Capítulo 6

Aquel chico de ojos grises estaba en su puerta y llevaba ropa en las manos, recién planchada y perfectamente doblada.

—¿Vas a dejarme pasar? He traído la ropa que ha preparado Robin —preguntó, tratando de sonar lo menos borde posible.

—Sí, disculpa —farfulló la joven, haciéndose a un lado.

Law caminó hasta uno de los sofás y dejó el montón de ropa encima. Todavía de espaldas a la chica, se llevó una mano a la cabeza. Si estaba allí es porque le habían regañado por haber sido tan brusco con ella.

Le tocaba disculparse y odiaba hacerlo. Sin embargo, no quería que el resto le estuviera dando la lata.

Se dio la vuelta y se acercó hasta la joven, que todavía estaba al lado de la puerta abierta.

—Escucha, (TN)-ya... —comenzó a decir. En ese momento se dio cuenta de que su cuerpo tan solo estaba cubierto por una toalla, la cual estaba agarrando con fuerza por temor a que se soltara—. Bueno, ve a cambiarte primero.

—Sí, gracias —murmuró, dando un paso hacia atrás cuando el pelinegro estiró el brazo para cerrar la puerta.

Se acercó al sofá y fue separando las prendas de ropa. Había unos vaqueros, tres sudaderas, un par de camisetas de manga larga, un pack de ropa interior todavía sin abrir, un pack de calcetines, un pijama y unas deportivas negras.

Cogió lo necesario para vestirse. Hacía algo de frío así que cogió una de las sudaderas en lugar de camiseta, la de color lila.

Una vez lo tuvo todo subió por las escaleras, con paso acelerado. No quería hacer esperar al tipo maleducado o se pondría todavía más cascarrabias. No quería problemas con nadie, solo estar tranquila.

Se miró al espejo antes de bajar. Los vaqueros la quedaban bastante ajustados, no como la sudadera, que le venía algo grande. No le importaba mucho, lo fundamental era no pasar frío.

Probó a hacer un par de movimientos de lucha cuerpo a cuerpo. ¡Vaya! Los pantalones eran bastante elásticos, perfecto. No quería tener dificultades en caso de tener que luchar.

Se peinó rápidamente. Su cabello aún estaba mojado, pero ya se iría secando. Volvió a colgar la toalla en el enganche y bajó de nuevo las escaleras.

—Ya estoy lista —avisó la peli(t/c), al mismo tiempo que bajaba los últimos escalones. Siguió caminando hasta quedar en frente del maleducado. Sí, ese era el sobrenombre que le había dado.

—Bien —dijo él, despegando la espalda de la puerta, donde había estado apoyado mientras esperaba—. Simplemente quería decirte que no debería haber sido tan brusco contigo.

—Está bien, acepto tus disculpas —comentó ella, no muy emocionada.

—Es bueno llorar de vez en cuando para desahogarse, pero tienes que dejar de martirizarte —continuó el chico. (TN) alzó la vista—. Esta situación nos tiene a todos al límite. Lo que pasó no es tú culpa. No debes sentirte culpable por la muerte de tu hermana, son aquellos dos energúmenos los que debían cargar con la culpa. Tampoco debes sentirte mal por haber matado a esos dos, era lo mínimo que se merecían.

La joven sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. Se sentía agradecida por aquellas palabras. ¡Cómo había necesitados escucharlas! Era como si aquel chico le hubiera leído la mente y supiera exactamente la carga que llevaba encima.

No solo su hermana había muerto por que ella había decidido confiar en dos desconocidos, si no que había matado a dos personas. Las palabras de Law habían conseguido aliviarle.

—Si no hubiera confiado en esos desconocidos... —La peli(t/c) trató de hablar, pero si continuaba acabaría llorando, y no quería volver a hacerlo.

—Nadie puede sobrevivir solo, es normal tratar de buscar aliados —añadió el chico de ojos grises—. Tuviste mala suerte al juntarte con aquellos dos. Sé que no sirve de mucho, pero te aseguro que no eres la única a la que le ha pasado. Ahora no hay vuelta atrás, tienes que seguir adelante. Por tu hermana y por tu familia.

