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Sabes que lo que estás a punto de contar es imposible de creer porque es un secreto que existe más allá de las tierras que los hombres no han logrado invadir todavía, tu semblante se ha vuelto sombrío y tus ojos iluminados por el sol pierden el brillo en cuanto recuerdan todo lo vivido.
Es un hecho que ocurre cada cierto tiempo en esas islas donde las mujeres dirigen la sociedad y los hombres no tienen otra finalidad más que cumplir su propósito a la edad de dieciocho años, antes de ello son sólo genes en desarrollo que entretienen a las ciudadanas de ese pequeño país.
Nunca antes has tenido la osadía de contarle a alguien más esta historia tan rara, así que ni siquiera quisiste tomarte el tiempo de analizarlo porque sabes que todos te tacharan de enfermo o loco, pero también eres consciente de que en verdad sucedió y que la cicatriz que en tu vientre es la mayor prueba de ello.
La isla de donde procedes es un lugar rodeado por lagunas claras de agua dulce, palmas que ofrecen su sombra para descansar del intenso sol a mediodía, con caminos de arena donde se puede caminar descalzo sin ningún tipo de problema; Si tenías hambre, bastaba con comer el fruto de alguna palmera o árbol frondoso para saciarte por al menos dos días, aunque también siempre estaba la opción de pescar o recolectar algas del fondo de las lagunas en caso de preferir algo más "gourmet".
Todos suelen habitar en edificios altísimos con fachadas blancas cubiertas de ventanales que dan la ilusión de ser una enorme torre llena de espejos. En ese lugar sólo viven niños y mujeres de mediana edad, o al menos eso crees porque nunca antes llegaste a ver alguna anciana o niña menor que tú. Casi todas las personas de ese lugar son amables y muy cuidadosas con cualquier cosa que hacen, mayormente las mujeres son quienes se encargan de hacer todo el trabajo pesado para evitar que los hombres puedan sufrir algún accidente en el cuerpo. Ellas hacen todas las faenas del hogar, ustedes sólo tenían que seguir las indicaciones que les dijeran y ya, tal vez eran una especie de animal de compañía para satisfacer su necesidad de proteger a los demás.
A simple vista, era un sitio idílico donde cualquier hombre querría vivir...al menos si se es menor de edad.
Tu madre era una mujer muy dulce contigo ya que te crió con mucho amor, eso te obligó a jamás dudar ni un segundo de ella, pues era demasiado inteligente para enseñarte todo lo que conocías de este mundo, por ello eras el mayor seguidor de su persona.
A menudo escuchabas como el resto de tus amigos y compañeros de escuela se quejaban de lo sobreprotectoras e intrusivas que eran sus madres, incluso se asombraban de lo misteriosas que llegaban a ser durante la temporada de marea alta, pero tú no podías creerles nada de lo que decían porque nunca notaste algo parecido y eso sólo te llevaba a preguntarte cómo era posible que la mujer que te dio la vida sería capaz de hacerte daño.
No, eso no podía suceder porque esos relatos y teorías sólo eran inventos de adolescentes idiotas, nada más.
Desde los tres años te había gustado nadar, sentir la frialdad del agua helada recorrer tu cuerpo hasta sentir que eras parte de ese entorno tan extraño del que la mayoría de mujeres en el pueblo tenían pavor, tu madre incluida. Aunque ella rehuía y exigía que nunca entraras en las aguas, jamás te castigó cuando te encontraba jugueteando dentro de la laguna cercana a tu hogar porque entendía que sólo eras un niño curioso que quería explorar el mundo.
Cuando le preguntabas la razón de su miedo, ella siempre evadía el tema, salvo en unas cuantas ocasiones en las que respondía que se debía a la sensación de picazón que provocaba la alergia al agua en su cuerpo, pero algo en tu ser no lograba tragarse por completo el cuento. Aún con ello no te atreviste a romper la promesa de jamás nadar fuera de donde ella te pudiera proteger, incluso hasta el día en que caminabas por la playa mientras las olas danzaban a la orilla.
Sólo caíste en la tentación de hacerlo sin pensarlo más, pues era mayor tu curiosidad por ver cómo los granos de arena iban y venían entre esas aguas agresivas que nunca antes habías logrado tocar. Nadaste con una seguridad que nunca antes habías sentido, parecía que formabas parte de esa agua salada y áspera que rozaba contra todo tu cuerpo de futuro hombre adulto, por ello no pudiste detener tus impulsos hasta que lograste ver con ojos propios el hermoso arrecife de coral repleto de especies exóticas de las que tanto se hablaba en los cuentos tradicionales de la región.
Hubo uno en especial que llamó tu atención, cuidadosamente te acercaste hacia ese colorido animal con forma de estrella que reposaba en una superficie carnosa con un color similar al de tu piel, su pequeña anatomía estaba cubierta de grumos e incluso sus extremidades tenían unas cuantas ventosas de color más claro.
