II


II. Normandía



"El atardecer la envidiaba, pues el color melocotón de sus mejillas nunca se ausentaba. La noche la quería, puesto a que las sombras de la luna su silueta relucía. La mañana era su fiel amiga, porque con su luz despertaba a la doncella que solo daba vida"

—ENTROPÍA



Delante del temible bosque, los rayos de luz hacían su aparición apuntando al páramo verdoso, brillando sobre sobre las aguas de las lagunas y acompañando su resplandor con las sonrisas de los pobladores de Normandía. Aquella mañana, no era una cualquiera pues comenzaba el primer día de Julio, mes del cumpleaños de la Princesa Hannia. Esta celebración era singular pues sería la única vez en que se llevaría acabo en el gran palacio de manera pública.

La primavera era la estación favorita de todos ya que era la temporada donde las familias del pueblo preparaban a sus hijas para su presentación en sociedad y donde conseguir un compromiso era el premio mayor. Es por ello, que en esta ocasión, los reyes llamaron a las familias más cercanas a celebrar un baile en honor a su hija y con ella el rumor de su pronto compromiso.

La incertidumbre sobre futuro de la princesa más el gran baile jamás antes visto, hicieron que el pueblo de Barfleur y alrededores centrarán su atención en la gran espera a la fecha más ansiada.

Los mercaderes del pueblo alzaron decoraciones en cada uno de sus puestos. Los puentes fueron adornados con una gran variedad de flores silvestres. Las tiendas de ropa no llegaban a abastecer a todas la señoritas quienes esperaban ansiosas a la reserva de la confección de sus vestidos. Los lazos y guantes brillaban por su ausencia pues se iban agotando por cada hora que transcurría. Una total celebración que hacía notar su llegada desde los primeros rayos de Julio.

Mientras tanto, arriba en el palacio, se encontraba una joven dama de vestido melocotón sentada en el suelo de su balcón con los pies descalzos, admirando como las flores que acababa de plantar en el macetero se movían ligeramente con el frío aire mañanero al igual que la tela de su vestido y su cabello con ligeras ondas de color castaño oscuro bailaban entre su cintura. Su mirada reflejaba la calma antes de la tormenta, su vista desde su habitación era nada más que el tenebroso bosque del que todos hablaban, tan lejos pero tan cerca de ella.

—Niña... —se escucho decir a una mujer después de un gran suspiro y cerrando la puerta de la habitación —Tiene que levantarse rápido, su madre esta en camino.

La mujer de mediana edad elevo sus cejas, observando que la princesa no se movía a pesar de su advertencia. Preocupada, fue hacia ella colocándose de rodillas, obteniendo la mirada perdida de la joven a quien ofreció su mano en signo de ayuda para que pudiera levantarse.

—Nana —llamó la joven.

—¿Si?

—He escuchado que existe un rosedal lleno de un brezo vizcaíno, ahí —señaló hacia el bosque del enfrente lleno de arboles y pinos gigantes, apenas lo hizo cuando su nana llevo la mano hacía su corazón —No discrimino a los lirios ni a las hortensias que nacen en nuestro reino pero ellas, no las tiene cualquiera.

—¿Como es que sabe sobre ello? Mi niña, no querrá decirme que rompió la ley de su padre —cuestiono la mujer, muy afligida ante la espera de la ansiada respuesta.

—No podría, nana —menciono, calmando los nervios de la pobre mujer quien cerró los ojos en signo de alivio —Solo escuche murmullos de los jardineros, hablaban de todos los brezos como si de poesía se tratara.

—¿Como algo tan bello podría florecer en un lugar tan oscuro? Son puras mentiras, mi niña. Vamos, tiene que levantarse. —solicito, colocando su mano para que pudiera apoyarse y así levantarse.

El vestido de la joven se sacudió al momento de colocarse de pie cayendo polvo de tierra húmeda pues esta misma había plantado sus flores, obteniendo la impresión de Louisa quien rápidamente la sacudió, intentando quitar todo el resto posible, sin embargo, las manchas la delataban. De repente, tocaron la puerta de la habitación, Louisa apresurada fue hacia las manijas donde finalmente abrió las puertas de par en par, visualizando a la Reina junto a otras tres mucamas.

Ellas entraron luego de que la Reina recibiera una reverencia por parte de Louisa, quien dio un suspiro pues sabía lo que venía luego de lo desarreglada que se encontraba la joven en el balcón.

—Madre —dijo la joven observando a la Reina con su elegante vestido, su peinado y sus tantas joyas.

—Hannia, ¿Qué hiciste? —cuestiono en modo de regaño —Te he dicho miles de veces que tenemos jardineros en el palacio, ¿Que va a pasar el día que tengamos una emergencia? ¿Saldrás así?. Llévenla a asearse, tenemos visitas en una hora. —ordeno de inmediato, tanto que Hannia no alcanzo a preguntarle de quien se trataba pues ya había salido de la habitación.