Tenía razón. Law tenía razón. Ya había estado dándole vueltas a esa idea, pero que alguien te lo dijera te ayudaba todavía más a creerlo.

—Puedes llorar si quieres —dijo él. Ya había notado hace un rato que se está reprimiendo.

(TN) no dijo nada, tan solo dejó que las lágrimas cayeran libremente por sus mejillas y se abalanzó sobre el pelinegro, rodeándole con los brazos y apoyando la cara en su pecho.

El cuerpo del pelinegro se tensó ante aquel contacto. Hacía tiempo que nadie se le acercaba tanto. Mucho tiempo.

No supo muy bien cómo reaccionar, así que simplemente le dio unas suaves palmadas de ánimo en la espalda. Tal vez debería haberse ido y dejar que llorara sola. No era precisamente la mejor persona para consolar a alguien.

—Gracias por haber venido a hablar conmigo —dijo la joven, poco después, justo después de separarse. Se pasó el dorso de la mano por las mejillas, para secarse las lágrimas.

—Quiero que quede claro que no soy una persona amigable, ni mucho menos cariñosa —aclaró Law, dando un paso atrás—. Si necesitas hablar de tus problemas o algo por el estilo, te aconsejo que busques a cualquier otra persona. No es nada personal.

—Entonces te debo agradecer el doble, por haber hecho el esfuerzo de venir a disculparte —dijo, ella, sonriendo levemente.

—Reconozco que me he pasado contigo. No tienes que agradecer nada —comentó, sonriendo de lado. Todo había empezado con mal pie, pero parecía haberse enderezado—. Ahora lávate la cara y vamos con el resto, la comida está casi lista.

Unos minutos después, ya estaban caminado hacia la zona común, en dirección contraria al pequeño templo.

Era como una especie de plaza. Había varias mesas de madera y bancos de madera sin respaldo, como en las zonas de algunos parques donde las familias o amigos se sentaban para tomar el almuerzo.

Cuando llegaron, ya había varias personas repartidas por las mesas. Bell-mère, una de las mujeres que estaba en la reunión y otra chica de cabello verde oscuro estaban preparando carne en una barbacoa. Junto a ellas había un pequeño niño rubio que parecía estar echándoles una mano.

—¿Cómo va esa carne? ¿Os echamos una mano? —preguntó el hombre pelirrojo, sonriendo amablemente.

—Cariño, sabes que es mejor que no te acerques a la barbacoa. A veces eres un poco torpe —respondió la mujer de cabellos verdes.

—Yo puedo ayudar también —murmuró un joven de cabellos negros con una pequeña cicatriz bajo el ojo. Salivaba cada vez más a medida que se acercaba a la carne.

—Aléjate de aquí y espera tu turno —dijo el pequeño niño de cabellos rubios, cortándole el paso.

—Luffy, no tienes remedio —le regañó un chico rubio con una gran cicatriz que cubría la zona de su ojo izquierdo—. Ace, ayúdame a controlar a este ser insaciable. ¡Ace! Se ha vuelto a dormir.

(TN) se fijó en un chico de cabellos negros. Sus mejillas estaban cubiertas de pecas. Tenía medio cuerpo apoyado sobre la mesa y estaba durmiendo como un tronco.

—¡Eh, (TN)! —Cuando el hombre pelirrojo la saludó, las miradas se posaron en la chica nueva.

—Hola —saludó ella, tímidamente, sin mirar a nadie.

—Ven, siéntate. Cuando la comida esté lista empezaremos con las presentaciones —dijo Shanks, señalando uno de los bancos que había junto a su mesa.

La peli(t/c) se acercó y se sentó junto a dos niñas, que debían tener unos diez años. Las dos tenían el cabello corto, por encima de los hombros. Una lo tenía naranja y la otra azul. Le miraban fijamente, sin ningún tipo de vergüenza, mostrando la curiosidad que sentían.

—Hola, yo soy Nami —se presentó una de ellas.

—Y yo su hermana, Nojiko —intervino la otra—. Bell-mère es muestra madre.

