Diecinueve I
Sophia
—Estoy nerviosa, Irving. —Nos encontrábamos sentados en la mesa comiendo unas tostadas en la tarde del sábado. En solo algunas horas sería la fiesta de mis padres, la presentación formal de mi relación con Alonso tanto a mi familia como a los medios.
—No te preocupes, todo saldrá bien —dijo con la boca llena mientras yo me limitaba a verlo con ambas cejas alzadas y él se encogía de hombros—. ¿Qué? Siempre te quejas de mi cruda honestidad, quise decirte lo que querías escuchar por primera vez.
—Necesito a mi amigo. —Movió su rubio cabello hacia un lado y dirigió sus grandes ojos azules hacia mí.
—Tu padre no lo va a tomar bien, pero ya era hora de que te pusieras la ropa de niña grande y le hicieras saber lo que quieres. De frente y sin miedo.
—Sí tengo miedo.
—Pero él no tiene que saberlo. —Me guiñó un ojo mientras yo sonreía, tal vez no era la decisión más fácil pero sí la correcta, y eso bastaba. Respiré hondo levantándome y dejando mi plato en el fregadero; observé el reloj en la pared notando que tenía justamente tres horas para arreglarme e ir por Alonso para enfrentarnos a la realidad. No más ocultarnos en los departamentos o fingiendo no conocernos en el trabajo, de alguna manera todo aquello me daba valor, solo debía dejar de lado las malas consecuencias.
—Algún día quisiera conocer a quien te trae tan embobada como para que decidieras dejar de lado tus inseguridades hacia tu familia. Aunque ya lo he visto saliendo de tu apartamento cuando yo llego, pero sería bueno conocerlo si va a andar robándome tu tiempo.
Me recargué en el hombro de Irving cuando se detuvo a mi lado y reí ligeramente.
—Si después de esto no sale huyendo, te lo presentaré formalmente. —Aplaudí sintiéndome ansiosa de repente—. ¿Me ayudarías a peinarme?
—¿Sabes? Ser gay no me hace ni tu estilista, ni tu modista.
—Pero te encanta ayudarme y como soy una amiga muy buena, solo quieres pasar tiempo conmigo. —Sonreí viendo cómo rodaba los ojos y recargaba la cadera en la barra, cruzándose de brazos.
—Está bien, ándale. Pero si en una hora no he terminado, continuarás tú. Tengo una cita.
—¿Qué? ¿Con quién? —pregunté sumamente interesada, con una cara de loca que hizo que mi amigo me empujara con una mano en mi rostro.
—Si todo sale bien hoy, te diré. Ahora vete a duchar que tu olor ya me llegó.
—¡Oye! —grité ofendida mientras me arrastraba al baño y cerraba la puerta dejándome adentro. Moví la cabeza divertida y procedí a arreglarme.
Mis nudillos tocaron la puerta una vez más, haciendo que las dos ligeras pulseras de mi mano derecha chocaran entre sí emitiendo un suave tintineo.
Volteé al pasillo solo un segundo, cuando regresé mi vista al frente ya no había impedimento para ver al hombre que enloquecía mis sentidos. Traía puesto un esmoquin que le quedaba justo, sus rizos oscuros iban arreglados y se había dejado solo un ligero rastro de barba que cubría toda su quijada. El café oscuro de su cabello y barba, dejaba a sus ojos verdosos resaltar más de lo que alguna vez los había visto debajo de esas rizadas pestañas.
—Te ves hermosa, Sophi. —Sonreí y con aquella osadía que me negaba a perder di una vuelta sobre mi eje—. De acuerdo, ahora ya vi la espalda. Definitivamente también eres sexy.
El vestido blanco y largo que llevaba era corte sirena, acentuando cada ligera curva que mi cuerpo pudiera tener pero dándome movilidad; además tenía un gran escote en la espalda que terminaba justo antes de llegar a mi trasero, tenía pequeños brillos a lo largo del vestido y gracias a la elaborada cola de caballo que Irving me ayudó a hacer, mi cabello no cubría nada importante.
Alonso se rascó la ceja con nerviosismo y movió la cabeza para salir de su propio trance, algo que se me hizo tierno.
—¿Quieres pasar un minuto? Solo me falta el moño.
—Claro. Puedo ayudarte. —Suspiró aliviado y me pasó aquel listón negro que enredé en su cuello. Sus manos estaban puestas en la parte baja de mi cintura, podía sentir sus dedos tibios en la espalda expuesta y cuando empezó a dejar suaves y lentas caricias me aparté con una sonrisa—. Ya está.
Tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos antes de darme un muy rápido roce de labios y acariciar mi mejilla con los nudillos de su mano disponible.
—¿Estás lista?
Respiré hondo y acaricié su barbilla no pudiendo contener el impulso de sentirla raspando mi mano.
—Lo estoy si tú lo estás.
—Entonces, andando. —Me sonrió en grande y caminamos hasta el auto.
—¿Estás bien? —Tomé la mano que descansaba en su regazo cuando lo observé moverse en su asiento una vez más.
—Pocas veces he ido en la parte de atrás de una limusina.
—Tranquilo, no podíamos llegar en mi auto considerando que mis padres celebran su aniversario como un gran evento de premios, colocando una alfombra amarilla y todo.
—Eso no resulta tranquilizante —susurró. Le sonreí apenada y dejé un beso pequeño en su mejilla para no dejar rastro de labial, su agarre en mi mano poco a poco dejó de ser tenso.
—Va a resultar.
Varios camarógrafos comenzaron a fotografiar desde el momento en que la limusina se estacionó en frente esperando que saliéramos. Los vidrios estaban polarizados por lo que nos quedaban solo unos segundos de privacidad.
—¿Cómo estás? —inquirió.
Le sonreí intentando transmitirle seguridad, aunque mis labios y gestos temblaron un poco.
—Algo nerviosa, pero solo hay que asentir y sonreír. Conozco a la mayoría de los periodistas, sé a quién contestarle preguntas sin que modifique mis respuestas.
—Asentir y sonreír, podemos hacerlo. —Me divertí al observarlo respirar hondo antes de abrir la puerta. Los flashes de las cámaras se detuvieron un momento, Alonso se detuvo en la puerta abierta ofreciéndome su mano, la cuál tomé sin dudar. Suspiré antes de salir del auto y sonreír hacia las cámaras que de nuevo comenzaron a trabajar. De pronto, mi novio no era más un chico nervioso, si no, un hombre seguro de sí que enlazó mi brazo con el suyo antes de empezar a caminar. No era un pasillo muy largo, pero las personas gritando mi nombre a la izquierda hacían que tuviéramos que detenernos cada dos pasos.
—¡Sophia! Una foto aquí. —Me detuve y Alonso me miró de inmediato. Señalé hacia la cámara discretamente y con rapidez se colocó a mi lado, con una mano en su bolsillo y la otra en mi cintura; con esa aura masculina a su a alrededor y aquella pose, bien podría ser un modelo muy cotizado.
Continuamos el camino con nuestras manos entrelazadas, hubo algunas fotos individuales en las que me sorprendió ver a Alonso tan calmado, parecía como si ese fuera su ambiente y apenas lo descubría, las cámaras lo adoraban, incluso cuando aún no sabían de quién se trataba, vieron un rostro apuesto que explotarían. Tomaron una mía de espaldas con vista a la cámara antes de que nos acercáramos al reportero.
—Sophia, ¿quién la acompaña esta noche? —Sonreí inconscientemente, «¿era malo disfrutar del momento en el que al fin tenía alguien a mi lado? ».
—Él es Alonso González, mi novio. —Un silencio momentáneo se apoderó de los periodistas antes de que volvieran a lanzar toda clase de preguntas. A mi lado, Alonso solo sonreía y asentía. Reí un poco escuchando el click de otra cámara; decidí que como en todas las noches de gala, no me molestaría cuántas fotos tomaran, sobre todo ese día en la que todas mis sonrisas eran genuinas.
—¿A qué te dedicas? —Las grabadoras se enfocaron en él quien siguió sonriendo y asintiendo hasta que se dio cuenta de la pregunta.
—A, soy fotógrafo.
—¿Dónde se conocieron? —preguntó el reportero dirigiéndose a mí. Alonso apretó un poco mi mano, gesto que pasó desapercibido pues yo seguía con el rostro en calma.
—En un baile. —Con el tiempo, había aprendido a responder de la manera mas concisa posible. Su interrogatorio siguió llegando, sin embargo, de la manera más sutil que se me ocurrió, volví a hablar—. Dado que estamos en la fiesta de aniversario de mis padres, no quisiera acaparar la noche. Así que, es mejor que entremos, gracias.
