♥︎ үσυ sмιℓε∂, вεcαυsε үσυ кηεω ♥︎
When I saw you, I fell inlove
And you smiled,
because you knew.
Matteo Di Angelo y Nix ©
Cuando se tienen solo tres amigos en el vasto universo, y dos de esos amigos viven en otro planeta, y el tercero consigue novia, la vida se torna un poco aburrida. Un poco bastante, me refiero, porque mis días estaban reducidos a básicamente corregir tareas de sumas al infinito o cosas por el estilo; cuando no corregía, leía el último libro de historia que había logrado obtener por un módico precio de $5 dólares (irónico que la hija del Don fuese tacaña, pero vamos que los profesores de secundaria no ganamos mucho y me negaba y me sigo negando a aceptar otra cosa que salga de Cassian). Pero no me quejaba. Había tenido épocas de aburrimiento mucho peores, donde la rutina era tal que los días se sentían eternos y las noches no eran mucho mejores.
Por lo menos ahora me podía mover por un espacio que era mío, sin sobresaltarme cada vez que alguien alzaba una mano.
La verdad tampoco sé para qué les cuento esto. No es ningún aporte para mí, pero les da a ustedes la oportunidad de ver dentro de mi cabeza; es bastante... enredado, he de reconocer, así que disculpen la carencia de tour porque ni yo conozco muy bien lo que hay en mi mente. Pero sí sé lo que piensan ustedes.
¿Y a qué quieres llegar con esto, Carmen?
Pues la impaciencia nunca ha llevado a nadie a ningún lado.
Marcaba las partes malas del cazzo esercizio con bastante calma si consideramos que ya llevaba al rededor de cincuenta corregidos, moviendo el lápiz de tinta roja a diestra y siniestra con el suave sonido de las partículas de papel rasgándose bajo el contacto con la punta, mi casa sumida en un silencio mortal debido a que era un viernes por la tarde y todos estaban descansando o preparándose para salir a las calles de la Gran Capital de la Federación Intergaláctica. El tiempo se pasaba lento, y me quedaban muchas horas por delante incluso si el sol ya no se veía; el insomnio podía hacer que una noche se sintiera como toda una vida, especialmente cuando tu memoria es más una carga que un regalo. Estaba tan concentrada de todos modos, que no había notado el repentino sonido del silencio.
Sí, me escucharon bien. El silencio tiene un sonido cuando te acostumbras lo suficiente a él. Es un zumbido que llena la atmósfera y puede romperte en mil pedazos, volverte loco o paranoico; el juego está en que para notarlo, tienes que estar atento o paranoico también. Y cuando escuchaba el sonido del silencio, era por una razón. Supongo que lo que quiero decir, es que estaba tan enfocada en mi trabajo, que no me di cuenta del peligro y mi alarma interna no se encendió hasta que fue muy tarde. Por lo menos me hicieron el favor de subir los autos a la acera de mi casa, o habría seguido en mi ignorancia absoluta y probablemente no estaría contándoles esta historia.
El ruido del plástico contra el cemento gatilló una serie de reacciones en mi que me permitieron salir de esa, al fin y al cabo; alzando la cabeza de los papeles, los vellos de mi cuerpo irguiéndose al unísono con mi macroestructura, despegando mi cuerpo del sofá, apoyando mi peso en el hueso delantero de mis pies porque podría ganar tracción y correr con facilidad si llegaba a ser necesario, me acerqué a la puerta en absoluto silencio.
Quizás era solo Cassian.
Quizás venían a dejar el correo.
Quizás no era nadie peligroso y era solo mi cabeza jugando conmigo una vez más.
Pero después de diez años, por más que me habría gustado que mis instintos hubiesen estado fallando, era poco probable que estuviese equivocada; y no lo estaba. Bastó con pegar mi ojo izquierdo al pequeño agujero de pez que tenía en la puerta, para distinguir al demonio mismo.
Non è falso che il diavolo indossa prada.
La luz amarilla de las ampolletas de mi pasillo nunca me parecieron tan luminosas en contraste con la oscuridad que me rodeó, como un peso sobre mi pecho que no permitía que mis pulmones accedieran al aire; y antes de que pudiese pensar con mi lóbulo frontal y no con mi cerebro de reptil, me estaba quitando los tacones y corriendo a máxima velocidad escaleras arriba, dejando atrás los papeles y a los hombres que comenzaban a acercarse a la puerta de mi casa. ¿Tanto tiempo después? ¿Qué habría cambiado como para qué ahora Lorenzo se manifestara en mi puerta?