—Encantada de conoceros —dijo la joven, sonriendo amablemente.

—¡Hora de poner la mesa! Esto ya está casi listo —anunció la madre de las dos pequeñas.

El resto no tardó en acercarse a una caja de plástico que había cerca de la barbacoa. Allí había platos, cubiertos y vasos.

—Ese tonto de Zoro siempre se escaquea —murmuró Nami, mirando hacia la casa más cercana. En una de las paredes había apoyado un chico de cabellos verdes, echando una cabezadita—. Voy a avisarle.

—No seas mala, Nami —le advirtió Nojiko. Su hermana negó, sacudiendo la cabeza, pero en su rostro había dibujada una sonrisa traviesa.

(TN) se había levantado para ayudar, pero siguió a aquella pequeña con la mirada. La pelinaranja se colocó en frente de aquel chico y, de repente, dio una fuerte palmada a la altura de su cara.

La niña volvió corriendo hacia las mesas, perseguida por aquel tal Zoro. Nami se reía mientras él gruñía entre dientes.

—Maldita bruja... —murmuraba una y otra vez. No quería ni imaginarse cómo sería dentro de unos años.

—Deja a la niña en paz y ayuda a poner la mesa —le ordenó Bell-mère, cuando su hija se ocultó entre sus piernas.

—Controla a la criatura. Siempre está fastidiando —se quejó el chico de cabello verde.

—Eso te pasa por no estar atento. Tienes que colaborar con todos en las tareas, no solo peleando —le regañó el pequeño de cabellos rubios—. Y ni se te ocurra hacerle algo a Nami. Métete con alguien de tu tamaño.

—No te estarás refiriendo a ti, ¿verdad? —le preguntó, poniéndose de cuclillas en el suelo, frente al niño.

—Venga, a poner la mesa —le apremió Bell-mère.

Zoro soltó un pequeño gruñido antes de dar unos pasos hacia la caja. (TN) decidió hacerlo mismo y ayudar al test. Al fin y al cabo, debía acostumbrarse a convivir en un grupo tan grande.

Fue colocando vasos de cristal al lado de los platos que ya se habían ido colocando. Hizo lo mismo con par de jarras de agua. Colocándolas en la única mesa que todavía no tenían.

Al parecer, ya estaba todo listo, así que volvió de nuevo a la mesa donde se había sentado, junto a las dos pequeñas y el tipo pelirrojo.

—¡Empieza el reparto de comida! —anunció la mujer de cabello morado—. Pasad, en orden y Sanji hará el reparto.

Se fueron levantando por mesas. Los que se levantaban se colocaban en una fila y el niño les repartía su ración. Cuando los miembros de esa mesa se sentaban se levantaba la siguiente.

La mesa en la que estaba (TN) fue la tercera y última en levantarse. La peli(t/c) se colocó al final de la fila y esperó pacientemente su turno. Aquel increíble olor de carne a la brasa inundaba sus fosas nasales. Hacía semanas que no comía adecuadamente y cualquier cosa que le dieran en aquel momento lo consideraría un auténtico manjar.

El chico rubio puso varios trozos de carne sobre su plato y, para acompañarla, también servían una patata asada.

Una vez todos estuvieron sentados y con el plato delante, comenzó el festín. O al menos lo era para (TN). Sí, era un auténtico festín.

Devoró la carne con tanta ansía que las dos niñas que estaban a su lado le miraron sorprendidas. Por otra parte, el pequeño Sanji le miraba con entusiasmo.

—¿Te gusta? —preguntó, mirándola con una gran sonrisa—. Lo he preparado todo yo, aunque Bell-mère y Makino estaban vigilando por si acaso. Bueno, y han encendido el fuego, pero yo he cocinado la carne.

—Está deliciosa —respondió ella, después de haber bebido un trago de agua. Sus palabras hicieron muy feliz al cocinero.

Continuó devorando lo poco que quedaba en el plato. Las niñas ya no le miraban extrañadas, charlaban con el otro niño y con su madre. Shanks y Makino también hablaban alegremente.