Enlacé mi brazo con el chico a mi lado y lo insté a caminar tranquilamente pero con pasos largos. De esa manera llegamos a la entrada del lujoso salón donde había una pizarra en la que se leía: Ramiro y Lorena Bethancourt. Boda de perla.
—¿Qué no solo existían las bodas de plata y oro? —inquirió con las cejas juntas.
—Hay un nombre para cada aniversario, para aquellos como mis padres que les encanta celebrar cada año.
Entramos al salón con baldosas color crema, pulcras y brillantes, lámparas de cristal tipo araña colgaban en el techo en cada cinco metros. Había una gran pista de baile rectangular en el centro, rodeada por mesas circulares con diez asientos en cada una. En una tarima, pequeña y elegante, se encontraban los instrumentos de la banda que seguramente habían contratado para la ocasión; los micrófonos estaban puestos pero no había nadie en el escenario. Sin embargo, una suave música de fondo inundaba el salón.
Todas las mesas tenían pequeñas tarjetas que indicaban el nombre y orden de los invitados, escritas con una letra cursiva digna de elegancia.
—¿Buscamos nuestra mesa?
Negué con la cabeza, yo era una Bethancourt, nunca me aprovechaba de mi apellido, pero eran mi familia, al menos podrían decirme dónde era mi lugar.
—¿Listo para conocer a mis padres?
—Sobrevivimos afuera, creo que podremos con esto.
—Excelente, mantén esa actitud. —Le di una palmada a su bicep y caminamos hasta una de las mesas en las que distinguí el lacio y largo cabello de mi madre en una media cola. Cuando llegamos hasta ellos se encontraban de espaldas; aclaré mi garganta haciendo que voltearan, les sonreí mientras me separaba de Alonso y abrazaba a cada uno.
—Feliz aniversario —dije.
—Sophia, mi peinado —rechistó mi madre haciendo una presión en mi estómago para que me apartara—. Recuerda mantener un poco de decoro, estamos en público.
«En privado tampoco me dejas abrazarte» quise decir. Sin embargo, pasé saliva y sonreí, sabiendo como siempre cuándo era mejor no hablar.
—¿Quién eres? —Escuché preguntar a mi padre con su mirada en Alonso.
—Padre, él es mi pareja..., Alonso. —El aludido sostuvo mi mano con fuerza cuando mi padre pareció escanearlo con una mirada no muy propia para alguien que se vende a los medios como amigable.
—¿Es mudo o porqué no dejas que me conteste? —Abrí mi boca para hablar cuando escuché que se aclaraba la garganta.
—Alonso González, un gusto señor Bethancourt —dijo formalmente ofreciendo su mano como saludo, pasaron unos largos segundos antes de que la aceptara con un solo apretón y se alejara con las manos en sus bolsillos.
—¿Y de dónde saliste, Alonso? —Bufé obteniendo una mala mirada de mi padre. El chico a mi lado, con aquella inocencia que amaba, solo se encontraba con el ceño fruncido.
—¿Disculpe?
—¿A qué te dedicas? ¿Cómo llegaste a Sophia? —Arqueó ambas cejas como si lo retara mientras yo aplanaba los labios.
—Soy fotógrafo, conocí a Sophia en un evento al que asistimos.
—Sí, claro. ¿Sophia cariño, puedo hablar contigo un segundo? —preguntó ofreciéndome su mano.
—Eso estamos haciendo.
—En privado —dijo a regañadientes. Apreté el brazo que estaba enlazado con el de Alonso, se encontraba tranquilo cuando acarició mi mano y me dio una sonrisa. Suspiré y me alejé un poco con mi padre, escuchando que mi novio se presentaba con mi madre.
—¿Qué te sucede? —inquirió deteniéndose frente a mí con las manos en sus caderas.
—Usted dijo que trajera un acompañante, bueno pues ahí está.
—Me refería a alguien importante, no a este pelado que ni en su casa lo han de conocer. —Sentí el rostro caliente y dolor en las palmas cuando mis puños hicieron que presionara las uñas.
—Padre, él está conmigo. Ya lo anuncié a la prensa así que si lo echa me iré yo también, ya quiero ver cómo explicaría que su hija se fuera cuando la noche aún ni empieza.
—No vas a estar con él.
—Ya lo estoy. Ahora, ¿podría decirme donde... —Me detuve abruptamente cuando aquellos ojos cafés aparecieron frente a mí, sus rizos castaños iban alborotados y portaba uno de sus muchos trajes azules. Respiré hondo endureciendo la quijada de la ira y sorpresa contenida.
