* 2 *

Me siento tan cansada como asustada, me recuesto en la cama e intento cerrar los ojos forzando el sueño, necesito olvidar, escapar de esta tortura. Mi cabeza aprieta, pero no me animo a sacarme la venda, no quiero hacerlo, dormiré así.

Intento esos ejercicios de respiración que solía hacer mamá cuando le costaba dormir, espero que funcionaran. El sueño se va apoderando de mí y de pronto aparezco en otro sitio. Estoy en una habitación de hospital, pero la cama está vacía, me asusto al ver a mi madre sentada en el sillón de al lado llorando. Mi tía Blanca está con ella e intenta consolarla.

—No sé por qué lo hizo, Blanca, no lo sé, no lo entiendo —solloza mi madre, su voz se rompe en un angustioso quejido y me parte el alma. Su rostro está colorado y sus ojos hinchados por el llanto, mi tía intenta calmarla pero ella la ignora.

—¿Mamá? —digo acercándome pero no me oye, es lo que me temía, no estoy allí en realidad. Me siento en la cama y la observo, sus facciones me duelen demasiado, odio hacerla sentir así.

—Se va a reponer, ya lo verás —comenta mi tía mientras masajea el cuello de mi madre, me pregunto dónde está mi cuerpo y cuánto tiempo habrá pasado.

—¿Y si no lo hace? ¿Y si se me muere? Por Dios, ¿qué hice mal? —solloza mi madre con la voz teñida de dolor—. Salí temprano del trabajo, ¿sabes?, al fin me pagaron lo del caso Torres y yo iba contenta para llevarla conmigo a elegir el vestido para su fiesta. En el camino recordé que ella estaba en clases de inglés y decidí pasar por casa, darme una ducha e ir a buscarle al instituto. Llamé a mamá a decirle que cuidara de Mateo porque yo saldría con Saskia, entonces llegué a casa. Iba subiendo las escaleras cuando escuché el sonido. No entendía lo que sucedía ni de dónde provenía pero algo en el pecho se me arrugó, Blanca, yo sabía que algo malo estaba sucediendo y fui directo a su habitación.

—No lo digas, Lau, no sigas —pide mi tía—. No te hace bien.

—Debo decirlo, debo sacar todo esta porquería de adentro —llora de nuevo mamá—. La encontré allí con la cabeza destrozada y el arma en el suelo, había sangre por todas partes y... Dios, mi niña, es solo una niña, Blanca, ¿qué le sucedió para tomar esa decisión? ¿Por qué lo hizo?

—No lo sé, Lau, pero sé que tú no eres la culpable. Eres una madre genial, siempre has estado allí para ella, no te sientas así...

—Blanca, ella tenía catorce años, era una niña hermosa, tenía todo lo que deseaba, amigos, buenas notas, no lo sé... Lo pienso y lo pienso y no lo entiendo, ¿qué le sucedía? ¿Por qué no me lo dijo? ¿Acaso no pensó en mí?

—Mamá, por favor, claro que pensé en ti... por eso lo hice, mamá, escúchame —ruego. Me duele mucho ver a mi madre sufrir así por mi culpa, lo único que había querido era que no sufriera.

—Laura, no te martirices más... se pondrá bien y podrán hablar, verás que todo saldrá bien —insiste mi tía pero sus ojos también están cargados de lágrimas.

—Ella podía confiar en mí, podía decirme lo que quisiera. Yo la hubiera escuchado, la hubiera ayudado, hubiera dado lo que fuera por ella, ¿por qué tomó esta decisión tan drástica? No lo entiendo, su vida era mi más preciado tesoro, el regalo más grande que me ha dado Dios y ella se la ha querido quitar. ¿Acaso nos odiaba? ¿Acaso no era feliz? —La voz de mi madre duele.

Sigue llorando y preguntando cosas una y otra vez, siento que cada vez me duele más la cabeza y de pronto me descubro llorando también. El dolor es intenso y la culpa también, mi madre está tan mal y yo no puedo abrazarla y decirle que la amo, que no quería verla así. Quiero irme de allí pero no sé cómo hacerlo. No sé cuánto tiempo pasa, pero se me hace eterno y no puedo escapar de esta tortura. Finalmente la voz y los sollozos de mamá se van apagando y yo siento que me falta aire. Me despierto con un sobresalto, tengo la boca seca y me cuesta respirar, mi almohada está mojada por la cantidad de lágrimas que he derramado. Sin embargo, siento alivio al despertarme. Observo la ventana y aún brillaba en el firmamento aquella luna de color rosado en armonía con un cielo liláceo y estrellas verde manzana. Esa falta de armonía en los colores me hace recordar que de nuevo estoy en El Umbral, este extraño sitio. Irónicamente no sé qué es sueño y qué realidad, todo parece una gran pesadilla.