Quizás ahora sí me iba a matar.
Un pánico denso se apoderó de mí cuando di la vuelta donde la escalera doblaba a la izquierda, apoyando un pie en la fría madera justo a tiempo para escuchar el silbido de una bala y el rebote del cerrojo metálico ser volado por la pistola. Sí, estamos a un paso de descubrir la teletransportación, y estos ineptos optaron por destruir mi cerradura de un balazo; uomini delle caverne.
—La compasión no es mi lado fuerte, Carmen. Facilítame esto y consideraré apelar a los pocos sentimientos que alguna vez tuve— esa voz tan conocida, era igual a como sonaba en mis pesadillas; letal, fría como el hielo pero perfectamente equilibrada para instalar curiosidad en cualquier pobre persona que tuviese la desgracia de conocerlo.
Pffft. Sí, claro, cómo no. Después de vivir con ese hombre durante un año completo de mi vida, sabía qué partes de su discurso eran reales y qué partes no. Y todo lo que tenía que ver con vulnerabilidad y amabilidad, era más falso que mis sonrisas, o que la vez que te dije que me caías bien. Lo más probable es que no te tolero, así como tampoco podía tolerar la voz de Lorenzo sin sentir que se me salía el alma del cuerpo. Tenía que pensar en algo rápido si quería salir de ahí y conservar mi libertad; porque pensándolo bien, una vez que llegué al segundo piso en un silencio felino que mis jadeos amenazaban con interrumpir, si el italiani hubiese tenido mi muerte como objetivo, habría puesto un francotirador en la casa del vecino y como ya lo he dicho varias veces, no estaría contándoles esto.
Tampoco es que les quiera contar pero eso es otro tema.
El sonido de la sangre rugiendo en mis oídos, gritándome de una forma que solo yo entendía que si no salía de allí esta no tardaría en brotar de cada orificio posible de mi cuerpo, era el único sonido que identificaba; abajo se movían con tal sigilo que ni los pasos de los gigantescos hombres del Don murmuraban. De seguro la casa estaba rodeada en todo el tiempo que me había tardado en ponerme de pie y correr arriba; osea como en diez segundos. Y por eso estaban tan tranquilos.
Era más divertido darle caza al ratón sin que este supiese que estabas ahí.
Ah. Pero el ratón podía engañar al gato, si tenía la suficiente astucia. Y en este caso, tendría que tenerla.
Eché a correr a mi habitación y entré al baño, cerrando detrás de mi con cuanta suavidad fue posible, encendiendo la llave de la ducha para que el agua cayendo contra los azulejos del baño se oyera del otro lado de la puerta; ahora que ya no corría, parada en un rincón de la bañera donde podía permanecer seca, escuchaba mi corazón latir detrás de mis ojos frenéticos, y comencé a dudar de si el mundo se movía, o esa era solo mi masa siendo empujada hacia afuera por la velocidad y la fuerza de mis palpitaciones. Me hormigueaban las piernas, y por un segundo temí que todo lo que yo escuchaba, lo escuchaban ellos también; y que podía llegar a caer por el exceso de adrenalina. No podía volver, apenas toleraba los recuerdos que ciertas cosas evocaban en mí de ese inmundo lugar y su dueño; y estaba a menos de cinco metros de caer en ese buco della discordia, porque probablemente ya estaban subiendo las escaleras.
Solo por si acaso, con el pulso parejo y estable como nunca, me cubrí la boca y la nariz recta con mi mano libre, sujetando los tacones en la otra, esperando que eso acallara la pesadez de mis inhalaciones; como quien enfoca la imagen en una cámara, me concentré en lo que había en el pasillo, en el casi imperceptible murmullo de cuerpos subiendo las escaleras. Sonaban como varios a juzgar por el roce que emitían sus ropajes contra las paredes o contra ellos mismos, algo imposible de evitar al menos de que fueras a combatir desnudo.
Pero eso era estúpido.
Mis músculos se tensaron en un espasmo, ordenándome por pavor puro que siguiera avanzando con mi plan; pero tenía que esperar.
