16
Sairo tomó mis glúteos entre sus manos y me alzó haciendo que entrelazara mis pies en su cintura, seguido a eso me arrinconó contra la pared y sin previo aviso metió su erecto miembro a mi hendidura. Gemía como una perra en celo con cada penetrada que él me otorgaba, mis pechos eran balanceados de arriba a abajo debido a la fuerza con la que me estaba haciendo suya, sentía mis pliegues hinchados y ardiendo por el deseo. Sairo tomó mis piernas sin dejarme caer y las puso encima de su antebrazo haciendo que mi hendidura quedara totalmente abierta y expuesta ante él.
Volvió a introducir su pene en mi interior y siguió moviéndose rápidamente haciendo que un sonido vulgar se creara cada vez que nuestros cuerpos chocaran, me sentía aturdida por dicho placer casi incapaz de mencionar palabra, lo único que salía de mi boca eran gemidos y gritos de placer. Mi cuerpo totalmente exhausto fue puesto en la cama boca abajo para seguir recibiendo el placer que se merece. Sairo puso una almohada debajo de mi abdomen para que mi cuerpo se levantara un poco y quedara listo para él.
—Eres exquisitamente hermosa Sailas. —comentó mientras se subía encima de mí— espero que disfrutes esto tanto como yo.
—Hazlo ya, por favor. —pedí sintiendo el deseo invadir mi húmeda entrada.
Sairo puso una mano al lado de mi cuerpo y con la otro tomó mi cuello apretándolo con fuerza, seguido a eso metió su miembro empezando a moverse rápidamente. Podía sentir como entraba y salía una y otra vez, mis gemidos eran callados por el colchón evitando que todo mundo se enterará de lo que estaba sucediendo en mi casa. Sairo siguió moviéndose por unos minutos más hasta que sentí como mi vagina se contraía nuevamente soltando un segundo orgasmo.
Sairo se acostó en la cama para que me moviera encima de él, yo me sentía agotada y adolorida, pero aún así, me subí en su regazo moviéndome de arriba a abajo con rapidez y destreza. Los gemidos de Sairo eran música para mis oídos, no había nada más placentero que escuchar a un hombre gemir por culpa de uno, ojalá todos los hombres lo hicieran sin temor alguno. Dejé de moverme por unos segundos y Sairo empezó a partirme en dos haciendo que la parte consciente de mi cerebro dejara de funcionar.
—Y-ya no puedo... No puedo más. —sollozé ante las sensaciones de aquel momento.
—Solo un poco más guapa, ya casi. —musitó moviéndose aún más rápido.
Sairo nuevamente me dejó sobre la cama para ponerse encima de mí, se acomodó entre mis piernas y nuevamente se metió dentro de mí. Sus labios recorrían cada rincón de mi cuerpo mientras me hacía suya, yo me aferraba a su espalda mientras gemía contra mi voluntad. Sairo había sido lo mejor que me había pasado y ahora me daba cuenta de eso, amaba con todas mis fuerzas aquel día en el que mi hermana había desaparecido por completo, siempre había sido un impedimento para mi felicidad y ahora que estaba muerta sería mi turno de ser la reina de todo.
—Estàs jugando con fuego Sailas —susurró en mi oído mientras se movía más rápido.
—Oh mierda —gemí—, no me importa ir al infierno, los demonios sentirían envidia de nuestros pecados.
Sairo me hacía el amor como los mismísimos dioses, yo no paraba de gemir con cada penetración por parte de él, mis piernas temblaban debido al placer y sentía que en cualquier momento iba a estallar, mis manos se aferraban a la fina tela debajo de mí, mi cuerpo era balanceado de un lado a otro mientras el sudor recorría mi frente, sentía que tocaba el cielo con el simple hecho de oírlo respirar con tanta dificultad, sabía que lo estaba disfrutando igual que yo y eso me daba mucha alegría, hasta que su mano apretó mi cuello haciendo presión, mi respiración se cortó y sentí un temor recorrer mi cuerpo.
—Confiesa Sailas —dijo con sus ojos inyectados de odio—, confiesa que tú mataste a mi novia.
—¿D-de que hablas Sairo? —pregunté tratando de quitar su mano—. Yo sería incapaz de lastimar a mi hermana.
—No es cierto, tú siempre le tuviste envidia.
Sairo de levantó de la cama y yo hice lo mismo enredando una sábana en mi cuerpo, traté de salir de la habitación lo más rápido que mis piernas adoloridas me dejaban, ese imbécil me había descubierto y no lo podía dejar libre, pero antes de que pudiera llegar a la puerta de la habitación, sentí un golpe en mi cabeza demasiado fuerte, después de eso todo se tornó negro.
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