Cierro los ojos para volverme a dormir pero tardo mucho en lograrlo. Espero poder descansar, sin embargo de nuevo aparezco en otro sitio. Esta vez puedo verme a mí misma llegando del colegio a mi casa. Mateo y mamá entran a la casa detrás de mí y yo voy hasta mi habitación. Veo como mi otro yo se quita el uniforme y se sienta frente a la computadora, busca ver si mi escritora favorita ha actualizado la novela.

De pronto aquel recuerdo regresa completo a mi mente. Ya sé en qué momento de mi vida he aparecido. Aquella fue una tarde cálida y fue el día en que todo comenzó, el día en que mi vida cambió.

Veo el momento en el que llega una nueva solicitud de amistad.

Pablo Santander.

La verdad es que por recomendación de mis padres, nunca aceptaba a personas desconocidas, sin embargo este tal Pablo tenía quince amigos en común conmigo. Veo el momento en que revisé quienes eran y recordé que deduje se trataba de amigos y conocidos de la escuela. Vi su foto de perfil, era un chico joven de mirada verde y cabello oscuro, tenía puesta una gorra de un equipo de futbol del cual era notoriamente fanático según sus últimas publicaciones.

Puedo verme haciendo todo esto, puedo ver a mi antigua yo y sentir como si fuera ayer aquella expectación que iba creciendo a medida iba revisando su perfil para decidir si lo aceptaba o no. Era patinador callejero, eso era un buen punto a su favor.

Aceptar.

Sé lo que se viene y no quiero volver a ver esto, no quiero volver a recordar. He leído esa conversación miles de veces, buscando un indicio de algo que se me pasó, pero nada.

«Hola, ¿cómo estás? Me encanta tu foto de perfil».

Ese fue su saludo.

«¿Te conozco?»

Pregunté.

«No, pero podrías si quisieras...»

El dolor de cabeza se vuelve intenso mientras observo a mi yo en la tierra conversar de forma divertida con aquel chico misterioso. Un recuerdo viene a mi mente, sé que ese día hablamos casi tres horas. Ese mismo día me pidió mi número pero no se lo di, me parecía demasiado pronto, esperaría un par de días más a ver qué sucedía.

Me dijo que le dijera Palo, que así le decían sus amigos, y agregó que le encantaba mi nombre.

Y yo, caí redondita.

Me tomo la cabeza y cierro los ojos, ya no quiero leer lo que me pone en ese chat, el recuerdo de ese día llega completo a mí, con emociones y sentimientos que hacen revolver mi interior y me generan más dolor en mi herida. No quiero sentirme idiota, ¿por qué le hablé? Ese es el día al que quiero regresar, y darle ELIMINAR a dicha solicitud, quisiera ignorar su mensaje, su cabello negro, sus ojos verdes y su skate. Quisiera haber sido menos estúpida.

Siento enfado y odio hacia mí misma e intento romper algo, no logro alcanzar ninguno de los objetos de mi habitación, ¿acaso soy un maldito fantasma? Intento tomar las cosas pero mi mano las atraviesa sin siquiera moverlas.

—¡Sáquenme de aquí! —grito desesperada pero nadie me oye. Mi otra yo sigue tipeando y una sonrisa boba se le ha pintado en el rostro—. ¡Eres una idiota! —le grito pero no me oye.

Me pongo a llorar con desespero, ya no quiero estar allí, ya no quiero sentirme así. No quiero revivirlo todo. Me saco la venda de la cabeza en un ataque de histeria y meto mis dedos en el orificio para ver si no puedo acabar con esto de una vez, ¿quizá pudiera terminar de morir?

De pronto vuelvo a despertar, estoy otra vez en la cama y sigo llorando. Mi venda está toda desliada y la cabeza me duele aún más. Tengo sangre en mis dedos y una terrible confusión, ya no sé qué es real y qué no. Estoy viviendo una horrible pesadilla.

La puerta se abre y Margarita ingresa sin esperar a que responda.

—Oh... Saskia, ¿estás bien? —pregunta y yo niego.

—Dime qué sucede, qué es todo esto —pido y ella solo suspira.

—Tranquila, las cosas irán mejorando para ti... o al menos te acostumbrarás —agrega con resignación—. Levántate y ponte el uniforme —añade mostrándome un jumper negro y una camisa blanca—. ¿Quieres una nueva venda? —pregunta y asiento—. Iré por ella, tú alístate que debemos bajar a desayunar —informa antes de salir en busca de la venda. Yo suspiro una vez más, tengo sueño y estoy más agotada que antes, la cabeza duele cada vez más y yo no entiendo nada. Quiero irme de aquí, aunque no sé a dónde. Quizá esto en realidad sea el infierno y solo me están engañando.

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