Estabas por tocarlo hasta que notaste como un hilito rojizo flotaba cerca de la superficie, pronto encontraste el cuerpo de otro niño siendo devorado por esa criatura, entonces trataste de escapar con toda la fuerza y velocidad que tus piernas tenían.
Cuando abriste los ojos encontraste a tu madre desesperada sosteniéndote entre sus delgados brazos — ¡Hoseok!, ¡Hoseok, despierta!, ¡Despierta, mi niño!— poco a poco recuperaste el aliento, tus pulmones se hincharon de todo el oxígeno que te rodeaba, jadeabas entre los brazos de tu madre y ella recuperó la esperanza en cuanto notó que estabas bien— Niño tonto, tonto, tonto, casi te ahogabas y yo no iba a poder ayudarte.
—Mamá... Hay un niño muerto ahí abajo.
—¿Qué dices, amor?
—Un niño, muerto, ahí abajo, cerca de los corales.
Ella te miró incrédula, de un momento a otro se adentró en el agua sin dudar de tus palabras, había confrontado sus miedos para evitar que uno naciera en ti.
Los minutos pasaron hasta que se sintieron eternos, fue hasta después de un rato que ella al fin salió del arrecife con un semblante extraño, con la mirada perdida y el cuerpo pálido, parecía ser otra.
—No hay nada ahí, Hobi, de seguro te confundiste. Mejor vayamos a casa antes de que anochezca.
Volvieron a casa en silencio, no hubo más señales de cambio cuando ella sirvió la sopa de algas en la cena ni cuando te arropó antes de dormir, pero despertaste a mitad de la noche y nuevamente esa sensación de miedo se apoderó de tu mente. El sabor amargo del jarabe que habías bebido al momento de acostarte no te dejaba relajarte, la acidez era tan fuerte que en silencio fuiste hacia el baño a intentar vomitar para calmar ese malestar, aunque una silueta pasó por la ventana que daba hacia la calle, tu cuerpo quedó congelado ante los pasos provenientes del exterior, por eso no habías notado que mamá no estaba en su habitación.
Rápidamente asomaste la mirada en la segunda ventana, la de tu cuarto, para tratar de averiguar lo que ocurría. Varios cuerpos desnudos bailaban de forma extraña sobre la arena en la playa sin parecer que les importara el frío de la media noche.
Pudiste ver unos cuantos rostros conocidos, los de las madres de tus amigos Taehyung y Jimin entre ellos, que gemían de forma grotesca y aguda como si parecieran lamentarse; se frotaban las espaldas unos con otros para después tomarse de las manos con delicadeza.
Cuando viste a tu madre tal como Dios la trajo al mundo recordaste tus valores, sabías que estaba prohibido para los varones mirar la feminidad de sus compañeras, pero tu intriga por ver todos los lunares ocultos por tantos años que nunca antes habías visto en ese cuerpo delgado pudo dominarte.
Viste un tiempo más, las mujeres sostenían el cuerpo del niño que encontraste mientras nadabas, se lo pasaron unas a otras hasta que la matrona tomó un puñal y comenzó a destazarlo, ver tanta sangre caer te dejó absorto, entonces decidiste regresar a la cama.
Un remolino en tu pecho te impedía disfrutar la calidez de las sábanas, nunca antes habías roto una regla, tampoco estabas completamente en contra de alguna orden porque siempre te habían llamado "Hoseok, el niño bueno". Nunca cuestionaste tanto tu propósito en la vida hasta ahora, porque apenas te dabas cuenta de las razones por las que las mujeres de ese lugar cuidaban tanto a sus niños y carecían de un marido; ahora también entendías el porque tu madre se negaba a dejar de tratarte como un niño, tal vez fuiste demasiado inocente al creerle cuando ella justificaba la desaparición de varios de tus amigos en todo este tiempo.
Aún recordabas cómo en ciertas temporadas veías a varias mujeres llevar a sus hijos, casi siempre los mayores de diecisiete, a un lugar llamado "Hospital central" para ser tratados de una enfermedad repentina. Algunas veces regresaban al pueblo con una cicatriz en el bajo vientre, pero era muy raro que sucediera, generalmente jamás se volvía a saber de ellos.
Incluso también recordaste el comentario de tu amigo Jimin sobre su hermano mayor, Bogum, cuando su madre lo internó en ese lugar: "Mamá dijo que hyung ya no va a volver porque fue elegido para migrar a una isla donde hay mujeres que lo cuidarán mejor, pero dice que no importa, ya que también encontró un bebito muy bonito en el camino y decidió que nos lo vamos a quedar."
Tal vez esa isla no existía y quizá tampoco había mejores mujeres que cuidaran a esos chicos y pronto también tendrías el mismo destino que su hyung. Lo supiste en cuanto viste las extrañas ventosas en la espalda de tu mamá.
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