Shattered

"Loneliness and the feeling of being unwanted, is the most terrible poverty."

——Mother Theresa.——

Habían acordado que se juntarían a charlar en casa de Nuala, un pequeño departamento que había alquilado con el dinero que estaba ganando con su escuela de artes marciales; inicialmente se suponía que sería en casa de Carmen, pero mientras más lo pensaba, la italiana más se daba cuenta de que la conversación probablemente culminaría con ella alejándose.

Y prefería no echar a la pelirroja de su hogar; las cosas podían estar complicadas entre ambas, pero nunca la echaría de su casa. Eso era algo que sobrepasaba a incluso a Carmen, que en ese momento se encontraba apretando el manubrio de su auto, estacionada en el edificio, con los ojos cerrados; intentaba tranquilizarse, convencerse de que era solo un mal momento en la amistad de años que ambas compartían. Que la distancia estaba solo en su cabeza. Pero había algo en su estómago que le decía lo contrario, y cuando el aire dentro del vehículo comenzó a terminarse, la morena se bajó, caminando hasta el elevador para presionar el piso indicado.

Eran unos pocos segundos de viaje vertical, pero fueron suficientes para que pudiese tranquilizarse un poco; para que se deshiciera del miedo invalidante que tenía de perder a su mejor amiga, a su confidente, a una de las pocas personas que realmente apreciaba. Así que tocó a la puerta con una sonrisa serena en su rostro, siendo recibida por una similar pero un poco más tersa en los labios de la Alastor.

—Hola— saludó, estirándose para abrazar a la mujer como de costumbre, separándose para hacerse a un lado y dejarla pasar; solo entonces, cuando la vio caminar, notó que había algo diferente que ella había estado ignorando.

Tenía una postura distinta. Encorvada. Más pequeña, casi. Su falta de detalle también se debía a que no la veía desde el incidente del coma; y eso no ayudó precisamente a la consciencia de Nuala, que siguió a Carmen hasta la sala, ambas tomando asiento frente a la otra. Apenas se instalaron en los pequeños sofás de segunda mano que había conseguido, el silencio reinó, transformándose gradualmente en una tensión mientras ambas se tragaban lo que tenían para decir; había sido Carmen quien dijo originalmente que deseaba charlar, pero Nuala también sentía que debía decir algo. Y su mente, ahí, mientras observaba los vacíos ojos oscuros de su amiga, se trasladó a lo único plausible; una explicación, sus manos echas puños en su regazo, inhalando nerviosa.

—Yo... siento no haberte visitado en el hospital. Ha sido un mal momento, por la muerte de Timur y todo eso...— comenzó, buscando excusarse, desviando sus ojos azules del semblante estoico de la italiana, avergonzada, mirando otro punto.

La verdad no sabía si creerle o no; y de todos modos, le parecía insólito que ella parecía creer que no sufría por la muerte de Timur también. Que no había llorado en el cementerio, que pasaba por ahí cada vez que estaba sola, solo porque sentarse junto a la tumba se sentía como estar junto a él; porque no quería dejarlo solo tanto como ella no quería estar sola. Que había perdido su empleo y con el una posibilidad de evasión. Que Vita ya no estaba, y Angelo sufría, y ella no sabía qué hacer.

Así que, tras intentar comprender, tras tratar de decir algo con la boca abierta como pez pero descubriendo que las palabras no querían salir, dijo la verdad.

—Te necesitaba, Nu. Todavía te necesito. Y yo también puedo apoyarte ¿sabes? Timur fue un golpe bajo y duro para todos. Y... yo perdí mi empleo hace unos días, y Vita se fue. Pero eso no evita que piense en ti, en si estás bien o no; te he llamado tres o cuatro veces, y tu ni una llamada has contestado— dijo, soltando un bufido con una sonrisa amarga de dientes blancos en su rostro.

La culpa azotó a Nuala como un tren, y se quedó mirándola con el rostro suavizado por aquella poderosa emoción, sus cejas fruncidas en angustia y sus labios temblando levemente en pensamiento; ¿cómo respondía a eso? ¿Cómo qué Vita se había ido? ¿Ya habían pasado dos meses?

—¡Lo sé, lo sé, y lo agradezco! Pero es que... realmente no quiero hablar de esto, no contigo Carmen, no te mereces que te tire encima mi mierda— dijo, tratando de desviar un poco el tema de su dolor porque la verdad ni siquiera había considerado a la morena; nunca se le ocurrió llamarla para hablar con ella sobre el tema.
La verdad hace un buen tiempo que Carmen simplemente no aparecía en los pensamientos de la Alastor, que se sobaba las rodillas de forma inquieta, sin mirar a su amiga a los ojos aún.

