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En algún momento de la noche lograste dormirte, aunque ella no tardó en despertarte poco antes del amanecer. Normalmente te alistaba con cremas o lociones, dejaba la ropa más cómoda al pie de tu cama y preparaba el desayuno en lo que terminabas para esperarte con la mesa perfectamente servida y una bella sonrisa de los buenos días; esa vez no fue así, no hubo lociones ni cremas, la ropa cómoda fue sustituida por un traje tan rígido que apenas te dejaba caminar, te dejó abandonado en la cocina con la comida del día anterior totalmente fría. No pudiste quejarte porque ella se veía seria, de seguro ya se había enterado que la viste desnuda en el ritual de la madrugada.— Come rápido, Hoseok. Debemos llegar temprano a la cita.

—¿Qué cita?

—La que te toca por haber entrado al mar ayer en la tarde, es posible que ya estés contagiado.

—¿Contagiado de qué?

—La epidemia.

No dijiste más, sentiste preocupación por lo que sucedía, la ansiedad invadió tu corazón al suponer lo que podría pasarte, pero decidiste confiar en los ojos brillosos de tu madre.

¿Era imposible que la mujer que te dio la vida fuera capaz de hacerte daño, verdad?

Caminaron un largo tiempo bajo el rocío de la mañana sin detenerse, por eso estabas tan cansado que lo único que deseabas era llegar a donde sea que fueran para tratar de recuperar un poco de fuerzas, después buscarías la forma perfecta de escapar.

Finalmente llegaron a un campo solitario donde una enorme torre metálica se imponía entre el piso lleno de flores que parecían no encajar en la escena, tus piernas flaquearon un poco antes de entrar, quizás por los nervios de no saber lo que pasaría, pero de todas maneras lo hiciste a causa del leve empujón que mamá dio en tu espalda.

La clínica era sombría, incluso dudaste en obedecer cuando la enfermera te pidió el saco para colgarlo en el único perchero de la recepción. Escuchaste como ella y tu madre intercambiaron palabras que no alcanzaste a comprender porque te distrajiste con los pasadizos mal iluminados repletos de varias puertas metálicas en las que entraban camillas dirigidas por enfermeras de complexión similar.

—Acompáñame por aquí, por favor— una de ellas te había tendido la mano con amabilidad, así que la tomaste sin pensarlo, curiosamente tenía un aspecto distinto a pesar de llevar el mismo uniforme que sus compañeras, tal vez era su cabello anaranjado el que llamaba tu atención.

De repente ya te había llevado a un baño bastante grande con varias regaderas, te habías desnudado por inercia, así que sólo conservabas una trusa para no resentir tanto el cambio de temperatura, ella te limpiaba cuidadosamente con unas toallitas húmedas el torso mientras sonreía, o eso te hacía creer para que no tensaras más el cuerpo —Tranquilo, es parte del protocolo. Vi que escondiste un cuadernito entre tu ropa, ¿Te gusta dibujar?— No era una actividad ilícita, pero las palabras no logran salir cuando se es un adolescente semidesnudo frente a una mujer desconocida que lo intimida.—Lo haces bastante bien, espero que un día de estos quieras retratarme.

Asientes en silencio, ella sólo te dirige a la habitación contigua donde el grupo de médicas ya esperan tu llegada preparadas con una camilla metálica junto a un banco de trabajo con varios artilugios como jeringas y unos cuantos bisturís.

Al subir a la camilla sientes como la piel se eriza con la frialdad de la superficie, no tardan en colocarte una mantilla quirúrgica sobre el abdomen en lo que una enfermera se dedica a anestesiar la zona. Sientes miedo, sabes que es raro y que no hay mucho que puedas hacer, ya que oponer resistencia no es realmente una opción, sólo observas cómo aquellas mujeres van y vienen hasta que una se coloca frente a ti, seguramente la líder, con la enorme jeringa entre las manos—Contaré hasta diez y todo habrá terminado, ¿bien?

Sin esperar respuesta comienza el procedimiento, penetra en tu ombligo y una sensación de picazón intensa traspasa cada capa de piel, era tan doloroso como una inyección de vitaminas a base de aceite. Las piernas no te responden a pesar de que tratas de moverte, estás tan aturdido por la lámpara amarillenta que reflecta directamente hasta tus ojos que ni siquiera percibes el conteo. —Nueve y...Diez, listo, ya puedes ir con los demás chicos.

—¿Hay más?— preguntas, pero tu voz apenas es perceptible. Las enfermeras te reincorporan pese a que tu abdomen todavía duele, eres ignorado por todas las presentes, salvo la primera enfermera que nuevamente se ofrece a llevarte con una sonrisa al terminar de vestir tu cuerpo adormecido con una pijama de puntitos celestes.

El recorrido continúa entre largos pasadizos llenos de habitaciones con puertas metálicas, algunas también tienen ventanas semi opacas que impiden salir el ruido de su interior. Tus manos se entrelazan por los nervios, la mujer parece no darse cuenta de las ganas que tienes de llorar para que traigan de regreso a tu mamá, porque sí, te ha dejado en este lugar bajo la promesa de volver en cuanto estés "sano".

Al fin la silla se detiene, ella desliza la tarjeta de identificación sobre un sensor que abre la puerta de la habitación donde descansan otros seis muchachos de casi el mismo rango de edad. En eso, notas como uno de ellos mueve una de sus manitas para saludarte con cariño, se trata de tu mejor amigo, Jimin, al que no habías visto desde hace un buen tiempo.

—¿También te contagiaste?, ¡Ush!, te dije que no era buena idea nadar cerca de los corales.

—Jimminie, ¿Tú sabes algo de esto?

—No mucho, tiene poco que llegué aquí, me dieron unos medicamentos en la casa, pero no aguanté el sabor. Mi mamá dice que es una epidemia que se activa al nadar en agua de mar y que es exclusiva de varones. Lo raro es que yo me sentía muy bien hasta que me inyectaron algo transparente en la panza y me han dado ascos e inflamaciones.

Observas un poco la cara demacrada del chico, es obvio que no fueron malestares sencillos, tus nervios se estremecen cuando apagan la luz de la habitación y quedan dentro de la completa oscuridad, sólo te calmas cuando Jimin toma tu palma y te invita a recostarte junto a él pues es la única manera en que tu angustia se vaya y que la esperanza vuelva a ti.

—Jimminie...— Susurras al quedar pegado a su pecho, él te acurruca para dejarte llorar en paz sobre su delgado hombro, sientes como sus deditos se entremezclan entre tu cabello castaño. Tus lágrimas le mojan la ropa, pero no parece importarle mucho, dejas salir tu desesperación en cada gota hasta que el sueño decida el momento indicado para llegar.

Tu amigo te mira con ternura, conoce la desesperación del primer día lejos de casa, sólo susurra cuando sabe que ya te has dormido y nadie más le prestará atención a una promesa sin caducidad—Hobi, te prometo que ambos estaremos bien, regresaremos a casa y podremos seguir explorando las aguas. 

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