—Ramiro, muchas felicidades. —Palmeó la espalda de mi padre quien le sonreía con afecto; di un paso atrás por instinto.
—¿Qué haces aquí? —La sonrisa de Daniel me pareció tenebrosa, o quizá solo era mi imaginación recordando que esa mirada lujuriosa solo era el inicio de mis peores noches.
—Es tu cita —habló mi padre, mis oídos se taparon por un segundo cuando un preciosa se leía en los labios de aquel hombre aborrecible. Mis brazos se empezaron a sentir fríos, sin embargo, me mantuve impávida, no quería darle más poder, no iba a dejar que el pasado me volviera a acorralar. Respiré y levanté la mirada dirigiéndome a mi padre solamente.
—Ya tengo una cita, ahora le agradecería que me dijera la mesa en la que me ubicó.
—En la principal con nosotros por supuesto, pero no hay espacio para el muchacho ese que trajiste. —Hizo un gesto de la mano con desdén. Solté una risa seca mientras me cruzaba de brazos, sintiéndome valiente de repente; el que quisiera emparejarme con Daniel nuevamente había hecho que perdiera aquella esperanza de que mi padre en realidad se preocupara por mí, cruzó la línea quitándome la venda de los ojos y eso dolía, porque a pesar de todo, yo quería a mis padres.
—De acuerdo, buscaré donde haya uno.
—Sophia. —Me riñó tomando mi brazo, miré hacia su agarre y luego a él quien sonreía hacia los invitados como si nada, después me observó seriamente—. No hagas una escena, si te sientas en otra mesa crearás un chisme. Eres mi hija, por lo tanto, te sentarás con la familia a lado de Daniel y sonreirás.
Estaba harta de hipocresías, de fingir sonrisas, felicidad y amor. La perfecta familia feliz en el centro, con ojos vacíos y falsas risas que nadie notaba. Ya era hora de escapar de ese círculo vicioso, estaba cansada de que me dijeran qué hacer, cómo debía comportarme y con quién debían verme, aunque no fuera una buena persona y me lastimara; miré una vez más a Daniel quien no dejaba de sonreír, señalando a mi padre y así mismo, hablando sin emitir sonidos, amenazando con que no sería fácil deshacerme de él. De pronto sentí una furia creciendo en mi interior, donde todos los escenarios hirientes pasaron en mi cabeza, repitiéndome que ya no podía lastimarme o quebrantarme si no lo permitía, es por ello que no me importó cuando jalé mi brazo fuera del agarre de mi padre.
—Puede que lleve su apellido, pero usted no me considera su hija. —Pasé saliva sintiendo una molesta presión en el pecho.
Aproveché su sorpresa momentánea para llegar hasta Alonso, asentí hacia mi madre y empecé a caminar buscando una mesa con lugares vacíos.
—¿Algo está mal?
—¿Me convierte en una mala persona el decir que me siento solo un poco más libre? —susurré. Debía admitir que fuera de la tristeza que era el saber que mi padre apoyaba más a un extraño que a mí, un poco del peso en mis hombros se había ido.
—Todos tenemos el derecho de encontrar nuestra forma de libertad, así que no eres mala por pensar en ti de vez en cuando. —Le sonreí recargándome en su hombro por un instante, sí, es ahí donde quería estar—. ¿Entonces tu dulce, solidaria y tierna actitud la sacaste de...?
Reí junto con él.
—Te presentaré a la abuela.
—Invitamos al señor y señora Bethancourt al centro de la pista para dar inicio con el baile.
(Reproduzcan la canción de multimedia)
Desde una de las mesas del fondo, aplaudimos levemente como se debía, observando a mis padres levantarse de sus lugares y caminando juntos de la mano, sonriendo hacia sus invitados. Mi madre se veía hermosa con aquel elegante vestido color vino y el sofisticado broche en su cabello azabache, sus hebras blancas ni siquiera se notaban y la delgadez de su cuerpo la hacía lucir mucho más joven. Mis ojos se nublaron por un segundo, entristeciéndome el hecho de que en toda mi vida, nunca había tenido la oportunidad y el tiempo de darle un cumplido a mi mamá.
La cantante comenzó al son de una melodía ligera, elegante y clásica; interpretando de una manera magnífica la voz grave y rasposa de Ana Gabriel*.
—Quien quiera acompañar a esta pareja, es momento de que se una al baile —dijo el encargado de dirigir el evento. Una mano apareció en mi campo de visión, volteé a verlo con una sonrisa.