Las tres mucamas llevaron a la princesa hacia el baño donde cada una comenzó a quitar todo lo que la joven poseía hasta quedar completamente desnuda. Hannia fue llevada hasta bañera donde en pequeños baldes se comenzaron a llenar de agua para luego cubrir el cuerpo de joven, esta misma se quedo mirando hacia un punto fijo hasta que su nana entro al baño.

—Nana, sería un placer para mis oídos escuchar a quien recibirá mi familia. Dime que sabes algo de ello. —suplico mientras se apoyaba en los bordes de la tina de mármol mirando atenta hacia Louisa quien juntaba toda la ropa en un recipiente.

—Mi niña, lamento no poder complacerla pero sabe que no puedo hacerlo —dijo la mujer angustiada por aquel impedimento.

—Por favor, estoy segura que el año que viene ya no escuchará más de mis peticiones.

—¡No diga eso! —exclamo de inmediato frunciendo el ceño, provocando la risa de Hannia.

—Entonces veme preparando para todo, este caso es una de ellas. Por favor, nana.

Louisa se detuvo de su actividad, mirando hacia la princesa quién la observaba con una media sonrisa que reflejaba haber logrado su cometido. La mujer dio un suspiro y se acerco, acomodando el recipiente entre su cadera y su mano derecha.

—Su primo Raen, vendrá esta noche.

—¿Raen? —dijo confusa mientras el agua caía sobre sus ojos, aclarando su vista con sus manos —No lo he visto desde que éramos niños, ¿Sabe la razón de su visita?.

—No, mi niña. Es lo que pude escuchar de los sirvientes, están preparando una habitación para el señor.

Louisa dio una palmadas en la mano de Hannia luego de ver su expresión pensativa en signo de despedida pues iba a traer su ropa nueva. Sabía que la princesa estaría pensando en ello todo el día ya que cuando algo se le metía a la cabeza no había nadie quien lo parará, para Louisa aquél acto lo tomaba como un defecto por parte de Hannia pues había momentos en los que su incertidumbre no la dejaban dormir o aveces lloraba pensando lo peor por lo mismo al destino que al parecer estaba condenada.

Eran las seis de la tarde cuando Hannia decidió salir de su habitación con dirección a la cocina. Le encantaba salir a aquella hora pues las velas empezaban a encenderse, la luz violeta del cielo alumbraba los pasillos, el aire era fresco y el olor a pan anunciaban que Alanna, una de las hijas de las sirvientas, había llegado al palacio para cumplir su horario de trabajo. Hannia y ella solían hablar todas las tardes, además de ser ella la única con quien tiene permiso de mantener contacto siendo alguien del exterior.

—Su alteza —dijeron todas las mujeres que pasaban por la cocina mientras Hannia asentía lo más cordial y rápido que se podía pues estaba entusiasmada.

—Alanna —dijo la princesa ante la desprevenida joven quien se encontraba amasando.

—Hannia, puntual como siempre —saludo con una sonrisa al mismo tiempo que sus dedos se enterraban en la masa blanda —Aunque debo admitir que aveces me asustas con tus saludos imprevistos.

—Ayudó a tu corazón a fortalecerse, no me lo agradezcas —bromeó mientras se apoyaba en la mesa donde Alanna la alejó rápidamente.

—Por dios Hannia, mira tus mangas, están de harina. Toma, limpiate antes de que alguien venga —con rapidez le extendió su pañuelo para que lo utilizará.

—¿Desde cuando te es crucial cuidar de mis mangas? —cuestionó mientras se sacudía la harina.

—Desde que tu institutriz me amenazó con manchar mi nombre en el pueblo por dejarte hacer un café. Imagínate si te ve desaliñada junto a mi, me acaba.

—Bueno, ella no se encuentra aquí. Lo prometo. —dijo Hannia con seguridad.

—Te creo. Es domingo, no se presenta aquí estos días pero el hecho de que el Rey nos ordenará hacer un banquete son motivos para saber que habrá algo importante y su presencia es vital. —comentó Alanna concentrada en la masa hasta que noto el silencio por parte de la princesa que asumió que al igual que ella, no tenía idea de los acontecimientos —Querida, Hannia. ¿Sabes algo sobre lo que ocurrirá?.

—No, solo se que un primo vendrá al palacio. No tenía idea de qué fuera tan importante para organizar un banquete en su honor. —confesó mientras caminaba por la cocina jugueteando con sus dedos.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó la joven ante la notable preocupación de su compañera.

—No te preocupes, intentaré no averiguar ni suponer hasta su llegada —suspiro, pensando en otro tema del que hablar con su amiga —¿Te presentarás en sociedad? Han empezado a llegar muchas cartas de caballeros solicitando permisos para bailar con las damas esa noche. Espíe un poco.

—Hannia, por favor —rió con timidez.

—No deseo que te cases con alguien que no ames, Alanna. Tienes una oportunidad aquí.

