Introducción
Los cerezos ya estaban en flor en la ciudad de Nara. El mes de abril había empezado. Los colegios, institutos y universidades estaban abarrotados de alumnos y alumnas desde hacía unos días. En aquellos momentos, (TN) estaba saliendo de la facultad, acompañada de sus amigas. Solían coger juntas el transporte público, ya que la universidad estaba a las afueras.
Cuando divisaron la parada vieron que el autobús ya estaba en la parada. Por suerte había bastante cola, así que llegaron a tiempo para subirse. Pasaron su tarjeta de viaje por el lector y se quedaron de pie en el pasillo, agarradas a las barras. Siempre solía ir bastante lleno y no había sitio para sentarse. La peli(t/c) soltó un pequeño bufido cuando escuchó sonar su móvil dentro de la mochila. Tuvo que soltarse para cogerlo.
—¿Mamá? —preguntó, al descolgar.
—Cariño, recuerda que tienes que recoger a tu hermana del colegio —comentó su madre.
—Lo sé, ya llevo casi dos semanas haciéndolo. No hace falta que me lo repitas todos los días —contestó ella, intentando mantener la calma.
—Vale, vale. Nos vemos después del trabajo. Un beso —se despidió antes de colgar.
Volvió a guardar su móvil rápidamente. Suspiró. No iba a negar que era algo despistada, pero no como para que le llamara su madre cada día para recordarle ese tipo de cosas. ¿Cómo se iba a olvidar de recoger a su hermana? En fin.
Después de unos cuantos minutos más charlando con sus amigas, se acercó a la puerta. Ella era la primera en bajar del autobús. Se despidió sacudiendo la mano antes de bajar de un salto y poner los pies sobre la acera. Estaba realmente feliz de que el destino le hubiera juntado con esas tres chicas el primer año de universidad. Las tres eran estudiantes de farmacia y su amistad había durado hasta el cuarto curso que acababan de comenzar. ¡Y eso que habían hecho muchos trabajos en grupo! Eso podía romper amistades.
Aceleró el paso. Los alumnos del colegio debían estar ya en la entrada, esperando a que fueran a recogerles. Bueno, los que no se iban solos a casa. Su hermana ya podía espabilar. Tenía once años y había niños más pequeños que volvían solos sin problemas. Había mucho barullo, sobre todo entre las madres. Estaban en grupitos mirando las pantallas de los móviles mientras sus hijos comían la merienda y caminaban junto a ellas. Era increíble lo enganchada que estaba la gente.
—Vaya, ¡por fin llegas! —La voz de su hermana le sacó de sus pensamientos. Rodó los ojos mientras se giraba hacia aquella pequeña tirana—. ¿Mi merienda?
—Se me ha olvidado en casa —contestó—. Te compraré un bollo o algo por el camino.
—Sabes que mamá no nos deja comer esas cosas —dijo ella, poniendo los brazos en jarra.
—¿Y quién se lo va a decir? ¿Tú?
—Tendrás que comprar mi silencio con algo más que un bollo —contestó, sonriendo con maldad. Era el demonio personificado.
—¡(TN)! ¡Cuánto tiempo! —Vaya, era una de las tutoras que tuvo cuando iba al colegio. ¿Por qué no se la había encontrado durante esos días?
—Takeda sensei —saludó la universitaria, haciendo una pequeña reverencia.
—¡Qué mayor estás! —comentó la mujer, sonriente—. Desde luego tu hermana es una copia de ti, en miniatura. Aunque es un poco más cañera.
—Lo sé —murmuró, muy a su pesar. No es que ella fuera la más buena del mundo, pero su hermana era un pequeño monstruito.
—¿Has visto el video del que todo el mundo habla? —preguntó la profesora.
(TN) negó con la cabeza. La mayor sacó el móvil de su bolsillo y se lo pasó a su antigua alumna. La joven miró la pantalla fijamente. Se podía observar a un tipo con la ropa desgarrada. Caminaba de manera lenta y torpe, como si fuera drogado. Todo el mundo estaba alejado, mientras grababan con sus móviles. Casi al final del video se podía observar como unos policías se acercaban para comprobar su estado y ese hombre se abalanzaba sobre ellos. El vídeo se cortaba con una especie de chillido de la persona que estaba grabando y con el móvil cayendo al suelo.
—¿Dónde es eso? —preguntó (TN), con curiosidad.
—Creo que es en Tokio y debe ser alguien que haya consumido algún tipo de droga extraña. Hay mucha gente que se echa a perder —se lamentó la profesora—. El vídeo es de hace unas pocas horas. Se está expandiendo muy rápido.
—Oye, me quiero ir ya a casa. Tengo que hacer los deberes —se quejó la pequeña.
—Sí, Masako, vamos a hacer los deberes —dijo la mayor, mientras le cogía de la muñeca y tiraba de ella. Nada más llegar a casa se pondría a jugar con la Nintendo. Era una mentirosa—. Hasta pronto, Takeda sensei. Espero que vaya todo bien.
—Adiós, chicas —se despidió la maestra.
Las dos hermanas comenzaron a caminar. Su casa estaba a unos diez minutos de la escuela. Pasarían por alguna cafetería para comprar algo de merendar y cuando llegaran a casa (TN) escondería la merienda de su hermana. Si su madre se enteraba de que se había olvidado le echaría la bronca.
Por supuesto, la pequeña no fue la única que consiguió merendar algo dulce. Ella también se compró un taiyaki relleno de crema pastelera. Definitivamente, su madre le mataría si se enteraba de todo eso. Estaba obsesionada con la dieta de comida equilibrada. Un dulce no venía mal de vez en cuando.
La gente estaba todavía más alborotada cuando las dos chicas salieron de la cafetería. Comentaban todavía de manera más escandalosa esos vídeos que les iban llegando.
—¡Mierda! —exclamó Masako, cuando su merienda cayó al suelo. Un hombre que había pasado corriendo se la habita tirado al chocar con ella.
—No hables de esa forma. Toma el mío —le regañó la mayor, ofreciéndole el dulce. ¡Cómo si ella no dijera ese tipo de palabras! Aún así, debía actuar como hermana mayor.
—¿Por qué hay tanta gente corriendo? —preguntó la pequeña, confundida.
—Ni idea. Venga, volvamos a casa cuanto antes —apremió (TN).
Ambas aceleraron el paso. La gente se comportaba de una forma muy extraña y eso no era buena señal. ¿Acaso habían anunciado un terremoto más fuerte de lo normal? ¿Había alerta por alguna cosa? Cuando giraron la esquina vieron como un chico joven caía prácticamente ante sus pies. Se había dado un buen golpe.
La mayor de las hermanas iba a ofrecerle su ayuda, pero la escena que estaba presenciando le dejó helada. Había otra persona que acababa de cogerle la pierna y... La estaba mordiendo. ¡Se la estaba comiendo! Ese otro hombre —si es que se le podía llamar así— actuaba de la misma forma que el tipo drogado que había visto en el vídeo.
Solo podían ser dos cosas. Había consumido algún tipo de drogas o... ¡Por favor! Había visto muchas películas de esa temática. Fuera lo que fuera, debían irse de allí cuanto antes.
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