—¿Me permite este baile, señorita?
—Por supuesto, señor.
Sonreímos mientras tomaba su mano levantándonos y yendo a la pista, mis padres seguían solos en el centro cuando Alonso y yo llegamos. Todos aplaudieron conscientes de que era su hija, sin embargo, mi padre me miró no muy amistosamente.
Respiré hondo dejándolo pasar, no me iba a perder la oportunidad de otro baile con mi novio, sobre todo cuando al momento en que nuestras manos se entrelazaron y una se posicionó en mi cintura mientras colocaba la mía en su hombro, todo desapareció. Sus ojos claros se veían intensos, solo consciente de a quien estaba sosteniendo.
En cuanto comenzamos a dejarnos guiar por el compás de una música suave y una canción intensa, éramos solo él y yo, en nuestra burbuja personal donde los prejuicios no existían, las cosas complicadas se quedaban fuera, deteníamos el tiempo y solo nos dedicábamos a querernos, donde nuestros cuerpos eran los que se encargaban de expresarlo.
Seguíamos dando pequeños pasos hacia atrás, donde mis caderas eran las que más se movían y sus piernas daban el soporte. Sin embargo, en cuanto se escuchó el grito de la cantante, Alonso me separó de su cuerpo dándome dos vueltas rápidas antes de que volviera a topar con su pecho y mis manos quedaran a ambos lados de su rostro. Fui bajándolas lentamente, acariciando sus brazos con nuestras miradas fijas. Volvimos a entrelazar ambas manos y con delicadeza nos separamos para que su brazo derecho pasara sobre mi cabeza, haciendo que mi espalda quedara pegada a su pecho mientras nuestros brazos se quedaban entrelazados alrededor de mi cintura y así continuamos bailando con pasos sencillos al frente y atrás; hasta que el coro volvió a sonar haciendo que soltara uno de sus brazos para desenrrollarme y terminara dando un giro por mi cuenta en el que Alonso me detuvo de los hombros lo que aproveché para inclinarme un poco hacia atrás haciendo girar mi cuello con los ojos cerrados.
Con una de mis manos apoyada en su cuello y una de las suyas en mi cintura, continuamos con nuestro baile lento, mis caderas moviéndose con cada paso al igual que las suyas. La canción era sensual, romántica, intensa, y fue la manera con la que Alonso y yo bailábamos, la manera en como me hacía sentir era desconocida, pero no quería que desapareciera, definitivamente me había convertido en una adicta de sus besos, su tacto, sus movimientos, siempre deseosa de más.
Muy pocas parejas se habían animado a bailar y a lo lejos escuchaba ciertos aplausos que poco me importaban cuando esos ojos verdosos no dejaban de mirarme. Dejé caer mi mano, permitiendo que fuera su brazo en mi cintura la que nos mantuviera juntos mientras dábamos una vuelta muy ligera cuando llegamos al borde de la pista. Mi cuerpo se balanceaba de un lado a otro hasta que la voz de la cantante se volvió a escuchar, Alonso me dio una vuelta muy lenta y elegante donde volví a quedar pegada a su pecho con nuestros brazos izquierdos estirados y los derechos juntos en mi cintura. Sentía su respiración en mi cuello mientras cerraba los ojos y me dejaba guiar por la música y el ritmo tranquilo de su pecho.
—Esto se siente como un deja vú, pero mejor —susurró en mi oído.
—¿Por qué? —Casi no lograba reconocer mi voz.
—Porque ahora, cuando se termine la cancion no tendré porque separarme de ti.
Podía escuchar a mi corazón latir más rápido, me di media vuelta y dejé un beso casto en sus labios, no me importaba mi padre o el flash que sentí en el momento. Por una noche, quería interesarme en lo que me hacía feliz.
—Eres mi libertad.
Di tres vueltas rápidas cuando la cantante subió el tono y en el momento en que me detuve, nuestras manos estaban frente a nosotros con las palmas abiertas, enfrentándose sin tocarse. De esa manera fuimos bajándolas hasta que en un abrir y cerrar de ojos, con delicadeza hizo que arqueara mi espalda con una mano tras de ella y una en mi cabeza.
Regresamos a mirarnos de frente justo en el coro donde aproveché sus brazos en mi espalda para hacer un semicírculo del pecho hacia arriba con algo de inclinación.