—Tengo veinticuatro años, no tengo opciones. ¿Se te olvido que me hacían llamar bruja desde que fui la única que salió de su primer baile sin un cortejo?. No puedo arriesgarme, pero aún así valoro tu ofrecimiento y el del rey, por supuesto.

Alanna Greengras viene de una familia de clase media, muchos de los ingresos en su economía se debía al servicio que dedicó Tyra Greengras, la abuela de Alanna, a la familia real. Todos esos años sirvieron para ganarse la confianza de los reyes quienes no negaban en absoluto la lealtad que los Greengras tienen con ellos. Esto hizo que cualquier tipo de trabajo que requiera la familia sea aceptado y lo suficientemente bien remunerado por el monarca.

Alanna había pasado por muchas propuestas después del baile en su presentación en sociedad, sin embargo, siempre eran hombres que duplicaban su edad por mucho y cada vez que aquello pasaba, Alanna se negaba rotundamente a un compromiso. Hasta que sus padres perdieron la paciencia, pues todo el pueblo observaba como hombres entraban a su hogar y salían sin nada en manos, dando como consecuencia rumores y hechos que todos comentaban. Dando asÍ a Alanna un ultimátum donde tenía que decidir si dedicar su vida al reino como lo hizo su abuela y su tía, o casarse con él próximo hombre que entrará por su puerta.

Ella ahora solo esperaba que alguien apareciera en su camino como su abuelo con Tyra o se condenaba a ser llamada por insultos y temerle a que alguien clame una hoguera para ella en cualquier momento como lo hicieron con su tía. 

—Ve llevando las últimas bandejas, yo meteré esto al horno —dijo una de las cocineras hacia Alanna al quitarle la bandeja de las manos mientras la joven se apresuraba ante el pedido —. Oh, su alteza, no sabía que estaba aquí. ¿La puedo ayudar en algo?.

—No te preocupes, solo vine a ver a Alanna. Gracias. 

Hannia dio media vuelta a pasos apresurados hacia su habitación pues es probable que pronto requieran de su presencia en el salón. La princesa no espero por mucho tiempo pues su madre ya se encontraba en su recamara con tres oficiales más quienes la vieron llegar por las escaleras. 

—Hannia, mande a Louisa para que te llevará al salón y me da la sorpresa de que no te encontró en ningún lugar. Tuve que interrumpir a tu padre con nuestro invitado, espero esto quedé en tu consciencia por si algo malo pasa. —regañó mientras cerraba las puertas a sus espaldas y tomo a su hija del brazo. 

—Madre, solo estaba tomando un paseo. No creí que nuestro invitado era muy importante.

—Lo es, Hannia. Procura hablar lo menos posible, tu belleza será todo lo que utilizaras hoy —mencionó más relajada obteniendo una mirada nerviosa de la princesa —. Leda, te estábamos esperando. 

—No se preocupe, su majestad —hizo reverencia la mujer de cabellos rizados —Estoy a tiempo para cuidar de Hannia. Tomará un minuto, ahora iré con la princesa.

La Reyna asintió, alejandose del lugar, dejando a Hannia con su institutriz. Ambas se miraron entre sí antes de dirigirse la palabra.

—No tenemos mucho tiempo. Apoyate en esa columna. Tenemos que abrochar ese corset. 

Hannia se acerco, tomando suficiente aire pues cuando Leda solía vestirla, lo hacía de una manera tan perfecta que dolía. La mujer deshizo los nudos para luego ir apretando desde arriba hacia abajo, la joven soltaba quejidos cada vez que apretaba y sacudía todo su cuerpo por la fuerza. Una vez listo, procedió a llevar a la princesa hacia el gran comedor donde se encontraba el Rey, la Reyna y un joven muchacho. Ambos varones se colocaron de pie al ver a ambas mujeres entrar al salón. 

—Ahí esta mi hija. Hannia, espero puedas recordar a Raen, vino desde muy lejos para verte. —el Rey sonrío flamante al ver por fin juntos a los dos jóvenes. 

Raen le sonrío pues ya la había mirado desde su llegada, hace más de diez años que no había vuelto a ver a Hannia. Quedo perplejo ante cuanto ella había crecido, su belleza era singular, tal cual como la Reyna Elizabeth se había encargado de alardear apenas su sobrino llego. 

—Me complace volverla a ver, su alteza —dijo mientras se inclinaba con una mano en el pecho y la otra detrás de su espalda baja. Todo aquello lo realizo sin despegar la mirada de la princesa quien a pesar de ser una alegría volverlo a ver, Hannia sabía que no era una sencilla visita y sus sospechas cada vez se hacían más claras. 

Los últimos rayos de luz del sol se fueron apagando mientras destellaba en el cabello rubio del joven y en la mirada perdida de la princesa. Hannia se sentó frente a Raen quien no dejaba de admirarla y supo que sería una noche larga. 



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