, fornido y grande, de rostro redondo y venas protuberantes.
Empujarlo no sería tan fácil, así que alcé mi pie y lo golpeé en una de las pocas partes que nuestra armadura dejaba al descubierto; las alas. Las había dejado bajas, supongo que por su centro de balance, y no fueron difíciles de alcanzar, logrando mi cometido y forzándolo a retroceder.
Moví mi brazo en la primera dirección que encontré, haciendo un corte limpio en todo el costado de su rostro, pasando a llevar su ojo y arrancando piel y carne como si estuviese pelando una fruta; un alarido de dolor brotó del Alastor, que cayó al suelo sobre su costado, sujetando su rostro destrozado.
Busqué al humano con la mirada, irguiéndome entre jadeos, y lo encontré lejos, corriendo en una dirección desconocida para mi; sabia decisión.
—¡Traidora!— escuché a mi lado, un clamor de guerra, girando mi cabeza como un látigo para encontrarme a Kerah de pie y armado, estirando su espada directamente a mi cuello ahora que su cara estaba parcialmente regenerada; los reflejos eran claves en la batalla, y mirando una última vez el rostro de alguien que alguna vez conocí pero que ya no reconocía, me hice a un lado, atacando para acabar con esto, cortando una segunda cabeza que me perseguiría para siempre.
Estuve de pie en el desierto, con el sudor marcando mi frente y mezclándose con la sangre ajena que me había salpicado, mirando el suelo mientras recuperaba el aliento, por una medida de tiempo indeterminada; creo que fueron minutos de todos modos, porque cuando emprendí el vuelo en llanto, con una nueva misión de encontrar a Anaea y detener las barbaridades que mis amigos estaban cometiendo, aún había sol y esperanzas de salvar a los inocentes.
Repetí aquella misma escena más tarde, con cuatro Alastors que deseaban acabar con dos humanos.
Y nunca me arrepentí, aunque sentí la pérdida como si alguien más los hubiese matado.
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