Porque como ho detto, la impaciencia no ha llevado nunca a nadie a ninguna parte.
Escuché entonces un susurro que me dio vuelta el estómago, pero que fue la señal perfecta para correr; retiré mi mano de mi rostro y me aferré al marco de la ventana que había a unos metros del suelo, junto a la ducha, alzando mi cuerpo con bastante dificultad pero con rapidez gracias a los múltiples químicos y neurotransmisores de peligro que recorrían mi persona. No me pregunten cómo, pero asumo que Lorenzo dio por hecho su victoria, suponiendo que yo estaba en la ducha y por eso sonaba el agua.
Es lo más lógico. Pero gracias a algo así, aferrándome de la pared y confiando en mi memoria muscular para las caídas y los golpes, cuando me dejé caer de la ventana del segundo piso al césped de mi patio lateral, no vi ningún auto cerca. El impacto contra mi costado me quitó el aire por unos segundos, pero no era nada que no pudiese soportar, y me puse de pie de nuevo, reiniciando mi carrera pero esta vez en dirección al auto que me había comprado Cassian hace años y que yo tenía el descaro de llamar mío.
Aquí voy a resumir porque el viaje hasta la Casa Presidencial fue monótono y no me interesa contarlo; mi aire es limitado y tengo cosas que hacer.
¿Alguna vez han pensado qué las cosas van fatal y no podría estar peor?
Pues siempre se puede estar peor.
Creo que nunca había escuchado tantos ruidos diferentes al mismo tiempo; mi sangre, mi corazón, mi respiración, las órdenes de Cassian y de Nix, y un horrible recuerdo que se reproducía en alguna parte de mi cabeza. No hay un sonido más seco que el de un puño contra la carne.
De todos modos, no era momento para tirarse al suelo a llorar y a gritar de miedo, así que me endurecí lo más que pude, cogí un arma y me dispuse a ayudar a matar a los infelices que entraban a la casa de mi mejor amigo y ahora, dos veces salvador, aprovechando las balas y el contexto para desahogar un poco los sentimientos elevados que tenía. Era un mezcla de ira que hervía mis venas, horror que me ponía la piel de gallina, y una bola de impotencia en mi garganta que parecía una pelota de plomo. En una hora, más o menos, estuvimos fuera.
Y todos esos sesenta minutos fueron un desastre absoluto y una bruma para mi.
Apenas arrastré mi cuerpo pesado sobre la nave, mis pies descalzos para correr más fácilmente, el sabor del ácido gástrico escalando por las paredes de mi garganta, sentí que el fantasma de quién alguna vez fui regresaba a mi cuerpo, como llamado por la repentina desesperanza que albergaba.
¿Cuándo? ¿Cuándo dejaría de arruinarme la vida? ¿Por qué no podía seguir adelante? Cada vez que hacía algo de progreso, que me sentía más ligera, más contenta, que podía dormir más horas de las que había dormido el día anterior, algo pasaba.
Hace un par de años, el evento con Nuala. Hace unos meses, Timur. Cassian siempre ponía el cuello en las vías del tren por nosotros. Siempre. Sin nunca pedir nada a cambio.
Y ahora, yo le traía problemas gratis a la puerta; y esta vez no solo a él si no que a su mate también, y los amigos de esta estaban involucrados. Había sido una masacre, mi cuerpo emanaba olor a sangre a pesar de no haber recibido absolutamente ningún disparo ni de haber tocado a ningún muerto. Había visto el rostro de Lorenzo en ese pasillo. Había vuelto a escuchar su voz.
Il mostro nella borsa vene per te, Carmen.
Mis ojos dejaron de ver. Puntos de colores nublaban mi visión, mi cráneo tan liviano que sentí que se me saldría del cuello, las voces de Cassian, Nuala, y Nix sonando como un eco a la distancia.
Pensé que me daría con el suelo.
Pero algo me hizo alzar la cabeza, y como si fuese una fatalidad del destino, encontré el rostro de un hombre que nos había ayudado a salir; un rostro parecido al de aquel que había exprimido toda la felicidad de mi personalidad, con la misma quijada, las mismas cejas y el mismo cabello.
Pero tú. Tú sonreíste, Matteo Di Angelo. Y no me di cuenta hasta mucho después.
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