La rabia siempre había acompañado a la mujer desde conocer a Lorenzo, y volvió a surgir cuando escuchó a Nuala justificarse de ese modo, haciéndose la mártir y la buena persona, como si realmente le interesara protegerla.

—¿Ah no? ¿Y entonces con quién? ¿Con Nix?— escupió con veneno, achinando los ojos en disgusto, su quijada repentinamente tensa —Yo conocí a Timur igual de bien que tú. Era como un padre para mí. Si no vas a hablar conmigo ¿entonces con quién?— continuó, su voz tensándose como las cuerdas de un violín solo por el dolor que le producía aquel recuerdo.

—¿Qué?— dijo la pelirroja, frunciendo el ceño y cambiando por completo su comportamiento, poniéndose defensiva inmediatamente al escuchar la mención de la excontrabandista —Por supuesto que no, pero... yo... No pensé que-— quiso seguir dándole vueltas al tema, porque no quería dañar a Carmen, porque ella tampoco entendía lo que le pasaba.

Se restregó la frente con una mano, soltando un suspiro y restándole importancia a todo, sintiendo que su rabia disminuía para dejar atrás una resignación frustrada.

—De todos modos eso es lo de menos. Pero no me mientas, Nuala...— susurró, dudando, sin saber si continuar; porque no sabía si la percepción estaba solo en su cabeza, si ella era la perseguida que se sentía pasada a llevar, o si realmente había algo más que no la dejaba ver.

Algo que quizás no quería decirle.

—No es la muerte de Timur la que te tiene alejada de mi.

Seguro que no.

Debía ser ella misma.

Porque no era divertida ni espontánea, porque era reservada, tranquila y aburrida; porque prefería leer y escuchar música que salir a comprar, porque no le gustaba hacer deporte ni las cosas que involucraban adrenalina de ningún tipo. Porque no sonreía habitualmente, porque no entendía los chistes, porque no podía hacer una broma, porque se tomaba todo muy en serio.

Porque estaba muy rota para los demás.

Y Nuala lo sabía, y sabía en su interior que era por todas esas razones que ya no se juntaba con Carmen; porque ahora tenía una alternativa, porque tenía una amiga nueva que tenía todo lo que a Carmen le faltaba.

¿Para qué quedarse con el juguete roto si tienes uno casi nuevo?

La mujer soltó un suspiro apenado, mirando a su amiga de tantos años con angustia; y su silencio explicó más que mil palabras para la italiana, que cogió su bolso y se puso de pie, asintiendo con la cabeza.

—No te culpo.

Realmente no lo hacía; ella también se cansaría de vivir consigo misma. Es más, ya se cansaba. No le quedaba nada más que decir, y todo estaba bastante claro, incluso en aquel denso silencio que había entre ambas; de que Nuala no la iba a detener para invitarla a tomar una taza de té como hicieron durante mucho tiempo, siempre juntas.

A Carmen le tocaba seguir sola ahora, suponía.

—Que tengas una buena tarde— susurró sobre su hombro, abriendo la puerta de entrada y cerrando detrás de sí con sorprendente frialdad; aunque si conocías a Carmen, sabrías que en realidad tenía el corazón hecho trizas.

Pedazos.

Picadillos.

Que tenía la autoestima en el suelo mientras salía de ese edificio, con parsimonia solo propia de una persona que estaba agotada; agotada de la soledad, agotada de sentirse culpable porque no podía ser lo que los demás querían que fuese.

Si Nuala la pasaba mejor con Nix... pues bien. No había nada que ella pudiese ser.

Pero igual lloró de regreso a su casa. Lloró por los años de amistad que se iban a la basura porque su carácter estaba marcado y destruido y formado por eventos muy negativos como para cambiar de forma tan notoria.

Quizás Angelo era la única persona que la entendía y la quería como era. Pero había cosas que hasta a él le escondía.

Como lo que pasó aquella tarde en el departamento de Nuala, y lo que pasó cuando Carmen volvió a casa; como tocó el piano hasta que no sentía los dedos y hasta que todas las notas eran una sola, hasta que las lágrimas causaban que sus manos se resbalaran por las teclas, hasta que sus sollozos superaban el sonido del glorioso instrumento. Como se secó el rostro y se puso a hacer otra cosa cuando notó que él pronto regresaría del trabajo, y no necesitaba más tristeza en su vida de la que ya tenía. 

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