Epílogo.

Tal vez el destino ya tenía planeado todo esto, quizá la vida se había encargado de poner a cada uno en su lugar, dándole la razón a quien se la merecía, pero de algo estaban seguros Silas y Sairo, su destino era estar juntos, a pesar de aquella envidia tonta que llenaba el corazón de su hermana por completo. Habían pasado unas cuantas semanas desde el accidente con Sailas, la policía había encontrado su cuerpo estrellado contra una gran roca a la orilla del río, estaba casi irreconocible debido al tiempo que había pasado en el agua y al golpe sufrido.

Silas también había encontrado los cuerpos de sus padres junto a la policía, aquella noticia la había roto en mil pedazos y agradecía enormemente por tener a Sairo a su lado, lo necesitaba para superar los obstáculos que hacían sufrir su corazón, ahora que había perdido a sus padres y a la chica que ella amaba como una hermana de verdad.

—Tus padres ahora están en un lugar mejor. —animó Sairo con una sonrisa cálida.

—No entiendo por qué a las personas buenas les pasan éstas cosas. —sollozó— el único error que cometieron, fue salvar a una chiquilla inocente.

—Dios sabe por qué hace las cosas, Silas, tal vez les espera un final maravilloso —suspiró—. Todo estará bien, yo estoy contigo.

Ambos chicos salieron del cementerio despidiéndose para siempre de sus padres, pues habían decidido volver a Francia y rehacer sus vidas. Estados Unidos les había traído a ésta familia una gran desgracia, ahora solo quedaba olvidar y empezar desde cero.

El tiempo pasó con rapidez, ahora Silas y Sairo tenían una hermosa familia conformada por dos pequeños maravillosos; la pequeña tenía tan solo seis años y el mayor tan solo diez, sus padres habían decidido ocultar por completo lo sucedido anteriormente, manteniendo la promesa de nunca hablar sobre el asesinato de sus abuelos, la trágica y violenta noche de su tía donde lastimosamente perdió la vida, y por último, nunca sabrían el significado de la envidia, porque era algo que solo dañaba a las personas y las hacía cometer errores.

—Mamà. —llamó la pequeña.

—¿Dime Sailas? —preguntó su madre.

—¿Por qué me llamo Sailas? —cuestionó su hija curiosa.

—Te lo puse en honor a tu tía, yo la quería mucho, lastimosamente cometió muchos errores. —informó su madre en medio de un suspiro.

—En la escuela nos dijeron que cuando queríamos mucho a una persona y ésta moría, su espíritu viviría en nosotros y poco a poco empezaríamos a tomar sus hábitos. —comentó su otro hijo— después de la muerta de mi tía ¿No te empezaste a sentir diferente, mamá?

—Es mejor que no preguntes eso pequeño. —contestó Silas tomando el afilado cuchillo en sus manos.

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