Renacer
Vision without action is merely a dream.
Action without vision just passes the time.
Vision with action can change the world.
———Joel A. Barker.———
No había otra forma de sacarla. Era imposible adentrarse en la boca del lobo, como era el laboratorio de Caín, de otra manera que no fuese incógnito; y si quería sacar a la mujer que tanto Nuala como Timur decían era mi madre, tendría que ser de esa manera. Mis pasos eran rápidos, acelerados, mientras me aproximaba a la entrada trasera de lo que parecía ser una bodega industrial, el pavimento soltando los asquerosos olores tan característicos de ese sector de la Capital en forma de humo y vapor; todo era gris, desde el exterior del edificio hasta sus alrededores, manchado en lugares con colores que no dejaban claro qué era la sustancia ahí presente.
—Hay dos puertas Cass, debes entrar por la más pequeña; lánzate dentro— la voz de Carmen sonó en el aparato en mi oído, y detrás de la muchacha pude escuchar el característico sonido de las teclas en la pantalla; ella se encargaba de dirigirme y de observar el mapa, preocuparse de que las entradas y las salidas estuviesen abiertas para mi.
Asintiendo, a pesar de que sabía que no me veían, me acerqué a la pequeña compuerta metálica que no debía tener más de un metro de alto y un metro de ancho; no era una puerta pensada para personas, y a juzgar por el área del terreno en la que me encontraba, no podía haber nada bueno ahí abajo. Tenía la apariencia de ser el lugar donde las manos de Caín se deshacían de objetos sin utilidad, basado en los vidrios en el suelo, las manchas, y el olor que salía de la puerta; era mucho peor al aroma de la calle, como si hubiese algo realmente... muerto ahí abajo.
Jadeando, mis manos temblando de anticipación, dudé; no por desconfianza, si no por cobardía.
—¿Dónde me estás enviando, Carmen?— mascullé en voz baja, mis ojos desplazándose de lado a lado, para asegurarme de que nadie me veía ni venía en mi dirección.
—Lo siento, no hay otra alternativa. Es la única forma de que entres y salgas— contestó, a lo que un suspiro exasperado brotó de mis labios.
Ahora o nunca. No había otra forma, era definitivo, y cada minuto que dudaba podía significar una diferencia entre el éxito de nuestro plan o que yo terminara allí adentro; no sabía que me esperaba en ese laboratorio en general, aunque tuviese la idea general, pero de algo estaba seguro.
No me iría de ahí sin esa mujer.
Dando un paso hacia atrás para calcular bien la distancia, posicioné mi pie derecho detrás de mi, para ganar tracción e impulsarme hacia adelante contra la compuerta de metal, golpeándola primero con mis manos para abrirla y que el resto de mi cuerpo pasara detrás, como quien hace un clavado; mi estómago se golpeó contra más metal, un sonido seco que resonó por el pequeño espacio en un eco, retumbando en mis oídos, guiándome más y más abajo. Cada centímetro que me deslizaba, el olor empeoraba, intenso, pegándose a mi ropa, a mis fosas nasales, a mi cabello, al aire en general.
Hasta que la oscuridad fue interrumpida por una tenue luz que entraba por unas rejillas, iluminando lo que había abajo justo antes de que pudiese darme con el suelo, aterrizando sobre mi costado y girando en el suelo para suavizar el impacto; al detenerme, jadeando, noté dos cosas en un inicio.
Que bueno que me había puesto ropa especial, o mi camisa estaría hecha trizas; y el olor de la sala era tan fuerte que no pude inhalar de nuevo sin sufrir una arcada.
Y al alzar un poco más mi cabeza del cemento, descubrí porqué.
Cuerpos. Trozos de cuerpos a veces. Pero carne en inicios de putrefacción adornaban el suelo como trofeos morbosos, fríos y grises; no todos eran de humanos, así como no todos estaban totalmente muertos, a juzgar por los movimientos de partes del cuerpo que no podía identificar. En la parte de atrás de mi cerebro pude sentir el jugo gástrico subirme por la garganta, hasta que vomitar fue inevitable.
Tenía que salir de ahí.
Nunca me quitaría esa imagen de la mente. De cadáveres apilados en la oscuridad, consumiendo el aire a pesar de su muerte, personas que habían sido cruelmente asesinadas luego de ser despojadas de su humanidad; la veía detrás de mis ojos, reproducida en alguna parte de mi mente, mientras comenzaba a alejarme en una dirección cualquiera, más lejos, más dentro de la oscuridad, rodeado de ladrillo y cemento y muerte.
—¿Cass?— Carmen interrumpió el silencio, y la desesperación me consumió.
—Sácame de aquí, ahora— escupí, sorprendido ante el tono gutural de mi propia voz, y casi pude sentir el cambio de actitud de la italiana del otro lado de la comunicación.
—Sigue avanzando por donde vas y encontrarás una apertura en el techo; es más grande que la compuerta anterior, pero las paredes son de ladrillo y no es una subida tan profunda en vertical. Deberías poder escalar.
Avancé y avancé, tropezándome en el camino, desorientado y perturbado, hasta que llegué al sector donde el techo subía de golpe en casi noventa grados, formando un cuadrado sobre mi cabeza como la columna de una chimenea, aunque esta no tuviese más de tres metros de altura; observándola, sintiendo el fuerte olor a cloro y a diversos químicos fuertes que emanaban de los ladrillos que constituían el vertedero, descubrí el propósito de la forma casi de túnel que unía esa parte con la parte donde yacían los cuerpos.