De repente alguien picó mi espalda haciéndome saltar y sacándome del momento íntimo en el que me encontraba.
Cuando volteé a mirar al intruso, mi buen estado de ánimo decayó.
—¿Me permites bailar con tu novia? —preguntó Daniel mirando a Alonso, quien tranquilamente se encogió de hombros pasando un brazo por mi cintura.
—No. —Empezó a caminar conmigo hacia afuera de la pista, sin embargo, trastabilló cuando lo jaló del hombro.
—Vamos amigo, a ti no te queda lo posesivo. Aunque considerando que así le gustan a Sophia no me sorprende.
—Quítate de en medio, Daniel. No hagas una escena —dije entre dientes, enfureciéndome que por un momento hablé como mi padre.
—No lo haré si bailas conmigo. —Se acercó con rapidez estirando el brazo hasta que de un manotazo Alonso lo bajó y puso la mano en su pecho deteniéndolo. El ceño fruncido del castaño indicaba que empezaba a enfurecerse. Con su altura a favor, el chico a mi lado le plantó cara a Daniel quien había golpeado su brazo—. Ella volverá conmigo, tú no puedes ofrecerle lo mismo que yo.
La música iba bajando de intensidad y la gente a nuestro alrededor empezaba a escuchar aquella conversación. Alonso tomó mi mano e intentamos sacarle la vuelta, pero las mesas eran tan juntas que nos dejaba un espacio mínimo donde Daniel aprovechaba para obstruir con una sonrisa burlona.
Volví a tomar a mi novio caminando de nuevo a la pista hasta que mi ex volvió a hablar.
—No importa lo que hagas para meterte entre sus piernas, será el peor sexo de tu vida.
En un parpadeo, Alonso le había azotado un golpe en la mandíbula que lo mandó al suelo, donde pude escuchar que algo crujió; no tuve tiempo de sentirme mal, estaba colérica.
—Sophia, llévate a ese muchacho, solo ha causado problemas. —Abrí mi boca indignada de cómo mi padre se arrodillaba a donde estaba Daniel, dándole una mirada de desaprobación a quien me defendió.
—Ya nos íbamos los dos. No quiero rodearme más de ustedes.
—¿Te duele? —dije presionando en sus nudillos. Estábamos sentados en el sofá de mi departamento, iba descalza y con un gran camisón mientras que Alonso traía tres botones abiertos de la camisa, no traía su saco ni corbata; y a pesar de todo, no dejaba de verse atractivo.
—Palpita, pero no duele, lo rojo ya pasará. ¿Sabes hace cuánto no golpeaba a alguien?
—Creo que suenas un poco emocionado. —Sonreí un poco queriendo aligerar el ambiente.
—Nunca había golpeado a alguien, mi hermano se metía en problemas pero yo no tanto. —Lo miré sorprendida, aunque él estaba recargado en la cabecera con los ojos cerrados; tenía el ceño ligeramente fruncido, como si tuviera alguna preocupación acumulada, la noche no había terminado como lo planeado, pero la velada a su lado no había sido mala.
—¿Quieres quedarte? —Me encontré preguntando.
—Claro, ahora tu serás mi almohada —declaró acomodando su cabeza en mi regazo—. Lo siento, Sophia. Sé que esto no era lo que esperabas.
—¿Es eso lo que te preocupa? —inquirí acariciando su cabello.
—¿A ti no?
—De alguna manera u otra iban a hablar de nosotros. Pero tú ni siquiera dudaste en defenderme, debería agradecerte.
—Creo que no fue la mejor manera recurrir a la violencia.
—Se lo merecía. —Reí cuando recordé su cara adolorida, aunque sabía que eso solo era una distracción de las alarmas en mi cabeza, anunciando los problemas a los que haríamos frente al despertar.
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*Ana Gabriel: Es una cantautora y compositora mexicana, conocida con los sobrenombres de la Diva de América y la Luna de América.
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Parte uno de dos, porque es muy importante que Sophia narre lo que viene. El drama está llegando para quedarse, ¿qué les pareció el capítulo? ¿Me dejarían un voto o comentario si les gustó, por favor?
En lo personal, me divertí mucho escribiendo. Las escenas de baile las practico mucho, me encantan. Espero que les haya gustado y volveré pronto con la segunda parte.
Para adelantos y más recuerden ir al grupo de lectores, link en mi perfil.
Gracias por leer.
Canción de multimedia: "Eres todo en mí" de Ana Gabriel.
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