La joven alzó sus ojos (t/c) y los paseó por las otras dos mesas, por todas y cada una de las personas que vivían en aquella lujosa urbanización. Todos parecían estar a gusto, tranquilos y relajados... Era un lugar en el que no siempre debías estar alerta y en el que poder trabajar realmente en equipo. Era un buen grupo, ¿no?

De todas formas, si fallaba de nuevo otorgando su confianza... Ya no le quedaba mucho por perder.

Sus pensamientos se disiparon al encontrarse con los ojos grises del maleducado —ya no tan maleducado—. Se sentía intimidada, analizada por su mirada. Incluso le daba la sensación de que podía ver dentro de ella, de leer sus pensamientos.

No puedo aguantarle la mirada más que unos pocos segundos. Centró sus ojos de nuevo en el plato. Tan solo le quedaba un pedazo de hamburguesa.

¿Cuánto tiempo llevaba Law mirándole tan fijamente? Le habría visto comer como a un cerdo, pero estaba tan hambrienta... No pudo evitar sonreír al pensar en la bronca que le hubiera echado su madre por perder los modales.

No sonrió por pensar en la bronca; sino en hacía unos meses, cuando todo era normal. Unos cuantos meses atrás estaría volviendo a casa, después de recoger a Masako. Pasaría la tarde estudiando, leyendo sus libros favoritos y, por la noche, se sentarían para cenar todos juntos en la mesa. La familia al completo.

Esos momentos jamás volverían, ni si quiera en caso de que toda aquella mierda acabara. Ni si quiera entonces. Ese hecho le inundaba en una profunda y oscura tristeza. Una tristeza con la cual debería aprender a convivir, y debía comenzar a mentalizarse rápido.

Todas las personas que estaban a su alrededor tenían su propia historia, ¿no? Y parecían haber logrado recomponerse y empezar de cero. Ella era tan capaz como cualquiera.

—Bueno, (TN) —la voz de Shanks la sacó del trance en el que ella misma se había metido. Alzó su mirada hacia el pelirrojo—. Ha llegado el momento de tomar una decisión.

Tal y como aquel hombre continuó explicando, tenía dos opciones. La primera era coger la ropa que le habían prestado y un pack de provisiones que le prepararían para durar unas semanas por su cuenta, hasta que pudiera conseguir más alimentos y agua para sobrevivir. La segunda era quedarse con ellos.

Si escogía la segunda opción debía seguir las normas establecidas por aquella comunidad, y colaborar en equipo —tanto en tareas cotidianas como en la defensa del lugar y exploraciones—.

Tenía total libertad de abandonar el grupo en cualquier momento. Aunque esa norma no estaba aprobada por todos, salió así por los votos de la mayoría. Law y Zoro eran los que más en contra estaban de esa decisión. ¿Y si los que abandonaban se unían a otro grupo y les mostraban su localización? Y no solo eso: su forma de vivir, rutinas, puntos débiles... Era peligroso, pero muchos de los presentes eran demasiado blandos como para retener o eliminar a una persona. No es que fuera lo más ético ni a ellos les hiciera ilusión, pero era pura supervivencia.

—¿Y bien? —Todas las miradas recayeron sobre ella cuando Shanks pronunció aquellas dos palabras.

—Decido... Quedarme y ayudaros —respondió (TN), finalmente. Se hicieron unos segundos de silencio, hasta que el pelirrojo abrió la boca de nuevo.

—En ese caso... ¡Vamos a celebrarlo con una copa de sake! —exclamó, emocionado. Todos estuvieron de acuerdo, aunque Makino le miró con desaprobación—. Es una ocasión especial, cariño, sabes que no estoy bebiendo tanto.

—Está bien, tomaremos una copa y charlaremos para que vayas conociéndonos. Te parece bien, ¿(TN)? —preguntó la mujer de cabellos verdes, amablemente.

Aunque su marido, pareja o lo que fuera ya había ido a buscar las botellas. Daba igual su respuesta. La joven asintió.

Iba a ser una noche interesante. La primera noche con su nueva familia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top