Llevar los químicos hasta ahí y destruir toda evidencia.
Mi asco fue reemplazado por ira, una ira que me hizo olvidar mis náuseas pero no lo que acababa de ver, hirviendo mi sangre e impulsándome a continuar; clavando mis dedos en las grietas de los ladrillos, donde cabían perfectamente, comencé a escalar, una tarea no muy difícil por lo general hasta que tenías que hacerlo pensando en no ser descubierto. Cada ladrillo que avanzaba, sentía como la determinación me llenaba por completo, un deseo de sacarlos a todos de ahí porque no me cabía duda de que mi supuesta madre no era la única persona captiva; en ese momento sería imposible, pero me armé de una resolución que no me dejaría nunca.
Volvería y los sacaría a todos de ahí. Destruiría ese lugar, y metería a Caín en un agujero tan profundo, que olvidaría que estaba vivo para comenzar.
—Vas a salir directo en el complejo de celdas. Hay solo un par de guardias, los demás están ocupados con nuestra distracción; recuerda, la cuarta a mano derecha— instruyó la voz de mi aliada, justo cuando ponía mi primer pie sobre un suelo de baldosas blancas algo viejas, sintiendo inmediatamente dos olores totalmente opuestos; el olor a muerte, a sangre, a destrucción, y el olor a antiséptico y limpieza.
Pero no tuve tiempo casi para cuestionarme esto, cuando pasos apresurados y pesados me hicieron girar, descubriendo a los dos hombres que venían a la carga en mi dirección; la adrenalina no tardó en manifestarse en mi sangre, adquiriendo una postura más apropiada para la batalla, y atizando mi primer golpe en el rostro de uno, justo en la nariz para desequilibrarlo y poder encajarle un segundo puñetazo en el abdomen. Me olvidé brevemente del otro, y cuando quise girarme a atacarlo, recibí una punzada en mi costado que me hizo gruñir.
Una picana.
Me las iban a pagar a mi y a todas las personas que estaban ahí contra su voluntad.
Azuzado, le golpeé la garganta con mis nudillos llenos de sangre ajena, y lo cogí del cabello, lanzándolo dentro del foso detrás de mí por el cual acababa de salir; y como me quedaba uno, simplemente le azoté la cabeza contra el suelo, noqueándolo.
No había tiempo para jadear, ni tiempo para contestarle a Carmen que quería saber si estaba bien, luego de haber escuchado el conocido, para ella por lo menos, sonido de un puño contra la carne, y sin dudar eché a correr pasillo abajo, ignorando con un peso horrible en el corazón las súplicas de ayuda de las demás personas; mi atención estaba depositada completamente en el lado derecho del pasillo de celdas.
Uno, dos...
—Carmen abre la celda—.
Tres, cuatro.
Clavando mi peso en el suelo, me detuve justo a tiempo cuando las barras se movían para liberar a la persona dentro; Timur había diseñado y encontrado una forma de introducirse en el sistema eléctrico de la celda, y le había dado a Carmen el botón para desactivar el sistema.
No habría logrado hacerlo sin ayuda de ambos.
—Vámonos— ordené, antes de poder procesar correctamente lo que estaba viendo.
Había agua. Agua acumulada en el suelo y en la cama donde estaba la mujer, sobre su costado, un rastro de sangre marcando un camino bajo el líquido cristalino teñido de rojo, un camino que finalizaba en la silueta dañada de quién aparentemente, era mi madre. Sentí una pena tremenda, unas ganas de acunarla entre mis brazos y decirle que todo estaría bien, que no todos los humanos eran así, que las cosas tenían arreglo.
Pero eso último era una mentira.
¿Quién era yo para prometer esas cosas? Era un ministro como cualquier otro, un niño con un juguete demasiado grande; no estaba haciendo ninguna diferencia en nuestro mundo, con cada día que pasaba el mundo de lo ilegal solo crecía y yo no lo estaba deteniendo, por más que mi discurso lo hubiese dicho. No tenía el poder, el sistema era una mierda, porque nadie me escuchaba porque era más fácil escuchar al dinero.
Ah, pero me iban a escuchar. Algún día los haría a todos escuchar y acabaría con esto de una vez por todas, como siempre quise; nunca más existirían víctimas de abuso de cualquier tipo, ni personas que en silencio abusaban.
Me adentré en la celda, alzándola en mis brazos y sintiendo inmediatamente algo duro bajo mi palma, duro, cálido, pegajoso; no había tiempo para preocuparse de lo que era, pero no podía ser nada bueno a juzgar por el dolor que vi reflejado en los ojos avellana de la castaña, unos ojos vacíos, tristes, que tenían ese mismo movimiento bajo el iris pero como si ni energía para moverse tuviese.
—Voy a salir— murmuré, esperando instrucciones de Carmen, mi voz oscura y poderosa, carente de mi carisma habitual.
Y salí. Pero la persona que salió de ese laboratorio no era la misma que había entrado. Ahora mi sueño tenía una forma, y creía en el con tanta fuerza que no le daría otra alternativa más que manifestarse.
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